En Zona

martes, 20 de diciembre de 2011

Los libros de la buena memoria


Alguna vez será el tiempo de la justicia, dicen por algunos suburbios. Gana la derecha y anuncia con el beneplácito de los de siempre, que se debe ajustar. Reprimen las risas, los nuevos centuriones del ajuste, disimulan dicen por ahí.
El frío ya llegó, se le acalambra el alma a uno mirando lo que viene.  Las noticias de la familia son cortas y por momentos difíciles, a lo mejor indican el camino de regreso, despacito y por las piedras. Solo para abrazar, para desgajar el corazón con aquellos que silban esa melodía eterna de la vida misma.
Escucho a Thelonius Monk en su disco con Gerry Mulligan, mientras hago pan casero, ese que pondré en mi mesa para aquellos que quieran compartir conmigo ese mismo pan y misma esta música insensata que hacía este loco del piano.
Monk, es lo más moderno que le ocurrió a la música mestiza, fuera de las cámaras y de los clubes selectos. Escucharlo a él, es descubrir el palpitar de una música profunda, entera y lantente como una culebra audaz que recorre el espacio ejerciendo ese placer del sonido. Por ahí anda dando vueltas un documental que hicieron sobre él, producido por Clint Eatswood durante los años '90 creo. También están todos sus discos al alcance de la mano. Escucharlo y saberlo, significa una nueva apuesta por ese tratar de crecer, de limpiarse la cabeza de tanta tontería denominada música. Compartió el tiempo con los mejores músicos de jazz de la historia, sin embargo, él estaba un paso por delante en la comprensión de estado deliberativo del arte. Ejercía la música como un arriete y hurgaba, sigue hurgando, en lo más profundo de una música secreta y vieja y viva a la vez. Tocaba el piano con todo el cuerpo y cuando eso no alcanzaba, porque nunca alcanza, bailaba alrededor del piano dejando que la música abarcara todo. Improvisaba porque en ese secreto radicaba todo. La música era él y él era a su locura.
Escucharlo en el comienzo del invierno de este mundo desarrollado, es una especie de provocación necesaria para resolver lo que queda, para iniciar el preciso viraje a otra etapa de este caminito.
Entonces ahí están Monk y Mulligan llevando a cabo la liturgia laica de encontrarse, anudarse y andar juntos en ese periplo de músicas, que por aquellos años, eran difíciles y hoy suenan a nuevo por la gracia del tiempo.
El disco se llama "Gerry Mulligan meets Thelonius Monk", es de 1957 y ahí están sonando huellas como "Round mdnight" o "Straight no chaser" tema emblemático que marcó y dividió las aguas a la hora de hacer música. Era un tipo difícil, hablaba poco y llevaba a los límites la música que le dictaba su locura. Estuvo preso por no denunciar a un amigo, lo golpearon y no pudo actuar durante años en Nueva York. Sin embargo el siguió creando y desde la libertad más profunda, compuso lo que tal vez sea la mejor música de la segunda mitad del siglo pasado.
Ahí está. Suenan grandes los dos en un disco que merece la pena cualquier sacrilegio a la hora de conseguirlo.
Digo.
A veces las injusticias galopan por nuestros costados. Aquellos que reclaman orden, siguen siendo los primeros a la hora, de ignorar al resto. Pasaron diez años y vale la pena detenerse un poco. Lo que hoy hacen los "técnicos" aquí en la sabia Europa, antes lo habían ensayado allá en Buenos Aires. La clase dirigente y cómplice, convertida en una canalla que hoy es oposición, había entregado todo. Había saqueado en nombre de la globalización a un pueblo que ya desde 1976 supo por donde venían los vientos.
Esos días, el 19 y el 20 de diciembre florecieron los lenguajes que hicieron nuestros cuerpos. Así masticando rabias y afinando memorias, muchos salimos a las calles a enfrentarnos a los perros. A determinar otras circunstancias y recomponer otras palabras. La terquedad se hizo bronca y la historia volvió a encaminarse.
Hubo muertos, heridos y una rabia tan eterna que ya ni nombre tenía, esa misma rabia que un inteligente definió  como el subsuelo de la patria sublevado. Ese paso para quitarse de encima los de siempre, a esos desconocidos que siempre son conocidos y que te mienten en cada a saludo que te brindan. La pueblada se hizo grande, se sabía, algo había dejado de funcionar en el país de las vacas gordas y ajenas. La estafa ahora tenía vuelto. Ahora era nada más ni nada menos que el que se fueran todos de una buena vez. Días de incendios y de broncas que cobijaban ese dolor mudo que se hizo resistencia desde mucho tiempo antes de esos días que hoy cumplieron diez años.
Se podrán enunciar todo tipo de teorías. Se podrán definir parámetros y otras circunstancias, lo cierto que en esos días, se decidió por terminar con algo que la vergüenza llamaba desde mucho tiempo atrás. Ni la policia brava, hábil para picanear, para atrapar en jaurías y morder al solitario, ni los flemáticos políticos devenidos desde la dictadura en gerentes del desmantelamiento pudieron detener a un pueblo memorioso.
Hubo muertos que esperan por justicia, que ya llegará como siempre suele ocurrir. Pero también hubo corazones que demandaron el fin de muchos años de impunidad. No solo se pidió por el hambre, también se pidió por el fin de algo, el fin de la injusticia. Pero faltaban algunos años para que esto ocurriese, los que sucedieron a los que se fueron, siguieron asesinando a destajo y robando a los de abajo, que por eso están abajo y se lo merecen. Pero ellos, por ahora no volvieron.
Pasaron diez años y las fotos que quedan de aquellos días, reverdecen en el punto justo.
Digo.
Las revueltas tienen esa sensación parecida al amor. Late el corazón y se rebela la sangre que revela al mismo tiempo el límite justo del cuerpo. La vida en disputa. La leve sensación del espacio compartido y la boca seca. El ronroneo de la sangre que erige las futuras muescas de una partida brava, el músculo que palpita y la inequívoca certeza de enfrentar algo, de estar enfrentando algo secreto y a la vez compartido.
El derecho a rebelarse, a oponerse porque el poder tiene esa contrapartida y esa obligación. Resistir hasta el último resuello, porque casi siempre ellos nunca llevan razón.
A lo mejor, como con los amantes, hay que dejar de ser politicamente correctos y volver a llamar a las cosas por su nombre, sin ningunear ninguna de las partes de un discurso, que de forma correcta nos obliga a nombrar de otro manera, lo que nombramos siempre para nuestros adentros, que están siempre en el afuera de todo diagnóstico.
Digo.
Otra foto. Pongo el último disco de Gabo Ferro "La aguja tras la máscara". Miro la foto tomada en otra plaza, en otra guerra, son las mismas escenas.
Abandonados como estamos, peleamos contra  todo olvido posible. Desde este confort de juguete, miro la foto. es de hace dos, tres días atrás. La vi en su momento y un dolor sordo se me trepó en el corazón. Un dolor irredento, no un dato. Un dolor viejo, salvaje y mío, que me sueña desde casi siempre. Desde dentro la fragilidad se vuelve carbón que no puede traicionar tanto dolor.
La foto. Gesto primordial que sintetiza la coyuntura. Me roba el aliento. Busco la escena y me quedo quieto, mirando desde la furia ese dolor que no se puede soltar.
Son cinco. Ella está sola. Una mujer sola contra la rabia.
Uno tiene una risa dibujada en el rostro, ríe impune. Otro valiente servidor público está por patearla en el pecho, no en la cabeza ni en el costado, en el pecho para que no queden dudas. Le han tapado la cara, para que cuando lleguen los flemáticos de esta Europa, porque llegarán a poner las cosas en orden, no pueda identificar a ninguno de estos cinco y todo quede sin castigo y en brazos del olvido posible.
Pero hay algo más. Todavía hay algo más. Para que sea un poco más siniestro, más morboso, los perros egipcios destraban algo para no volver de ese lugar. Para que no quepan dudas. 
La desnudan para que el castigo sea más letal. La humillan como me humillan a mí, que miro esta foto y pienso en la respiración de esta mujer. Miedo.
Me detengo en ese miedo, que por momentos, te atenaza y te hace desviar la vista. A vos, que la estás mirando y que no querés ver cosas feas, que te nublen la vidita que crees que llevás. Mientras no podés quitar la mirada de la foto, mientras con morbosa detención te quedás mirando los pechos de la mujer indefensa. Menos mal que no es mi mujer, mi novia o mi hija, pensás o no. A lo mejor pensás que está muy bien que alguien les de una lección y que se merecen eso y mucho más.
Por eso son cinco los defensores de las buenas costumbres, que defienden esas mismas buenas costumbres, que te defienden de estos salvajes. Son cinco los perros que cuidan el orden.
Ojalá se pudieran olvidar estos gestos repetidos en todo el mundo siempre. Buenos Aires, Tegucigalpa, El Cairo, Madrid, son los paisajes de fondo, pero la cosecha siempre la lleva adelante el poder que cuida tanta cosita intocable con sus jaurías obedientes, secuaces del poder a sueldo.
Miro la foto y se abre un profundo y negro surco de tierra hambrienta.
Somos esa palabra. Cuerpos hablados, conjeturados y destinados al lenguaje. Hechos del lenguaje que llevamos a cuestas. Definidos y demasiado ensimismados como para reaccionar desde el lenguaje mismo, aunque lo hagamos, por el momento no podemos volver a decodificarnos. Aceptamos todo, con tal de no caernos.
Asi este turbio goteo de realidades, a veces sirven para organizar el relato de algo, que sigue vivo a pesar de vivir en un paisaje de juguete, cómodo y viendo los amarillos de los árboles mecerse por el frío del invierno que destraba algunas distancias, algunos látidos compartidos y poco más.




martes, 22 de noviembre de 2011

Postales de Madrid

                                                                                                           Para Lucas porque se lo merece.

