En Zona

martes, 13 de agosto de 2013

La tonta sonrisa de Robin Williams


Apareció ayer en Página12.com.ar y me quedé pensando en esto, masticando las palabras, A veces razonar ayudado por lo otro, por lo que se intuye, en esa especie de zozobra a reglamento que atravesamos, ignorados y raudos. Solos y casi siempre anestesiados.
Asombrados y todavía en contra, muchos se preguntan en la idiotez de siempre, si la realidad no es solamente esa sonrisa estúpida que nos circula por el rostro.
De las sombras se sale con políticas, no con adivinanzas ni juegos solitarios. Se construye con políticas y se discuten políticas. El resto son chicanas que se utilizan como demostración de fuerza, de ese titeo trabajado por los de siempre.
Me quedo con este texto de Horacio González, leerlo es una de las formas de no hablar solo, de no saberse solo en medio de esta estampida y polvareda que comienza a percibirse en medio de la llanura. Algunos hasta tienen preparadas las maletas, se despiden de la amante y congelan sus muecas de manera grotesca y estudiada.
Pero nadie renuncia ni nadie se suicida en este paisito de vértigo horizontal.
Vuelvo.
Este texto, para mí es casi certero. Por eso quiero compartirlo y releerlo con calma. En esta hora en donde muchos se están asustando o en todo caso, mostrando el pelaje.
Porque en definitiva son como el bueno de Robin, una mueca a destiempo, una palabra casi sin sonido, una nada de acertados genuflexos.
Que no sea nada.

