En Zona

sábado, 20 de diciembre de 2014

Ese apacible malestar




Hoy se cumplen trece años, apenas trece años de la sublevación popular que arrojó de sus puestos a muchos, no demasiados, rufianes políticos. Ese día, 20 de diciembre, el pueblo, no la gente ni las personas, sino simplemente el pueblo derribó un gobierno que de alguna manera, había traicionado y arrebatado a millones la posibilidad de sobrevivir.
Se sabe, que cuando un pueblo se subleva no hay forma ni método eficaz para enfrentarlo. Ese día ni las balas ni los asesinatos a mansalva pudieron.
Trece años después, no obstante, los ideólogos, los matarifes y toda la canalla "democrática" que apoyó esa represión siguen gozando de su libertad. Libres, opinando y en algunos casos brindando clases magistrales en universidades católicas y privadas.
Digo.
Pero ese día pasó otra cosa. Dentro del contexto general del neoliberalismo imperante por estas llanuras y todavía por el mundo, se debatía si la solución fuese, primero de forma disimulada y después a los gritos, que se fuesen todos. Que los políticos dejasen la política y que de ahí en más, la solución pasaba por otro carril.
La clase media desorientada porque la cosa no pasaba ya por la mera satisfacción de las demandas, sino por el deseo se encontró de golpe que ya no basta con ser un explotado más, ser un esclavo de saco y corbata para garantizar sus ansias emancipatorias. Eso, ese momento había pasado mucho tiempo atrás. En aquel 2001 todavía no se reconocía el rostro de un mundo globalizado dominado  por el poder financiero.
No se lo conocía, como hoy lo conocemos. A pesar de ese cinismo o pesimismo que nos tiene rodeados  mientras el mundo se descose por momentos, a pasos agigantados, comprendimos que el discurso capitalista siempre y tajantemente condenó al ser hablante a ser esencialmente un individuo. Así vivimos un tiempo, hoy, en donde dicen que las transformaciones políticas no tendrán ningún sitio operativo.
En definitiva estamos en ese malestar pegajoso y con amplia difusión por los medios de comunicación que no informan y engañan sabiendo que lo hacen.
Vuelvo.
Ese 20 de diciembre, dimos pelea. Tuvimos bajas, más de treinta muertos. Acorralamos a la política entregadora y a sus perros en veinte manzanas a la redonda. Fue el combate más duro, rabioso y feroz que Buenos Aires haya vivido en sus años de historia. Desarmados, con piedras y palos contra fusiles y balas. Nadie se salvó. La policía como siempre, hizo su trabajo, en ese estadio, madres de plaza de mayo, mujeres con niños, adolescentes, trabajadores desocupados, militantes políticos, obreros del cordón industrial. Todos bailamos un baile de furias.
La cosa había comenzado a principios de noviembre, cuando los bancos le robaron sus ahorros a aquellos que todavía tenían algo. Cuando a los jubilados les quitaron el 13% de su jubilación para pagar la deuda externa. Cuando nos anunciaron por televisión que nos iban a rebajar los sueldos, mientras el índice de desocupación escalaba desnudo por las pantallas del televisor noche a noche.
El 19 de diciembre, amaneció caliente. A la tarde, el gobierno anunció el estado de sitio para evitar los saqueos que se venían produciendo en casi todo el país. Hambrientos, los desheredados salían a buscar alimentos a como diera lugar.
Ese día de diciembre, nos amenazan con el estado de excepción por cadena nacional. Antes de finalizar, salimos a la calle.
La dignidad no se negocia dicen. Salimos, solos, individualmente, caminamos por la ciudad y llegamos al Congreso.
No estaban esperando.
La represión fue dura y sin organización llegamos a la casa de gobierno. Y la cosa se puso peor.
Esa noche, recuerdo, volví de madrugada a mi casa. Sabía que había que volver a la plaza a pelear.
Pienso.
La pérdida de memoria es el despojamiento del sentido del pasado y de parte del presente también, que suele acompañarse de otras pérdidas.
Por eso uno debería como menos, volver a rehistorizar el pasado. Ponerlo en ese contexto y tratar de discernir para instalar la discusión definitiva si vale el caso, de tratar de reconocer las bondades de las democracias neoliberales que vive el mundo. Esa sería una de las tantas hipótesis que debemos evaluar a trece años de aquellos días, sabiendo hoy que el neoliberalismo es el nuevo totalitarismo imperante y bien visto por los dueños de todo y sus descendientes sangrientos.
En esta retirada al conformismo le perdimos la huella y el olor a los entresijos de la constitución del orden planetario, que en su base hace norma de la exclusión, acorralando a millones de seres en ese escalón de indeseables o prescindibles, futuros desaparecidos.
Esto por aquellos años no era nuevo. Uno sabía que debía quedarse enganchado en lo que fuese para seguir teniendo trabajo. Seguir siendo fuerza productiva y mirar hacia otro lado y cruzar los dedos.
Así pasamos por el menemismo, hoy indultado y llegamos al inicio de siglo pauperizados, con muertos y derrotados.
Ese 20 de diciembre sin estructuras, salimos a la calle a conquistar el poder real. Nos enfrentamos a ellos, a los que nos gobernaban alegremente, salimos a demostrarles que las bayonetas sirven para cualquier cosa menos para sentarse sobre ellas.
Hacía un calor abrumador. Entre los gases lacrimógenos me encontré con mi hijo mayor y su primo. Ya éramos tres y supe que podíamos seguir disputándole el terreno a los perros de siempre.
Al final de la tarde, a bordo de un helicóptero se fue el presidente y bailamos entre el fuego, miles de seres que habíamos hecho de la angustia un arma revolucionaria.
No fue la revolución ni creo que haya sido esa la propuesta. Fue el impulso libertario de definir de una vez y por todas, la capacidad popular de un pueblo que decidió enfrentar a los traidores.
Fue un día terrible, fueron días terribles, que marcaron a fuego y sangre a toda una generación que ese día decidió salir a la calle para enfrentar la historia y nacer.
El saldo fue duro. La pelea fue dura.
El después, ese día no interesaba demasiado, acaso existía una tenue percepción de lo que habría de llegar.
Los trece años posteriores descubrieron nuevos caminos, nuevos compromisos, ese momento de verdad ejercido en un momento igualitario se debieron más que nada a la experiencia, a la intervención de la experiencia de todo aquello que el capital  no puede reducir a mercancía.
Durante estos trece años, recuperamos cuestiones. Volvimos a sentir la alegría del estar juntos. Muchas cosas de las que perdimos nunca volvimos a recuperarlas. Pero fueron años de sentirnos un poco más cobijados. La manta de la historia por fin nos tapó algo durante las noches.
Así durante esas jornadas de lucha hicimos el intento de la construcción de otro ser con los otros y así hermanados, les  advertimos a los enemigos de ese nosotros, que no hay eternidad posible para los profesionales de la traición. Que más temprano que tarde, el pueblo ajusta cuentas. Desde esos días, los políticos y los poderosos tienen miedo.
Por eso hablan de tiranías, de inseguridades, de más policía, de más represión, de más cosas que los protejan.
Desde ese 20 de diciembre ningún político duerme tranquilo, porque la democracia es otra cosa y no la que, como el amo, nos quieren hacer colmar el agujero, porque el amo sabe que también tiene sangre y que también en algún momento se irá de este barrio.
Entonces compañeros, después de esa victoria, de la cual no hay culpables, porque se perdonan entre ellos, mientras miran de reojo. Porque se confiesan a media voz entre ellos mientras sienten el temor de que les quiten el negocio. Porque hablan con la boca torcida, ejerciendo la trampa como único ardid eficaz para seguir tejiendo a espaldas nuestras. Saben que están vencidos.
Por eso, porque siempre estamos rodeados y son para peor, les avisamos a esta canalla que se dice demócrata que con nosotros no se juega y si se olvidan, recuerden esos días del 2001.
Mientras tanto compañeros cuando quieran volver, los vamos a estar esperando como siempre.
Un abrazo y que no sea nada


sábado, 6 de septiembre de 2014

La palabra como forma del silencio

Cumplir cien años. Dejarse llevar por las palabras durante un siglo y seguir hurgando por el costado de las palabras hasta el final, como en un baile de locos y de anti poesía. Dejarse deslumbrar por la vida y detenerse al borde de esa vida para verla pasar desnuda. Nicanor Parra, chileno pero ante todo poeta acaba de cumplir sus primeros cien años de vida.
Años de peleas, de amores desenfrenados, de vinos calientes bebidos en mesas de maderas oscuras como los rostros de los obreros. Años de enseñarnos poesía al resto, de enseñarnos a sumar y a restar siempre, de enojos y enaguas, de muertos y vivos en la gran rueda de esta vida.


Manifiesto



Señoras y señores 
Esta es nuestra última palabra.
-Nuestra primera y última palabra-
Los poetas bajaron del Olimpo.
Para nuestros mayores
La poesía fue un objeto de lujo
Pero para nosotros
Es un artículo de primera necesidad 
no podemos vivir sin poesía.
A diferencia de nuestros mayores
-Y esto lo digo con todo respeto-
Nosotros sostenemos
Que el poeta no es un alquimista
El poeta es un hombre como todos
Un albañil que construye su muro:
Un constructor de puertas y ventanas.

Nosotros conversamos
En el lenguaje de todos los días
No creemos en signos cabalísticos.

Además una cosa:
El poeta está ahí
Para que el árbol no crezca torcido.

Este es nuestro mensaje.
Nosotros denunciamos al poeta demiurgo
Al poeta Barata
Al poeta Ratón de Biblioteca.
Todos estos señores
-Y esto lo digo con mucho respeto-
Deben ser procesados y juzgados
Por construir castillos en el aire
Por malgastar el espacio y el tiempo
Redactando sonetos a la luna
Por agrupar palabras al azar
A la última moda de París.
Para nosotros no:
El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón.

Nosotros repudiamos
La poesía de gafas oscuras
La poesía de capa y espada
La poesía de sombrero alón.
Propiciamos en cambio
La poesía a ojo desnudo
La poesía a pecho descubierto
La poesía a cabeza desnuda.

No creemos en ninfas ni tritones.
La poesía tiene que ser esto:
Una muchacha rodeada de espigas
O no ser absolutamente nada.