Ya pasó. Se terminó la sensación de final que pronosticaban los políticos. La vida sigue y todos con el cuerpo maltrecho esperan. Llueve sobre Madrid. El otoño se dispone con su cuota de grises y melancolías recomendadas a seguirnos las huellas con detenimiento.
Vendrá lo peor, eso lo saben todos. A lo mejor, el vecino suspira en su balcón porque la mala racha siga de largo y se adueñe de otro. Que no toque la mala y que sea con el del 3º B que se la merece más, de eso no cabe duda, mientras fuma acodado mirando casi sin ver.
De fondo, por la ventana abierta a pesar del frío, suena Van Morrison y su largo y no comprendido disco "Philosophe'r Stone". Obra que parece recopilación, pero que tiene vida propia a pesar de no haber sido nunca comprendida del todo.
En algún momento, alguien me regaló este disco en una ciudad pérdida, pérdido como estaba lo tuve y lo estacioné, suponía en esa época, que las cosas debían guardarse, cobijarse como un bien en sí mismo. No sospechaba o lo sabia muy bien tal vez, que no hay que guardar nada. Que hay que dejar que corra el aire entre las pocas cosas que uno lleva a cuestas. Creo que intuía la poca necesdiad de las cosas.
Años después me reencuentro con un sonido que desde el deseo, me refleja. Cosas de los otoños de estos últimos años.
Todo está como paralizado. La terquedad consiste en esperar algo. En creer que la vida se viste y pide que le pongan tachuelas en los zapatos. En que sin mediar palabra la vida, sea lo que debe ser, una especie de juego que jugamos sabiendo secretamente, que el placer es único y fuerte.
Así descubro el sentido de las fechas. La razón de los homenajes o mejor dicho el sentido por cierto ejercicio del recuerdo. A lo mejor, en medio de tanto desmán permitido, me hago un sitio y dejo que me arrastre la memoria a un viaje, mío, propio y que será la manera de pensar ese pasado desde otro punto de vista, desde ese secreto rumor que a veces, es este tránsito que emprendemos sin tener en cuenta el costo del mismo.
De eso se trata todo eso.
Por momentos, los perfumes de ayer se desenvuelven y vuelven a fijarnos en un momento, nos regresan ciertos sentidos que se quedaron en el camino, cuando el camino no era nada más que el comienzo.
Digo.
Se cumplen cuarenta años de la aparición de un disco, que a mí particularmente me produjo una profunda y secreta revolución propia, personal. Un cambio en un tiempo de cambios veloces como rayos de verano. Tenía 17 años. La vida era una aventura. Apenas un traspié que daba en
nuestro nombre. Led Zeppelin cumplía con su parte del trato. Nos avisaba de los tiempos que vendrían, de los aires y esa sensación de vivir se traducía en el sonido de la púa sobre el primer surco de un disco, que no traía ningún nombre en la tapa, solo un viejo cargando leña. De ahí en más, sin mediar palabras, estaban ellos y estaba yo, sentando, escuchando algo, que debería ser, creía lo más cerca del cielo que podría llegar a estar nunca. Todavía me faltaba el amor de una mujer, la sensación de crear y otras cuestiones. Un disco perfecto para una época también y a su pesar casi perfecta. Tema a tema, se convertían en himnos, cada una de ellas, tenía, tiene hoy esa especie de lucidez que siempre acarrea una obra de arte total, insuperable y rabiosa.  Despreciados por músicos y por la prensa en general, este cuarto disco de Led Zeppelin es un monumento a la creación, llevando la música a un lugar en donde solo caben siempre unos pocos. Así, mientras pasaban los trenes por la ventana de mi casita casi suburbana, mientras la historia comenzaba a contarnos las costillas, descubría que la música, que esa música que desde el comienzo mismo me había dado dientes, seguía intacta.
Trabajaba y estudiaba de noche. Un compañero me susurró que su hermana, novia o amante, era azafata de una empresa de aviación y que había traído de Los Angeles, discos para vender.
¡Un importado! pensé desde el borde de esa edad en donde todos son, eran reinos fantásticos. Asentí y pagué con una porción importante de mi sueldo de aquel entonces.
A la semana, en un recreo del nocturno, como si fuese un hecho ilegal, me hizo entrega del disco bajo juramento estricto de no decir palabra alguna sobre su origen. Envuelto en papel color madera, estuvo como yo, impaciente por vivir lo que venía.
El viejo Winco, mi viejo equipo mono, se sumó como yo a este primer importado que se aposentaba en su bandeja. Lo primero que me traspasó, fue la voz de Robert Plant casi a capella, dando inicio a  "Black Dog" primer tema del lado A con sus casi cinco minutos de furia y de certezas.
Nada fue igual.
Nada podía ser igual después de eso. Era comprender que la marcha no sería tan larga ni tan dura, si esta música sobrevivía a la inundación. Ahí estábamos ellos y yo. Creando historia. Un tipito del cono sur, lejos de todo, pero cerca del cielo descubriendo una música valiente, un sentimiento que reptaba como la serpiente ciega de siempre. Era el rock sonando entre madreselvas y geranios de un barrio lejano, de una calle demasiado tranquila. 
Era la rebeldía echando el resto en la formación justa de una idea. Por fin, podía ponerle banda de sonido al otro. Por fin, se derrumbaban los últimos diques. Crecía y ya sabía que esta música de estos cuatro tipos habría de tener su sitio, al lado de la poesía de Rimbaud, entre mis pocas pertenencias de aquellos años.
Por aquel entonces no había forma de trasladar la música. No se podía llevar a cuestas y fugarse del mundo. Solamente existía el refugio de casa, lo casa de algún amigo. Todo quedaba en la transitoria realidad de estar a solas para disfrutarlo.
Había otras tareas. Otras lejanías que atravesar, para volver y encender el tocadiscos y dejarse llevar hasta nuevo aviso. El placer se mantenía intacto hasta la nueva postergación, solo nos quedaba la sensación que nos producía en ese momento fugaz de escucharlo. El disco esperaba por nosotros y nosotros, yo, volvía a el con esas ganas de todo. La vieja y tosca púa recorría el negro y dejaba, minúsculas parte de si en mi cuerpo.
La sorpresa en la primera vez.
Como todo cuando ocurre por pirmera vez, tiene una carga, una connotación. En este disco está "Stairway To Heaven" y sus ocho minutos de profundidad, de sonidos que arrancan desde la garganta misma de la historia. Ahí está, sigue estando a pesar de las derrotas sufridas en estos cuarenta años.
Después o mientras tanto vinieron otras decisiones. Muchos debimos irnos del barrio. La vida siguió con sus buenas y con sus malas. Algunos acomodamos los bultos de la mejor forma, seguimos un caminito y un buen día, llegaron los hijos, otras urgencias y otros discursos vinieron a ocupar su lugar.
El disco, mi disco sobrevivió algunos años para perderse después como casi todo. De forma secreta y terminante.
Pero se mantuvo intacto el sentimiento. Creció como pudo. A lo mejor achaparrado, pero agarrado a la piedra con sus raíces fuertes. Está ahí.
Ahora que se cumplen estos años, vuelvo a escuchar al viejo Led y siento que respira, que late casi igual que a mis 17 añitos. Está ahí.
Tal vez, porque el secreto sea que por algún motivo, la música que nos hizo perder la virginidad en nuestra adolescencia, sigue siendo nuestra música. Podrán haber cambiado las cosas, pero ese sonido deslumbrante sigue siendo nuestro mejor pasado a pesar de las cosas que nos hayan pasado en esa época.
Digo.
Este tránsito que elegimos para vivir, a veces hace que dejemos atrás palabras, espacios que creíamos duraderos. Vamos dejando pequeñas marcas para los que vienen, pequeños rastros para aquellos que de alguna forma, son parte de nuestras vidas y que sin saberlo, cargan con un peso que no es propio.
Toda mudanza conlleva siempre una dualidad casi perfecta. Revisar libros, leídos y ajados por el roce de nuestras manos. Frases congeladas por un lápiz que quiso rescatarla de entre tantas frases.
Viene la elección de saber si este libro, se traslada como una parte de una historia jamás contada por nadie a nadie. Si ese libro hoy, tiene el mismo peso perfecto que tuvo en su momento o si en cambio se perdió y ya no resiste la comparación con ese dilema que se llama tiempo.
En estos días de inquietudes, vuelvo a releer a Juan José Saer, vuelvo a recorrer esas calles imaginadas por el en una ciudad también imaginada por el. A estar rodeado de esa galería de personajes retratados por Saer y que son parte integral de la vida de este autor.
Asi mientras la vida pasa, he conseguido el placer de releer. De volver a leer aquellos momentos, aquellas circunstancias que me llevaron a ser, tal vez, un lector medio. Sin grandes aspiraciones pero con la sensación de haber intentado ser mejor persona de lo que soy. Porque a través de este camino, he domesticado en parte mi vida. La lectura me ha llevado de la mano hacia una tierra secreta, fértil y noble. Desde esa idea, siempre he creído que el poder de la palabra es inefable, perfecto y certero. Por eso, siempre queman libros, los prohiben, los clausuran, aquellos que tienen miedo del poder de la palabra. Aquellos que quieren manejar conciencias y dictaminar sobre usos y costumbres. Porque el poder, no cree en el placer secreto de aquellos que encuentran en el goce al otro la posibilidad cierta de ser ese otro, apenas intuído, pero necesario a la hora de elaborar ciertos caminos, secundarios pero plenos.
Con Juan José Saer me une esa línea del contar, desde un sitio en el que es difícil no pensar. Siempre me gustaron aquellas cuestiones que me hacen pensar, aquellas personas que me obligaron o que me obligan a ello. Allí radica todo para mí. Ese otro, con todo su goce a cuestas que me obliga a pensar, a construir o a deshechar, pero que me somete a la singular aventura del pensar casi ferozmente, sin cortapisas, sin dar explicaciones. El hecho, este hecho como la literatura, proviene de la vida misma.
La obra de este argentino está ahí. Para mí el mejor escritor de ese país. Al alcance la mano, solo hace falta tener ganas de asomarse a un mundo que por conocido, termina siendo un mundo a descubrir. Cualquier novela suya, no importa el orden, sirve para aventurarse, para dejarse llevar y para disfrutar, mal que les pese a los de siempre.
Digo.
Vuelve la lluvia sobre Madrid. Suena Dave Holland y Pepe Habichuela con su trabajo "Hands".
Llegan noticias de auqel país que no habito por ahora. Son noticias que hacen mas llevadera la tarea. Son palabras y fotos, amores que no desfallecen. Síntomas de una fortaleza que vuelven al origen de todo.
La continuidad se disuelve en nuevos nombres, en nuevos cuerpos que traen consigo nuevas historias que serán contadas algún día, como siempre han sido narradas.
El cuerpo nuevo lleva consigo lo indescifrable,ahí se acumulan los datos que previenen la palabra y que sujetan la historia misma. De cierta forma, de cierta manera ese nuevo contará la historia, olvidándose de aquellos que lo precedieron y ahí radica la fuerza que se desprende de una persona llamada Lucas y que, sin quererlo, se convierte en un sobreviviente en una saga de sobrevivientes.
Tal vez porque este otoño lleva su nombre para mí, es que escribo sobre mí como una única manera de descubrir las implicancias de una lengua que nos somete permanente y pacientemente.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Rebelados, resignados, ajustados

