En Zona

domingo, 22 de abril de 2012

La felicidad en camiseta


Domingo en Buenos Aires. El cielo gris y el frío que inicia una gambeta hambrienta, anunciando el próximo invierno. Es otoño, se amarillea el aire. Se funden los colores de la vida y se vienen los tonos a tono con la pasión por estas lejanías. Buenos Aires, se sabe, es una especie de amor no correspondido. Domingo con mucho fútbol, en donde uno se idiotiza mirando partidos que no le interesan, escuchando definiciones supuestamente profundas sobre un juego. Eufemismos, como en todo el mundo. Por ejemplo en España se llama parado al tío que se quedó sin trabajo, cuando en realidad sería más lícito llamarlos derrumbados, derribados. Parado, en pie, erecto. En fin delicias de un domingo de mucha música, lecturas y sonrisas a pesar de todo.
A lo mejor entiendo que este sobrevivir nos ha impedido vivir, que debamos esperar mucho de la imposibilidad de esa supervivencia que se anuncia con una especie de evidencia que crece a medida que las comodidades y la sobreabundancia en el marco de esa supervivencia lleve al suicidio o a la revolución, algo que además de ser más entretenida no es algo solitario como la otra primera opción en este mundo capitalista e inconcluso.
 Encuentro un disco, que me deja absorto. Un músico uruguayo que explora los límites del sonido. Hace música uruguaya? No, hace música solamente y de la buena. "De Feria" es anterior al que grabo junto con Lorena Astudillo que también es una lección de música. Daniel Maza, un gordo increíble que toca el bajo o el contrabajo. Mi ventana que da al estadio de Atlanta en el viejo Villa Crespo, deja escapar esta música y me quedo perplejo escuchando los compases de esta saludable mezcla que habitamos. Este entrecruzamiento de culturas, que embarazan las esperanzas. Esta indomable cruza de sentimientos, de colores, de olores, es la globalización de los pobres, lo mixto, el blanco con lo negro, el negro con el blanco. Esta destrucción de fronteras, que los de abajo empujan hacia arriba siempre, para que nada más tenga dueño o academias. Con esa vocación de buscar alterarle la sangre a las damitas de siempre. Acosar a la tristeza, a la maldad, y prenderle fuego a esa histeria de querer y no querer tan común en las buenas gentes que gobiernan este mundo.
Así transcurren estos amores. Entre el sonido del bajo de este músico y la aproximación a las ganas de trampearme el alma por un rato, mientras envejece el día. Así vamos, leyendo los diarios, buscando a tientas nuevas pistas. Seguimos caminando un mundo que no se detiene. Desde el piso de abajo, el televisor anuncia lluvias y vientos del sudeste. Vientos que como siempre vienen con aguas a cuestas. Un perro ladra y otro se le suma, hacen un rosario de charlas, deben estar esperando el día que los perros aten a sus dueños para ir al bar de ellos, de los perros, tranquilos y sedientos como buenos parroquianos.
Pienso.
Esta sensación de tener siempre necesidades. Esta ficción de tener siempre la certeza de perderse algo sino se consume. Esta zafra que nos obliga a comprar cosas que no tienen sentido. Ser uno más en la cola de la desesperación. No poder encontrar satisfacción alguna. Pensar que suplimos algo, cuando la necesidad es otra. La mera abundancia cuantitativa, no deja sitio para lo otro. Espacio para reflexionar. Pensarme desde otro sitio y no desde lo que me ofrecen a estampidas. La satisfacción, la nuestra, la mía, nos diferencia invariablemente de los amos, ya que estos nunca llegan a ese estadio. Como solía decir Mario Benedetti con sábanas que bueno, sin sábanas da igual.
Sobre mi mesa está este libro notable, este especie de manual sobre la historia, mezclada con la literatura. Laurent Binet, elije a un nazi como postulado para contar la otra historia, la de dos tipos que deciden, no ellos, sino otros, acabar con este representante de la banalidad. El protector de Bohemia, ajusticiado en pleno trayecto a la nada. Binet utiliza el mecanismo del más duro y obsesivo proceso de mezclar todo en su cabeza y ponerse a escribir. Proceso que convierte a esta novela, en un juego en donde se divide la búsqueda y la confección de una narración que desde este costado, enfatiza con la variación de una estructura narrativa, audaz y que se aleja del tipo de novela histórica convencional. No, no lo es, debido al concepto de la historia que maneja el autor. Libro sobre la escritura. Un ensayo que revela los secretos y las técnicas que hacen posible armar una novela de corte histórico repleto de referencias culturales y de reflexiones acerca de lo que representa recrear la verdad sin recurrir a la ficción. Técnicas. La interrupción de la historia, de la acción histórica en sí, para mostrar el trabajo del autor. Todo en torno de Reynhard Heydrich, cerebro de la solución final para los judíos durante la segunda guerra y los preparativos y la acción de los hombres enviados a la muerte con la muerte de este nazi.
Ficción. Metaficción un término tan caro a los franceses, metaliteraria debido a en tanto que la construcción de ella misma es tenida en cuenta como tema literario en si. Se cuenta la historia de la historia. El trabajo del autor rastreando datos, fechas, sus impresiones en la cripta de la iglesia en donde resistieron los dos comandos el asalto final de los nazis. Este suceso viene desarrollándose en el tiempo, desde las respectivas infancias ,en esto Binet es casi clásico, hasta el presente, pero de manera.puntual y fragmentaria ,en esto Binet no es tan clásico. Así la novela, no deja cabos sueltos a pesar de que su trabajo contenga una buena cantidad de personajes  tantode la resistencia como del nazismo y de historias individuales.
Libro que no se puede dejar sobre una mesa de luz, ni arrumbado. Leerlo es conocer una historia pero también y además es admirar un trabajo  novedoso. Descubrir el entretejido, la urdiembre de una novela que resiste cualquier tipo de comparación. Además los personajes y su narración y descripción son apasionantes. La novela no es un experimento literario, ni un laboratorio de tubitos. Vivís con ellos y con toda la tragedia. Una buena novela para este otoño de memorias que se nos avecina.
Digo.
 A rastras se llevan las canciones. Se humedecen, se entibian las palabras que nos rodean. Se hacen gestos y descubrimos las huellas que nunca nadie deja alrededor nuestro. Candidatos a nubes, a despidos intempestivos somos. Guerreros devenidos en jardineros, que andamos queriendo. Aprendemos que la felicidad es algo diminuto, sencillo y casi como andar en patas y camiseta por los costados de la casita que espera por el frío y las lluvias.
No me tomo hoy en serio. Me dejo llevar por la inercia de estos días. Recuerdo, me aproximo a palabras, a silencios. Dejo que el día se vuelva madera. Clausuro la discusión por un momento. Le hablo a mi plantita nueva que me compré anoche en la soledad de la noche de esta ciudad demasiado ancha tal vez ya para mí.
Cambio la música, total es domingo y puedo hacer lo que quiero. Me espera un vino en la casa de mi primo, en Mar del Plata. Allá iré a brindar con él por nuestras respectivas historias. Mientras tanto pongo música y subo el volúmen para redescubrir a este Esbjörn Svensson Trio, y un trabajo que acaba de salir. A pesar de la muerte del pianista ocurrida hace algunos años, siguen rescatando cintas grabadas y olvidadas. Un trío de jazz que electriza el aire. Que irrumpe desde el norte de la vieja y amarga Europa y lleva frescura. Suelta sonidos y uno descubre que el talento, afortunadamente no es patrimonio de nadie, sino que surge de las ganas de compartir espacios. Une, achica distancias y permite crecer al otro, que solo escucha desde la distancia. Disco intenso, con sonoridades que avanzan sobre uno. Se llama "301" y en el hay una serie de temas que merecen atención como, "Behind The Stars" o "The Childhood  Dream" dos de las claves de este disco perfecto e inmejorable oportunidad para deshacer un poco el final del domingo porteño. No es sencilla la audición de estos tres tipos decididos a deslumbrar a fuerza de buen gusto. Este trio estuvo produciendo música desde principios de los años noventa, hasta la muerte de Esbjörn Svensson a los 44 años mientras practicaba buceo en el lago Ingarö en las afueras de Estocolmo. Los tres entonces innovaron desde la base de una música que sigue siendo una de las expresiones más importantes del siglo veinte. Música para soltar el alma, para darle la razón a tanta voluntad de vivir, de seguir cambiando, de querer cambiar siempre todo. Entonces y desde ese costado, uno, yo sigo acumulando músicas en mi disco duro, elimino a aquellas que ya me producen pereza y busco otras, que me obligan a pensar y a buscar nuevos atajos hacia tanto final. Por lo menos es mi manera de matizar, de ir matizando mientras la vida hace piruetas en los fondos de las casas vecinas, en mi balcón y en esta vida que llevo a cuestas, descubriendo y siendo descubierto a cada paso que doy.
Hoy es domingo y la felicidad anda en camiseta por esta casa. Por eso quise hablar de músicas y de libros, para darle descanso a la compañía que tanto se lo anda mereciendo.