Ahora bien, en el plano político
Ellos, nuestros abuelos inmediatos,
¡Nuestros buenos abuelos inmediatos!
Se refractaron y se dispersaron
Al pasar por el prisma de cristal.
Unos pocos se hicieron comunistas.
Yo no sé si lo fueron realmente.
Supongamos que fueron comunistas,
Lo que sé es otra cosa:
Que no fueron poetas populares,
Fueron unos reverendos poetas burgueses.

Hay que decir las cosas como son:
Sólo uno que otro
Supo llegar al corazón del pueblo.
Cada vez que pudieron
Se declararon de palabra y de hecho
Contra la poesía dirigida
Contra la poesía del presente
Contra la poesía proletaria.

Aceptemos que fueron comunistas
Pero la poesía fue un desastre
Surrealismo de segunda mano
Decadentismo de tercera mano
Tablas viejas devueltas por el mar.
Poesía adjetiva
Poesía nasal y gutural
Poesía arbitraria
Poesía copiada de los libros
Poesía basada
En la revolución de la palabra
En circunstancias de que debe fundarse
En la revolución de las ideas.
Poesía de círculo vicioso
Para media docena de elegidos:
«Libertad absoluta de expresión».

Hoy nos hacemos cruces preguntando
Para qué escribían esas cosas
¿Para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente!
El pequeño burgués no reacciona
Sino cuando se trata del estómago.

¡Qué lo van a asustar con poesías!
La situación es ésta:
Mientras ellos estaban
Por una poesía del crepúsculo
Por una poesía de la noche
Nosotros propugnamos
La poesía del amanecer.
Este es nuestro mensaje,
Los resplandores de la poesía
Deben llegar a todos por igual
La poesía alcanza para todos.

Nada más, compañeros
Nosotros condenamos
-Y esto sí que lo digo con respeto-
La poesía de pequeño dios
La poesía de vaca sagrada
La poesía de toro furioso.

Contra la poesía de las nubes
Nosotros oponemos
La poesía de la tierra firme
-Cabeza fría, corazón caliente
Somos tierrafirmistas decididos-
Contra la poesía de café
La poesía de la naturaleza
Contra la poesía de salón
La poesía de la plaza pública
La poesía de protesta social.
Los poetas bajaron del Olimpo.


Así entonces con Nicanor Parra de la mano, me aventuro a esta especie de ronda que dibujan aquellos que dicen entender o atender las necesidades del público. Me dejo estar en esta monocorde sensación de hastío que me produce este hedonismo atrasado que nos tiene, que me tiene, rodeado.
Vuelvo a leer a Parra, vuelvo a descubrir esas migas de pan que los poetas, sólo los poetas saben dejar a su paso para perderse a conciencia, para volver sin conciencia.
Entonces de golpe la realidad se tiñe de desacuerdo. Uno presume de patriota a la hora de la siesta, de interlocutor válido de tanto silencio contumaz, de caminante estático.
No, no se puede vivir sin poesía. Se debe construirla a cada paso.
Digo.
Se murió Gustavo Cerati, pero sigue vivo a pesar de los esfuerzos del periodismo en encerrarlo en el mausoleo a toda costa.
Lo conocí en un pasillo de una redacción llena de humo y otros olores. Hablamos un rato, cuando él era todavía ese nadie que solemos ser todos.
Quedamos para una nota. Nos despedimos y unas semanas más tarde, hicimos la nota. No había editado su primer disco como Soda Stereo, pero Cerati ya sabía de que se trataba todo esto. Veía, vio, la historia dibujada de antemano. Su propia historia y trabajó en consecuencia para ello.
Meses después fue la presentación de ese primer disco, en un McDonalds o algo por el estilo. El hastío, la brevedad de los años ochenta estaba en su apogeo. allá por el '84 creo. Todo era plástico, alegría, diversión y el inicio de la frivolidad a reglamento.Volvimos a encontrarnos con Cerati, en distintas ocasiones. El era dueño de un planificado sistema de humor, que lo defendía de algo. Era como un scanner que recorría los cuerpos de los otros cada vez que se acercaban a él.
Fue un músico importante, uno de los mejores cantantes que haya habido en este país. Además se convirtió a fuerza de talento en uno de los más notables músicos de esta eternidad que seguimos llamando rock nacional.
Cuando fue el final de esa fantasía llamada Soda, fue en un estadio de fútbol como correspondía. Ahí, Cerati se despidió de la gente al finalizar la presentación con un: ¡Gracias…totales! No se porque me acuerdo de ello, porque me detengo en estas dos palabras que un músico utilizó como despedida para cerrar un ciclo. Pero aún hoy lo recuerdo.
Se cierra así una historia, se unen dos puntos del camino. Pero el misterio sigue siendo la vida, la pura vida que tenemos por delante, la que nos atraviesa a cada paso y nos lleva hacia algún sitio, sin saber cómo vamos o lo que peor aún, por qué vamos hacia allá.
Con Nicanor y con Cerati, quise cerrar una semana extraña. 
Porque los poetas siguen bajando desde sus palabras el camino exacto a seguir. Porque están ahí a nuestro lado, cantándonos o solamente susurrando en nuestro cuello, las palabras justas, el silencio recordado.
Porque la palabra de alguna manera, reforma el silencio, forma parte de el y se desdibuja en el. Ahí está la poesía del chileno rebotando contra techos y camas. Ahí está también la poesía de este guitarrista, bailando en las cornisas entre los amarillos y ciudades de furias.
En fin, muchachos, esto está todo pago





viernes, 5 de septiembre de 2014

Música del alma

El regreso de Robert Plant con un nuevo disco, siempre es cuestión de alegría. De aquellos años locos de Led Zeppelin a nuestros días, mucha pero mucha
agua ha corrido bajo tantos puentes. Hace unos años volvió a emocionar cuando junto con Allison Kraus hizo un disco maravilloso y exitoso. Era el 2007 y el mundo parecía bailar sobre la cubierta del Titanic. No obstante ese trabajo sirvió para revitalizar la imagen de Robert Plant. Luego le siguió otro trabajo que casi pasó sin pena ni gloria y ahora, hace días nomás acaba de aparecer este disco. "Lullaby and… The Caeseless Roar" con The Sensational Space Shifters como banda de apoyo. Disco oscuro y a la vez profundo de un cantante que a pesar de los años, sigue manteniendo el ritmo. No levanta casi la voz, se mantiene sobre la música como una ola que avanza arrojando espuma siempre para arriba. Pero en medio de todo están los sonidos venidos de otras partes de este planeta. Ahí se mueven sonidos emparentados con otras culturas y que siempre atrajeron a este cantante, incluso en algunos momentos de la formidable banda que lo hizo conocido a finales de los sesentas, cuando junto con Jimmy Page coordinaron el inicio del sonido más espectacular que recuerde la música popular del mundo.
Bueno disco de este británico que regresó a Londres y realizó este trabajo interesante y notable. Además vuelve a traernos a este héroe de nuevo entre nuestras cosas. La banda que lo acompaña es también de una maestría delicada que poner al servicio de Plant un verdadero  colchón de sonido para que se recueste en el y pueda cantarnos lo que quiera o lo que sabe, que no es poco. Disco para tener en cuenta a la hora de dejar atrás tanto hedonismo y tanta frivolidad.
Cambio.
Disco perfecto por donde se lo aprecie. De nuevo Hermeto Pascoal vuelve a sorprender a fuerza de talento. Disco de colección que le sirve a este músico para desplegar sonidos y más sonidos. Aquí acompañado por Aline Morena y se acaban las palabras. Disco perfecto que sirve para seguir adentrándose en el mundo peculiar y personal de este talentoso creador de América Latina.
Aparecido a finales del 2006, sigue manteniendo su vigencia que se manifiesta en cada una de las canciones que pueblan este trabajo. Con toda la carga de su territorio natal Pascoal, sigue desenvolviendo su capacidad a toda máquina, para continuar con su trabajo de asombro hacia nosotros, simples mortales sedientos de buena música. Dueño de una carrera que no puede ser olvidada, proveniente si se quiere del jazz o de la música en general, logró cruzar fronteras y regalarle al mundo una serie de discos inclasificables, pero necesarios a la hora de recorrer el paisaje de este continente.
"Chimarrao com Raspadura" se llama esta pequeña obra de arte, que no tiene difusión en ninguna radio del planeta tierra, pero que sin embargo suena por todo el planeta a pesar del silencio imperante el la llanura de las buenas costumbres.
Música, sonidos e ideas al servicio del aprendizaje personal de cada uno de nosotros, que vibramos con la buena música y la alegría que la misma suele destinarnos a cada uno de los mortales atrevidos, que todavía resistimos a pesar de todo.
Otra parte más.
The Cure fue, o es, una de las bandas que nos distrajeron allá por los años ochenta. Oscuros, lograron un cierto renombre con discos que aún hoy siguen sonando.
Pierrick Pédron descubrió el jazz a los 16 años de edad a partir de allí, con su saxo a cuestas inició un camino propio. Hace un tiempo editó un disco dedicado a Monk. Sorprendió. A mí me entusiasmó. Ahora Pédron lo hace de nuevo. Acaba de publicar "Kubic's Cure". Un trabajo que recorre algunos momentos de aquella banda de rock. Canciones interpretadas a la manera y con la visión de este músico nacido en 1969 en algún sitio de Francia.
No es un trabajo fácil ni sencillo. Por ejemplo abre con "A Forest" y uno lo reconoce, pero dura menos que un abrir y cerrar de ojos. La banda que lo acompaña y él mismo, se encargan de buscarle la vuelta. De dar vuelta una canción y descubrir nuevas variables.
Las similitudes escasean y ahí a lo mejor radica la fortaleza y la belleza de este trabajo. Suena The Cure, pero es solo un espejismo, ahí en la música suena Peirrick Pédron con su saxo alto marcando las pautas esenciales de un trabajo complejo y sutil al mismo tiempo.
Los tiempos cambiaron y sin embargo, resuena en mis oídos por ejemplo "In Your House" como lo hizo en su momento, pero ahora, más turbulento, más arriesgado y por lo tanto mejorado por el paso de los años para todos nosotros.
Disco imprescindible para saber que ocurre hoy en una buena parte del mundo del jazz y sus suburbios.
Otro cambio.
Vuelven los imperturbable y meritorios Phish con un nuevo disco en un nuevo regreso. Una de las bandas norteamericanas más interesantes de la escena musical. Dueños de un talento sin límites, estos músicos, maestros en los conciertos casi eternos, vuelven al disco de estudio con "Fuego" después de mucho tiempo de carreras en solitario de cada uno de ellos. Trey Anastasio, Jon Fishman, Mike Gordon y Page McConnell regresan con un disco espectacular. Con el sonido característico que los viene acompañando desde mediados de los años ochenta. Han vuelto y con eso, algunos, tenemos bastante. Nada es como parece ser en el universo Phish y eso es lo de menos. Porque Phish es heredero directo de otra banda emblemática, salvando las distancias, que se llamó The Grateful Dead y que marco también una divisoria de aguas en su momento.
Tanto los Grateful como Phish, suelen gustarme sin prejuicio. Muchos no comparten mi afición por esta banda de talentos, que hacen música desde hace tanto tiempo. Sin embargo, debajo del sonido de Phish, siempre hay como una corriente oculta, que se desliza furiosamente por debajo, dejando la superficie en calma.
Ahí, a veces me parece que siempre suele asomar una punta de esa contracultura que floreció hace mucho y que pareciera, olvidada. Ahí están entonces estos cuatro señores haciendo de nuevo de las suyas. Mezclando sonidos, buscando nuevos caminos, porfiando en la propia capacidad de creación para deslumbrar y seguir haciendo muy buena música afortunadamente.
Sigo.
Y Lars Danielsson lo hizo de nuevo.
Volvió a reunir el equipo del primer Liberetto y recomenzó en donde habían dejado en su momento. "Liberetto II" es música de cámara si se quiere. De una sutileza perfecta y de una confluencia de sonidos que emociona. Disco impecable con una de los mejores pianistas del momento como lo es Tigran Hamasyan y que sostiene la melodía que Danielsson dibuja desde su contrabajo.
Disco esencial, jazz del bueno, que a pesar de ser despreciado por los norteamericanos, goza de muy buena salud. Conviven en este disco diferentes tratamientos sobre la mezcla de música popular, clásica y aquella que surge de las entrañas.
Sin lugar a dudas Danielsson es alguien que sigue buscando. Alguien que interpreta las diferentes pistas que esa búsqueda le van brindando. Sin ya en los trabajaos anteriores de este sueco, uno fue descubriendo trazos originales, en este, el último hasta el momento, están cruzando cada una de esas pistas que han hecho de su carrera, una de las carreras más interesantes que se hayan dado en Europa en los últimos tiempos.
Vale entonces para todos aquellos que aman las cosas bellas y sinceras. Un trabajo inobjetable y casi necesario para los momentos especiales que siempre creemos merecer. Algo que no es poco.
La última.
Me sale mi costado de barrio. No puedo evitarlo. Es más fuerte que yo, mucho más fuerte.
Lo pongo y suena de fondo "Love The One You're With" y tiemblan las paredes de esta casa en la periferia de la nada. Suenan las guitarras de aquellos viejos héroes y yo, estoy aquí, sentado y todavía vivo.
CSNY1974, se llama esta pequeña joya rebelde. Ahí están Crosby, Stills, Nash and Young en el verano de 1974 reencontrando el camino. Ahí están sumando músicas, paredes de respuestas para los enemigos de todo.
Ahí, mis vecinos se asoman y sonríen en esta pre-primavera que vivimos, pero no bajo la música, por el momento.
No son perfectos, no guardan ningún tipo de relación con este presente que vivimos. Pero sin embargo el espíritu de aquella rebelión, sigue latiendo en nuestras manos. Ahí, se suman las emociones, ahí uno se descubre cuarenta años más tarde, moviendo el cuerpecito con esta música de barrio.
Grabado en vivo en un estadio, mantiene la misma magia y el mismo fervor. La sangre inquieta y decida.
Esta música del alma que me acompaña, me sirve para esperar confiado, para convidar a mis amores, para soñar los días, para construir el amor, para desnudarme y  volver a vestirme. Esta música que sobresale como una ola en un mar demasiado confuso y aburrido que nos toca en suerte.
En fin, compañeros esto, esto es lo que hay...