Domingo en Madrid. Elecciones con poca gente en las mesas electorales. El voto por aquí es una especie de anécdota delirante. Vota el que quiere. Si llueve no, hoy no puedo porque me voy al pueblo, no porque los niños quieren ir al cine, no porque prefiero quedarme en casa o ir al estadio a ver al Real o al Barça o al Rayo Vallecano, lo mismo da.
Domingo y gana la derecha. La derecha que viene a terminar lo comenzado hace años. A cerrar, a recortar y a disciplinar al gentío. Que del robo ya se encargan los propios.
Con lluvia y todo, tuve tiempo de leer la nota de Javier Marías en El País. En el, el autor no se explicaba como en la Argentina sobrevivía el peronismo, que contiene tanto a fachos como a izquierdas. Como Venezuela renegaba de su dictadura sin embargo era y es, por ahora, una de las más votadas en ese contienente.
Se extrañan los intelectuales españoles. Acaso el Partido Popular y el Psoe, no son  el ala derecha e izquierda del franquismo? O acaso en Psoe, siendo de izquierdas, como creen, no ajustó todo esto como un partido derechas? Es más, en demasiados momentos, cuando estos socialistas a la violeta, abjuraron del marxismo, allá por el '79, tomaron el discurso social de la Iglesia como propio y a salir por los caminos con la buena nueva.
Domingo, elecciones, lluvia y la derecha de nuevo a hacer lo suyo.
Se vienen tiempos duros. Cacareados y que causarán una profunda resignación en el español de a pie. Nada contiene en la derrota, pero muchas veces es mejor la derrota para descubrir nuevos caminos, nuevas pautas de lucha o recobrar por lo menos la memoria, algo que visto lo visto, no es poco.
España elige en medio de esta crisis demasiado amable para con ellos. Elige mas obispos fanáticos, mas negocios fraudulentos, elige no tener que elegir después. Elige el desmonte y la venta de lo que queda del pais.
Ahora que desde la casa real también hacen negocios, algo que viene a confirmar que los primeros promotores de la próxima república son los miembros de esta familia, de eso no caben dudas.
El capitalismo detesta al placer.
España de eso sabe mucho. Mientras el resto de las naciones conquistadoras y colonizadoras se embarcaban a marcha forzada en la expoliación de las nuevas tierras, para, sin saberlo con esas riquezas fundar el capitalismo, España se dedicó a la misma acción, pero con lo arrebatado en sus colonias a sus dueños reales, solo mantuvo a sus inservibles, sus fastos, sus reyes tontos, sus curas absurdos y una corte de parásitos. España a diferencia de Inglaterra u Holanda, no tuvo piratas ni bucaneros, solo dilapidó el oro y la plata que recolectaba en sus posesiones demasiado lejanas en el placer de ser nada pero con dinero. Nuevos ricos desde el inicio. Hedonismo puro que le dicen.
Hoy domingo votan en España. Votan por volver al redil. Votan que todo siga siendo sueño. Para volver a ser Europa a cualqueir precio. Que no les ocurra lo que en su momento ocurrió en sus ex colonias, ni que les ocurra lo que a los griegos o a los italianos...
Digo.
Los que ayer aplaudían frente al seguro televisor aquellas
imágenes de la plaza Tahir en El Cairo. La resistencia ciudadana, la oposición a una dictadura, hoy se asombran de la brutalidad de los supuestos demócratas que derrocaron al viejo general. Es decir, conviene comenzar a hablar de una vez por todas de la doble moral.
Dictadura es la de Fidel Castro, pero no la de Monti y Papademos, uno en Italia y el otro en Grecia, elegidos por la gracia divina del cuarto reich que gobierna europa. Gadafi era un asesino, pero Netanyahu no.
Esa doble moral, ese doble discurso prevalece, mientras la policía de El Cairo asesina ciudadanos que quieren que el partido militar deje de tener el control sobre sus vidas.
Pero ahora en la agenda, bastante desmejorada del capital, figuran Siria y luego Irán.
Es que la ofensiva de la globalización capitalista provoca una fuerte escisión en el ámbito de las identidades específicas, se refugia en una especie de regimen del no-acontecimiento que determina la muerte de la verdadera política.
De ahí a la plaza Tahir en El Cairo, dejados a sus fuerzas enfrentando a la policía, meses después de la euforia triunfal de Occidente, apabullado por el derrocamiento de un tiranuelo hecho a medida del mismo Occidente que lo utilizaba como gendarme fronterizo.
Hoy el capital tiene nuevos gendarmes, más jóvenes, educados en las entrañas del mismo poder. Ellos, mientras sirvan serán los que dominen a esas masas de malvados que deben expoliar y explotar sin ningún cargo de conciencia.
Lo que ayer era dignidad, hoy ni siquiera cubre una página en los periódicos más rancios. Las matanzas, los golpes, las torturas que ayer indignaban a los políticos europeos, hoy no se detienen en estos hechos, sino que sencillamene ya no están en la agenda.
Hay otras tormentas y otras hojarascas.
De fondo suena Avishai Cohen con su disco "Aurora". Música que destiñe al día, que lo convierte en algo mucho mas intenso que tanta barbarie reglamentada. Suena y el día se aleja un poco más de estos tiempos que no prometen nada bueno
Digo.
Ahora que el domingo acaba, que los fascistas cantan y gritan y agitan sus banderas, me refugio en un buen libro, que recomiendo, que regalo y que presto.
Julian Barnes, un inglés enamorado de Francia. Un escritor que para aquellos que lo descubrimos con aquella novela "El Loro de Flaubert" en su momento, lo seguimos. Algunas veces me desencontré con él, otras lo ignoré y otras lo reencontré.
En este caso, la crítica y los que saben maltrataron a este libro. Susurraban por lo bajo, que no era bueno, nada bueno.
Sin embargo, me lo prestó un amigo y en pocas horas di cuenta de el. No es una novela ni siquiera un ensayo. Es un escrito, una reflexión sobre el final posible, el único final que conocemos nosotros, los mortales de este sitio llamado mundo.
No me quedo, con el miedo a morir. Me quedo con el extenso paseo que hace Barnes sobre ese misterio, ese camino que nos produce a todos inquietud, ayudados por esa  bella mentira, esa tragedia con final feliz que es la religión cristiana.
Entonces de la mano de Barnes, nos vamos a un viaje, a un recorrido por la historia de una familia llamada Barnes, a un intercambio de ideas con su hermano y un homenaje a un escritor francés llamado Jules Renard.
No es una noevla ni siquiera son memorias amables. Es un viaje de pocas páginas por un universo que no se me antoja tan distante o diferente a mío. Tal vez porque la muerte sea solamente eso que tanto aterra al autor. La nada. Solamente nos queda la nada y el olvido posible.
Un libro extremadamente inteligente, con humor, con esa predilección a dibujarle una media sonrisa en el rostro del lector de turno. Un libro que dan ganas de no acabarlo nunca, de dejar que deseo sea solamente eso deseo puro.
Vale la pena a pesar del mundo que sigamos insistiendo en esto del placer. No es poco ya lo sabemos.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Postales de Madrid

Fue una semana cargada de noticias. La situación es de crisis, las costumbres comienzan a cambiar y la gente se apretuja mas buscando calor. La cosa no tiene arreglo según parece. No hay alianzas posibles. La vida sigue a pesar de todo.
Los que perdieron esta vez, siguen sin comprender la razón de la derrota. Siguen esperando como perros en la puerta, los huesos que tirarán los dueños. Se olisquean y se lanzan mordidas al aire. Se gruñen y guardan el rabo entre las piernas flacas. Hacen cola frente a una ventanilla y esperan.
La guardia de todos los días. La misma milonga de los que siempre son vencidos. Los derrotados que olvidaron en qué bando estaban. Los que creyeron que se habían terminado las ideologías. Los mansos que se apresuraron a brindar con los vencedores anudando una especie de tristeza en sus corazones tratando de olvidar para seguir adelante.
Ahora que todo se desmorona, en una mesa de café ingrato, alguien pregunta ¿Por qué los demócratas no quieren la democracia?
Porque la democracia, en sí misma es un peligro. Porque opinando libremente los pueblos pueden llegar a decidir que clase de soga quieren en el cuello. Me digo, me dicen mientras las cenizas se acumulan en el cenicero libertario que nos congrega.
Las democracias europeas, no quieren que los griegos elijan. Vaya, vaya con la democracia del primer mundo. Mi vecino, me dice los socialistas españoles solo son rojos en las campañas, luego son católicos y de derechas cuando gobiernan. Después de ocho años de gobierno, parece tener razón.
Las empresas quieren más. Los empresarios quieren más. Ahora van por la salud pública y la enseñanza me desliza el mozo que nos acerca la dósis de cafe.
Grecia que había planteado una pregunta a su pueblo, recibió las amenazas reiterada de los dueños de la democracia occidental. Esos mismos, que después dan lecciones de gobernabilidad a los países latinoamericanos.
Por eso el cartel en español de la foto, en plena batalla campal en Atenas, nos emociona a nosotros,  los viejos que andamos inquietos, casi sin sosiego a la espera de la justicia.
De alguna manera el ecándalo con Grecia tendrá su precio, cuando los mercados terminen de comerse la tajada de este país. Cuando vengan por el resto, al darse cuenta de lo fácil que ha sido todo y de lo fácil que será.
No hay posibilidad de preguntarle al habitante de a pie si quiere ser un esclavo toda su vida. Mientras los políticos sigan siendo los amanuenses de los poderosos y en nombre de ellos, hagan negocios y dividan las ganancias. Mientras eso siga ocurriendo, los pueblos seguirán sometidos a esa especie de traición consentida. A ese juego de engaños.
Digo.
Somos lenguaje. No hay casualidades. Somos lo que hablamos y de ahí, que cuando recordamos asesinamos la verdad. La recortamos y ejercemos la manía como herramienta eficaz para construir lo que deseamos. Somos deseo. Buscamos acordar con lo que fuímos, aun a riesgo del grotesco. La construcción del deseo desde ese lenguaje que nos construye todo el tiempo no nos plantea nada más que la muerte.
Queremos parecer a cualquier precio por eso nos regodeamos en el fetichismo de lo ilegible. Negamos la intemperie, el afuera mismo y nos consolamos en una especie de arritmia de la desesperación.
Hago un punto.
Una vez hubo un hombre, que escribía, que pensaba y que desde su puesto creía en un tiempo de justicias. Ahora que muchos culpables van camino de la cárcel, me acuerdo de Roberto Santoro.