lunes, 16 de abril de 2012

El día que España nos declaró la guerra

                                                                                                                                 Para Cristina

Los descendientes de Pizarro, Hernán Cortéz, Pedro de Mendoza, Aguirre el loco, Juan de Garay, Almagro, bravos conquistadores, intrépidos y osados soldados. Los tercios valerosos, los parados futura carne de cañón casi gratis, todos miran hacia el Puerto de Palos, esperando la orden de salida.
Los borbones, esos, son ya otro tema.
Se rasgan vestiduras alucinados los que claman por la soberanía nacional ¿nacional? La plaza 2 de mayo es el ámbito del debate ciudadano, de quienes pretenden que la nueva armada invencible que baje hasta el virreinato rebelde y arrase lo que deba arrasarse. Que no quede piedra sobre piedra. Despliegan sus banderas borbónicas, sus mariscales le sacan lustre a sus medallas y las mujeres cosen y cosen a destajo.
Suenan las fanfarrias. Algún no tan despistado entona "Cara al sol" desde su balcón, hasta que muchos lo siguen en su descomunal futura hazaña.
Un sudaca, de esos que nunca faltan por la calle Fuencarral, pregunta si España habrá de devolver los barcos que otro peronista les mandó a causa de la hambruna fascista. Un españolito de cinturon con los colores patrios, manda a callar, mientras discurre sobre esa fantasía popular. Como si el reino alguna vez hubiese necesitado de la ayuda de los que son puro sudor sudaca.
Se reúnen las cortes y el ministro que prometió sanciones ejemplares, entibia su voz mientras promete de nuevo rayos y centellas para los rebeldes del sur.
El rey Juan Carlos I (uno romano)  "El Cazador", remueve inquieto su nuevo bastón y se relame por el tamaño del elefante que abatió en una demostración de valor sin parangón.
Los tiempos se aceleran. De noche, porque ya es la noche de todos los tiempos, furiosos castellanos juran por la biblia, que volverán a las indias a restablecer las buenas costumbres bajo la égida de la espada y ya que estamos también de la cruz, que vendría a ser algo así como una espada pero invertida.  De ser potencia petrolífera, hemos vuelto a quedarnos sin un duro, exclama un asesor en temas de guerras.
Madrid se apresta a una nueva y exultante cruzada, lástima que no queden templarios por allí, ellos lo hacían de una manera rotunda eso de hacer estragos entre tanto salvaje.
Un ujier de palacio pregunta que uniforme utilizará el monarca para ir al frente de las tropas, tal cual Mio Cid. Nadie le responde.
Digo.
Si bien me fuí de esa ciudad amada, sigo amándola como se hace todo por primera vez. Me arrebata el sabor de un paisaje que me contuvo, que me cobijó años y años sin pedirme nada a cambio. La belleza de esos atardeceres tranquilos. La suavidad de una ciudad que casi ninguna posee, por lo menos de las que conozco. Soy un argentino que se volvió madrileño, gato para más datos y que ha vuelto al punto de partida, como en un parchís de toda la vida.
Vuelvo.
Por aquí destemplados gauchos, chúcaros de toda razón, afilan sus almas para la próxima guerra. Yo que tengo documentos españoles, estoy otra vez en problemas. Abandono el verbo coger y me paso al verbo tomar. Se embanderan los cielos y se vuelve al himno, cuya letra es de una rabia inconmensurable. Por aquí, las mujeres que ya van de negro, también comienzan a almacenar aceite y otras vituallas. Se arman los defensores de la patria y envalentonados anuncian el fin de la colonia.
Un diputado de la oposición se relame pensando que por fin, las cosas vuelven a estar de acuerdo con sus ideas. Otro, un secretario comedido, pregunta si cuando viaje a la madre patria, no será encarcelado por ser un rebelde. Una asesora, se lamenta porque este verano no podrá ir a Marbella como siempre.Una diputada oficialista, envía correos urgentes a sus amigas españolas para que compren todo lo que puedan de Zara, ya que por aquí los precios de la casa, son casi de alta costura.
Pienso.
He vuelto a las andadas. Acabo de chocar de frente con un pianista cubano llamado Roberto Fonseca. Suena su música a un ritmo tremendo, descubre costados y colores nuevos para una música caribeña, viva y potente.
"Yo" lleva por título y es un descubrimiento en medio de una guerrita que nos sumerge a sudacas y españoles. Mientras esperamos, nada mejor que hacerlo con una música profunda, llena de matices, revoltosa como debe ser la vida misma. Nada de pensar, solo sentir con el cuerpo, volverse a enamorar de la vida misma, que a cada gesto nos permite postergar un día más cualquier tipo de desenlace. Uno baila al compás de este tipo en plena Villa Crespo, la tarde se hace agua en la música de Fonseca. Se visten de otros colores el viejo sonido africano mixturado con la tenacidad cubana por sintetizar los distintos puntos de partida hacia un mismo sitio. La vida misma, que siempre se echa de menos, que se extraña y que ayuda a consentir los días como los únicos. Disco notable, de una rara belleza que arrasa esos sentimientos viejos y distantes. Fonseca es un pianista de esa escuela de pianistas cubanos, que arremete contra todo prejuicio que ande dando vueltas por allí. Jazz, música de la calle, música venida en los barcos de los esclavos y que se afincó entre calores y colores notables. Música que establece un vínculo de simpatía profunda por el calor que desprende y que hace suyos los conceptos básicos de una profundidad palpable a la hora de escuchar un buen momento logrado a fuerza de talento. De un talento que no desmaya y que sigue buscando sus raíces en cualquier intento. La búsqueda, se sabe, siempre es dificultosa y lenta. Pero lleva encima siempre ese látido de quien es el que busca y por sobretodas las cuestiones en ese qué es lo que se busca. Entonces, mi barrio, mi ventana a esta ciudad se llena de una música de las bravas, de aquellas que te ponen el corazón contento y el alma enamorada.
Digo.
Nos gusta el verso más de lo que podemos llegar a afirmar. Nos encanta el sonido de nuestras palabras, el sortilegio de engañar mediante la palabra. Nos gusta la lengua. Adoramos a los charlatanes mientras nosotros perfeccionamos nuestro propio arte. Chamuyo se llama en lunfardo. Nos chamuyamos a una mina, al taxista, al de al lado. Nos chamuyan a nosotros . Todo el tiempo. Amantes del bucle, hablamos y hablamos hasta quedar secos. Nos dejamos hablar también todo el tiempo. La teoría. Este es el país de la teoría. Todos tenemos una o dos. Yo para no ser menos tengo varias en mi colección personal.
Vecina: me voy a Málaga la semana que viene... me dejarán entrar?
Señora de la cola: Ay! con la guerra contra los godos que se viene, le recomiendo que vaya a otra parte ¿No le parece?
El gobierno de este país, acaba de ganar puntos a lo tonto. Desde hace unas horas, pareciera que hay más peronistas que la semana pasada.
Los españoles no entienden el peronismo y los peronistas y muchos más no entienden las monarquías y encima elegidas por el pueblo alegremente. Para los españoles el peronismo es una incongruencia y para muchos de este lado, que un pueblo mantenga zánganos a costa de ese mismo pueblo, tampoco y con los tiempos que corren menos aún.
La globalización se sabe, es para las empresas no para los países. Repsol es una empresa, no un país, es solamente una empresa que busca ganar dinero sin importarle casi nada más. España es otra cosa.
Acá a la vuelta, comienzan a prepararse. Se nublan los cielos y las señoras meten a sus hijos dentro de las casas. En una de esas esta noche bombardean Buenos Aires, los esquivos y belicosos españoles.
Pienso.
Hace una semana que me fuí entre saludos entrecortados, emociones que impedían el decir. Llegué a otra ciudad, distinta y lejana. Pero no olvido, no olvidé mis afectos, forjados desde la plenitud de aceptar al otro y de ser aceptado por el otro. Creo que los países son un impedimento, como las fronteras. Uno se enamora, se encaja en aquellas personas que le brindan su corazón, en las que le premiten a uno, dejar parte de sí en ellas. El patriotismo siempre es el refugio de los idiotas, por eso la patria siempre es aquella en donde uno puede por fin descansar. En donde la calidez es una cobija perfecta para soñar lo posible. Pero también suele ocurrir, como decía Luis Cernuda, un gran poeta español, que un amor se cambia por otro amor y que la vida sigue. Se pierde esa percepción de sabernos cerca, de mañana cruzarnos por alguna calle y que un auto me pite o haga sonar su bocina para saludarme. Pero queda la constante de esa cuestión fraterna, amable y necesaria de saber, de intuirnos cerca a pesar del ancho mar.
Digo.