Como un río que fluye

Como en un cuento, el relato se yergue por encima de cualquier suposición. Contar noticias de esta parte del mundo se torna, en mi caso, cuesta arriba. Contar para sujetar una realidad, que siempre es pequeña comparada con nada. Por eso, me detengo y elijo un cuadro de Lucien Freud, para inventariar en palabras, sonidos que se encadenan en un sinfín con ningún destino. Sirve una pintura, un trazo, una parte de ese todo vedado para todos, para mí y que sin embargo se convierte en un momento detenido sobre un lienzo, escondido en una palabra, disimulado en una mirada que no es inocente, como ningún gesto lo es a simple vista.
Se desdibuja, hablando de pintura la conexión con ciertas pautas, ciertos límites del color. Un cuadro es apenas una muesca que queda estática en el río eterno de cuestiones que nos persiguen desde siempre.
Entonces es ese cuello dibujado, sometido al color el que nos recuerda cuellos, pieles, tactos entrevistos a lo largo de décadas de peregrinaje.
Lucien Freud me gusta, por su vida, por ese calor que supo dibujar en cada tela. Me gusta por su historia. Por ese intento de romper con aquello que siempre estuvo roto.
Un pintor y su mundo.
Descubro.
Partes de esa discusión que nos sitúa en el borde. Hablamos de nuestras cosas, cuestiones inmensas que se pierden en medio de un mundo distante, delirante, anárquico y sin embargo palpable. Nos situamos en nuestra historia y eliminamos al resto. El resto no existe en tanto y en cuanto a esa finitud que nos hace insoslayables. Contrabandeamos verdades creyendo que son únicas, inobjetables y rotundas mientras que en otra cama, en otra parte ocurre lo mismo.
Rumiamos letanías, ignorando lo chico de todo. Lo leve, lo apenas visible de nuestro mundo. Entonces desde esa pequeñez que somos, vamos amontonando pistas que se pierden en las primeras sombras.
Se acerca la primavera, se huele en el aire y comienzan los perfiles de las flores a asomar del sueño. De a poco, todo vuelve a desentrañar sus respuestas.
Me detengo.
Dino Saluzzi vuelve a hacerse presente en mi discoteca personal con su último trabajo pensando y desarrollado en su segunda patria. Desde Alemania llega esta pequeña joya de música casi de cámara. Un disco lento, detenido en las alturas de una cima creativa que sigue alumbrando pequeñas obras de artes, que desde hace años sigue trazando un camino diferente, alejado y casi cristalino. Saluzzi músico proveniente del folklore argentino, solía tocar en los bailes de carnaval en los cañaverales de su provincia. Allí entre fragores propios del fin del mundo, él, sujetaba su bandoneón y hacia girar a hombres y mujeres en torno de una melodía apasionada.
Sin trabajo, ni dinero para comer, un buen día decidió emigrar. Se fue lejos, a un país extraño y difuso para el resto de sus compatriotas. Se fue con su familia y con su música. De a poco, logro conmover y un buen día, alguien le comentó a otro alguien sobre ese talento oscuro que tocaba una música extraña. Ese otro alguien fue a verlo y se deslumbró. Lo llevo a su sello discográfico y lo hizo grabar, lo que el músico quisiera. Y él grabó y desde entonces, Saluzzi se convirtió en una leyenda pura y duradera.
"El Valle de la Infancia" es el último momento en la carrera de este músico orgulloso, en él Dino Saluzzi vuelve a ese paisaje interno que lo lleva a rastras por el mundo. Es música popular tratada con ese conocimiento rotundo que los creadores saben trascender. Ahí están las preguntas que se hace Saluzzi ronroneando músicas que le vienen desde el comienzo de los tiempos.
Un disco exquisito, profundo. Un trabajo que sigue derrochando talento en cada uno de sus temas. Sigue entonces Saluzzi marcando caminos a pesar de ser  ignorado. El lo sabe y algunos de nosotros también.
Digo.
Sumergidos como estamos en un mundo que descoloca a cada paso, en donde todo se ha vuelto vértigo puro, cabe preguntarse por los motivos de ese mundo, este mundo hacia el disparate.
Una nueva alianza promete exterminar a un grupo de salvajes, cobijados y protegidos por ese misma alianza que quiere su exterminio. Los nuevos nazis quieren el exterminio de un pueblo sin tierra, mientras el mundo mira para otro lado. El poder quiere que Japón reforme su constitución para volver a tener ejército y ser el gendarme del Pacífico. Un español que el algún momento gobernó el reino, viene al sur a darnos lecciones de democracia y a hablarnos de las bondades de ser sumisos y mansos.
En fin noticias del mundo que a veces me sorprenden en medio de la nada.
Vuelvo.
Me distraigo y de repente me descubro agradecido. Un cuadro que sueña y que describe un algo detenido. Otra vez la magia de milenios deteniendo en el aire, gestos, rituales. Otra vez y gracias a esto, me detengo yo, frente a una sombra pintada y me dejo llevar hacia esos costados inmateriales de la vida misma. Un rastro de pintura que hace pensar. ¿Es ese el objeto de la creación? Me pregunto al tiempo que mastico ese tiempo parado frente a una obra.
Un cuadro como oportunidad única de reconciliarse con esa magia profunda que significa dejar plasmado un momento, una secuencia que fluye desde un pincel detenido frente a un lienzo, antes del primer trazo, de ese primer recorrido que indefectiblemente habrá de seguir buscando esos atajos, que son en definitiva el hecho creativo.
Miro a esa pareja que mira. Me cuelgo de sus solapas y me quedo, me estaciono en el rumor pleno que a ellos los embarga.
Un cuadro entonces es ese algo que revierte toda presunción. Uno está ahí, quieto, mirando y a pesar de conocer todo sobre la persona que pinta, desconoce todo, absolutamente todo sobre las intenciones enjuagadas de color que pueblan la tela. La historia dejando sus rastros.
De ahí entonces la felicidad de ser público de esta detención de los tiempos que corre pareja con la voracidad del artista.
Es un acto de pasión. Un profundo acto de pasión silenciosa, ajena a toda causa. Viviendo esa ajenidad perpetua que lleva a una persona a enarbolar un pincel cargado con el peso justo de pintura y determinar esa frontera, que solo el talento suele traspasar y hacer felices a nosotros, el resto de mortales ninguneados por la solemnidad de creernos, por un momento, que lo nuestro es lo más importante que ocurre en el mundo.
Como un río que fluye, perezoso y tenue, vamos descubriendo de a ratos esas pequeñas marcas que dejamos en los márgenes de todo. Vivir como vivimos en la frontera y sabernos, alegres y confiados que nuestro amor está plasmado en la pared de una caverna portátil que llevamos a cuestas. Ella pinta para que el mundo recomience a cada pincelada, yo, agradecido, me dedico a mirarla y esperar una nueva pista.
Compañeros que no sea nada.