Escribía:


LAS COSAS CLARAS
mi voz está en su sitio
el corazón sabe algo más porque me duele
por eso digo:
terrible oficio
es repartir equivocadamente los abrazos
y que el alma viva entre perros hambrientos
uno de mis errores
fue creer que todos éramos hermanos
y ahora
no se le puede cambiar el horizonte a la nostalgia
hay que olvidarse de las viejas sonrisas
y andar con el dolor a cuestas
para que sirva definitivamente
nunca dije
mi lágrima fue grande
sufrí
no me quisieron
cada uno conoce su dolor
y sabe de qué manera hablarle a la desgracia
que venga la vida y me golpee
de nada vale cerrar los ojos
un hombre dormido
es un dolor que descansa
es duro el amor cuando se niega
un día sin embargo recuesta sus abrazos
apoya su misterio en mi cabeza
y me lleva a vivir al primer piso de un incendio
no comparo
simplemente doy mi fruto
y espero
la semilla más humilde
puede brotar el fuego o la hermosura
si estoy acorralado entre dos besos
decido acurrucarme al pie de mi corazón
y sueño
soy triste hasta los zapatos
a la hora del té
mi alegría se sienta y llora conmigo
pero sostengo que un día
aunque el amor sea el hermano implacable de la lluvia
de mi casa a tus ojos
no habrá naufragios

Lo fueron a buscar al colegio nocturno en donde trabajaba, lo sacaron a rastras y lo metieron en un auto. Los alumnos quisieron defenderlo, pero los lobos iban armados.
Nunca más se supo del poeta.  Ahí quedan sus libros, ese amor desmedido por la vida y la justicia. Ese tiempo nuevo que galopaba a nuestra par, paso a paso nos seguía la vida por aquel entonces, por aquellos años.
Para ellos era una guerra. Para nosotros una revolución. 
Santoro era poeta. Miraba el mundo desde una palabra, nos regalaba sus palabras y crecíamos enredados en ellas. Algunos, después nos fuímos del barrio. En algunas mundanzas quedaron algunos libros pérdidos, en otras esos libros eran lo priemro que guardábamos para la nueva biblioteca rebelde que habríamos de fundar.
El tiempo pasó y de a poco nos reencontramos algunos. Ahora nos quedan algunos poemas sueltos, que al releerlos nos vuelven a entibiar el corazón, a sentir su mirada y oir su risa.
Se llamaba Roberto Santoro, era poeta y creía en la revolución. Lo fueron a buscar y lo encontraron como siempre, solo y trabajando, como suelen hacer los hombres de bien, algunos valientes y los poetas que saben el valor permanente de las palabras y el mundo que definen, algo siempre tan ajeno a los enemigos que no saben ni comprenden el valor de las palabras.
Digo.
Mientras tanto, mientras el tiempo enviuda, leo con fascinación una novela de un gran escritor. Leo la vida de padre e hijo, buscando alternativas. Me asomo a la vida a dos personas, que escapando buscan encontrarse. En un mundo en donde no hay demasiado tiempo. En donde todos estamos hipercomunicados, ubicables, sitiados por la tecnología del último aparito que nos hará más felices, más anestesiados, más histéricos.
Mientras todo esto pasa, me encuentro frente a frente con una historia que me conmueve. 
La vida de los Baciagalupo en el norte lejano, en un norte ajeno. La vida de ellos contada con amor por John Irving. "La última noche en Twisted River" se llama. Es noble, es buena, notable.
Es una historia que se agradece, a pesar del tamaño, es un inmejorable ocasión para descubrir ese apego que tienen ciertos escritores por las buenas historias contadas al borde de un fuego que cobija al mundo de tanta desazón. 
Una historia de amor. Una gran historia de amor entre un padre y su hijo. Un recorrido por lo más absurdo del mundo. Hoy, aquí y ahora una historia que nos define. Somos lo que leemos ¿Lo somos? Si somos lenguaje, bien podemos ser lo que leemos, bien podemos ser las historias que cuentan otros. Nos leemos y nos evocamos de forma constante. Nos definimos entre todos, la locura no es un hecho aislado, nos precede y nos cobija. Somos lo que nos cuentan, lo que nos narra en definitiva. Lo que nos dibuja a contraluz es lo que el otro nos enseña, lo que nos forma y de lo cual emergemos con rastros del otro. Somos ese elemento que nos hace dirimir todo lo que haya por dirimir.
Sabemos el final, por lo tanto y mientras tanto intentamos perdernos en historias que a la larga, son siempre la misma.
Vuelvo.
Una novela perfecta de un escritor metido en la mejor tradición narrativa. Una historia que conmueve, que acompaña y que permite la emoción.
Por un momento, antes de dormir o en el autobús, sin teléfono ni red social, recorro junto con Danny la vida que vive al lado de su padre cocinero. La vida que de por sí, no es poca cosa. Ahí en dos personajes de Irving, recomponen algo de un paisaje que se pierde, que se reconquista y que termina siendo eso que algunos atrevidos suelen llamar vida.
Buena novela, impecable y en las antípodas de aquello que aquellos modernos de siempre exigen del arte creativo. Una novela tradicional en lo narrativo, pero con una vitalidad que abisma.
Recomendable para aquellos espíritus inquietos y con ganas de retozar en las buenas narraciones que tanto nos vienen haciendo falta.
Mientras tanto el domingo acaba, llueve y el frio se adueña por esta noche, de la ciudad casi desierta y ajena.

sábado, 29 de octubre de 2011

La vida como siempre

A veces algunas obsesiones tienen un valor extraordinario para aquellos que suelen perseguirlas en el arduo mundo que nos somete. John Berger un escritor que hay que leer y comprender en toda su necesaria obra, vivió mucho tiempo sujeto a esta imagen.
Un hombre caminando bajo la lluvia, que, representa con su cuerpo toda su obra. El hombre se llamaba Alberto Giacometti. Y simplificando mucho, tal vez demasiado, pienso, el artista es nada menos que su obra manifestada. Ese hombre que se cubre mientras cruza una calle de París, a lo mejor es como su visión artística. Sus esculturas son él, pese al blanco y negro de la vieja imagen del Paris-Match, pocos años antes de su muerte.
¿Pero qué forma la obsesión de un hombre que mira un detalle de la vida de otro?
Con el escultor suizo, se arriba a la cima de la modernidad, nos dicen. Con su obra se radicaliza la mirada, se hace menos complaciente y arrastra esa falta de atributos que posee al hombre moderno. Sus figuras se estilizan en metales, tornan infrecuente la disposición de comprender esa alegre y terrible forma andante de una era, la modernidad y de toda su tragedia devoradora. Giacometti, nos dice él desde su cuerpo, en su trabajo, que en definitiva su escultura era sobre la nada y era sobre todo.
Ese hombre cruzando una calle bajo la lluvia. Ese atributo de ser semejante a su deseo. Ese breve instante en donde se conjugan lo hecho con lo que se es. Porque en realidad como decía alguien la realidad es razón y en Giacometti y después en John Berger esa realidad se entremezcla con la vida, se nutren y se devoran como siempre se hace con los hijos o con los buenos amores.

Digo.
En el interior de la modernidad solo vive la contradicción. De ahí, en ese gesto a lo mejor radica el curso que se sigue casi a ciegas. Mejor dicho a ciegas secamente. Hemos comprendido que la perfección no existe al no existir ningún dios que lo pruebe. Somos sujetos a la pasividad, nos dejamos e insistimos en esta feria trashumante que nos informa, que nos tiene sujetos, no como sujeto, sino como rehenes de algo que nos hipnotiza.
Nos ofrecen, nos informan, nos comunican y miramos, desde afuera como conseguir un poco más de ese algo que se nos ofrece. Porque sabemos de sobra que el capitalismo es enemigo terminante del goce y sin embargo la invitación al goce, tiene su lateralidad. Nos conmueve el arrebato pero nos quedamos con la tele encendida esperando.
Creemos que consumiendo, en el hecho de consumir, nos desinstalamos del circuito que nos cobija, para acercarnos al otro, a aquel que nos permita triunfar, dejar de ser un perdedor y pasar a formar parte de esa fantasía del mal gusto que siempre son las clases dominantes.
Por eso soñamos con trepar, una escalera interminable. Ser mejor, tener mas que el otro. O tener al otro a como de lugar.
Envidiamos y deseamos. Somos objetos deseantes, que queremos ser deseados o seguir deseando.
El que nada tiene, quiere estar más arriba en la escala nominal. Sacar la cabeza por sobre el resto.
Volvernos importantes, sentirnos importantes por rangos, edad y otras estupideces. Creernos demasiado.
Estirar el cuello para ser visto y para ver.
A lo mejor desear lo del otro es sencillamente desear al otro...
Pero esa ya es harina de otro costal.

Digo.
ALLEGRO

Toco Haydn después de un día negro
y siento un sencillo calor en las manos.
Las teclas quieren. Golpean suaves martillos.
El tono es verde, vivaz y calmo.
El tono dice que hay libertad
y que alguien no paga impuesto al César.
Meto las manos en mis bolsillos Haydn
y finjo ser alguien que ve tranquilamente el mundo.
Izo la bandera Haydn -significa.
"No nos rendimos. Pero queremos paz".
La música es una casa de cristal en la ladera donde vuelan las piedras, donde las piedras ruedan.
Y ruedan las piedras y la atraviesan
pero cada ventana queda intacta.

 Este año los suecos nos dieron un regalo formidable, eligieron a un poeta secreto, un poeta notable. Un hombre que se quedó sin habla y que escribe desde ese silencio. Un hombre que se detiene en el ritmo, que entrecorta la respiración y medita.
Tomas Tranströmer un buen día decidió distanciarse de sus compañeros de década, de sus compañeros de generación poética,  así comenzó a alejarse de los temas sociales, de los temas de denuncia para adentrarse en un espacio leve, casi silencioso. De a poco, fue, es, uno de los mejores poetas de Suecia. Un poeta que pocos conocen y que sorprendió al mundo entero.
Algunos se dirigieron casi furiosamente a las librerías para rastrear títulos de este hombre, que en 1991 perdió la palabra a causa de un derrame, que también le paralizó la parte derecha parte de su cuerpo. Que le obliga a llevar el brazo derecho plegado como un ala sobre el pecho.
El cuerpo afectado. La palabra viva. La palabra que sigue su curso, que se eleva como objeto deseante. Que estructura desde la palabra y demuestra que ninguna es inocente. Que el lenguaje nunca es inocente.
O por lo menos eso suelen decir los que saben.
Tranströmer trabajo como psicólogo en una prisión. A los privados de cuerpo se acercó buscando sus palabras. Ese discurso sostenido por aquellos que están ocultos a la sociedad. A los presos, a los deshechos de la sociedad, los descartes que siempre se ocultan detrás de barrotes y altos muros.
Pero hay otros datos.
Desde 1996 no era premiado ningún poeta por la academia sueca. La poesía había sido acorralada. Olvidada en el desván de las cosas sin interés. Por eso es doble esta alegría.


NOCHE-MAÑANA

El mástil de la luna se ha podrido y la vela arrugado.
La gaviota flota ebria, más allá, sobre el agua.
El pesado cuadrilátero del muelle, carbonizado. El matorral se
    doblega en la oscuridad.
En la escalera. El amanecer golpea y golpea
en las verjas de piedra gris del mar y el sol crepita
cerca del mundo. Semiahogados dioses estivales tantean
    en niebla marina.