Juan Carlos "El Cazador", es presidente honorario de una ong que protege a los animales en peligro de extinción. No importa, será el comandante en jefe, borbón como es, tiene príncipes y duques que serán las gloria de este presente bien español. El monocorde presidente dará las órdenes pertinentes y zarpará la armada en sus galeones a desembarcar en estas playas. Aquí, los bravos gauchos estarán esperando por la redención final. Con sus espejitos de colores y su verborrea revolucionaria para dar cuenta de tanto godo desalmado que se nos vienen encima.
Padre, deja de llorar que nos han declarado la guerra, cantaba Serrat hace muchos años en catalán. Con Sabina, el argentino promedio no sabe qué hacer. Tanta silicona que tiene en la cara, no saben si su expresión es de miedo o de asombro. El follonero no podrá volver a incordiar por estas pampas dejadas de la mano de dios, por lo menos en estos terribles momentos previos a las batallitas.
Mientras los que deciden la guerra, se atropellan mutuamente para salir en la foto con cara de combate final. Los de abajo, nosotros, seguimos el mismo romance con los de abajo de allá. No existen motivos ni razones. Nos sigue seduciendo a los porteños, como españoles y españolas dicen gracias y por sobretodo zapatos y sabemos que a españoles y españolas, le sigue encantando nuestro acento encabritado.
Pero eso si, Repsol que vaya a cantarle al Duque de Palma sus desventuras y que lo contrate para seguir haciendo lo que la empresa hacía por acá: nada. El duque es hábil en eso.
Por el momento, amigos y amigas, la guerra es una pavada que los alcahuetes a sueldo y de siempre, utilizan para tapar otros problemas. Problemas para los cuales no tienen ni idea. Por eso y por unos días, veremos belicosidades varias, para tapar el bosque, el berenjenal en el que los políticos han metido a millones de trabajadores en buena parte de este mundo.
Porque entre una empresa privada y un país, yo elijo a mi pesar, el país. Los empresarios ya se saben de qué calaña son. Los países en cambio, siempre tienen cuestiones agradables, costumbres que enseñan y amores forjados por esa cuestión profunda, que arrastramos siempre con nosotros.
Estoy acá y también estoy allá. Quedate tranquila amiga mía, que esta guerra es una tontería y es de juguete.
Fraternalmente y como siempre.
Nos estamos viendo.