Frente a la dificultad




 Por Horacio González
Hasta el momento, un sutil e implícito descentramiento vino jugando a favor del Gobierno. Ha tenido trato con el vacío y la plenitud, ha surgido de un vértigo y creó una institucionalidad movediza que puso sobre la arena política debates cruciales sobre la historia colectiva. Sale machucado de esta jornada, pero su compleja respiración sigue viva. No es anticapitalista, pero no todos los procapitalistas caben en él. Verdaderamente, el verdadero capitalismo globalizado no desea que prosiga. No es antirrepublicano, pues sus actos, que proyectan reformas institucionales o leyes avanzadas, se someten al debate parlamentario y al juego democrático general. No obstante, sus impulsos reformistas son pretextos variados para la crítica de un neorrepublicanismo que a veces siente estar frente a una dictadura. Tampoco el Gobierno es enteramente peronista: si buena parte del peronismo cabe en él, no todo el kirchnerismo cabe en el peronismo. ¿Y el peronismo? Visto desde su propia complacencia, está escindido para siempre, aunque conserva el mismo nombre. Hay en su interior el dilema de origen: o su memoria da paso a otros rumbos o se instala en su ocaso litúrgico.
El Gobierno no es contrario a las inversiones extranjeras, pero buena parte de su adversarios lo acusan de ahuyentarlas, lo que hace sospechar la paradoja de que cuando lo critican por verlo contrario a tales inversiones es por su tendencia nacionalizadora, que sin dejar de ser genuina, no se realiza en la época de Scalabrini Ortiz sino en la de los fondos buitre. El Gobierno gobierna en la dificultad, no en el auge. ¿No lo sabíamos?
No menosprecia cierto privilegio hacia el revisionismo histórico, pero reivindica a los principales héroes de la Ilustración argentina, no desdeña a Sarmiento ni a Lisandro de la Torre, e incluye un saludo explícito a la reforma universitaria de 1918. Mientras al peronismo más estricto le gusta recordar que la gratuidad de la enseñanza universitaria explícita viene de Perón, la Presidenta puede saludar este hecho de naturaleza democratizadora en lo económico, aunque acentúa la historia democratizadora esencial. ¿Cuál es? Que ese reformismo universitario progresista es el que ocurre en la conciencia institucional universitaria, en el corazón de los saberes humanísticos. Precisamente en aquel año en que Deodoro Roca, el último gran hombre de la gran Ilustración argentina, escribe el Manifiesto Liminar. Hay que saberlo.
Como nunca, dado el carácter repentino o su gusto por lo flagrante, los actos más diversos del kirchnerismo hicieron surgir a la luz las afecciones más profundas, las motivaciones primarias, las oscuras incitaciones del país, a veces encerradas en memorias lejanas de las encrucijadas nacionales. En el marco de una campaña adversa que, recurriendo a poderosos thrillers, género truculento que procura altos resultados emocionales, asoció al Gobierno a espantables corrupciones que taponaban toda discusión posible. Inclusive impedía la propia discusión más precisa sobre la corrupción. Puede comprobarse que a pesar de tales campañas, que hacen de la política un mundo espeluznante y patibulario, la elección realizada por el Gobierno fue su momento de mengua, pero de digna resistencia ante tales ataques.
Más que multipartidarias, esas arremetidas lanzaban sus flechas desde una condensación mediática inusitada. Se atacó al Gobierno bajo la hegemonía de la injuria fácil, arma conservadora por excelencia. Los resultados electorales dicen que el Gobierno resistió como pudo la tensión en sus ciudadelas. Si los resultados que obtuvo no son ni espectaculares ni lo desobligan de mayores compromisos explicativos, le trazan ahora un horizonte donde deben convivir con reorientaciones y reflexiones más exigentes. Exámenes internos, rigores analíticos mayores, son sin duda lo que el momento aconseja. ¿No lo sabíamos? Hay que saberlo.
Descartemos dos visiones extremas. Se equivocan quienes suponen que hay un “aparato estatal” que tiene efectos coercitivos sobre el voto –el viejo espectro del clientelismo–, como quienes también digan que los “aparatos comunicacionales” hayan llenado de comidilla servil a la oposición. Es obvio que eso existe, son elementos de cuya abstención no puede jactarse ninguna elección. Pero para comenzar a hablar, no vale ya decir lo obvio. El voto como entidad colectiva es lo que se sabe a sí mismo como señal de validez, es lo ya dado, no como operación espuria. Existió la voz gubernamental, y la otra voz. La frase “la patria es el Otro” adquiere ahora su verdadera dramaticidad. Lo sabíamos.
Pero es necesario decir también que hubo varias campañas. La de los partidos, coaliciones, ligámenes personales. Y la “otra campaña”, hecha por los karatekas de las sombras, alegres comediantes de individualismo posesivo, que sin duda tuvo grandes efectos. Se basaron y a la vez crearon un tipo de elector desideologizado, que convive con la inmediatez de tiempos quebradizos y en donde la mundialización de los gustos y formas de vida ejerce un mandato de condena, en términos de sumisión y pobreza, sobre millones de personas en todo el mundo. Vivimos bajo nuevas formas de vigilancia, consumo, simbolizaciones sumarias pero efectivas en la creación de estilos políticos bajo dominios tecnológicos que implícitamente definen la cantidad de hombres y mujeres que serán marginados o víctimas del hambre y la inanición. De nada de esto saben Massa o Macri, pero desde ya deben demostrar querer saber más de esto los que hayan dicho que escucharon flamear antiguas y nuevas banderas populares.
Es un lugar común admitir los errores sin decir cuáles son, pero en la raíz de la situación vemos un gobierno que cosecha un caudal mediano de votos –aun siendo la primera fuerza nacional y manteniendo quórum propio en las cámaras–, y que no merma ante los electores por sus deficiencias, sino por lo que largamente ha insinuado, su reformismo atrevido y no sus dimisiones. Porque hay un supremo error en todas las fuerzas políticas de nuestros países. La poca atención que se presta a las nuevas configuraciones de dominio, el mando mundial, que tiene las más oscuras zonas de disputa, que afectan los viejos legados democráticos, que adoptan la imposibilidad de detener guerras latentes, provocándolas. Larvadas o intermitentes, lanzando operaciones bélicas de todo tipo. Mantener las instituciones democráticas es vital; tan vital que solo se lo hace yendo a la cepa última de esta situación, esta estructura de escasez que propone el mundo capitalista real para las clases populares, y no tanto una fenomenología social válida –seguridad, inflación, corrupción–, temas que cuando las izquierdas populares no toman adecuadamente, están más fácilmente disponibles para que los nuevos conservadores se apropien de ellos, porque ellos no son ni quieren ser sino eso.
Todas las nociones colectivas, lo social como signo emancipador, están en riesgo. Países donde se ha avanzado en esos conceptos –finalmente culturales– sin abandonar desarrollos productivos que no afecten el destino de la humanidad, lo humano mismo, son precisamente los países cercados por nuevas alianzas estratégicas –como la del Pacífico– y decisiones de agencias secretas que repentinamente ven un objetivo militar en el avión de Evo Morales. Son coacciones que fuerzan a la clase política mundial, inclusive a la que en el pasado mostró aspectos que podrían llamarse progresistas, o tercermundistas, o de liberación social, a convertirse en el programa del liberalismo obligatorio, que ya nada tiene que ver con herencias venerables del siglo XVIII. Ahora es un liberalismo que puede no aludir a invasiones, bombardeos, confiscación de embarcaciones, administraciones de la usura mundial que tiene a su servicio cortes supremas, aviones militares no tripulados, pero aparece como su complemento. Apéndice que en su mejor nivel es medroso y en su peor nivel es oportunista y pusilánime. Ese neoliberalismo se apresta a volver, alimentado por afluentes sombríos, que algunos conocen bien, otros no aciertan a detectar, aunque pronuncien muchas veces palabras superficialmente adecuadas. Lo sabíamos. Es tiempo de auscultar lo que somos, interpretar con agudeza los nuevos horizontes de justicia y rehacernos en el acoso.