Digo.
Ya va siendo hora de comenzar a pensar que aquellos, que fueron dueños de vidas y haciendas en Argentina, pasarán lo que resta de sus vidas en prisión. Cadenas perpetuas para los asesinos, que confiaron en la impunidad y en los supuestos lazos fraternales con los civiles que los apoyaron.
Civiles que en algún momento habrá que comenzar a tener en cuenta a la hora de la justicia.
Aztiz, el tigrecito Acosta, Cavallo, son las muescas que llevan nuestras memorias.
Condenados por tirar gente viva desde los gloriosos aviones de nuestra marina de guerra. Expertos en la picana eléctrica en testículos y vaginas de peligrosos enemigos maniatados en flejes de metal, para que el fluído recorriese toda la humanidad posible.
Audaces violadores de enemigas también maniatadas. Probados combatientes en el robo de bebés recién nacidos.Valerosos soldados en el secuestro de gentes indefensas. Altivos defensores de la patria comerciando con bienes robados a sus víctimas.
Nunca un combate, ni siquiera un mísero intercambio de disparos contra tropas enemigas. Siempre los muertos los puso el otro lado.
Suena "Idiot Wind" de fondo.
A lo mejor entre tantos motivos que subyacen en el triunfo abrumador del domingo 23 de octubre, esté, entre todos ellos, que un día un presidente argentino decidió acabar con la impunidad, con la hipocresía de una parte de la sociedad más que dispuesta a coquetear, cuando las cosas no son como ellos quieren, con los asesinos a destajo de siempre.
A lo mejor, un porcentaje de esa avalancha de votos, tenga que ver con la memoria. Con el no haberse resignado, con el no haber cobrado indemnizaciones, con el no haber traicionado, con el no haber retrocedido.
Cierto es que en muchos momentos de esta democracia, parecía que la soledad nos cobijaba. Cierto es que por momentos, al verlos sonrientes, bailando en discotecas de lujo, uno debió combatir como pudo, tanta desmoralización recomendada.
A lo mejor, muchos los que el domingo fuímos a votar por este proyecto de inclusión social, lo hicimos en nombre de los compañeros, por eso este miércoles a conocerse las condenas a los genocidas, una sonrisa nos recorrió la espina dorsal de esa memoria colectiva, combatiente, que nos mantuvo a todos, juntitos cuando los incendios y las tormentas, nos dejaban solos, sin caballo y ne medio de la noche.

Digo.
Escuchando a Bob Dylan, descubro que Barry Feinstein ha muerto. Fotógrafo, editorialista mediante la imagen, Feistein fue el hombre que plasmó el rock en blanco y negro o en color. El hombre que retrató como pocos la cara de ese regocijante mundo de los años sesenta dentro del mundo del rock and roll.
 Ahí está Bob Dylan en el comienzo de la rebeldía a mediados de los años sesenta. En el paso de un amable cantor de canciones de protestas a un iracundo con guitarras eléctricas, dejando atrás a muchos seguidores desilusionados y atrayendo a otros, menos adictos a las buenas y virginales costumbres.
Feinstein fue su fotógrafo durante muchos de esos años. Lo retrato y lo expuso desde una forma diferente. No era el héroe envasado, era un tipo que hacía canciones nada más. Dylan no aspiraba ni aspiró a conducir ninguna revolución. Solo quiso cantar y a su manera, construir una parte de aquel mundo nuevo que por aquellos años parecía estar a la vuelta de la esquina.
Pero, el cambio estaba en el aire. Nada era estático, salvo los dueños del poder y sus sirvientes. El resto, buscaba una transformación, un nuevo aire que surcaba los cielos de aquellos años.
La contracultura iba poco a poco, desterrando viejos fantasmas. Algo iba cambiando bajo nuestros pies. La música, las costumbres, el amor. La definición sobre aquellos que se ubicaron en la vereda opuesta. La época era de cambios y los cambios ocurrieron.
Fueron años de torrentes. De transformaciones, de olores nuevos. Músicas que llenaban la cabeza a aquel que se mantuviera despierto en cuestiones nuevas.
Suena ahora "Shelter from the storm".
La última foto en vida de Janis Joplin fue realizada justamente por Feinstein, el día anterior a su muerte. Foto que después sirvió para la tapa de su disco "Pearl",  el último disco de ella. Joplín recostada sobre un sofá, sonriendo.
Con una facilidad. Con una tranquilidad que hoy sabiendo, no deja de
ser una parte más de esa fotogrfía que a principios de los años setenta estuvo entre nuestras inexpertas manos.
O acaso cuando uno habla de cádaveres exquisitos, no se refiere a esa posibilidad cierta que arañan siempre los adolescentes y la muerte en un baile o danza que se baila desde siempre para explorar esa posibilidad de dolor que nos tenemos reservados a nosotros mismos.
Por ahí camina la figura fuerte de Arthur Rimbaud, marcando la pista con su propio cuerpo. Dejando la placidez del mundo perfecto de la poesía para ser un aventurero en el África, contrabandeando armas y otras esencias. Abandonando una de las mejores y rotundas obras que marcaron el mundo cortés de la burguesía devoradora de sí misma.
Pero vuelvo a Joplin y su cuerpo.
41 años después de su muerte, sigue sonando su música, esa garganta quebrada sigue rasgando los dobleces de la noche. Hastiada de sus vecinos, invadida por ese espíritu libertario que despojó ciertas máscaras en los años sesenta, se fue a San Francisco a vivir. Y vivió.
Feinstein estuvo ahí para certificarlo. Para dejarlo congelado en un momento. Una fracción de segundo, un breve pestañeo. Una suave ráfaga y una imagen queda detenida para siempre en la memoria colectiva de miles.
A lo mejor porque la fotografía es la memoria plasmada en un papel. Sujeta a la eternidad sin poder dejar ser traspasada por los años. La foto permanece como rastro. Como marca o mejor dicho como discurso que es adjudicado por nuestras intenciones a una etapa de nosotros y nuestros cuerpos.
Hago un punto.
En volumen cero, la tele de golpe me lanza la imagen de Walter Vidarte. Tenía ochenta años y el cáncer lo derrotó en esta lejana Madrid.
Me acuerdo de "Alias Gardelito" cuento de Bernardo Kordon y llevada al cine por Lautaro Murúa. Walter hacía de "Picayo" el cómplice, el secuaz de Gardelito. Película que pone en blanco y negro, la obsesión compulsiva por la altura.
El ansia de trepar, de "ser" alguien.
Pero vuelvo al uruguayo Walter Vidarte que se murió hoy.  Esta ciudad que era la suya y en la cual recaló cuando las bandas armadas de la derecha lo fueron a buscar a su departamento de Buenos Aires.
El junto con otros, encabezó la larga marcha de aquellos que debieron abandonar todo para salvar el pellejo.
Actores, intelectuales, hombres del pensamiento debieron salir casi con lo puesto por el único delito de pensar un mundo mejor. Un mundo en donde la solidaridad y el respeto por el projimo eran las esencias del mundo en cambio.
Walter como muchos otros, en su momento eligió de que parte del muro quería para si. Y eligió como muchos, como los mejores de la historia, estar del lado de su conciencia, del lado de su corazón.
Y como sabemos, el corazón a pesar de muchos, sigue ubicado del lado izquierdo.
Nada más.

martes, 25 de octubre de 2011

Un luminoso día de justicia

En algún momento del domingo me detuve a pensar. A recordar momentos y sobre todo sensaciones que me cobijaron durante largos años. Acompañado por esos bailes de la historia, fuí a votar en una desangelada Madrid. En una otoñal tarde llena de fantasmas, de gestos no entendidos, de palabras no correspondidas.
Se, por razones que a veces solo conozco, que debía votar el domingo. Se que debo volver a explicar una idea política en un país, España, que no tiene demasiada idea sobre la política. Presumo que debo volver a intentar decir, que el puesto de lucha siempre está del lado del más pobre, del que menos tiene.
Pero suena impreciso, lejano y hasta un poco gilipollas.
Ser peronista es una especie de travesía permanente por un desierto siempre demasiado ancho y terrible. Es estar sujeto a traiciones, sabiendo que siempre las habrá. Que no es un todo y que ninguno piensa como ninguno a la hora de elegir los enemigos. Porque en el peronismo siempre se tiene enemigos no oponentes, algo que siempre suele ser nombrado en las diferentes y modélicas fuerzas políticas democráticas y al uso de los países civilizados. Y eso en el peronismo se sabe. Se aprende, se vive
Invariablemente cada vez que el peronismo fue desalojado del poder, se hizo con un alto costo en vidas, prisiones y exilios. Es que al peronismo se lo combate siempre a fuego y sin clemencia, porque al decir de un demócrata la clemencia es la leche de los tibios.
Digo.
El domingo se explica como el resultado de una política plena. De una política que convive con los argentinos desde hace mucho. Del juicio a los genocidas, de las políticas pensadas para los que no tienen ni políticas. De la solidaridad ejercida como un mandato. Surge de la confrontación entre los que desguazan el estado y aquellos que se presienten orgullosos herederos de los padres de la patria y el resto. Ese que casi nunca tiene voz ni amparo. Que no conocen la justicia pero que se reconocen en el color y sus hambreadas esperanzas con el resto de un continente que combate por el minimo respeto de ser lo que siempre han sido.
Esos desheredados que roban, que cortan las calles, que molestan y que encima pretenden ser iguales al resto de argentinos. Habitantes de esa especie de esperanza blanca que se llama la argentinidad.
¿No se explica? El reparto del PBI en partes iguales entre empresarios-corsarios y trabajadores. La asignación por hijo, la obligatoriedad de la educación, los planes sociales. El orgullo de un trabajo digno, de una jubilación también digna.
Faltan cosas. Quedan cuestiones. Pero a lo mejor, el domingo algunos votamos por una imagen inédita en un país también inédito. El anterior presidente, con que se inició todo esto, un buen día puso de pie la dignidad de muchos argentinos.
El como presidente democrático hizo descolgar el cuadro de un genocida. Llamó a un general y lo hizo subir a una silla para que bajase el cuadro en el centro de estudios de los mismos militares.
Gesto profundo y mal que les pese a muchos, defensor de la democracia, a la cual muchos defienden desde la comodidad y cuando conviene o cuando se sienten invadidos por esa terquedad que siempre suelen ser sus derechos. Los mismos que aplaudían a rabiar a los defensores de la patria, secuestrando, violando o asesinando o a aquellos otros, que siempre piden volver a los designios del banco mundial, a achicar el estado y el que no se escondió que se embrome.
Son, siempre suelen ser como aquellos tíos que se creen importantes. Que se escudan en su edad o grado de pertenencia para no entender que la historia pasa siempre por otro lado.
Tíos que suenan progres y a la hora de la espada dicen no saber nada. Personas que resaltan su importancia a fuerza de declamaciones por ser incapaces de involucrase con los distintos diferentes.
Digo.
El peronismo sigue siendo el hecho maldito. Apenas se soporta que una mujer les gane. Como no soportaron a aquella otra, que desde su puesto de lucha los estigmatizó. Los denunció y los humilló. Esta presidenta no es ella. No es Eva Perón. Pero es mujer y para esa parte de las nuevas minorías políticas argentina es apenas una mujer de mala vida, una mujer pública, una taimada, una meretriz en el imaginario machista de hombres y mujeres que soñaban antes del domingo con la derrota de ella y de su proyecto.
A lo mejor va siendo hora que nos gobiernen las putas, porque sus hijos hasta el momento han fracasado y traicionado a destajo.
El peronismo no se explica. No hay certezas en el, nunca las hubo. Solamente unas pocas coordenadas para hacer de la política la herramienta de la igualdad. El compartir unas señas de identidad, que reflejan partes de aquellas luchas y de estas nuevas que vendrán con el paso del tiempo. A lo mejor ser peronista no es nada, es solo una contradicción que se desenvuelve a cada circunstancia, que se torna parte de una parte importante de los habitantes de ese país.
A lo mejor los burgueses tienen razón en eso de fusilarnos, de hacernos desaparecer, de no querer que votemos ni que cantemos la marchita. A lo mejor los poderes de los países desarrollados nos ven como enemigos infrecuentes, incorregibles, que de tanto en tanto insistimos con esto de combatir junto con los mas pobres en contra de tanta palabra, de tanta traición, tanta cobardía y tanto tipito que se cree importante.
Una cosa es cierta para mí.
Después de muchos años de tratar de explicar, el domingo me cansé. El que quiera entender que entienda, el que no, que siga leyendo los mismos periódicos y siga yendo a misa.
Digo.
Se, siempre supe que clase de país quería dejarle a mis hijos. Era una especie de sueño. Hoy se que clase de país tendrán mis hijos en los próximos tiempos, quienes juntos a sus hijos tendrán algo para recordar. Para bien o para mal, ya nada será igual. Podrán reirse de la viudez de la presidenta, volver a escribir viva el cáncer o quemar fotos de ella. Lo cierto es que este proyecto, con el nombre que se quiera, incluye pro primera vez y no excluye como es frecuente en las escuelas políticas modernas.
Este proyecto desarrolla la solidaridad desafiando a los inteligentes de siempre. Apuesta por la dignidad de aquellos que nada tienen y preserva una forma de hacer política, como siempre debió ser.
El resto, para entendernos necesita de la falta de prejuicios y la amplitud de entendimiento, para descubrir qué es lo que nos pasa a nosotros, los argentinos, tan europeos y tan blanquitos que somos y tan llenos de peronistas.