jueves, 12 de abril de 2012

Ese viejo amor de siempre

Ya está. Recién llegado a esta ciudad que se mueve a cada paso dado. Acá estoy desenvolviendo emociones, reencuentros y acostumbrando el cuerpo a este nuevo paisaje dado. Vuelvo a descubrir la palabra, a sentirme alejado por unos momentos de ese narcisismo consumista que aflora por todos los huecos que conviven en Europa y que también, claro está, aquí al lado, pegado a mí. Horas en Buenos Aires y los olores recomienzan con su tarea de situarme en esta geografía bien al sur. Lo políticamente correcto, por suerte por estas fronteras pareciera no existir y lo que es mejor, casi no tiene aire para respirarnos en la cara. Una especie de suerte agregada. Ese látido, este látido que golpea.
Buenos Aires son estas calles en donde todo está siempre por delante. Arboles añosos y gordos. Calles y más calles que se hierven en un fuego lento y pegajoso de un otoño, que avisa. Sorprende esta ciudad cuando no sos turista. Sorprende el cruce de vientos que anuncian lluvias, las ríadas de personas que van y van siempre con los corazones sedientos a seguir entibiando esta melancolía de este estar siempre presente. El saludo del vecino nuevo, la costumbre de mirar al cielo. Las esquinas redondeadas para que el caminante no se distraiga.
Hago un punto.
En esta ciudad se discute todo, todo el tiempo. Discute la radio, la televisión, el diario. Discute el tipo de al lado con otro también al lado. Discuten desde la profundidad de un sistema que habilita la discusión. No hay sosiego. Se discute sobre todo. La charla, la discusión es el camino que lleva a la comprensión del otro, la única tabla de salvación que se nos cruza por delante ante tanta borrasca. Acá se intuye a pesar de todo que un régimen que no proporciona a los hombres ninguna razón profunda para cuidarse entre si, no puede preservar por mucho tiempo ningún tipo de legitimidad. Esto se vive a pie de calle. Entre árboles copetudos. En la parada del colectivo, en el vagón del subte, en la cola de la panadería. En la visión que se forma contrastando tanta palabra suelta, tanta injusticia premeditada. Será por eso, que uno no puede dejar de prestar atención al fanatismo por la palabra. El desarrollo de la teoría propia, el andamiaje creativo en donde cada uno de nosotros lanza sus dardos a la deriva esperando cualquier tipo de respuesta, que la habrá y que habrá de servir para seguir esta construcción de una babel disparatada en el sur del mundo.
Digo.
En esta ciudad todos visten de negro. Todos o casi todos. El negro es el color del uniforme. Ciudad enviudada de buen gusto. El color se queda para algunas paredes y para algunos audaces. El resto.
El resto se mimetiza, se disumula. Hombres y mujeres vestidos de negro. Asombra esta dedicación y esta decisión por lo oscuro. Enlutados van por la ciudad. Oscuros creyendo que es elegante. Que adelgaza, que estiliza, que borra los cuerpos dentro un paisaje llamativo. Es decir, dejar de apelar al color, es la clausura del deseo. Ellas viudas y ellos, viudos pero sin tangos como escribía Pablo Neruda en un poema ya demasiado viejo. Pero me sorprendo pensando en esto, viendo o viviendo este llamativo, para mí, recorrido hacia lo llano de un color, que predispone a pensar en los límites de esta opción por lo uniforme. Una especie de postal de una ciudad que desde su nombre denota otro tipo de recurrencia o por lo menos algún tipo de concordancia. Entonces el negro para ocultar, para deslegitimar cualquier tipo de mirada.
Así se ahondan las diferencias. Se turnan las sensaciones en una ciudad, mi ciudad de nuevo que me encandila, de a poco, de a poquito. Me vuelve a hacer suyo esta Buenos Aires rabiosa y caótica. Revulsiva y nunca plana.
Pienso.
Pero hay, existen otras cuestiones que gravitan a la hora del amor. La miseria, enjambres de hombres, mujeres y niños que le discuten al hambre desde eso que durante el día se percibe, pero no se ve. Están con sus equipajes de cartones recorriendo a cielo abierto, esa rabia de pasar un día más. Soportan y memorizan la cara de la miseria. Son invisibles para los otros. Duermen en las calles. Esperan su porción de vida. Miran y no son vistos. Con ellos, me falta la sonrisa. La ciudad se apresta a la noche y es ese su territorio. Ahí esperan los camiones cerrados, que los habrán de llevar a los puntos de entrega de su carga por monedas, pasaje para el nuevo día que los convocará para continuar en este engranaje de injusticia. En esta lentitud de vida a la que están sometidos. Mientras lo de siempre reparten paco o pegamento para los más jóvenes.
Ahora en las calles, según parece se dirimen otras cuestiones. Allí se encuentran los abandonados, los desheredados de toda legitimidad, de toda justicia. Entonces descubro este cartel y que corroe el corazón. Me sumerjo en esa incipiente tensión de volver a lo mismo, de haber dejado diez años en blanco y que al repasar este presente porteño, siguen ahí las aristas de una injusticia programada, tan antigua como la muerte misma. Ahí en esa violencia encaja el discurso de los argentinitos de siempre, gente "bien" que justifican el negocio de ser blancos, gorilas y macristas de la primera hora, como antes fueron alfonsinistas y después menemistas, amantes del orden, de la mujer del prójimo, de las buenas costumbres, de derechas pero no civilizadas, sino de aquellas que siempre quieren hacer tronar el escarmiento. Ejemplares padres de familia que quieren mano dura para los enemigos de su raza. Escamoteadores de la verdad, que piden libertad pero por favor que saquen la villa miseria de la plaza de la otra cuadra a toda costa. Enamorados de los libres mercados, pero que pretenden que el estado les siga otorgando prebendas de todo tipo. Asustados por tanta mezcla que los rodea. Transculturizados fervorosos y devotos que le muestran los dientes perfectos a los desdentados del otro lado de la ventanilla de sus autitos. Raudos a la hora de protestar contra los que afean las buenas costumbres.
Vuelvo.
Me descubro mirando esta ciudad. Palpándola de a poco. Bebiendo sorbo a sorbo este paisaje que vuelve a meterse en mí. A escuchar las voces, la forma de decir. Se que debo salir a buscar trabajo, mejor dicho tengo que conseguir alguna manera de comenzar a producir mi sustento. Pero por ahora, en estos días de paz que me gané, los comparto con la sensación apacible de volver. De estar preso de un pleno asombro. Me quedo acá, no soy un turista. Me veo y no me reconozco. Como dice la canción, de nuevo estoy de vuelta.
Digo.
A veces nuestra disposición a deshacernos en relación con otros constituye la oportunidad de llegar a ser humanos. Que el otro me deshaga es una necesidad primaria, una angustia, pero también una oportunidad: la ser interpelado, reclamado, atado a lo que no soy, pero también en movimiento, movilizado, obligado a actuar, preguntado a mi mismo en otro lugar y abandonar el espacio autosuficiente considerado como una especie de posesión.
Las ciudades se sabe, son difíciles, esquivas, histéricas y casi siempre, sentimentales. Camino por los límites de mi antiguo barrio. Recorro paredes y esquinas. Visito bares y hablo con desconocidos. Pregunto y obtengo respuestas. Algunos datos me permiten seguirle la huella, la pista a tanto humor y tanto amor suelto. De regreso en Buenos Aires y una música que me viene de allá, me sigue los pasos, sonando en mis
auriculares. Es la francesa ZAZ, este disco grabado en vivo me da la energía y los colores que le andan faltando a mi gente y a esta ciudad-puerto. Así descubro que la música se un puente perfecto, sea cual sea el escenario posible. Mientras tanto esta antigua cantante callejera de París, hoy con dos discos a cuestas se ha convertido es una expresión popular y de las clases bajas de la periferia de París, que a su manera también tiene sus villas miserias que no huelen a perfume, sino a resentimiento, odio pleno y miedo. Esta cantante canta para ellos, aunque se la fagociten las empresas y las clases medias, que salvando el idioma son lo mismo que por acá. Mienttras tanto su música me acompaña por este paseo nuevo que doy como habitante nuevo en mi vieja vida, que por ahora está encontrando su lugarcito bajo el sol de una ciudad que ha vuelto a asombrame como lo hizo siempre, pero diez años después y muchas vidas también después. Me trepo a un colectivo y esta mujer menuda, me canta al oído viejas canciones, que suenan a viejas canciones que en algún otro momento me ayudaron a definir horizontes y otras lejanías. Porque en el fondo se trata solamente de músicas y de algunas, pocas, ideas que me acompañan desde esa prehistoria que tengo sobre las espaldas y que es solo eso. Historias, el pasado lejano que de a poco va perdiendo importancia y consistencia y ese peso específico que alguna vez, tratamos de darle al pasado.
Pienso.
Tuve que hacer un alto por un toro mañero.
Ha corrido mucha agua en estos diez años. Cambiaron muchas cosas. Hasta yo cambié. Modifiqué sabores, limé asperezas que tenía prendidas en el cuerpo. Me domestiqué apenas un poco, pero lo hice. No soy mejor, pero se que no soy el de antes. Adquirí más paciencia, no frunzo tanto el ceño y me celebro, suelo hacerlo, más a menudo. En estos años me volví más irreverente y lo mejor de todo: dejé de tomarme en serio.
Algo aprendí.
Estoy en una ciudad que consume siempre todo lo que hay a su alrededor. Lo mejor que tenés en vos mismo. Un ciudad cruzada por el fútbol a cada paso. Partidos y más partidos que vomita la televisión a cualquier hora del día. Series yanquis en idioma original, subtituladas. En los bares el murmullo de siempre, en las calles la velocidad de siempre. La política en todos los rincones y el amor que flota entre los árboles como fue costumbre.
Sus calles con adoquines y las viejas vías de los tranvías de otras historias que no corren más. La húmedad de todos los días, pegándose a uno y reafirmando que el río marrón que está aquí pegado, es como un mar de barro, que genera todo esto. Una ciudad, que no recicla porque se sabe eterna o eso presupone. Una ciudad, esta, Buenos Aires, que abandonada y todo, se mantiene erguida en ese orgullo de ser siempre, para propios y ajenos, esquiva e inagotable. Ciudad para perdidos y de perdidos. Secreta y rabiosamente entrañable a pesar de los desencuentros y de las distancias que inventamos a todo momento para protegernos o escondernos. Ciudad de jóvenes, de mujeres con hijos a cuestas. De un constante ronroneo, de un perpetuo tango en diferentes sonidos, que suena alrededor de todo, todo el tiempo posible. Porque por aquí subyace ese amor tan eterno como el agua, como en un especie de acertijo en donde todo es imprevisible y necesario. En donde convergen las puntas de las encrucijadas que nos encontramos a cada paso en nuestro camino. Porque la inmortalidad es solo posible en esta ciudad recostada en un mapa y sobre un río ancho.
O por lo menos eso creo queriendo creer.
Entiendo que por estas latitudes sueñan y suenan los nombres de aquellos que decidieron quedarse para siempre en esta llanura increíble. Porque cuando se trata del deseo siempre el objeto está oculto, los habitantes de esta parte del planeta estamos sujetados por ese sujeto del deseo que toca todo en esta ciudad que no duerme, que late y que sucumbe a cada instante, junto a cada uno de nosotros.
Así descubro que la ironía ocupa mucho más sitio en nuestros momentos, en la tragedia contemporánea que habitamos. Es entonces desde ese costado, en donde lo irónico se hace carne en esta Buenos Aires, compartimos la ironía de la tragedia del desear, debo pensar entonces que no todo puede ser dicho y seguir buscando las pistas de esta vida que me trajo nuevamente a este contorno difuso con nombre propio.
Será que esta ciudad es para mí la manifestación palpable de ese viejo amor de siempre que sigue viviendo entre mis cosas de toda la vida.
Estoy en Buenos Aires y este ya es un nuevo capítulo por escribir.