Ostranenie

Ya pasó.
Muchos viven su derrota, preguntando. Los vencedores también se preguntan, aunque por ahora bajan la voz. Se desgarran las vestiduras, se miran de reojo los que perciben el sabor agrio de un bolero que parecía eterno.
Los más, siguen como pueden con sus vidas. Ciegos al murmullo de aquellos que disimulan el presente, vendiendo el pasado reciente como gloria eterna. Muchas boquitas pintadas en el bunker, algunos escotes y mucha muchacha en flor cantando para la cámara.
En fin.
Han querido moralizar el pasado, lo han intentado. Propios y ajenos. La historia que algunos contamos. Esa línea sinuosa que se desprende de la culpa colectiva, que nos quieren vender. Pero la duda es siempre la misma canción.
El pasado está ahí, al costado y queriendo ser contada.
¿La violencia se cuenta?
Mucho amor, muchas margaritas y sonrisas. Pero el pasado es mejor enterrarlo, dejarlo escrito en el descifrar confuso de los otros.
Perdieron, si es que perdieron no contra otros, sino contra ellos mismos. Agitando las algas de ningún entrevero demasiado serio y fiero. En todo no tocarle la sombra a los poderosos siempre tiene su costo. Sirven mientras les sirvan a ellos.
Digo.
"Vivo en un pueblo que tiene una calle larga. A veces pasan hombres montados a caballo.
Los automovilistas, a veces, aminoran su velocidad".
Se retuerce el invierno, se agota la espera. Cambian los tiempos que a veces se perciben grandes. El de a pie, sigue de a pie. El silencioso percibe sus silencios, cuando espera que venga el calor. Viaja y suda como siempre. Desconfía y se alegra de hacerlo. Se alegra por la sonrisa salvaje de esos fantasmas chiquitos que lo rodean de a ratos. Se deja estar, esperando por la longitud de esa vida que lo recorre.
Cumple y en silencio, trenza sus sueños.
Las tristezas se columpian desde siempre. Se arremolinan las cuentas pendientes, mientras los otros hacen lo suyo. Vota y después se vuelve atando verdades despacito, gambeteando las sombras de los nuevos profesionales de la libertad.
Espera el tren y el sabor de castigo, lo cerca.
Digo.
Es que estamos rodeados y son siempre para peor.
Me detengo en un poema que se dibuja en elpoetaocasional.blogspot.com de Pedro Donangelo. Reaparece Blas de Otero, construyendo con sus palabras estos sueños que a veces, no, creo que siempre, me deslumbra y me conmueve.



Lo Fatal
Entre enfermedades y catástrofes
entre torres turbias y sangre entre los labios
así te veo así te encuentro
mi pequeña paloma desguarnecida
entre embarcaciones con los párpados entornados
entre nieve y relámpago
con tus brazos de muñeca y tus muslos de maleza
entre diputaciones y farmacias
irradiando besos de la frente
con tu pequeña voz envuelta en un pañuelo
con tu vientre de hostia transparente
entre esquinas y anuncios depresivos
entre obispos
con tus rodillas de amapola pálida
así te encuentro y te reconozco
entre todas las catástrofes y escuelas
asiéndome el borde del alma con tus dedos de humo
acompañando mis desastres incorruptibles
paloma desguarnecida
juventud cabalgando entre las ramas
entre embarcaciones y muelles desolados
última juventud del mundo
telegrama planchado por la aurora
por los siglos de los siglos
así te veo así te encuentro
y pierdo cada noche caída entre alambradas
irradiando aviones en el radar de tu corazón
campana azul del cielo
desolación del atardecer
así cedes el paso a las muchedumbres
única como una estrella entre cristales
entre enfermedades y catástrofes
así te encuentro en mitad de la muerte
vestida de violeta y pájaro entrevisto
con tu distraído pie
descendiendo las gradas de mis versos.