miércoles, 2 de julio de 2014

Ladrón de bicicletas

Mientras el mundial de fútbol discurre, ese juego organizado por una entidad mafiosa que concita el interés de millones de abonados, miro, presenció los partidos por la tele. Me dejo llevar por ese rinconcito salvaje que vive conmigo, puteo, carajeo a los rivales y de pronto, grito los goles, como cualquier mortal sujeto a esas pasiones inexplicables.
Es como el amor me digo. Esa lenta y profunda sed que subyace junto a nosotros. Domesticados y ansiosos de placer como estamos, el amor, el sexo sigue siendo la gran cuestión.
De eso se trata el psicoanálisis ni más ni menos. Planteamos el placer que vivimos y también planteamos una mayor producción de placer. Ese pequeño motor que nos lleva a desear y nunca estar satisfechos de nuestros deseos.
El fútbol a lo mejor, entraña algunas de estas cuestiones. eligen a un jugador y lo convierten en un sex-symbol de entrecasa. Suspiran, suspiramos todos. Ese objeto del deseo en pantaloncitos, que trota y trota por el verde, nos conmueve.
Pero dejo pasar esta instancia.
Después de años y años de ni siquiera recordar, un buen día, me encuentro con una bicicleta de nuevo entre mis cosas. ¿Una bicicleta? Si, un hecho paradojal que me remueve despacito la sangre en estos días. Una bicicleta que me pertenece, que me lleva pedaleando al fin del mundo o hasta la próxima esquina nomás. Y uno no se olvida. Son esas cosas que suenan en uno desde siempre. Dicen los que saben, que hay dos cosas que nunca se olvidan. ¿Será? Claro que es. Es como el amor. Pasan los años, cambian los cuerpos, se pierden pelos, dientes y hasta miradas, pero de ese equilibrio sobre dos ruedas, uno no se olvida, como de los pasos a seguir en la comarca del amor-
Volví a tener una bicicleta después de muchos años, muchos gobiernos, muchas alegrías y también muchas tristezas.
¿Me la prestás para dar una vueltita a la manzana?
Así, en una ciudad de provincia polvorienta, de siestas largas y silenciosas, me hice amigo de esa aventura. No era dueño de ninguna bicicleta, no tenía. Dependía de la bondad o del aburrimiento de alguno de mis amigos. Tener una con manubrio chopper o con el manubrio invertido, para las de carrera, era lo más. Ponerle un globo entre los rayos de la rueda trasera, para sentirnos acompañados por el sonido mientras nos íbamos de travesía.
Y allí iba, rebasando las esquinas, doblando o derrapando. Silbando o solamente sonriendo con la boca llena de sol.
Regresaba y la dejaba apoyada contra el cordón de la vereda. Apoyada sobre uno de los pedales en la frontera de piedra de la acera. Mis amigos seguían ahí, deteniendo la vida de puro aburridos o de puro inmortales que éramos en aquellos tiempos.
Al rato, volvía a pedirla y otra vez, la aventura de ser inquilino de una hazaña. De sentir que me deslizaba.
En realidad aprendí a andar en bicicleta gracias a una prima que vivía en una provincia vecina. También una tarde de avispas, hormigas y piedras, me dijo "¿Te animás a bajar la cuesta en mi bicicleta? Dudé. No sabía andar ni montarme en ella. Desconocía la mecánica oscura de esos aparatos. "Dale" le dije. Sacamos la bicicleta a la calle. Esta bajaba casi un kilómetro, cuesta abajo.
Me enseñó a poner los pies en los pedales. "Por los frenos no te preocupes…no tiene" fue lo último que le oí antes de empujarme.
Y allí fui en vuelo rasante. Aferrado al manubrio, esquivando perros mordedores. Solito con mi alma. A pura velocidad cortando tanto silencio.
Cinco o seis veces terminé estrellado contra la calle del fondo. Cinco o seis veces volví andando cuesta arriba, raspado, sucio y cinco o seis veces volvía a deslizarme ante el silencio mortal de mi prima.
A la larga, sabía que terminaría por aprender. Y aprendí.
"¿Me la prestás otra vueltita? Le decía tiempo después a mi amigos de la esquina. Ellos accedían y yo disfrutaba.
Después, me mudé de ciudad. La vida cambió y el recuerdo, se fue guardando de a poco, entre telarañas y polvos vencidos.
Pasaron los años.
Este país no es amable. El progreso, los cambios, el ocultamiento de la pobreza, desterraron las bicis de las calles de la ciudad. Estaba mal visto, era poco serio. La tontería nacional de la confusión permanente. Así, me alejé de ese momento mágico de mi incipiente adolescencia. Nueva ciudad, nuevas costumbres y nuevos tiempos.
Pero los tiempos cambian. Del ninguneo clase media pasamos a la edificación de esta nueva gloria. En Europa se utilizan,  y de nuevo, los argentinos somos ciclistas en sendas especiales porque aprendemos de aquellos que utilizan las bicicletas y volvemos. Con cascos, coderas y rodilleras.
¿Me la prestás un cachito?
Y ahí iba mirando el paisaje, esquivando pozos o adoquines rebeldes.
En fin.
Sigue el mundial. Siguen los fervores. Me dicen mis amigos, que no sea anti argentino ante mis críticas futboleras. Me acusan de anti patria y sonrío. Me gusta el fútbol, siempre me gustó. Durante muchos años asistí a partidos, jugué y me encantaba siempre encontrar habilidosos en mi camino. Es un juego raro, que resulta embriagador.
Más allá de cualquier cuestión, por momentos este juego se vuelve increíble.
Es mentira que uno sea totalmente imparcial. Esta dinámica de lo impensado que es el fútbol hace de uno una especie de animal, que quiere a toda costa, que su equipo arrase al otro, le gane y soporte después nuestra alegría casi eterna para con su frustración.
Ayer.
A pesar del partido, Fue un día gris. Frío y lento. Igual, muy parecido al de hace cuarenta años atrás cuando se moría Perón. El viejo. Esa zozobra que nos apretó la garganta a muchos. Que nos paralizó, a pesar de saber el final que se acercaba de antemano, a las puteadas y a los enojos y furias y desaliento mortal que significó romper con él, unas semanas antes en la plaza de siempre.
Aquel primero de julio de 1974, me veo, me recuerdo recorriendo avenidas desiertas, a bordo de un colectivo también vacío. Hacía frío. Iba mirando por las ventanillas, mucha policía, demasiados puestos de control en las salidas de la capital. Mucho silencio. Mucho miedo bailando en las esquinas de una ciudad metida para adentro.
El miedo era salado. Yo como muchos, comenzamos a verle la enagua a la noche que se nos venía. Sabía de que se trataba o por lo menos lo intuía. Tenía veinte años y la boca seca. Demasiado seca como para olvidar tanta sed de luto.
Pasaron muchos años en estos cuarenta años.
 Cambio.
Releo en este hallazgo de cosas que se me cruzan por el camino a Julio Cortázar.
"Rayuela"viene de nuevo a jugar conmigo. A pesar de ser decretada su extinción, este es un libro memorable. Perdió a lo mejor un poco de irreverencia, pero sigue fresco y lo más campante. Vuelven a confundirse conmigo esas rutas que siguen en sus páginas guiando a los pocos cronopios que hoy siguen intentando algún tipo de truco. Este libro es otro mundo. Es un mundo descabellado y cierto, presentido en cada uno de sus capítulos. En la forma de jugar que cada uno de nosotros emprende en estas ganas de llegar al cielo.
Incluso, creo, que muchos aprendimos con él a hablar, a pensar, a presentir esa vida arrebatada que siempre nos habrá de esperar en cualquier barrio, en cualquier ciudad.
La Maga o Talita en alguna esquina. El cielo cerrado, las calles que llevan su nombre como flores en los ojales. La literatura tomando en serio la idea de juego. La literatura que vuelve a ser lo que realmente es: una mentira bien contada.