jueves, 5 de abril de 2012

Postales madrileñas

Llueve sobre Madrid. El frío ha vuelto para ejecutar su despedida. Semana santa y los santitos sin poder salir a las calles. La ciudad desierta. Pese a la crisis y pese a todos hay que se guir disfruntando como si nada pasase en este infierno encantador. Llueve sobre mojado como dice la canción  y que se me pega desobediente a la hora de los lugares comunes y traidores. Camino y me dejo mojar por el agüita madrileña que cae destemplada y monocorde. Se marcha uno como se llega, casi en silencio, despidiendo cariños y templanzas que me regalaron estos años en esta ciudad. Acaba de aumentar el precio del tabaco y el de la gasolina. Las miradas congeladas de los paseantes indican nuevos momentos de preguntas y respuestas harapientas. Llueve y los despojados de todo, aguantan como pueden esta maldición que les viene del cielo, mientras otros convertidos en profetas saludan la bondad de la naturaleza por el agua que les servirá para alejar un año más la llegada del temible desierto no tan africano que en breve será buena parte de este territorio desmantelado por los hipócritas de siempre y a sueldo.
Aprovecho las últimas horas y como un adicto sin droga, salgo a caminar, a mirar, oler y tocar una ciudad que me permitió muchas cosas. Me detengo en El Comercial, sitio de citas paganas, recorro Lavapiés y me detengo a mirar El Retiro. Se que vendrán otras calles, otros sitios reconocibles por mí. Otros brazos y abrazos a cortejarme. Me dejaré mecer por la memoria y el olfato. Vuelvo a una ciudad lejana de donde salí  una semana santa como esta. Vuelvo y dejo parte de mi vida vivida en este país. En una ciudad y en sus gentes que me permitieron vivir como quería vivir desde mucho tiempo atrás. Llueve este jueves de despedidas. Se vienen los cielos a tierra, todos tratan de esconderse, ponerse al reparo. La guerra de los paragüas se convierte en duelos desparejos por alturas y por aparatos protectores. Se arremolina el frío de despedida de un invierno benigno que pasamos no hace mucho. La ciudad entonces mezcla esos marrones con ese gris y la mezcla es casi perfecta.
De algún sitio, sacaré las fuerzas para esta anunciación de la marcha que vivo desde hace días y que hoy es casi urgente. Debo guardar para mí los rastros dados. Se, ahora lo presiento, que habré de volver, para confirmar cosas, dirimir cuestiones y definir nuevamente perfiles que me arroparon durante todos estos años.
Digo.
Hubo en un momento de definiciones que me conmovieron irremediablemente. Palabras llegadas de muy atrás que me sujetaron. Hoy volví a encontrar una, que desde muchos años atrás no había vuelto a leer. Recuerdo una tarde de coyuyos cantando desde los árboles y la frase: " a los astros por el camino áspero" (del latín: ad astra per aspera). No hay camino fácil ni sencillo. No existe nada más que lo difícil para llegar a donde debemos llegar finalmente. Hay atajos, caminos nuevos, pero todos tienen una carga definida. Cuatro décadas más tarde leyendo, me vuelven los látidos de aquella tarde quieta en una provincia polvorienta y casi olvidada, mientras los pedidores de agua, desde las ramas de árboles memoriosos reclamaban la suya a la hora de beber. Yo también reclamaba mi parte de sed. La palabra definiendo mi cuerpo, mis impulsos primerizos. Yo era una sombra y comprendí con la furia de un rayo esta frase. Me sobrevino el gorgoteo de la impaciencia. Recuerdo que la tarde duró demasiado, todo era quietud en la casa. Dormian la siesta y yo, resistía a fuerza de letra. Por aquellos tiempos los días eran eternos, duran el doble o triple de lo que hoy me duran. Sabía de esa aspereza que me prometía la vida y sus cómplices. De a poco, lecturas mediantes, músicas y caricias, fuí creciendo y hoy, desde esta ciudad detenida, vuelvo a reencontrarme con la palabra escrita.
La ciudad esta casi desierta. Parece agosto, sin embargo es abril. Todo permanece estático. Madrid se moja en esta temporada de lluvias. Hay que estar en vena y esperar que alguien se acuerde de uno. La lluvia golpea contra los cristales, se desliza y va dejando un rastro de humedad, rastro que se confunde con otras huellas desde siempre. Madrid se duerme en la poca luz que tiene este momento. Tiembla todo, tiemblo yo, antes de largarme y mantener vivo este recuerdo, que todo es ahora, que nada espera por nada. Las gotas frías saludan a este señor entrado en años y de perfil que ahora soy yo. Reina en esta ciudad hambrienta la circunstancia de las despedidas, de los prontos regresos, del qué hay majo!.  Los taxis aburridos en la parada. El metro desierto, con algunos pocos perdidos. Los ávidos sin límite siempre quieren más. Ciudad a medio gas. Mojada. Enamorados como vamos, sabemos de rutinas y de adioses. Lo trivial entonces es esperar la escena penúltima y pisar tierra firme. Empuñar el pañuelo, ernarbolar las heridas invisibles y abandonar la escena de una película aún sin estrenar.
Me voy de Madrid. Me alejo de sus razones y de sus ritmos. Llevo conmigo acentos, algunas calles con bellos nombres. He sido y soy un habitante más. Me descubro reconociendo atajos y el recorrido del viento. El olor a sierra cercana. El calor portuario de los veranos inclementes. Las cuestas de casi todas sus calles. Me voy y se quedan por aquí los recuerdos. Esto es lo que hay y lo que uno debe saber siempre. Porque uno está a un paso del salto mortal. Arden las carreteras. Los sueños siguen intactos y algunos detenidos, meciéndose suavemente, pero están ahí, al costado de cualquier cama, de esta, de la próxima, de la que prometa. La boina gris se mantiene a toda costa sobre Madrid. Han vuelto bufandas y gorros. Los autobuses pasan solitarios y abrumados por tanta soledad, por tanto recogimiento aburrido.
Pienso.
Como marinero en tierra, conocí y descubrí y aprendí otras  miradas. Sentí otros sabores en la palma de mi lengua. Deslicé mis yemas por los bordes exáctos de las cenizas de este mundo. Salí a buscar y encontré más lo que esperaba hallar. Me olvidé equipajes y encontré otros. Un nudo más en este interminable lazo que construímos sin darnos cuenta durante toda la vida. Esta vida. Víctimas de papel esperan el próximo lunes para firmar rendiciones futuras. Calma estacionada en una ciudad perfecta, que cabe en una canción o en una novela. Se sueltan las palabras en Madrid que lleva su música a cuestas. Aquí, entre todos los planes, hubo felicidad, días buenos, malos, terribles y feroces como esas alegrías imperdonables que a veces recibimos con sorpresa y agradecimiento.
Mi última noche de gato en la ciudad de los gatos.
Los drogados de promesas saldrán esta noche a seguir aullándole al cielo. Quedarán cartas sin responder y abrazos sin corresponder. Se me quejan los huesos en esta despedida. Llueve de nuevo sobre el negro de Madrid, que siempre se enciende a besos. Suena un acordeón escuálido en la puerta del bar a pesar de las lluvias.
Quién se espera a sí mismo. Quién borra el infinito pensando que éste tiene una sola dirección. Todo tiene dos puntas opuestas. Así uno deja un amor por otro amor. Se baila solo o acompañado. Da lo mismo. Todo gira y te devuelve la misma porción de lo dado. Lo dado.
Me quedo con Quique González y su ciudad perfecta por lo imperfecta. Esta ciudad.
Me quedo con este trabajo suyo grabado en vivo, con la solvencia de saberse descubierto en esa pena que siempre nos toma por la espalda. Me quedo con este sonido de Madrid, aunque no sea Madrid, sino cualquier ciudad, porque todas en fondo tienen esa animalidad de hacernos invisibles. Transparentes. Poetas prendidos a las yugulares de las mejores y lejanas vidas prometidas. Muertos que tiramos por la borda todo lo que perdemos y deseamos en la misma medida. Este disco es de alguna forma este tiempo que se ha esfumado. Canta Quique y uno se asombra de esa presencia y esas palabras hilvanadas en el viento. Vidas cruzadas siempre en cada mañana, persecuciones de la nada. Por eso a lo mejor elijo este cantante y este disco que es casi fundamental a la hora de entender no ya un sonido, sino los claroscuros de una ciudad que no habitamos sino que nos habita a cada hebra de estos sueños  que sin saber, somos casi todos los que somos. Disco por lo tanto querido y respetado por mí, como uno de los tantos descubrimientos que cometí y que me sirvieron a la hora de balances y otras extrañezas.
Menos mal que puedo llevarlo conmigo en el disco duro y disfrutarlo en otra ciudad y comprobar si el vaivén es el mismo. Si la sensación sigue intacta como las ilusiones y como la vida misma, pero eso ya es futuro. Hoy hablo de hoy y de ese amigo que sin serlo se convirtió en un acompañante con traje nuevo y de viaje en este viaje.
He pasado por aquí. He vuelto a descubrir secretos que creí desterrados. He vuelto a recorrer  de la mano de mis fantasmas de siempre, viejas fórmulas que me hicieron soltar lastre innecesario para seguir flotando, en viaje hacia ningún lugar definido. Un tránsito como siempre por esa aspereza que vive en nosotros, a nuestro lado.
Pienso.
Me voy yendo. Saludando a la tribuna de tigres hambrientos. Me corrijo en movimiento. Me vuelvo desplazamiento, paisaje que anda. Regreso a un puerto lejano, con uno de los mejores nombres que haya en esa parte del globo. Una ciudad anclada y de espaldas al resto del mundo. Muevo memorias y me las llevo conmigo, a cuestas, a rastras a vivir otros aires, otras tormentas y otras partes de un discurso interminable, que me hicieron a fuego lento durante todos estos años vividos y saboreados.
Ultimo día en Madrid. De lo aprendido daré cuenta y de lo olvidado que me perdonen mis muertos. Ultimo día en una primavera que no cuenta nada, pero que sirve para la despedida. Queda algo mío en estos lugares. En estas calles, en la boca de algún metro. Algo dirá mi nombre por las estrechas calles de esta ciudad. Algún camarero y alguna plaza tendrán eso que fui dejando. Es una historia en definitiva que tiene necesidad de ejercer el derecho a la memoria. A ese amor latente, a esos gestos cálidos que me cobijaron a deshoras. Amigos que quedan, nombres que se guardan en el secreto intersticio del pecho. Rumores de vida en el sortilegio de tanta vida en una ciudad, que a pesar de muchos, es mía como la otra.
Madrid, esto ha sido todo... por ahora