sábado, 15 de octubre de 2011

Postales madrileñas

Otoño
Día 13

Con un sol inexplicable, este otoño se revuelve a fuego lento. Cambian entonces las costumbres, ya deberíamos estar más cerca de ciertos abrigos, mientras seguimos en sandalias y camisetas.
Los vecinos se preguntan si esto también tiene que ver con la crisis. El capitalismo hace aguas y el sudor sigue heróico en octubre.
Se vienen las elecciones, allá en Argentina y después aquí en España. En algún sitio habrá sorpresas no se sabe si buenas o malas, pero las habrá que duda cabe.
Por aquí campea cierto disconformismo, cierta náusea rodea los hechos políticos de los políticos mas preocupados como siempre en solventar sus carreras cortas que en pensar en los demás. A lo mejor
España comienza a cambiar después del 20 de noviembre y descubre, que otra realidad es posible o acaso preferible. Los mercados siguen siendo los dueños de todo lo que se mantiene sobre el mapa del mundo y por ello, ordena y pide ajustes y expulsa a aquellos que no pueden pagar sus hipotecas en plazo. Se otorga el derecho de pernada y dictamina sobre aquellos que quieren decidir por sí mismos.
A lo mejor la rebeldía llega ahora a descifrar ciertas cuestiones. A lo mejor, este año será crucial para las aspiraciones leves de la mayoría que se expresa en las calles. No piden la revolución ni siquiera la expropiación de tierras. No piden por el fin de la propiedad privada ni todo el poder para los soviets. Solamente piden un sitio en la distribución de algo que se están perdiendo.
Y está bien que así sea. Es poco, casi nada pero por lo menos piden algo.
Mientras tanto la vida sigue.
 Se vienen los ajustes, se viene el desmonte ese popular sentimiento de bienestar que mantuvo a casi dos generaciones de habitantes conformes y contentos. El estado se sabe, es enemigo de todo por eso, la crisis deben pagarla ahora aquellos que disfrutaron esos largos años de médicos gratis, de remedios a mitad de precio y si es necesario cobrando menos paro.
El que se caiga ahora de la escalera se quedará colgando del pincel hasta nuevo aviso.
Mientras tanto en el tercer mundo la vida sigue como puede. Los hambreados de Africa, deberán esperar hasta que los mercados disciplinen a los díscolos habitantes del primer mundo, para que alguien vuelva sus ojos hacia ellos.
Me preparo unos mates y dejo que la tarde se vuelva violeta, se haga historia.

Día 14

"Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo 'tal y como verdaderamente ha sido'. Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro". Leo lo que piensa Walter Benjamin.
Me quedo pensando.
Tomo entre mis manos el notable trabajo, el libro necesario de José Pablo Feinmann "La Filosofía y el barro de la historia".

Celebro haberlo comprado en su momento y haberlo reservado para este otoño raro, extraño y disparatado. El placer de su lectura, la sensación de estar charlando con alguien, la placidez y las ganas de seguir leyendo a destajo. De robarle horas al sueño, de no distraerme por nada del mundo de lo que dice Feinmann, de lo que enseña de sus caminos por la filosofía. De hacerla más viva y de descubrirnos a nosotros, aquellos que tocamos de oído, que tenemos lecturas dispersas o conocimientos banales sobre muchas, demasiadas banalidades, partícípes de un viaje extraordinario.
Hacerlo significa entrar en una historia insuperable. La historia del pensamiento, de la pregunta, de la repregunta y de la insatisfacción por las respuestas que vienen cabalgando en cada pregunta.
Libro esencial, hecho con una notable capacidad educativa que nos lleva por caminos plenos.
A pesar de lo que por momentos deja traslucir Feinmann, con que estamos en la periferia del pensamiento o en la lejanía más insensata, hay filosofos que hacen su trabajo en esa distancia. Siempre los hubo. Buenos educadores, que comprendieron e hicieron comprender a muchos desde sus clases, los caminos de la filosofía.
Tal vez no existe una escuela de pensamiento nacional. A lo mejor a partir de trabajos como este, comience a gestarse algo de esto.
Por el momento y como un mensú en plena cosecha, sigo leyendo este esencial trabajo de interlocución con el pensamiento.
También y gracias amigos se, que brinda o suele brindar sus charlas en un espacio de la tele, algo que visto debido al lugar en el geografía mundial que ocupamos, parece mas un chiste que una realidad. Sin embargo él con sus clases de filosofía por la televisión, ha logrado acercar algo tan distante a la televisión como la filosofía a aquellas personas ajenas a ella.
Dicen, que lo hace con un tono y con una naturalidad que desarma. Hablar de Hegel o de Sartre entre tanto despiste que siempre suelen ser los medios de comunicación, es una especie de apuesta brava y categórica.
Entonces me celebro y celebro con este libro aquello que siempre me sedujo. La odisea del pensamiento, la necesidad de avanzar y avanzar sin ningún dios por encima de nuestras cabezas.

Día 15

Sábado en una ciudad que se resiste a los fríos de un otoño lejano aún. Los árboles confundidos y las cigüeñas también confusas, postergan su cambio de follaje o su cambio de paisaje.
A lo mejor este otoño caliente con la gente en las calles, sea el nuevo signo de los tiempos. Vendrán tiempos de cambio, ya nada parece querer ser como lo era.
Las calles se lavan al amanecer, la gente vuelve a pensar que esto, que todo esto habrá de pasar. Un mal sueño perciben los habitantes del reino, que los obliga a cuidar el centavo, a morigerar el gasto que tanto los acompañó desde casi siempre.
Habrá cambios de costumbres. Se modificarán ciertas apetencias los que deban modificarlas, pero hay una porción que como siempre suele ocurrir, no se privarán de nada seguirán ostentando y disfrutando como lo han hecho siempre.
Sin dudas estos serán los receptores de la inquina. Se sabe que la lucha de clases siempre es por una patata de más y por ahí comienza.
Nada parece tener solución. En lo inmediato los fascistas se preparan a ganar las elecciones y a proceder para gracia y alivio de la parte sanita de la sociedad.
Mientras tanto en el cono sur, un proyecto obtendrá un buen porcentajes de votos, para continuar con un camnio que incluye. Algo de eso es lo que se suele extrañar por estos lares.
Por suerte hoy es sábado, hay fútbol y todo se posterga como siempre hasta el lunes.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Uno vuelve siempre