A pesar de ser invierno, este pueblo se detiene conmigo en cada página que leo, existe esa obligación de mantener lo irreal como real y obligarnos a nosotros, los lectores, a despeinar tanta seriedad. A reírnos a solas. Las grandes obras se construyen con alegría, porque no buscan nada más que hacernos vivir la fantasía. Aquellos que no creen en este mérito propio de la literatura, son los que anuncian lo contrario.
Entonces, es entonces cuando dictaminan la muerte o el poco merecimiento que merecen hoy aquellos escritores que edificaron una obra que perdura.
¿Se puede leer hoy este libro?
Creo que si. El tiempo ha pasado y se nota. Pero también "Rayuela" mantiene sana esa ilusión de lo fantástico, de un viaje detenido en el tiempo. Mantiene una historia, una historia de amor como pocas se han escrito en castellano durante el siglo pasado. Pero además este libro, representa una manera certera de libertad, que se ha consolidado con el tiempo.
Entonces a pesar de ser algo vetusto, Rayuela tiene vida.
Me deleito leyendo o volviendo a buscar esas pistas que en su momento busqué con aquella vieja edición de Sudamericana, que porté por cuanto paisaje se me pusiese por delante y que leí con una tenaz voracidad cuando era más chico.
Invierno.
Acaba de aumentar el boleto de los colectivos, los muchachos de los laboratorios medicinales aumentaron por las dudas los remedios. El gobierno los multó y lo tipitos volvieron a bajar los precios. Un juez yanquee cree que nos gobierna desde su pisito en la quinta avenida y no sabe, del rumor de los cielos que claman justicia. Los tontos de la oposición braman porque no encuentran la forma de torcerle el brazo al gobierno. Otro torturador está en la cárcel. Los de siempre andan diciendo que hay que hacerle caso a los fondos buitres. Los periodistas cuando no,  engañan y juegan para los poderosos. Las inundaciones de siempre están arrasando parte de nuestra geografía y miles de compatriotas, han perdido todo menos la dignidad.
Noticias del paisito, que sigue resistiendo.
Pongo música.
Rescato un disco viejo. Son Graham Nash y David Crosby, en su primer disco luego del bello experimento que fue Crosby, Stills, Nash and Young. Primer paso en los lejanos '70. Ahí, en sus surcos están plasmadas las voces y las intenciones de estos dos. Disco perfecto y que resiste a su manera el paso del tiempo. Ahí están algunos de los detalles que hicieron grandes a estos tipos en la historia de la música popular del mundo. Mezclas y definiciones. Disco imprescindible.
Era un disco, cuando había discos, de tapas difíciles para abrir y cerrar, toda negra y con la fotito de ellos dos, tal vez saludándome esa tarde que me lo compré en 1972 cuando salía del trabajo y me iba a estudiar. Bajo el brazo hasta el arribo hacia el puerto en donde descansaba mi wincofon mono, con una púa más parecida a un clavo que a cualquier otra cosa. Ahí estoy sentado, como ahora, percibiendo sus voces, descubriendo sus sonidos. Ahí estoy como ahora, dejándome impregnar por esa música que siempre estuvo a mí lado.
Dicen, aquellos que saben, que la música que siempre escuchamos es aquella que escuchamos cuando recién comenzábamos a vivir.
Puede ser. Entre tanta música que convivo, están estos héroes esperando al lado de otros más actuales que confluyen hacía mí derribando prejuicios y falsedades.
Me gustan. Me siguen gustando a pesar de todo.
Y sigo con la música.
Porque una habita y es habitado por sensaciones que se arrastran ocultas entre tanta palabra y tanta maraña que los desconocidos de siempre, nos disparan a cada rato para confundirnos el deseo o por lo menos, para construir ese deseo que ellos quieren para nosotros.
Pobres objetos del deseo o alegres sujetos del deseo que a veces solemos ser.
Porque de eso se trata tanta cháchara.
De reconocernos como engranajes deseantes y no satisfechos. A pesar de nuestras negaciones, en el fondo solo deseamos.
Como la muerte la tenemos ganada, nos queda esa secreta sensación de deseo no consumado, a pesar de todas las pruebas, a pesar de ese placer que se nos niega o ese otro, que desechamos por otro, por el próximo, que será tan corto y extinguible como el anterior, pero será.
Porque siempre pensamos que la duración de todo es hacia adelante, que uno acaba y sigue hacia adelante, no hacia el costado o hacia abajo o acaso hacia arriba. La vida parece ser que es un hacia adelante, que está ahí, que existe frente a nosotros, porque el dolor solo crea pasado y esas cosas, se amontonan. Porque el futuro no existe, es solo un deseo en el que creemos. Pura imaginación.
Se dispara el placer, el deseo nos obliga siempre a recitar la queja que se abraza a todo deseo. y así vamos.
Cambio de música.
Siempre me puse difícil. Mi timidez ancestral asmática me llevó hacia ese lugar. Era la forma más clara de protegerme y de buscar un sitio cálido y sin excesivas preguntas. "Touch and Flee" de The Nigel Cowley Trio es una buena opción. Miércoles al mediodía. Suena este trío y me siento feliz. Un buen pianista a veces te arregla el día, me digo, mientras los pájaros hacen árboles en mi fondito de la periferia proletaria que habito. Suena Cowley y se detienen las moscas en su incesante chocar contra vidrios. El frío se queda quieto y la música me hace pensar.
Un disco excepcional. Una sensación de flotación conlleva la poética de este músico en su último trabajo. No es muy difícil seguirlo y el asombro me gana por momentos. Ahí está lo que está pasando en el mundo de la música. Ahí se notan las señas y los datos, que todo esto que se mueve ignorando las leyes de mercado y sus discusiones. Ahí se estacionan todas las apuestas. Este secreto que muchos llevan a cabo, sigue produciendo lo mejor de la música de estos tiempos. Nada queda igual, todo se superpone en un discurso que no conoce fronteras y que ni siquiera las respeta, ya que las fronteras no se han hecho para los vientos, las lluvias, sino solamente para nosotros, pequeños hombrecitos perdidos.
Gran disco, con una gran traducción del romanticismo musical, que se erige en pared contra tanta post modernidad fascista.
Gran disco, gran momento de este pianista que suena sincero.
La música rarita, me permitió soslayar ritos, esquivar sitios o situaciones mudas. Hacerme el difícil, me permitió de alguna manera, sentirme seguro.
De ahí que yo nunca llevaba discos a los bailes, porque mis discos, no eran para bailar, según decían mis amigos de entonces.
Invalorable trabajo de este trío entonces que sirve para matizar la espera, para aguardar que cambien los vientos y dibujarnos placeres en estos cuerpos deseantes y a veces sedientos.
Mientras tanto y como quien no quiere la cosa, me voy con mi bicicleta a merodear por el pueblo que duerme la siesta y late. Mi bicicleta y yo, seremos por esas cuestiones, parte del paisaje o mejor dicho: paisaje andariego y poco más.
El sábado Argentina se juega los cuartos ante Bélgica. Otra vez a sufrir, a maldecir en voz alta. A asombrarnos y volver a descubrir a ese pequeño bárbaro que nos habita con bastante disimulo, pero que aflora en el momento del gol o de la patada artera o de la injusticia de los que reparten justicia. En fin.
Mientras tanto compañeros: esto como siempre, está todo pago...