miércoles, 4 de abril de 2012

Rasputiza

A veces, cuando uno está descuidado, deja de observar ciertas cosas o por cansancio nomás se deja estar. Otras las cosas se confunden en el tráfico incesante de nuestras vidas. No deletreamos perfetamente los nombres, postergamos los datos y bajamos la guardia. Nos ocurre lo mismo con el amor, con nuestros amores que por estar a nuestro lado, los dejamos de lado confiando en la buenaventura sobre los días por venir. Descuidamos las plantitas de nuestros balcones o terrazas, aduciendo que el cielo habrá de derramar agua sobre ellas  y  que las hormigas habrán de llamarse a sosiego de buenas a primeras. La costumbre. La costumbre de dejarse llevar, de girar al olvido y volverse inmune a lo terrible que siempre espera su oportunidad.
Pero este barro que engulle todo, esta rasputiza que frena todo es en realidad la realidad misma. Esa realidad política que llena de vergüenza, que justifica los pensamientos antiguos como las piedras.
El 2 de abril, el lunes pasado se cumplieron treinta años de esa guerrita llevada a cabo por dictadores y torturadores, pero que obligó a cientos de jóvenes a poner su cuerpo, a morir y a humillarse de forma demencial, como habían sido los años anteriores con los campos de concentración, con la destrucción de la industria nacional, con los desaparecidos y los muertos en combates  cobardes. Sin embargo, los socios de aquellos asesisnos siguieron haciendo sus negocios. El periódico La Nación, fue uno de esos cómplices a sabiendas que siempre, invariablemente siempre habrían de quedar ímpunes. Hoy socio del periódico conservador español El País, representan el esfuerzo desembozado a frenar a cualquier planteo que les escatime negocios. En su edición de esta semana, La Nación, a contramano del sentir histórico que la fecha tiene para muchos , puso en su tapa a ex combatientes ingleses rindiendo homenaje a sus caídos. Elige ese vocero de la derecha seguir siendo lo que siempre fue. Ponerse en la acera de enfrente y defender el concepto de los padres de la patria. Es decir, seguir siendo colonia de cualquiera que esté a tiro. Elige el periódico continuar con ese despojo de la verdad que alguna vez tuvo la profesión de ser periodistas. La Nación decide poner su portada a los enemigos de aquellos chicos que murieron en el sur por unas islas, lejanas, que servían a los planes de una dictadura apoyada en las páginas de ese mismo diario de derechas y que en el fondo son una muestra más de los pensamientos de dos familias, que creen ser los voceros de la gente bien de siempre. Los Saguier y los Mitre, siguen justificando desde sus puntos y comas, la locura de ser o lo que es peor, justificar siempre la miseria de los otros como un bien necesario. al tiempo que se desgarran las vestiduras en nombre de una libertad de prensa que nunca existió, que siempre fue un cuento rosa para infelices y púberes.
Pero no hay casualidad cuandose trata de negocios. Justo al lado de la foto principal, opinan sobre la presidenta, sus políticas y sus prioridades. Una editorial que vuelca su veneno y su encono, mimetizando con esas supuesta objetividad profesional, que en el fondo se trata de negocio. Editorial que un día después casualmente aparece en el periódico español, generando esa costumbre tan arraiga que tiene el periodismo: desinformar.
Asustar y reclamar castigos. Opinar desde la aspesia que siempre sienten como suyas los periodistas que creen ser esa especie de faro necesario de las democracias y el bien común.
Digo.
Se utilizan las técnicas de la vieja propaganda falangista. Desde ese emporio globalizante en donde se esconden los síntomas de una capitalismo hambriento, estos pensadores a sueldo indican, nos indican a nosotros los pobres burros de carga que ese país lejano, grande, que está al borde de una especie de colapso, ya que esa mujer que gobierna, se esconde detrás de momentos históricos pasados, para ocultar el mal profundo que viven los argentinos, que sin saberlo, votaron mayoritariamente un proyecto político o lo que vendría a ser lo mismo, la continuidad de políticas de inclusión y reparación. Algunas históricas y otras insumisas políticas, que tienen que ver con eso, que se llama justicia social. De volver a poner en pie a los sectores más necesitados, postergados y criminalizados por los poderes de siempre.  La Nación, Clarín otro propagandista de los dictadores de siempre y por supuesto El País, socio del primero en la enajenación de cualquier tipo de verdad que les prive de sus negocios pulcros y meticulosos, siguen con su curso, pen
Pero vayamos por partes.sando solamente en sus negocios, no en la verdad.
Pero veamos.
El publicitado modelo español hace e hizo, hasta naufragar agua por los cuatro costados. Ese potente golpe recibido a esa especie de éxito basado en la construcción, turismo, consumo exacerbado por el crédito a tasas bajas y una gran especulación financiera pasaron su factura. La debacle es notoria y sus grupos económicos, que buscaron otros horizontes, con preferencia hacia Latinoamérica, pudieron y pueden mantenerse a flote gracias a las extraordinarias ganancias que le reporta aquella reigón pujante, en especial Brasil, Argentina y Venezuela.
 España es una potencia de segundo nível de la zona euro, que no pudo alcanzar el desarrollo autónomo dinámico pese a más de dos décadas de crecimiento y a copiosas remesas de dinero efecutadas por la Unión Europea, motivo por el cual no integra el famoso y petulante G-20, siendo solo un actor de reparto invitado a las cumbres. De allí que siempre a uno lo asalte esa percepción latente y conocida de reconocer el olor a nuevo rico. Es que la autopercepción, que se construye como todas, que cuando recibe ese esperado y siempre anunciado golpe de la realidad, este es sumamente despiadado.
Asi España con sus políticos y sus empresarios a la cabeza, como el resto de españoles, siguen en pleno proceso de negación de su deprimente situación y se comportan como si nada hubiese cambiado, salvo aquellos que al borde de la cornisa comienzan a descubrir otra realidad. Por eso y a pesar de las afirmaciones en contrario el "modelo español" se reveló como un fiasco, una debacle cuyo fondo es difícil advertir
Rasputiza profunda. Densa y hambrienta. Frontera contra los traidores y los enemigos de siempre.
Me detengo.
Pongo música en este miércoles lluvioso. Me dejo llevar por la voz de una argentina que canta desde lo profundo de un país, que se desdibuja siempre y que cobra nuevos contornos, a veces audaces y otros terribles y temibles.