Blas de Otero (1916, Bilbao / 1979, Madrid, España).

Sigo.
Es extrañamiento, es esa palabra que no tiene traducción, es un síntoma que ni los años de alegría legislada, de amor a reglamento y por cadena nacional, pudieron desterrar. Ostranenie querrá decir algo, pero por el momento uno, yo, sigo caminando despacito y por las piedras.
Dicen que este es un final de ciclo. No, los ciclos extorsivos son casi eternos hasta, que se revierte o se da vuelta la milonga.
Pero, los otros, esos enemigos de siempre, ya tienen el miedo en el cuerpo. Se asustaron y por eso, sigo compartiendo mi voto a este gobierno. No mucho más
Me quedo con Blas de Otero, con algunas músicas y diferentes esperanzas, que se calientan al sol a pesar de curas y sargentos.
Y me voy, disimulando un poco.











viernes, 2 de agosto de 2013

El mal de ausencias

El aburrimiento. Esa languidez ridícula que asoma por entre los pliegues de la realidad. Masca el cuero, gotea el techo, se repite y repica esa letanía.
Temporada de elecciones. Palabras entrecruzadas y secretos. Los políticos y sus secretos. Los políticos y sus no dichos. Aburren plenamente.
Miradas de reojo, suspicacias y de nuevo y siempre lo que no se puede decir.
No, no aburren, me equivoco, me ponen en alerta. Me sitian al borde de la mentira y su familia. 
Uno siempre abrevia al otro. 
Primero intuimos el fenómeno y después, solo después las reglas que rigen este fenómeno que nos desviste se hacen presentes para entender o por lo menos para intentarlo. Así las cosas, presiento estar rodeado y se que siempre son para peor. El gobierno y los opositores, danzan entonces sin fijarse en el resto, en los silenciosos, de a pie, los que siempre saben, sabemos, que se puede estar peor.
Mientras tanto, siguen su ronda, los de siempre.
Digo.
Mejor espero que pase el invierno. Que se disuelva en promesas, que se torne otra cosa.
Vuelvo a la política. ¿Qué explican los que siempre deben explicar? Se pelean entre ellos, se vuelven recuerdo en el transcurso y vienen otros. 
La falta de sangre en profundo de las noches, hace de los candidatos meros predicadores de desiertos y de sus alrededores. Se nombran y se olvidan. Construyen y abandonan.
Nadie puede ceder al encanto del ocultar. Se deshacen entonces, en la nada.  Quinta columna de lo intocado, de lo sagrado, de lo recóndito. Juran y vuelven a jurar, en la profana puntería de los que nada se juegan.
Pero nadie rompe.
Ninguno patea ningún tablero. Todos esperan. Desacostumbrados los otros, hacen noche, fumando alrededor del fuego. Pareciera que la política es esto. Ese mal de ausencias que obliga a ser, traidoramente, parte de esa majestuosa e infrecuente clientela que concurre a votar. Se juega y se pierde por una moneda. Nadie muere, todos sobreviven a tiempo para pagar el alquiler o la siguiente mensualidad a las amantes sonrientes.
La muerte es cosa seria, demasiado, por eso juegan y reviven a cada paso. Cambian, pero se someten. Mientras tanto, dejan pasar el tiempo. Mienten entonces con ese frenesí sin nombre, pero viejo y siempre nuevo.
Entonces.
Presiento tan grande la tarea, que es mejor hacer desde abajo. Descreer, comenzar a descreer de la superficie, volver a lo negro y desde ahí, apilando ladrillo a ladrillo,  buscar otras preguntas.
Todavía sigue persistiendo en el cuerpo social, un alto consenso hacia la disciplina y por su continuación que siempre es la obediencia.
Esto, este patrón sigue sin erosionarse. Entonces discuten por un general, por la foto de un cura o por lo silenciado en el discurso.
Ejercen a toda hora, la lenta consumación de la pérdida de memoria. Así dejamos el sentido del pasado y como quien no quiere la cosa, también del presente, ya que esto también habrá de traer otras pérdidas más profundas.
Demuelen y nos obligan a traicionar ese sentido de todo lo hecho. Abrevio al otro.
Disimulo y espero. 
Hacen encuestas y condenan con algarabía y mucha hipocresía todo lo ajeno a sus negocios. La violencia siempre es la violencia del otro, de ese que vive en el limite.
Vuelvo.
Me dejo estar. Camino por las mismas calles de siempre. Creo que a los árboles los hacen los pájaros y el viento. Me distraigo con una sonrisa y a veces, releo un libro antiguo.
Las ciudades son siempre extrañas. Vísperas del ruido, antesala de la tristeza. Voy desafiando oportunidades, mientras esperan los otros.
Los huesos duelen, los cartílagos, los míos, ya no reconocen ni mi nombre. Dejo una mirada en el perfil de una morocha que me camina por esta vida, parecida a una casa de citas y no a otra cosa.
Río con furia y cuento las arrugas que me sobreviven. Encuentro persianas francotiradoras y me cruzo con reyes destronados que dicen siempre que la vida eterna dura una nada y así vamos. Ladrándole a la luna cuando no hay luna y sobra el vino ajado por los cuatro costados.
No escribo para nadie. Es una mueca.
Celebro esta misantropía que me da asilo. Viajo por ciudades, que siempre quiero que sean mías desde el reverso de la historia. 
La rubia o pelirroja sensación de amores imposibles. Bares y codos hechos en mostradores. Luces tenues para las mentiras y un balcón para escuchar respiraciones ajenas.
Mateo con lo imposible. Mientras un cielo de banderas festeja. Demasiado himno a medianoche me digo, mientras comienza el suicidio de la noche.
Entonces.
Ya no sueño con serpientes. Los días se me iluminan a fuerza de cielos altos y desparramados de este sur sin límite. El espanto hace el resto sin esperar la jubilación. Desolados como el paisaje, voy o acaso vamos sin reconocernos en el intento.
He vuelto a fumar y he dejado de ser enredadera de mis recuerdos. 
Mientras tanto, alargo las despedidas y me vuelvo sueño equivocado, peatón de lluvias y futuro brindis de tequila.
Digo.
Me asombro con un poema que tomo del blog de Irene Gruss Elmundoincompleto.blogspot.com, en donde hay muchos buenos poemas, varios como para que se te seque la garganta y se te ablande el alma. Sharon Olds es una poeta espectacular, con solo dos libros editados en este país, pero no importa es una gran poeta que une parte de este mundo a bordo de sus palabras. Y siempre es como un rayo, encontrarse con una poeta en medio de la nada.