A veces existen escirtores olvidados, que ya nadie casi lee, a veces a estos escritores los leo, los releo, los cuido, limpio de polvo sus libros, los sostengo en la palma de mi mano y nos miramos. Me preocupo por él porque nadie lo hace ya.
A veces, solo a veces las historias se cuelan en la rutina y brillan como el sol de otoño. Recorro las líneas creadas por el autor, tomo al azar un párrafo y descubro la angustia, no como una maldición, sino como una certeza perdurable en la obra de un escritor que como él, se resiste a la línea mayor de las academias que encomian y decretan primeros puestos de la nada.
Antonio Di Benedetto, de él se trata, es un escritor argentino que sorprende a cada paso dado en la búsqueda de ese algo, que siempre colmó de inquietud el espacio creativo de aquellos que querían encontrar otras voces, otras sendas. Creador de mundos cerrados, de recreaciones interminables, de simples narraciones llenas de pistas, vestigios de una escritura que conformaron una obra totalizadora, viva y con güiños frecuentes a la fantasía, casi la misma fantasía que enfrentamos los mortales a los que nunca les sucede nada.
Digo.
Cuántos hechos realmente notables, extraordinarios suelen ocurrirnos? Qué sucesos impactantes marcan nuestras vidas a lo largo de nuestras vidas? Cuáles hechos decisivos modifican nuestras vidas de forma terminante que las mismas sean diferentes después de ese hecho? Si reflexionamos a conciencia veremos que no conocemos la realidad sino que simplemente nos habituamos a ella. Entonces y por momentos al no ocurrirnos nada significativo por contar, lo que contamos de, sobre nosotros son simples manías, porque somos adiestrados durante nuestra vida en la estupidez y termina, como no, convirtiéndose en nuestra segunda y perfecta naturaleza.
De esto sabía Antonio Di Benedetto. Escritor secreto, profundo y definitivo. Solo falta entrever su obra. Hacer un recorte en el mundo ajeno, virar sobre el lenguaje y detenerse un momento en los mundos de este escritor.
No es tarea fácil entrar en Di Benedetto. Plantea desde el inicio una evaluación diferente. La fantasía es una parte de esa narración, la filigrana se descubre después cuando se llega a la conclusión de la quietud.
"Zama", transcurre en una espacio de tiempo lejano marcado por nueve años. Un burócrata espera, Diego de Zama, que llegue el traslado a una ciudad colonial más importante, algo que esté a su altura, a su idea. Un sitio que le permita traer a su familia a ese nuevo territorio. Mientras pasan los años, busca en las pocas mujeres blancas remediar esa tristeza que como el paisaje lo ahoga, la melancolía de un destierro de un soldado sin guerras, un creyente de los viejos valores burlado por una corona distante y discapacitada.
Escrita en 1956, "Zama" no pretende ser una novela histórica, no lo es de hecho a pesar de la ambientación, a pesar de haber sido vista así en su momento. Porque ese realismo que recorre una historia se desfleca, se hace flecos, el aire de misterio, la tensión o las ensoñaciones, convierten a este texto uno de los libros esenciales, que sirve para comprender la mirada, que después otros escritores realizaron sobre el doble espejo. Narrar desde las supuestas realidades de habitantes de un mundo desbocado, lejano de los grandes centros, abrasivo y misterioso.
Antonio Di Benedetto, economiza en el lenguaje. Lo empobrece aparentemente y a pesar de este laconismo, crea una escritura particular, eficiente y sorpresiva. Será por ello, que es casi hoy un escritor olvidado.
Perteneció a la generación intermedia nacida después de Borges, Cortázar, Bioy. Comparte con Haroldo Conti y con Juan José Saer tal vez el sitio de lo mejor de la escritura en castellano, en español como gustan los puros que se dió en ese territorio brumoso que a veces se llama Argentina.
Fue periodista en su provincia natal, en la lejana Mendoza. Estuvo preso, torturado y exiliado. Murió en 1986 y la tristeza tuvo el pecho dolorido por mucho tiempo.
Escribió novelas y cuentos. No pidió permiso y se ganó el reconocimiento de aquellos escritores que lo antecedieron, también el respeto de los que vinieron después. Luego el silencio se hizo fuerte y el olvido se hizo flor.
Digo.
Acaban de editar en España, la trilogía inicial de Antonio Di Benedetto. Están ahí, además de "Zama", el memorable libro "El silenciero" cerrando con el notable "Los Suicidas". Tres momentos únicos en la literatura escrita en nuestro idioma. Pero y como esas cuestiones, todavía quedan más libros, mas recorridos por su literatura.
La invención melancólica y rotunda de un escritor que desde lo mínimo condujo a una obra, que muchos desconocen, que muchos merecen conocer por otra parte.
Lejano a los círculos de la gran ciudad a orillas de un río demasiado grande, construyó una obra que no tuvo buena prensa  en la vieja aldea, olvidada capital virreinal, ni contertulios que alabaran la obra de un "amigo". Algo que siempre existió, algo que se niega a morir, debido como siempre a los dueños de la literatura argentina.
Así Antonio Di Benedetto, olvidado en vida, negado entre los mercaderes, concibió una obra ajena al miedo, cercana a la angustia, porque el miedo siempre es miedo a algo, la angustia no. La angustia siempre es la nada y la nada abre el horizonte hacia la muerte, eso dicen.
A lo mejor ese es el secreto de la literatura. A lo mejor ese es el misterio que conlleva la narración, toda narración.
Desembarca nuevamente el escritor en España. Antecede a los queridos Conti Saer. Es momento entonces de seguir los derroteros de estos escritores esenciales, de autores que desde diferentes rizomas siguen buscando agua, minerales y sol para crecer.
El silencio sobre ellos, sobre todo en su país de origen no es casual. Plantearon universos propios, que no contó con el beneplácito de los bien pensantes, de los adalides de las buenas costumbres y los distribuidores de prebendas y medallas.
Antonio Di Benedetto, no es un escritor casual, edificó una escritura eficiente, poética y reflexiva a pesar de cierto laconismo, de cierta economía.
Digo.
A lo mejor es esa pasión por la lectura la que me sigue como un perro mañero o como pajaro corsario que le escapa al alpiste. Sus libros son parte de mi equipaje. Están ahí al alcance, han traqueteado lo suyo conmigo, me acompañan sin hacer barullo. De tanto en tanto, la lectura, toda lectura suele frenar esa desesperación que a veces es el vivir.
De tanto en tanto me preocupo por él, porque nadie sabe hacerlo y además porque era muy bueno.
A lo mejor se trata de eso. De entender algunos momentos de la literatura como lo que suele ser. Una ventana. Apenas un sentido de los tantos que nos han sembrado para ser, con esa segunda naturaleza, lo que quieren que seamos.
A lo mejor es una apuesta de libertad el rastrear historias que, por un momento, nos hagan dudar, nos permitan descubrir las noches embrujadas que siempre nos habrán de esperar.
De eso se trata a veces este misterio de libros.
Mientras tanto, retomo los libros de Antonio Di Benedetto, releo momentos y sonrío a solas con sus palabras. Les quito el polvo extranjero que trata de colonizarlos. Les acaricio el lomo y destejo las tramas de una obra casi secreta de un escritor igual de secreto y silencioso. De letras apenas salvajes.
Como son casi siempre las de algunos hombres que se convierten en paisaje a propósito.

lunes, 22 de agosto de 2011

22 de agosto

Han pasado los años. Irremediablemente. Sobrevinieron, miedos y urgencias, años intensos y desolados. Algunas cuestiones son ya cicatrices selladas, jugando en nuestro cuerpo. De vez en cuando, solemos, deslizar las yemas de los dedos por sobre el surco del costurón y recordar.
A veces los días suelen ponerse negros.
Digo.
El pasado es irremediable. Tendemos a pensar en el como el tiempo mejor. Discutimos desde el y solamente hacemos pie en el barro. Ese puente viejo sobre un río casi seco, es el pasado. Acorazados antes de irnos a cantar al otro barrio, extraemos de el, visiones parciales de nuestro devenir. Creemos que dentro de ese caldo propio, que hemos sido o que parcialmente nos han sido radica la única verdad.
La libertad. Los no límites de una rebeldía romántica. Nuestro puesto. Nuestras verdades irreductibles, esas pocas verdades que nos mantuvieron, que acaso nos mantienen como los mejores, los mas puros, los dueños de la razón que suele clausurar cualquier tipo de discusión.
Fuímos jóvenes. Ni los mejores pero tampoco los peores. Jóvenes. Construyendo una ilusión. Iniciando el asalto a una parcela de viejos, de dueños, de conservadores y militares. De delincuentes bendecidos y enemigos a destajo.
Veníamos de diferentes paisajes en un país, clausurado y proscripto. Llegamos bebiendo el odio del país blanco sobre ese otro país de piel oscura, descamisado, cabecita, de la negrada de siempre.
Como no existen certezas, buscamos el futuro por un caminito en el que dejamos todo. Sangre y nombres. Verdades y mentiras de nosotros mismos.
Eso si, los inviernos por aquellos años, solían ser más duros, grises y casi tristes.
Digo.
El 22 de agosto de 1972. Algunos aprendimos casi sin ninguna dificultad, que el enemigo siempre trabaja a tiempo completo. Que a la hora de acabar el trabajo, ellos, no tienen ningún límite y no lo tuvieron.
Ese día y llevando la historia al nuevo límite, asesinaron a 16 compañeros en una base naval. Eran 19, tres sobrevivieron a la matanza.
Esos datos son los que están.
Pueden ser interpretados, recorridos, prestos a nuevas visiones. Pero están ahí.
Tres mujeres y trece hombres mezclaron sus sangres en un pasillo, rematados uno a uno, como para que no quedasen dudas de los tiempos que habrían de venir en unos años apenas.
Era la continuación del odio de los dueños del país y sus asesinos a sueldo. Intentaban enfermarnos el alma, arrebatarnos  el olor del viento.
Treinta y nueve años más tarde, el corazón de algunos todavía se blinda, como un movimiento imperceptible, como el gorgoteo de la sangre que nos cabalga a veces por el cuerpo. Como una costumbre apenas.
La épica siempre fue para los trovadores. Por eso a lo mejor, no desde la poesía ni desde la fantasía, hay que descubrir que esos muertitos, siguen estando en nuestra mochilas, como los miles que vinieron después.
Digo.
Hoy es 22 de agosto y es como una serpentina que vuela soñando con llegar. El aire por aquellos años era cruzado por sensaciones que nos cobijaban, que nos corregían casi sin final.
Esa noche algunos comprendimos que la cuestión no era morir, sino que era posible. Flacos de miedo supimos que los recuerdos eran solamente para entretenerse si es que llegaba a haber  un después. Esa noche nos quedaba ir hacia el fuego sabiendo que íbamos a la futura ceniza.
Y ahí fuímos.
Milongueando la vida. Acomodando los bultos en el viaje. Olisqueando el aire, andando despacito y por las piedras. Cotejando los rastros y cambiando de rumbo, armados de nuestra memoria paciente. Emponchados de lluvias, sabiendo que vendrían profetas embriagados a vendernos amenazas, a convertirnos en el demonio perfecto.
Les pusimos nombre a nuestros gestos. Trenzamos los nombres y el lazo se hizo de cuero, una lonja que como un reloj con su golpeteo a cada paso en nuestro cuerpo, fue el reaseguro de un no prometido olvido.
Sabíamos que se vendría la niebla y que esta ya de por sí era larga. Que vendrían enemigos con la receta justa para que todos olvidasen. Que vendrían adioses verdes. Que habría de haber desencantados, temerosos, traidores y otros dispuestos a todo con tal de plantar el olvido.
Digo
Ese día los fusiladores de Trelew sabían bien lo que hacían. Ya lo habían hecho,  en otras oportunidades. Pero también preanunciaron que nada sería igual a partir de ese momento. La justicia ya era como siempre y unicamente de ellos.
Porque de alguna forma los ejecutores, intuían que era un mensaje para las mentes más preclaras del país, para los tibios, los alcahuetes, los mediocres, los cobardes. Era, fue, un mensaje para aquellos que desde la noche de las curias, querían una patria blanca, virginal y pura. De ahí saldría la civilidad a darle forma, discursos al exterminio futuro. Porque el futuro era de ellos, no el de la negrada, que es vaga y promiscua. No era tampoco la patria de esos infames que querían la disolución de las instituciones embanderados bajo el sucio trapo rojo de la subversión.
Entonces seguimos yendo, desafiando misas.
La travesía sigue siendo larga.
Mas viejitos, algo más despellejados. Enviudados de desencanto, pero manteniendo el repique casi inalterable. Seguimos como baqueanos en tierra ajena buscando los mejores pastos, las mejores aguas. Por eso y a lo mejor, haciendo un alto en la huella, no por un toro mañero, sino por la necesidad de ejercitar nuestro derecho al recuerdo, recordamos a los compañeros de aquel 22 de agosto y con ellos y en ellos a todos los demás, absolutamente a todos.
Así sin más y saludando con los dos dedos en V, nos decimos para el adentro: ¡Ni olvido ni perdón!
¡Hasta la victoria siempre!