  Mariana Baraj, busca en sus raíces, en las nuestras, nuevas opciones para continuar desarrollando sonidos y palabras que atañen a los hombres de siempre. Se nota en su voz, en su intento de avanzar, en sus músicas y sobretodo en este disco llamado "Azucena y Margarita". Suenan voz y se oyen los ritmos que transita y convoca sonoridades radiantes. No es música que se escuche en la radio o que alguien silbe por la calle bajo el perfume de árboles bonachones y amables. Es música que lleva a razonar sobre los alcance de la creatividad, de los límites que se traspasan buscando nuevas opciones. Su voz  resuena, rebota contra las paredes ya anémicas de mi casa. Sobre las bibliotecas vacías. Sobre las despedidas crudas las que voy enfrentándome en estos días. Pero así y todo, eligo a esta mujer para que me cante desde el color que ella descubre para muchos que como yo, intentamos seguir construyendo espacios, azares y otros milagros con forma y ritmo de una música que por vieja, antigua, y casi sin pretensiones comerciales para las grandes empresas, sigue convocando desde ese sitio a aquellos dispuestos a conocer, a disfrutar con esta mujer talentosa y necesaria para la música de una región remota que continua encontrando nuevos cuerpos que la llevan encima como una porción de aire y otros juegos, que a veces nos asaltan a la hora de nuevos rumbos. Incontenible la voz de Mariana Baraj juega en los rincones de este pisito madrileño, de Hortaleza que pronto será de otro, de otros. ¿Quedarán las huellas entonces de ésta música para los nuevos habitantes que lleguen después de nosotros? Por nuestra parte a nosotros nos quedan los abismos que recorremos a conciencia siempre que haya oportunidad para hacerlo.
Hago un punto.
A veces las noticias, golpean y nos hacen añorar otros escenarios. A veces en medio de tanto desierto en el que hemos convertido este territorio que vivimos, nos llega una lágrima dibujada, se nos produce un costurón nuevo. Una cicatriz palpitante. Se detiene todo gesto. La sorpresa anida sobre nuestro hombro.
Gustavo Roldán fue uno de los mejores escritores de literatura infantil de la Argentina. Junto con tantos otros, alimentó la fantasía de muchos. Pero además con él, conviviendo en las bibliotecas de muchos de nosotros, sirvió para organizar las palabras de nuestros hijos. Para desalambrar tanta teoría y tanta terapia para educar a los más pequeños.
Era escritor y también fue carpintero. Se murió ayer y hoy conocí la noticia. Oriundo de una provincia lejana, el Chaco. Estudió en Córdoba, hasta que lo echaron de la universidad los salvadores de la patria, para recalar finalmente en Buenos Aires. Hizo crecer flores en los albañales de aquellas épocas. Ayudó a contener tanta pena desde sus palabras, desde sus construcciones y desde ese ejercicio de libertad irredenta que siempre es la apuesta por un mundo mejor, para ellos, nuestros hijos y los que les sigan. Gustavo Roldán escribió a destajo desde ese ámbito de lucha que siempre es la creación.
Se murió un hombre amable, con sentido del humor y con la conciencia de escribir siempre, como él decía, aspirando a escribir textos donde la cantidad de años que tenga el lector no sea más que un accidente como el verano o la lluvia o el frío.
Hoy la tristeza entonces tiene nombre y apellido. Ignoro si la luna lo echará en falta, ahora por lo menos algunos hemos muerto un poquito con el . Nos llegó la tristeza con sus tules que flotan cada vez que vienen a buscarnos a algunos de nosotros. Cuando vienen a medirnos las sombras, a sentarse sobre nuestras rodillas las penas y esas cosas. Se murió un escritor y la ternura, se deshace un poco más. Debemos esperar que tanta tristeza se duerma de una buena vez y seguir viaje.
Digo.
Rasputiza. Ese barro que frena.
Todavía queda tanto traidor, tanto tonto suelto. Todavía hay idiotas que siguen pensando que las tiranías están a la orden del día. Periodistas o ciudadanos provos, que creen que Argentina es más una desgracia que una conclusión. Gente bien, que aprecian los flecos de una modernidad a la cual están llamados en pos de esa cordura, vieja y loca, que les hace leer editoriales, sin entender lo que leen. Que les hace creer lo que dicen los periodistas a sueldo de la desmemoria. Todavía están estos tipos. Que comen los restos de lo que les dejan, aquellos que roban, que esquilman y que mienten. Siemrpe sorprende que estos defensores de las buenas maneras, olviden todo cuando, se cometen asesinatos en masa o destruyen un aparato productivo en pos, de las buenas maneras de los centros de poder. Sorprende que desde ese sentido común, que siempre será el menos común de los sentidos, estos tontos, se hagan eco de los giros que tiene el poder, para usarlos en nombre del bien común. Leen editoriales, opinan, apoyan y se dicen que en su país hay, existe una tiranía nefasta. Olvidadizos o pretensiosos arribistas, olvidan que hablan de una democracia, que costó 30.000 desparecidos, otros tantos muertos y presos conseguir mientras, ellos, aducen que nunca supieron nada. Miran para otro lado, se hacen los cosmopolitas, los modernos.
Distraídos.
Por eso si no los despiena el viento, a estos los va a despeinar como simepre la historia y de ahí nunca se vuelve. Se escudan en las maneras democráticas de las democracias avanzadas, que son lo que son, por esquilmar pueblos enteros, por robar y asesinar pueblos enteros de otras partes del mundo.
YPF o Telefónica, son excusas. Más tarde o más temprano, volverán a ser de sus dueños originales. Por más que chillen y se desgarren las vestiduras estos "defensores" de la democracia de otros. Del estilo de vida occidental y cristiano, vida de los otros siempre.
No hace mucho se los llamaba cipayos. El cipayo era el soldado pasado en armas al colonizador, para cobrar un azote menos que los otros. El cipayo es un traidor. "Malinches". Siempre los hubo. Escritores, periodistas, alcahuetes nobles y bufones de palacio. Militares y torturadores. Curas y empresarios. Todos son ese "use y tire" que los colonialistas tienen a su disposición en los países periféricos y atrasados.
Educadores de prosapia, leen editoriales emanados, como todas las noticias, de los dueños del poder.  Poder central, que los ignora siempre, que quieren cobrar más, que usan indefectiblemente, dejándolos vivir en sus ciudades avanzadas. Utilizar sus concepciones universalistas, cuando se refieren no a ellos, europeos de ley, sino cuando se refieren a esos negros desalmados que no reconocen la labor educativa de los desarrolladitos de siempre. Se olviden que por ejemplo, en España pueden tener la tarifa más baja de teléfonos, debido a los precios que cobran en esos países ignorantes y hoy mal educados y enemigos de las buenas y saludables costumbres liberales.
Rasputiza. Es lo que rodea todo. El olor del barro. El cuerpo de ese elemento que apresa todo. Rasputiza que se traga todo lo que quiera traspasar ese camino inabordable. Muralla que atenaza, tanta codicia y tanto espanto.
Rasputiza entonces para los enemigos de siempre.