sábado, 31 de mayo de 2014

En medio de tanto otoño

Se termina mayo, mes raro si los hay. Se acaba en medio del disparate de este país, desbocado en torno del mundial que comienza en unos días. Todos nos queremos, nos abrazamos y emocionamos con lo bueno que somos una vez cada cuatro años y por veinte días. Es como el amor, que a pesar de todos no suele durar más de quince minutos cada vez y por vez.
El mundial, esta argentinidad al palo rebosando vitalidad en manos de publicitarios que arman sus mentiras y nos obligan a consumir esas mentiras, sabiendo ellos y nosotros que son eso, mentiras. Entonces  el síntoma es justamente esta avalancha de desmadres en pos de la futura alegría que nos habrá de sobrevenir cuando los héroes arriben a la meta. Así todo se posterga hasta la culminación. Suelen caer en cascada las secuencias de tanto amor desmedido por esa pasión que llaman fútbol.
Aburren.
Mientras tanto la vida sigue con sus cuestiones. Abundan los detalles de ese desencajado ejercicio que es que hacen los políticos para hacernos comprender que la política es algo sucio, terrible y que termina manchando a aquellos que se acercan a ella.
Entonces la mitad de este país, se declara apolítico militante. Vota, elige a su gerente de turno y después se desentiende. Mira con espanto a esa otra mitad, que posee un cierto grado de formación política, se asusta de ese país secreto que les es ajeno. Militan los salvajes piensan, los cómplices, los culpables de la situación de este país, ¡de lo mal que estamos, doña, por culpa de esta tiranía infame! Suspiran entre ataques de pánico, los de siempre.
Mientras tanto en el pueblito, comienzan a repartirse los puestos comunales ante la proximidad de las elecciones. La comuna, que no es la de París de 1840, late en torno de esos sueldos que habrán de llegarle al genuflexo de turno, los futuros arrodillados a reglamento. El pueblito, este que me habita desde hace un tiempito, se cuece en chismes a fuego lento. Se miran de reojo, se suponen futuros millonarios, se complota en contra del cambio, que no es cambio, sino la misma cosa, con otros perfumes, otras ropas, acaso otros ademanes.
Se muere mayo en ese amarillo desafiante. Se acaba el otoño, vienen meses de estar bajo tierra aguantando o esperando que pase.
Se diluyen los días de manera más triste. Se combate tanta zoncera alquilada, disimulando, conociendo al enemigo y sabiendo, que este, el enemigo de siempre, espera con frustración su tiempo. Sabemos por ejercicio de memorias, que si ganan ellos, van a arrasar con todo.
Me distraen los vecinos con sus alegrías.
Me quedo quieto escuchando sus emociones, recorro ese humor que se filtra entre los olores de un otoño que siempre huele a madera quemada. Así voy juntando pequeños fragmentos de este hacer, especulando con las certezas, pocas, que me rodean.
Reencontrando afectos que me abrazan y abrazando a esos afectos que me terminan que me completan de alguna manera. Que me construyen en un amor que neutraliza tanta lluvia en contra que es una de las características de este país casi indolente y banal, narcisista y efímero. Pero mío, único, posible.
Cambio.
La música me sigue seduciendo, me sigue convocando a esos rincones aislados en donde a veces vivo. Entonces choco de lleno con torrentes plenos y potenters. Con Bob Mould, me ocurrió algo insospechado. Lo había escuchado mucho en los tontos años ochenta. Algo me había gustado de este señor que toca la guitarra y canta. Después en medio del incendio que la gente bien había promovido en los años noventa, dejé de seguirle la pista. Nos separamos. Divorcio amistoso. Amable y discreto. Hace poco volví a él. Volví como se vuelve al amor, sin expectativas pero con audacia. Y renació la cuestión. Volver a escuchar los discos antiguos fue una especie de acertijo. De ahí, fui llegando a estos días y la conclusión, es que, el crecimiento ha sido parejo para todos. Este último trabajo doble de Mould es lo suficientemente bueno, como para llevarlo encima buena parte del camino que viene. Más relajado el barbudo, nos lleva a nuevas experiencias. Estamos en la segunda década del siglo nuevo y su música es una pequeña lección de talento. En las próximas semanas está anunciado su nuevo trabajo. Seguro que será una especie de atajo hacia ningún lugar, que en definitiva siempre es el mejor lugar a donde ir.
Bob Mould y su "Workbook 25" es imprescindible para tratar de soportar mejor esta realidad impuesta por los de siempre. Un disco pleno, dos disco plenos, uno de ellos en vivo son ese trago de buena bebida que casi siempre solemos merecernos
Por eso la música sigue siendo ese refugio para percibir el salvaje corazón que nos posee, riendo y peleando por algo, que en definitiva solemos ser nosotros y aquellos a los que abrazamos. Esos que nos hacen salir a las calles y descubrir que el resto, siempre nos tendrá miedos y recelos, porque la justicia y el amor, la ternura y el valor, está, estarán siempre de nuestro lado. ¿Por qué? Esto en todo caso le toca a cada uno formular su propio descubrimiento.
Dejo a Bob Mould.
¿Será que seremos, que debemos ser, más buenos en las navidades, en los cumpleaños y en los mundiales de fútbol?
Una reverenda tontería. El mundial de los multimillonarios correteando una esfera, haciendo que sufren, que son son felices. Que entregan su vida por esa patria que en el mejor de los casos no existe, salvo en los cubiles deleznables de los publicitarios. Mentirosos a sueldo. En fin. Más de lo mismo.
Un mes entonces, casi de dibujo animado alocado. Todos con sus banderas, sus pitos y alaridos. Todos con esa felicidad televisiva desbordando a cada momento.
Si ganamos y si perdemos, quedará la sensación de fin de fiesta, de fin de carnaval con las serpentinas bailando con el viento, el papel picado en el barro y el gusto a cenizas en las bocas de muchos.
Acabo de recuperar un libro imprescindible. Escrito por uno de esos últimos intelectuales europeos de izquierda que tuvo en ese momento ese continente. El italiano Primo Levi necesito pocos libros y su vida, para demostrar el horror que la derecha es capaz de diseminar por todo el mundo. No le hizo falta elaborar una teoría monumental ni polemizar con otros asalariados de la desmemoria que rapidamente salieron a desviar la memoria del dolor. Levi estuvo en un campo de concentración y sobrevivió. "La Tregua" narra el regreso de Levi desde el campo hasta su país. Liberado por las tropas soviéticas, Primo Levi entre los cadáveres y el horror de Auschwitz, reconstruye en esta novela su odisea para concretar el regreso definitivo.
Libro que se lee conteniendo el aliento. Que se debe leer a toda costa, ahora que los nazis han vuelto a ser considerados políticos y elegidos diputados o capataces de lujo en la Europa del bienestar comatosa. Ahora que vuelven repitiendo sus andanadas mientras el resto de políticos, comienzan a percibir nuevamente ese leve tufillo a miedo que habían olvidado.
Primo Levi, escribió, hay por las librerías una trilogía, con "Si esto es un hombre", "Los hundidos y los salvados" y "La tregua", que conforman esa autobiografía insoslayable y necesaria.
Me quedo leyendo, entonces ese recorrido que un hombre hizo en una parte de su vida. Me quedo con ese lento y moroso detalle que Levi nos hace descubrir, sin héroes y con muchos malvados. Con las vidas de aquellos dispuestos a todo para sobrevivir. Con canallas que puede ser cualquiera de nosotros en ese tipo de situación. Con la memoria de Primo Levi para acercarnos a esos días de primavera, que significó la llegada de las tropas rusas, la liberación del campo y una pausa en la pesadilla que vivieron estos hombres y mujeres.
Notable libro de este hombre triste, que un día de 1987 decidió ponerle fin a su vida, agregando un epílogo o una pausa a su vida y su obra, para en definitiva darle otro recorrido a una vida signada por la lucha.
Libro tremendo, necesario y de una actualidad rayana con la locura. Levi un gran escritor italiano, un intelectual necesario y por esas cuestiones sospechosas, hoy casi olvidado o postergado por las tonterías de los de siempre.
Así.
De a poco, este sábado se va complicando. Lluvias y otras humedades pronosticadas nos esperan para esta noche. Pero mañana, subirán las temperaturas y el solcito volverá a caminarnos por las espaldas para alegría de propios y extraños.
Me olvidaba: el capitalismo de nuevo a vuelto a considerar a los nazis una fuerza democrática, por algo será.
Compañeros, como siempre, que no sea nada.