martes, 16 de agosto de 2011

Postales de Madrid

Lunes 15 de agosto

Nada está claro. Desde ya el mundo está cruzado por instantes. Vuelvo a la lentitud, vuelvo a la desconexión, me alejo del estar cerca. Un verano de locos, es este el que azota esta Madrid desierta.
 De fondo suena Alborosie y todo parece detenerse. Un poco, no mucho.
Apago el móvil. Me desconecto del resto del mundo. Hay un calor africano en las calles y los católicos han tomado la ciudad, esperando a su nuevo führer, durante una semana, se perdonarán pecados, se perdonará a aquellas que han abortado y a aquellos que han pagado para que sus pecados sean olvidados.
El sol es abrasador. La displicencia en el andar es casi una técnica. Todo tiene que ver con la gran situación, que nos hacen vivir en estos momentos.
Pero se viene. Claro que se viene. Ese terror por el cambio, ese sueño perpetuo que siempre aterroriza a aquellos que esperan la bendición.
Los periódicos traen malas noticias para unos, para mí, siempre son buenas noticias que tienen que ver con el veneno que nos devora.
Apago internet. Mejor solo, silbando bajito como dicen. Despacito y por las piedras. alguien dice que las mortajas nunca llevan bolsillos. Mientras tanto siguen, despacito, rapiñando. Estafando y como vulgares ladrones, de esos que nunca tienen códigos, siguen juntando dinero. No sea cosa, que mañana llueva café y uno sin paragüas a mano.
Madrid, esta ciudad, se desbarranca. Gasta 60 millones de euros, para que el jefe venga y perdone los pecadillos de propios y ajenos.
Ratas. ¿Cuántas ratas habrá para cada gato? ¿Cuántas nos corresponden?
Y sin embargo, me digo: Nada, nunca nadie puede con la certeza de una idea.
Viene el muñeco y todos quieren estar en la foto. Viene a prevenir el laicismo imperante, a esta ciudad sitiada por el calor y la bronca de no tener trabajo. Viene a repartir hostias mientras cantan los buenos.
Oran para que el calor cese. Les entregan billetes de autobús gratis a los feligreses, mientras los desocupados, deben pagar el nuevo precio con ajuste y todo y sin chistar.
Apago todo. Reivindico la lentitud como una bien propio y miro la seca que rodea a los gatos madrileños. Que es mucha y que siempre afecta a los pobres, mientras otros iguales se mueren de hambre,  no muy lejos de aquí, de donde estoy apagando aparatitos, desconectándome de un mundo que busca, la última novedad mientras rezan, recorren el rosario esperando la simpatía del jefe de todos.

Martes 16 de agosto

Sigue sin moverse el calor. Babilonia es una fiesta. Creo que hay que recuperar el tiempo. La sensación de la mirada. La ternura del abrazo.
Leo.
Eric Hobsbawn escribe un libro fulminante.
Algo es cierto, por lo menos mis nietos no habrán de vivir este capitalismo. Se muere, explota y eso tiene su encanto. Ellos, mis nietos y millones de niños en el mundo entero, no habrán de vivir esta lacra. A ellos, les habrá de corresponder la felicidad de lo nuevo.
Se acaba amigos. Por eso rescato a ese alemán loco que vivía en Londres que describió otra posibilidad certera.
"Como cambiar el mundo" se llama el trabajito. Algo es cierto, después de tanta sangre, de tanto muerto, herido y expatriado se viene un desplazamiento de paradigma. Algo, por suerte ya no será lo que era. 
Los cambios vienen, cargaditos de preguntas y casi sin respuestas.
Se viene el estallido decían los del pijama en plena pizza con champagne. Y ahí estamos.
De a poco hemos redescubierto que el capitalismo no es la única respuesta, sino la pregunta.
Durante los últimos veinte años, compañeros, sus muchachos creyeron a fe ciega que la historia había terminado.
sin embargo, hoy, nada de esto es sostenible. El proyecto hace aguas por sus costados. Nada se sostiene y sin embargo, los teóricos del libre mercado siguen preconizando políticas de ajustes, de reducción. Siguen dándole palos a aquellos que quieren lo suyo. Siguen incrementando presupuestos en represión, comprando balas de goma, carros hidrantes y chalecos antibalas. Así, construyen el caminito a la nada.
Por eso y otras tanas cuestiones. Vuelvo a leer a Marx. Carlitos para los amigos y trato de volver a creer.
Pero no soy el único que ha vuelto a sus páginas. Ventas masivas en Berlín y París, hablan de la actualidad de un pensamiento.
Seguramente las vírgenes de toda virginidad, volverán a pensar en generales y comisarios.
Seguramente en la previsión de cirios y hogueras, algo se está moviendo de sitio. Algo que siempre estuvo en la razón de justicia.
Es que el capitalismo tardío sigue encadenando crisis tras crisis sin tener a nadie, mejor dicho sin tener otro modelo al cual echarle la culpa del desfasaje.
Ahora suena en mi equipito Alfredo Zitarrosa y la vida cambia de color y uno tiene ganas de volver al monte.
A esto le sigue "Milonga del tartamudo", y uno se pone cachondo pensando que se viene la polvareda. De aquellas sangres estos días en donde uno, yo, espero que la cosa cambie, para la felicidad de los niños que viven y los que vienen, abrazaditos y con los dientes apretados.
Los ricos, los ricos como siempre, que esperen las cenizas que vienen con hambre.
Mientras tanto y como para no desesperar, carlitos sigue estando ahí para que nosotros tomemos aliento y sin internet ni móviles apuremos el trago, que el viento huele a gloria y eso tiene su mérito.
Lo cierto y la alegría que me entibia, es que mis nietos, nietitos dulces, no habrán de vivir esta historia de dolores que hemos vivido hasta el momento.
Algo es algo, mientras tanto nosotros habremos de comernos tanto dolor y seguir fraguando risas y amores.
De eso se trata. Nada más ni nada menos.




viernes, 12 de agosto de 2011

La vida en cuadritos

Acaba de comenzar la veda política, allá en el sur, allá en mi país. Como una especie de chiste, malo o no casual, acabo de enterarme de la muerte de un gran y notable dibujante argentino. Se llamaba Solano López y llenó, en mí, por lo menos una de esas raras pasiones ocultas, que durante años de agravios y otras violencias me sirvieron para prefigurar algo de mí.
 Con López y tambien con Héctor Oesterheld, descubrí que Buenos Aires, podía ser, bien que lo era el escenario de la mejor ciencia ficción. Cansado de revistas mexicanas, de súper héroes yankees, choqué, me llevé por delante a nuestro héroe nacional: El Eternauta.
De a poco, muy de a poco fuí creciendo con esta historieta, que transcurría en mi barrio, en el barrio de al lado. Pasaba por la estación del tren y tomaba el mismo tren que tomaba Juan Salvo o alguno de sus amigos.
De pronto, buscaba en el cielo la nieve marciana, la invasión mortal. Así solían pasar mis días de entonces.
Pero estaba Juan Salvo. Ahí, dibujado por Solano López que cuadro tras cuadro, enfrentaba la guerra porteña.
Después crecí y las aventuras plasmadas en papel quedaron entre otros papeles. Otras urgencias concurrían por entonces y otras lecturas fueron amontonando polvo sobre la historia de este tipo eterno que se negaba a morirse.
Digo.
La concurrencia con el arte, es un eje que resiste cualquier tipo de políticas. Es tan tenaz siempre la represión que conlleva esta concurrencia que la reacción para con el arte suele ser tremenda, inagotable, desproporcionada, que uno no puede menos que sorprenderse con el hecho de que además de matar intelectuales, escritores, dibujantes, pintores, actores y actrices, siempre suelen, por las dudas quemar todas aquellas obras que pueden arder, para no dejar rastro sobre la faz de la tierra de su claro mensaje.
El fuego vaticano, que le dicen.
El Eternauta, junto con otras obras fueron a las hogueras. Las cenizas, aunque no lo crean, todavía huelen por algunos sitios de esa ciudad lejana.
Pero resueltamente leo, recorro los dibujos de esta historia y descubro e intuyo lo que surge de su lectura en mí. Es que para mí sigue vigente. Audaz, valiente y vaticinadora.
Puesto a sacar conclusiones, digo que: El Eternauta a su manera, adelantó los tiempos que vendrían. Poniendo los nombres que se nos ocurran, cuadro a cuadro es este presente.
Juan Salvo una noche, está en su casa de un barrio periférico de la ciudad. Están su  mujer y su hija y tres amigos. Una explosión ocurrida en el Océano Pacífico narrada por la radio encendida y el súbito silencio, hacen que todos se asomen a la ventana que da a la calle.
Una nieve fosforescente cae del cielo, los cádaveres tirados en la calle y el miedo se unen en el inicio de esta especie de obra maestra dibujada por López y escrita por Oesterheld.
Así comienza, así comenzaba allá por 1957 esta historia.
Después, como siempre suele ocurrir, la historia se habría de encargar de poner las cosas en su lugar. De a poco, unos y otros, fuímos desdibujándonos en la noche. Nuestras siluetas se fueron diferenciando de las sombras y el cargamento de odio, sangre y dolor, habría de colocarnos en situaciones impensadas.
Héctor Germán Oesterheld, el de la foto de aquí al lado, sus cuatro hijas, también en la foto, sus yernos y sus nietos fueron secuestrados por la dictadura militar de 1976.
Por algo habrá sido, solían decir los cómplices de conveniencia por aquellos tiempos.
Oesterheld, tenía algo más de sesenta años y era peligroso para los bien pensantes que alentaban la tortura y la desaparición de personas. Sus hijas, la mayor de 24 años y la menor de 18, también eran seres peligrosos, como aquellos marcianos que dibujara en su momento López.
Digo.
A lo mejor, muchos de aquellos que hoy no están, vivirían con cierto desaliento los tiempos que vivimos.
No podrían entender el paso, cortito, que hemos dado de la solidaridad sin cortapisas a querer salvarnos a toda costa. De ser conscientes de la explotación a no preocuparnos por ella. A ceder nuestros derechos a quienes mucho tienen en su haber, para, total, tener un lugarcito bajo el sol. Seguramente no podrían entender que la dignidad no se negocia mientras negociamos todo, todo el tiempo a fin de no perder lo que tenemos. De estar vivos, tipos como Oesterheld, no podría comprender como hemos pasado a ser todo lo que odiábamos cuando nos enfrentábamos al enemigo, es decir, como nos hemos convertido en ellos en este tiempo.
Clase media al fin y al cabo.
Hoy criticamos los desmanes de Londres cuando es casi lo mismo que ocurre en Siria. Pero a los salvajes los juzgamos y los bombardeamos, en cambio a los desarrolladitos les permitimos hasta que aumentan la cuota de policías.
Es decir, yo te ajusto lo que me piden los poderes que ajuste, recorto y encima te reprimo como si fueses un enemigo del tercer mundo. Te prometo más policía, cañones de agua y gatillo fácil, para que los dueños de este mercado, puedan seguir paseando su desnudez.
¡Ah! Las Abuelas han encontrado a la nieta número 105.
Menos mal que nos queda la memoria. También un par de saludables malas costumbres y la irrenunciable voluntad de la justicia.
Con Solano López se cierra una historia, que está impresa en papel y dibujó con paciencia y dedicación las ideas de Germán Oesterheld, uno de aquellos mejores de todos nosotros.
Mientras tanto, por ahí anda Juan Salvo batallando a la desmemoria.
Algo que hoy por hoy y con lo visto no es poco.