lunes, 2 de abril de 2012

Algunas cuestiones

Hay que pensar. Siempre. Hacer pensar al otro, al que está a tu lado. Promover el pensamiento para salir de este fangal autoritario de mercados y mercaderes. Pensar siempre. No dejarse llevar por la marea. Instalarse en el entrecruzamiento de ideas, extractar de ellas, aportar a ellas. No quedarse quieto. No ser un jubilado a propósito. Piense no sea tonto. No paralizarse ni quedarse dormido. Pensar y desnudar al otro con tu pensamiento y ser desnudado por el otro en un juego audaz. Pensar y después, llevar a la práctica todo. Ser insumisos con el mundo. No creer medias verdades. No ser medio verdad, incompleto, ladeado. Buscar las palabras y las ideas en donde las haya. Erigir todo lo que haya que erigir y olvidar todo lo que haya que olvidar. Pensar no para justificar, sino para construir. Buscar atajos, sendas, camino nuevos. Penar y exponer. Exponerse siempre. A cada palabra, gesto o cuerpo. No dejar nada porque sabemos que no queda nada. Volver a leer y releer. Examinar y discutir todo, todo el tiempo hasta arribar a donde se deba.
Pienso.
España aporta hoy siete de cada diez parados a la vieja señora de avanzadas democracias. El 50% de los jóvenes no tiene trabajo ni tendrá casi oportunidades. España está primera en ese nível. Es la primera seguida

de Grecia y Portugal. Cien días de gobierno de los enemigos. Perdonan a los estafadores y estafan a los trabajadores. Si uno paga sus impuestos como se le obliga, otros no lo hacen y les llega la bendición eterna. El patrón podrá cambiar las reglas de juego a sus empleados o esclavos, podrá reducir sueldos, jornadas o alargar jornadas por la misma limosna. Los fascistas de siempre recortan los fondos necesarios para crear nuevos empleos. Mienten, siguen mintiendo. Se tapan la boca cuando hablan de los desastres que están llevando a cabo, para que nadie les lea los labios.  Si lo jerarcas quien cerrar sus fabricas o empresas, ahora lo tienen más fácil. Se quitan todos los diques para que estos buitres campen a sus anchas sobre el lomo de aquellos que siempre ponen el lomo sin ningún tipo de protección. Recortan todo y mienten. De manera solapada, han decidido desviar a España hacia el tercer mundo, que junto con Italia, Portugal y Grecia son el lastre de espíritu del Reich alemán. Mientras tanto, las colas del paro son la peregrinación laica de los nuevos desheredados de esta maravilla que llaman libre mercado. Ahí, en ese instante en donde uno espera, la justificación para darle a hijos, esposas o padres, se detiene el mundo. Los de la cola, miramos como nos miran los que todavía tienen trabajo. Notamos esa indiferencia forzada, ese miedo que envuelve a los que están del otro lado de la línea.
El escenario de una batalla por darse. Los que tienen y quieren más policía, más protección y de ser posible, que esas colas desaparezcan de los sitios que ellos suelen frecuentar.
¿Lucha de clases? No. Desigualdad que de seguir a este paso, terminará conduciendo a muchos más a ese mismo sitio en donde hoy estamos los que esperamos cobrar para seguir en esta especie de búsqueda de nuevos collares y nuevos amos.
Cambio.
Deberíamos tratar de imaginar qué es lo que puede pasar si el discurso dominante de las corporaciones pasase ya por las plataformas digitales, por la red. Esta será la guerra del futuro. La red, internet nunca es neutra y las grandes corporaciones quieren manipular todo esto. Los grandes monopolios brindan hoy acceso a la red, no es casual, son empresas que deciden a quién brindarle el servicio y quién no. De esta manera regulan la información que transita de forma totalmente impune. La política de estos grandes conglomerados económicos es intentar determinar por donde debe correr la información. ¿Teoría de la conspiración? No, no creo en eso del todo. Pero si yo mando un mail a Buenos Aires, por ejemplo desde España, la información que transmito se ve mediada por Google, entonces primero pasa por los Estados Unidos y luego le llega a ese destinatario mío.
Va ser una gran confrontación, porque los que hoy prestan servicios de conectividad no tienen ninguna intención de cambiar el sistema. Las multinacionales van por dos caminos paralelos: primero por donde va la información y después por el de la manipulación de contenidos. Esta la perdieron, porque el usuario logra ya manipular y seleccionar la información que consume  através del uso que hace de internet. Algo que perjudica los planes esenciales de la censura previa o el filtro de las informaciones.
Pienso.
Mientras escucho un disco maravilloso de Joey Barron, acompañado por Arthur Blythe, Ron Carter y Bill Frisell llamado "We'll Soon Find Out". Maravilla escuchar a estos tipos tocando como si el infirno fuese a estallar. Suena la música de este baterista que sigue sumando nuevas coordenadas para tratar de
entender por donde pasa la rueda de la música hoy por hoy. Está la guitarra de Bill Frisell bordeando los caminos y el gran Arthur Blythe en el saxo. Además del veterano y maravillo Ron Carte en el contrabajo. Música que sirve para destrabar tantas angustias, tantas tristezas y tantas futuras distancias. Rebelde, tengo para mí esta música que permanece, que escucho con una cierta pasión y una cierta admiración. Músicos que hacen música y que dejan volar la imaginación y ayudan a seguir construyendo una d elas mejores historias que ha tenido el siglo veinte. La democratización de la música. La música corriendo por todos lados, no ya para unos pocos y acaudalados señores que podían pagarse las entradas a sitios cerrados y exclusivos. Entonces un disco de jazz, de los mejor que se puede escuchar hoy por hoy, con los límites precisos que esta experiencia que se llama música tiene en sí misma. Disco notable, que a yuda a descongestionar tanta pesadez acumulada en estos tiempos que corren y que tratan de corregirnos a nosotros, los deconocidos de siempre.
Vuelvo al tema fundamental que para mi representa la música. Algo vital, vertiginoso, que por poco que pensemos, nos lleva a sitios diferentes. Nos ayuda a matetrializar nuestro discurso particular a la hora de enunciar o solamente a la hora de dejarnos llevar. Desde ese costado creativo uno, yo, puedo llevar a cabo ese dibujo en que se ha transformado un poco mi vida.
Digo.
Hoy, pareciera que una de las tensiones políticas que se dan, giran alrededor del tema "liberación o apropiación" de lo que llamamos bienes intelectuales comunes, que siempre pertenecen de manera incluyente a los seres humanos por su condición de tales. Entonces desde esta postura se puede afirmar que la cultura es infinitamente más valiosa, profunda y diversa qe la llamada industria cultural que solo sabe de producir bienes de consumo y a su vez enorme y cuantiosas ganancias concentradas en, cuando no, una pocos corporaciones comerciales. De allí, que uno quiere o pretenda avisar sobre este nuevo feudalismo digital, que intenta transformar la red en un modelo concentrado, asimétrico, lleno de privilegios para quebrar su lógica, riqueza y hasta su potencialidad. Por eso cuando se perciben discursos que hablan en defensa de los derechos de autor, cabe registrar la impresentable patraña de los mercaderes de siempre, que pretenden seguir ignorando el fin de una época. Como los estados, políticos y otras malas hierbas que nos gobiernan desde hace ya mucho tiempo.