SHARON OLDS

(San Francisco, EE.UU., 1942)

Las formas

Siempre tuve la sensación de que mi madre
moriría por nosotros, se lanzaría a un fuego
para sacarnos, el pelo incandescente como
un halo, se zambulliría en el agua, su cuerpo
blanco sucumbiendo y girando lentamente,
ese astronauta cuyo cable se corta
para
perderse
en la nada. Nos habría
protegido con su cuerpo, habría interpuesto
sus senos entre nuestro cuerpo y el cuchillo,
nos habría metido en el bolsillo del abrigo
lejos de las tormentas. En la tragedia, el animal
hembra habría muerto por nosotros,
pero en la vida tal y como era
tuvo que mirar
por ella.
Tuvo que hacer a los niños
lo que él dijera, tenía que
protegerse. En la guerra, habría
dado la vida por nosotros, te aseguro que sí,
y lo sé: soy una estudiosa de la guerra,
de hornos de gas, de asfixia, cuchillos,
de ahogamientos, quemaduras, todas las formas
en las que sufrí su amor.

Versión de Juan José Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas

Sigo.
Me desnudo con la lentitud del que sabe y todavía desconozco como hacer para llegar a fin de mes. Extranjero siempre entre extranjeros, mis botas eternas y la certeza inobjetable de empeñar todo por un segundo y salir del coma cada vez que me lo propongan una o dos personas.
A veces me pierdo y espero entre llamaradas, oculto entre mis nombres dibujo las distancias que se me prenden como abrojitos en medio de la tarde.
Entonces sin testamento voy por ahí. En medio de un mar, de muchas dudas y futuras demasiadas viudas. Demasiado siempre es poco y ahí vamos, saludando al personal, mientras suena mi canción preferida y los muñecos, se siguen aferrando a cuanto escritorio o señorita se les presenta enfrente para ser inmortales hasta la jubilación.
La ciudad se estrangula y alguien, como siempre ocurre, estará esperando su libertad condicional, el próximo tren o la próxima boca.
En fin, que no sea nada