jueves, 8 de mayo de 2014

El dibujo de la palabra

Recorro con un dedo mapas, construyo los míos con la fantasía de la imaginación. Invento países lejanos, inexistentes. A veces soy como ese inventor de países o comarcas, que puso Italo Calvino frente a un emperador. Allí, los dos, inventan sus propias ciudades. El que narra y el que escucha. Construyen entre los dos, una ficción, que los desborda. Las Ciudades Invisibles, territorio ganado al silencio, en donde Marco Polo redescubre ciudades inexistentes a un Kublai Kan emperador de los tártaros, crédulo y alerta.
Recorro países que solo habitan en mi memoria. Como los cuerpos ya olvidados, como los cumpleaños del pasado que habitaban entre mis cosas. Recorro palabras de otros, buscando tal vez las mías o solamente para distraerme. Amontono palabras como paisajes, memorizo contornos, salivas y respiraciones. Fundo ciudades en mí, que no conozco, pero que se nutren de palabras, de costados y olores.
Miro un cuadro o dos de Mark Rothko y veo, detenidamente, la línea del horizonte. Los colores no importan demasiado. Están ahí para ayudarnos en el silencio que nos pare.
Vuelvo a mirar ese horizonte, que este pintor sacaba de su paisaje original. Paisaje, pasaje de una imagen a otra. Vértigo horizontal, dije alguna vez o dejé decir. Invento países que se duermen esperando por sus nombres. Deletreo los perfiles de sus costas o solamente de sus sombras que les siguen las huellas.
Me asombra la tarde que me toma descuidado mirando los árboles, adivinando los vuelos volados de tanto pájaro sin nombre propio.
Me quedo fumando mientras se enfría esta parte de la tierra. Mientras los días dibujan memoria.
Digo.
Cada vez leo menos diarios, escucho menos noticias. Me alejo de esa razón diaria que manejan otros por mí. Me alejo de esas construcciones subjetivas que me dicen al oído como pulir mi odio minuto a minuto. Descreo. Renuevo en instantes, ciertas asperezas que me producen los medios de comunicación masiva. Las direcciones que debemos tomar o sencillamente aceptar. Me quedo en silencio. La vida sigue su curso mientras esta roca humeante que habitamos, se desliza poco a poco hacia otra realidad que, supongo, habrá de modificarnos.
Los cambios serán lentos, pero serán.
Pregunto.
Al igual que los nazis en su invasión a la Unión soviética, los aliados de occidente, los defensores de la libertad e independencia, acaban de incendiar la sede de un sindicato, con enemigos dentro ¿Casualidad? Acaban de hacer lo mismo, que hicieron no hace mucho, aquellos que decían proteger al mundo civilizado de la plaga del comunismo. Pero ahora, ahora no hay más comunismo.
Vuelven a sacrificar lo molesto. Queman vivos otra vez a los diferentes.
Odessa, así con doble s, como su grafía original.
La que resistió a ingleses y franceses, la que combatió contra los nazis. La ciudad más inverosímil jamas inventada por los hombres. La ciudad en donde vivió Pushkin, la geografía de donde surgió, para mí, uno de los mejores escritores del siglo pasado.
Isaak Babel de alguna forma, edificó su vida desde diferentes opciones. Comunista, escritor, judío, periodista, ruso y talentoso. Ayer volví a recorrer algunas pistas de su gran libro "Caballería Roja", también y si se busca con paciencia se encuentra "Cuentos de Odessa". Seguro que quedan por allí otras obras suyas.
Babel, como no podía ser de otra manera, pagó con su vida en las purgas del Pepe Stalin. Murió de un tiro en la nuca por representar todo lo odiado. Pero antes, antes fue un militante.
Viajó con los cosacos a la guerra. Lo hizo como periodista y escritor, cubrió la guerra y descubrió ese lado salvaje, que siempre existe en las guerras. Fue critico con eses hombres de a caballo, que arrasaban casi todo a su paso. Con los comisarios políticos del partido, que miraban hacia otro lado, con los generales que cubiertos de sangre, dormían soñando con la gloria. Babel cabalgó con ellos en una guerra, que poco a poco, comenzaba a despedirse de las cargas de caballería y asumía como propio la novedosa costumbre de de esos daños colaterales que servían solamente para ejemplificar el advenimiento del terror como arma secreta del futuro.
Babel entonces despliega todo esto entre las páginas de un libro, que terminaría siendo su perdición años más tarde. Sin embargo, ahí está. En la biblioteca. Ya nadie lo lee. Nadie recuerda su nombre ni siquiera su talento.
Odessa era su ciudad. Una ciudad de poetas, un puerto de amores y desamores. Una ciudad, que vuelve a formar parte de mi moral.
Allí, los ucranianos ahora amados por una europa ( así en minúscula) necesitada de sangres y mercados, acaban de formular otra vez, la solución a sus problemas. Quemaron vivos, encerrados en un edificio a otros. Los incendiaron y se pusieron a mirar el espectáculo. Repitieron una partecita minúscula de la historia. Después volvieron sus miradas a otros edificios. Sinagogas y comercios, hasta que se hizo noche y todos disimularon.
Será cuestión de ponerse a pensar. ¿No será que el capitalismo inventó en su momento a Hitler para derrocar el poder de los soviets en la vieja URSS? ¿Será?
Pienso.
Ahora le llegará el turno a las ex-naciones soviéticas enfrentadas con Moscú. Chechenia y todo el resto. Comenzarán de nuevo estos enfrentamientos para demostrar que el mundo tiene un solo dueño y que justamente, no son ellos, sino los otros. Aquellos que hablan de todo lo que nunca cumplen, pero que les sirve de excusa.
¿Cuál es la excusa de Ucrania? El ingreso a la Unión Europea, a la Otan, al gas de los Estados Unidos y al libre mercado, regulado por los nazis de ese país. País que tuvo un comportamiento vergonzante en su mayoría durante la segunda guerra. En fin.
Digo.
Vuelvo a los paisajes de Rothko. Me detengo en ese infinito que se aleja siempre como la utopía. Por eso es utopía. Miro los colores y me dejo llevar nuevamente, enamorado a parajes desconocidos, con otros nombres. Cuando era chico, jugaba con un lápiz y una hoja. Ahí dibujaba contornos, cada trazo era parte de una frontera. Inventaba países, bautizaba una geografía nueva, organizaba nombres imprevisibles. Seguía con la yema del dedo índice, esos perfiles lejanos y sin lugar fijo en ningún mapa.
Siempre me gustaron demasiado los perfiles.
Me quedo entonces, estacionado en ese color que el pintor promulgó por las inmensas llanuras de su vida, que rodearon su vida durante buena parte de toda su vida. Emigró de su país, se fue a los Estados Unidos y fue considerado uno de los mejores pintores del siglo pasado. Pintó, con furia, con ganas, con esa secreta pasión que tienen algunos que saben, que tienen algo por decir a pesar de todos.
Engañado, robado, estafado por su mujer, la cual siempre volvía a él después de cada combate con la vida, hicieron del pintor un hombre obsesionado con ese infinito inalcanzable.
Ahí están sus cuadros. Ese concepto de fuga hacia la nada. Ese carácter que se desborda y que nos termina desbordando a nosotros, los que parados en un museo, nos detenemos al margen de todo, frente a unos trazos, que nos revela, a nosotros algo indefinido.
Es como el amor o a lo mejor el amor es siempre todo y nosotros parte de eso.
En algún momento de los últimos tiempos, hice un viaje de cientos de kilómetros, para visitar una exposición de este pintor, especie de amor secreto. Viajé y volví, después de sentarme un rato frente a uno de sus cuadros, sometido al silencio tonto que siempre destilan estos cementerios modernos que suelen ser los museos.
Porque la cultura es para los vivos y los vivos somos ruido, puro ruido que anda.
Viajé, llegué a un país extraño para encontrarme con sus colores.
Pienso.
Uno se va siempre sabiendo que vuelve. Desde siempre nos crece este sentimiento. ¿A qué se vuelve? A nada o a todo. Se vuelve para saber que podemos y poco más. Cuando me fui una madrugada cualquiera, supe que iba a volver, que hacía lo que hice para volver a algún sitio, sin nombre ni cuerpo. Porque de alguna manera, el hombre es paisaje que camina y siempre se termina volviendo de una manera u otra.
Recupero los dibujos que hacen las palabras y pienso, escribo mientras lo hago y de una forma inocultable, plasmo mis pensamientos. De eso se trata el escribir, ni más ni menor que de esto.
Asombrado, abismado en esta realidad que me circunda, vuelvo a esa lejana Odessa, tan hablada, tan recordada y sin embargo nunca entrevista, nunca visitada por mí, sino por esos cuentos del viejo Babel que me hablaban de una ciudad con puerto, parecida a la mí. Con sus ladrones, testigos y putas circulando por calles de nombres desconocidos.
Allí descansó Chejov o mejor dicho, en esa ciudad Chejov creyó por fin en la felicidad ¿Creyó? El mejor escritor ruso de todos los tiempos, para mí, por supuesto. En esa ciudad al borde de un mar, se fraguaron tal vez, cuestiones de la historia moderna del siglo veinte o acaso, todo, absolutamente todo fue un sueño loco, transmitido de unos a otros, para edificar una ciudad que se solo habita en las lenguas y todo su recorrido.
Cambio.
Cada momento en la producción de Richard Ford, merece una alegría. Ford, un escritor norteamericano ha logrado concretar un corpus literario. Así lo descubrí un buen día. No sabía nada de él, salvo un cuento que había leído a las apuradas en un bar porteño y mucho alcohol.
Pasó el tiempo, en esos vaivenes que construyen las esperas, volví a él.
Un par de libros de cuentos, una selección de cuentos de Anton Chejov organizada por él y tiempo después, "Canadá" su última novela. Ahora en otra geografía, con un arroyo a menos de cien metros, árboles antiguos y poca gente alrededor. Falta poco para decidir la felicidad. Así, desemboco en una novela profunda, como esa música que suena siempre en la cabeza de las buenas personas. Un matrimonio, que un buen día decide asaltar un banco y son capturados. El éxodo y el desarraigo, el final de algo parecido a una familia. Todo contado por el hijo. Todo visto desde esos infelices años que siempre suelen ser los de la adolescencia. Seca y tersa es la escritura de Ford. Siguiendo su hilo, absorto en sus pensamientos, uno va siguiendo esta historia que tiene vida propia. Junto a John Irving, Ford logra conectarme con cosas particulares del pasado. Ambos, descubren desde sus historias la mirada de esos hijos que nos siguen asombrados por la vida. Que nos esperan especulando en su crecimiento o que nos marcan la ruta de sus futuras vidas. Ford mejor cuentista que novelista para mí, me sedujo con su "Canadá", con una historia que abreva en algunos rincones de lo mejor de la literatura yankee de siempre.  Lo leo y encuentro compases de Salinger, pero mucho también de Raymond Carver, algo de unas pocas, muy pocas novelas de Paul Auster y la lista puede seguir como una culebra entre los pastos.
Una gran novela con su misterio develado desde las primeras líneas, recorrida por este hijo sorteando las sombras que toda vida disputa siempre. Una novela para celebrar este rito, antiguo y justiciero que siempre suele ser la lectura y la producción inigualable de esa emoción chiquita y particular que cada lector siempre dispone para si.
Digo.
A lo mejor lo que Rotkko plasmó en sus pinturas fueron los perfiles de esas llanuras inagotables que lo rodearon en sus dos países. A lo mejor esa línea pensada en medio de la nada sea nada más que ese descubrimiento que se plasma, que se dispara desde la nada misma hasta construir algo que significa nada más ni nada menos que esa nada que nos acompaña, creando en nosotros solamente el silencio necesario para descubrir las múltiples vueltas que un creador ofrece al resto. Solo para seguir.
Seguir esquivando particularidades para enfrentarnos a ese todo casi redentor y ateo que nos come por dentro.
La intranquilidad del arte. La que nos hace pensar. Lo imprevisible de toda búsqueda que nos obliga, que nos compromete con algo mejor. De allí la ternura que nos hace sucumbir en medio del placer, en medio de esa nada que reemplaza a ese otro todo que nos rodea.
De allí el dibujo de la palabra, la palabra justa que señala. La palabra que nos ayuda a modificar, a reponer en su sitio esa añeja idea de justicia. Abrumados por estar acorralados entre tanta mentira, tanto devaneo flojo y ruidoso, sitiados entre lo que no dicen y lo que dejan traslucir, vamos. Llevamos a cuestas apenas lo que somos, por eso, somos mejores que ellos. Porque resistimos a pesar de tanta silicona sujeta y vacía. A pesar de tantos cantos de sirenas agotadas, seguimos creyendo en una cierta forma de amor, de pasiones que nos entibian los corazones y de sonrisas que conforman nuestras alegrías.
De fondo se desprende algo de Dr.Feelgood, los héroes de la clase trabajadora, banda de pub originarios de la isla de Canvey, zona de destilerías, humos y abandonos. Se hace de noche y el frío y la neblina corre a todos hacia el calor y la tranquilidad. Algunos obnubilados se quedan fumando en las esquinas, esperando el amor de siempre que nunca viene, que casi nunca llega sola.
Los Feelgood me ponen de buen humor. A veces se me asoma ese costadito salvaje que me gatilla lunas y soles, pero ya, casi enseguida se me termina pasando.
Es que vivo en un país que por lo menos suele ser ambiguo y eso se nota desde lejos y que forma parte de ciertas costumbres y se sabe, no hay fuerza mas terrible que la costumbre.
Compañeros que no sea nada...




jueves, 1 de mayo de 2014

Bajo este cielo

Desde que tengo memoria, este día, siempre fue un día raro, extraño, imprevisible. Cuando era chico, escuchaba cuentos, recuerdos, de fiestas obreras de las bravas. Personas que se vestían como para ir a una ceremonia y terminaba, invariablemente entreverado en peleas o disputas callejeras con la policía de turno. Corridas, persecuciones y dientes apretados. Cárceles y palizas. Traiciones y amarguras reglamentadas.
Era un día de ciertas pasiones, que entreveía a medias entre mis ansias de ser goleador o asaltante audaz en el fondo de casa. Sin embargo, como en todo buen cuento hubo una vez.
Un 1º de mayo de aquellos, pasó mi viejo a buscarme por Banfield, barrio suburbano con infulas. Era por la mañana. Cosa rara. Dejó a mi hermana y me llevó a mí, prometiéndole a mi vieja un regreso temprano.
La ciudad era un desierto de rojo en el almanaque. Lenta como pueblo viejo. Eran los sesenta, los años sesenta. Años duros si los hubo, aunque los que vinieron después, hicieron parecer a estos, años de jardín de infantes.
Al mediodía llegamos a Parque de los Patricios.
Deslumbrado, al rato, vi, como se poblaba de personas surgidas de la nada. Aparecían de a cientos, por las esquinas que hacen cruz con el parque. Venían gritando, cantaban y agitaban banderas.
Un cielo de banderas, como diría cualquier poeta o como lo dijo González Tuñón en algún libro querido mí y perdido en medio del barro.
Venían de esa patria morena, oscura que tanto impacienta a los poderosos. De ese subsuelo furioso y corajudo.
También venían por ellos, policías montados en yeguas mordedoras, con perros, con lanzagases, con bastones, carros de asalto, hidrantes y todo el arsenal que siempre lleva consigo el miedo y la no razón.
Mi padre, no era de ellos. Casi no tenía nada que ver con aquellos que llenaban parte del parque y mucho menos con los otros que venían a hacer su trabajo. Es decir estaba en el medio de algo que casi no tenía que ver con él.
Parados lo dos, él y yo, sobre la vereda de la avenida Caseros, creo, dejamos que ese río pequeño de personas nos sobrepasara. Tomado de la mano, me sentí seguro. Caminé con junto a él, detrás de una bandera hasta que escuchamos el primer tiro.
El miedo es una deuda que muchos llevan consigo casi toda la vida.
Mi viejo me miró, sonrió y empezamos a correr. Salvajes eran aquellos días. Salvaje era mi viejo y yo también, creo.
Llegamos a una de las esquinas, nos volvimos a juntar y volvimos a caminar hacia ese muro azul que nos esperaba enfrente.
Así dos o tres veces. Después, siempre tomado de su mano, nos volvimos a la estación a tomar el tren que me llevaría a ese barrio suburbano y sureño.
Volví a casa.
Digo.
Siempre que el hombre se rebela, termina siendo inexplicable. La historia nos hace y también, los hace a ellos, a los otros, a los poderosos, a los dueños. Al hacer desaparecer la cultura del trabajo, han hecho desaparecer la organización de la clase obrera, porque la condición obrera es, como decía un francés irredento por ahí, la condición humana en sí misma. Por eso siempre la disyuntiva para el hombre será ser heroico o ser apenas una mesa, una silla, una piedra tal vez. Porque al ser nada, nosotros debemos hacernos a nosotros mismos, desde esos costados que solamente nos quedan para nosotros. En eso estamos estos días en donde como no quien quiere la cosa, me desayuno que a cinco obreros petroleros de esta parte de la roca que habitamos, acaban de condenarlos a cadena perpetua, con pruebas arrancadas bajo tortura en comisarías de ese ancho sur, lejano. Al tiempo que, un juez que participó en interrogatorios bajo torturas durante la dictadura, acaban de perdonarlo o declararlo inocente y restituirle sus sueldos atrasados y sus jubilaciones palaciegas y esas cosas.
No, la verdad nunca es para todos. Tiene dueños.
Pienso.
Es un día, el de hoy de sol, de vientos leves, de risas y alegrías para algunos. Los vecinos, hacen su asado militante y el aire se puebla de músicas. Crepitan los carbones mientras el trabajador se consuela junto con los otros, de esa suerte que a veces logra nublar miradas, agigantar puteadas y dirimir la suerte que siempre viene cambiada y nunca es para uno.
Es un día peronista, me digo, mientras veo esta historia. No, en realidad es un día de rebeliones. De esa rebelión que surgió, en Chicago y que colgaron de una cuerda los guardianes de lo otro.
Es, siempre, fue un día de alegría por la lucha. Porque de ese se trata todo. De percibir la ternura y la alegría. Combaten los alegres, los tristes casi siempre suelen ser enemigos.
Tal vez por eso escribo, para caminar projimos. Para no olvidar siquiera una coma de este tiempo carnívoro que vivimos. Porque cualquier hombre puede ser fugitivo de su propia sombra hasta que decide semblantear esta vida y deja de correr. No se queda quieto, enfrenta y espera.
Cambio.
Ahora que siguen con la tarea de demoler todo lo que quedaba en pie, a uno le van quedando pocas cosas. Algunas de ellas, para mí, irreductible como siempre, sigue siendo el placer de leer, de descubrir vidas escritas, de comprender, que uno piensa mientras escribe, no al revés. Uno piensa mientras se toma el trabajo de escribir. Leo. Descubro y me deslumbro con los pensamientos ajenos. Especie de mirón, de fisgón aventurero.
 Buenos Aires/ Escala 1:1, Los Barrios por sus escritores, es un hallazgo. Uno de esos libros que chocan contra uno, de esos momentos que anteceden a una especie de gloria casera y en camiseta. Un libros de diversos autores argentinos, nuevos o por lo menos de otra generación, con otros límites y con otras voracidades, pero siempre válidas y rotundas. Buenos Aires y sus barrios, vistos por otros, pensada por otros y recorrida por esos mismos, mucho más jóvenes y diferentes y siempre iguales a uno.
Feria del Libro de Buenos Aires, el mismo aburrimiento de hace cuarenta años. El mismo sentimiento de gran librería montada en un lugar por un tiempo determinado. La misma sensación de asfixia que rebota contra el techo de chapa. Voces, gritos, empujones y tipos, que solo quieren vender mucho, terminar e irse a hacer bardo reglamentario en casa, en el barrio o donde sea.
Ahí, cuando se agotaba la anestesia, encontré este libro. Lo compré y volví al pago, con estas palabras asentadas en papel. Lo abrí y como siempre hago, olí entre sus páginas. Vieja costumbre de amante sincero.
Sin embargo, me quedo anclado en sus páginas disfrutando una frase. Una idea, un paisaje de esta ciudad escandalosa arrumbada al orillas de un río sin orillas. A las ciudades suelen cantarlas poetas, interlocutores plenos. Poemas sobre ciudades lejanas, la misma o la vecina. Ciudades rimadas y en alejandrinos.
No. Nunca lo pensé. Tal vez por eso lo compré. Tal vez, escritores, habitantes de esta ciudad nacidos, la mayoría a mediados de los setentas o comienzos de la década siguiente. Escritores, entonces que recorren esta ciudad con sus historias, por diversos barrios, por sus distintos barrios. Caminatas interminables incrustadas en historias.
Camino con ellos por calles que caminé en su momento con otras historias. Ni mejores ni peores. Otras. Recorro sus páginas y una profunda emoción me impregna. Una leve sensación de irrealidad aparecen en sus palabras. Escritores que cuentan una ciudad inconcebible. Ajena y profundamente propia. Falta por supuesto aquella editorial que un día decida rastrear las historias de los barrios que rodean a esta capital y que también hacen a esta ciudad.
Ese conurbano que acecha fuera de los límites de esta otra ciudad tan orgullosa y tan distante.
Vuelvo a someterme a la lectura de este excelente y poderoso libro de la editorial Entropía y me alegro por mi suerte, una tarde de sábado en una feria decadente y pretenciosa que año a año, vuelve a conjeturar lo mismo y obliga a los mismos a congregarse año a año, en medio de esta vegetación pasmosa que vende libros y nada más.
Digo.
Supongo ahora que mi padre me llevó ese primero de mayo a ese parque, porque le resultaba inexplicable la rebelión. El hombre rebelde hermanado con otros en una rebelión que latía. Nunca fue uno de ellos, sencillamente le gustaba la pelea.
Muchos años después, ya enfrentados nosotros dos, seguía recordando ese día. Lo llenaba de alegría o tal vez el recuerdo de un hombre joven con su hijo chico en medio de las banderas, los gases, las corridas. El de saco y corbata, como muchos otros enfrentando una porción de ese destino solitario que por aquellos años vivían millones.
Cada vez que nos encontrábamos, ya más grandes lo dos, solía recordar o mejor dicho preguntarme sobre mis sensaciones de aquel día.
¿Qué hacía un tipo como él junto con su hijo en medio de un enfrentamiento con la policía en el Parque de los Patricios?
Yo recuerdo poco. Algunas escenas. Gestos, puteadas y la caballería de los cosacos cargando contra los desarmados de a pie que les hacían frente sobre los adoquines de la Avenida Caseros. Recuerdo el vértigo del miedo posible, pero también mi tranquilidad de saberme tomado por su mano y protegido por su locura.
Pienso.
No. No. Ahí no me hice peronista. Eso ocurrió muchos años más tardes. Creo que después del asesinato del Che en Bolivia, en Jujuy, provincia en donde vivía por aquellos años.
Creo que por aquellos años finales de los sesenta comencé a pensarme de otra forma. No aminoré la velocidad de mi vida, sino todo lo contrario.
Recuerdo los amaneceres de aquellos primeros de mayo, pintando paredes, armando miguelitos, perfeccionando las llamaradas de los infiernos futuros. Tomando mate en uno de los puentes que unen a esta ciudad con el resto del país.
Viajando con sueño y hambre hacia esa nada escenificada y sonriente que nos esperaba a la vuelta de la esquina.
Recuerdo el último, cuando nos fuimos de una plaza dejando solo el espacio vacío. Sabiendo de antemano lo que habría de venir, aunque claro, nunca supimos del todo, lo que habría de venir.
Pero ese día lejano con mi viejo, descubrí lo que era un día peronista. Con él, que no lo era y conmigo que no lo sabía.
Cambio.
Llego a la música como un naúfrago. Sediento y con ganas de amor al amanecer. Siempre llego igual. Desnudo y con ganas. Me someto a ella y me quedo añorando la eternidad. Me gustaría ser eterno para morir después. Así me entra la música en el cuerpo. En ese cuerpo a cuerpo que tengo con ella. Me detengo, me quedo quieto como los gatos antes de la explosión.
Una vez, hace años descubrí un trío que se llamaba Clusone. Tuve un solo discos de ellos. Los busqué y nunca más pude encontrar nada de ellos, ni siquiera ese único disco que tuve de ellos. Una lástima.
Sin embargo acaba de descubrir este belleza en la que participa uno de ellos. Ernst Reijseger. Cellista y enamorado de la música. Junto a Harmen Fraanje y Mola Sylla editaron el año pasado esta obra maestra llamada "Down Deep".
Aquí conviven por esas cuestiones extrañas que padecemos, diferentes conceptos musicales. Diferentes lecturas de una misma realidad, que terminan siendo lo que siempre suelen ser. Realidades que se cruzan entre sí en diferentes caminos.
¿Jazz? No. Pero también si o a lo mejor, solamente música que acompaña, que se presenta como lo que tiene validez. Música y nada más.
Tres tipos haciendo música, respetando sus convicciones y logrando un sonido profundo que busca, conectarse todo el tiempo. No es casual que Winter & Winter sea el sello que lanza esta pequeña obra de arte. Lo ha hecho antes y seguramente lo seguirá haciendo, si el capitalismo salvaje los deja.
Mientras tanto, sigo disfrutando de esta bella música que tampoco será del gusto de esas mayorías con las que nos persiguen los de siempre.
entonces menos Justin Biber y un poco más de altura a la hora de someternos relajaditos a este placer profundo. "Elena" por ejemplo es el primer tema y una lección de mezclas, de miradas y de hasta olores diferentes que se nutren entre sí, para llegar a cualquier parte. No importa la dirección, sino el siempre ir.
Digo.
1º de mayo bajo este cielo. El viento de la historia sigue con su curso mientras nosotros, seguimos apostando por esa alegría profunda de reconocernos entre nosotros. De sabernos juntos, de rebelarnos siempre. De saber que ellos, los otros, por ahora ganan. De este lado, sigue intacto el amor y la ternura. Bajo cielos de banderas, con las canciones aprendidas de memoria, con nuestros hijos nuestros, con nuestros nietos nuestros. Con los hijos de aquellos, que se apean y miran el fuego con nosotros. con esos otros que ni nombre tienen pero que cubren con su mirada siglos de explotación y muerte. Con estos otros, que comen su asado al lado y ríen mientras las cumbias hacen estremecer caderas y corazones. O sino con esos, que esperan, sabiendo de antemano que será difícil y largo el camino de la justicia.
Todos. Todos juntos seguimos  profetizando hijos y amores, territorios nuestros y orgullosos y altivos vamos enfrentando, como se pueda, al olvido deseado por aquellos para los cuales no somos más que carne y brazos fuertes, sin nombres ni historia.
Por eso siempre es conveniente, tener memoria y volvernos inexplicables para ellos.
Compañeros está todo pago como siempre…