En Zona

sábado, 31 de mayo de 2014

En medio de tanto otoño

Se termina mayo, mes raro si los hay. Se acaba en medio del disparate de este país, desbocado en torno del mundial que comienza en unos días. Todos nos queremos, nos abrazamos y emocionamos con lo bueno que somos una vez cada cuatro años y por veinte días. Es como el amor, que a pesar de todos no suele durar más de quince minutos cada vez y por vez.
El mundial, esta argentinidad al palo rebosando vitalidad en manos de publicitarios que arman sus mentiras y nos obligan a consumir esas mentiras, sabiendo ellos y nosotros que son eso, mentiras. Entonces  el síntoma es justamente esta avalancha de desmadres en pos de la futura alegría que nos habrá de sobrevenir cuando los héroes arriben a la meta. Así todo se posterga hasta la culminación. Suelen caer en cascada las secuencias de tanto amor desmedido por esa pasión que llaman fútbol.
Aburren.
Mientras tanto la vida sigue con sus cuestiones. Abundan los detalles de ese desencajado ejercicio que es que hacen los políticos para hacernos comprender que la política es algo sucio, terrible y que termina manchando a aquellos que se acercan a ella.
Entonces la mitad de este país, se declara apolítico militante. Vota, elige a su gerente de turno y después se desentiende. Mira con espanto a esa otra mitad, que posee un cierto grado de formación política, se asusta de ese país secreto que les es ajeno. Militan los salvajes piensan, los cómplices, los culpables de la situación de este país, ¡de lo mal que estamos, doña, por culpa de esta tiranía infame! Suspiran entre ataques de pánico, los de siempre.
Mientras tanto en el pueblito, comienzan a repartirse los puestos comunales ante la proximidad de las elecciones. La comuna, que no es la de París de 1840, late en torno de esos sueldos que habrán de llegarle al genuflexo de turno, los futuros arrodillados a reglamento. El pueblito, este que me habita desde hace un tiempito, se cuece en chismes a fuego lento. Se miran de reojo, se suponen futuros millonarios, se complota en contra del cambio, que no es cambio, sino la misma cosa, con otros perfumes, otras ropas, acaso otros ademanes.
Se muere mayo en ese amarillo desafiante. Se acaba el otoño, vienen meses de estar bajo tierra aguantando o esperando que pase.
Se diluyen los días de manera más triste. Se combate tanta zoncera alquilada, disimulando, conociendo al enemigo y sabiendo, que este, el enemigo de siempre, espera con frustración su tiempo. Sabemos por ejercicio de memorias, que si ganan ellos, van a arrasar con todo.
Me distraen los vecinos con sus alegrías.
Me quedo quieto escuchando sus emociones, recorro ese humor que se filtra entre los olores de un otoño que siempre huele a madera quemada. Así voy juntando pequeños fragmentos de este hacer, especulando con las certezas, pocas, que me rodean.
Reencontrando afectos que me abrazan y abrazando a esos afectos que me terminan que me completan de alguna manera. Que me construyen en un amor que neutraliza tanta lluvia en contra que es una de las características de este país casi indolente y banal, narcisista y efímero. Pero mío, único, posible.
Cambio.
La música me sigue seduciendo, me sigue convocando a esos rincones aislados en donde a veces vivo. Entonces choco de lleno con torrentes plenos y potenters. Con Bob Mould, me ocurrió algo insospechado. Lo había escuchado mucho en los tontos años ochenta. Algo me había gustado de este señor que toca la guitarra y canta. Después en medio del incendio que la gente bien había promovido en los años noventa, dejé de seguirle la pista. Nos separamos. Divorcio amistoso. Amable y discreto. Hace poco volví a él. Volví como se vuelve al amor, sin expectativas pero con audacia. Y renació la cuestión. Volver a escuchar los discos antiguos fue una especie de acertijo. De ahí, fui llegando a estos días y la conclusión, es que, el crecimiento ha sido parejo para todos. Este último trabajo doble de Mould es lo suficientemente bueno, como para llevarlo encima buena parte del camino que viene. Más relajado el barbudo, nos lleva a nuevas experiencias. Estamos en la segunda década del siglo nuevo y su música es una pequeña lección de talento. En las próximas semanas está anunciado su nuevo trabajo. Seguro que será una especie de atajo hacia ningún lugar, que en definitiva siempre es el mejor lugar a donde ir.
Bob Mould y su "Workbook 25" es imprescindible para tratar de soportar mejor esta realidad impuesta por los de siempre. Un disco pleno, dos disco plenos, uno de ellos en vivo son ese trago de buena bebida que casi siempre solemos merecernos
Por eso la música sigue siendo ese refugio para percibir el salvaje corazón que nos posee, riendo y peleando por algo, que en definitiva solemos ser nosotros y aquellos a los que abrazamos. Esos que nos hacen salir a las calles y descubrir que el resto, siempre nos tendrá miedos y recelos, porque la justicia y el amor, la ternura y el valor, está, estarán siempre de nuestro lado. ¿Por qué? Esto en todo caso le toca a cada uno formular su propio descubrimiento.
Dejo a Bob Mould.
¿Será que seremos, que debemos ser, más buenos en las navidades, en los cumpleaños y en los mundiales de fútbol?
Una reverenda tontería. El mundial de los multimillonarios correteando una esfera, haciendo que sufren, que son son felices. Que entregan su vida por esa patria que en el mejor de los casos no existe, salvo en los cubiles deleznables de los publicitarios. Mentirosos a sueldo. En fin. Más de lo mismo.
Un mes entonces, casi de dibujo animado alocado. Todos con sus banderas, sus pitos y alaridos. Todos con esa felicidad televisiva desbordando a cada momento.
Si ganamos y si perdemos, quedará la sensación de fin de fiesta, de fin de carnaval con las serpentinas bailando con el viento, el papel picado en el barro y el gusto a cenizas en las bocas de muchos.
Acabo de recuperar un libro imprescindible. Escrito por uno de esos últimos intelectuales europeos de izquierda que tuvo en ese momento ese continente. El italiano Primo Levi necesito pocos libros y su vida, para demostrar el horror que la derecha es capaz de diseminar por todo el mundo. No le hizo falta elaborar una teoría monumental ni polemizar con otros asalariados de la desmemoria que rapidamente salieron a desviar la memoria del dolor. Levi estuvo en un campo de concentración y sobrevivió. "La Tregua" narra el regreso de Levi desde el campo hasta su país. Liberado por las tropas soviéticas, Primo Levi entre los cadáveres y el horror de Auschwitz, reconstruye en esta novela su odisea para concretar el regreso definitivo.
Libro que se lee conteniendo el aliento. Que se debe leer a toda costa, ahora que los nazis han vuelto a ser considerados políticos y elegidos diputados o capataces de lujo en la Europa del bienestar comatosa. Ahora que vuelven repitiendo sus andanadas mientras el resto de políticos, comienzan a percibir nuevamente ese leve tufillo a miedo que habían olvidado.
Primo Levi, escribió, hay por las librerías una trilogía, con "Si esto es un hombre", "Los hundidos y los salvados" y "La tregua", que conforman esa autobiografía insoslayable y necesaria.
Me quedo leyendo, entonces ese recorrido que un hombre hizo en una parte de su vida. Me quedo con ese lento y moroso detalle que Levi nos hace descubrir, sin héroes y con muchos malvados. Con las vidas de aquellos dispuestos a todo para sobrevivir. Con canallas que puede ser cualquiera de nosotros en ese tipo de situación. Con la memoria de Primo Levi para acercarnos a esos días de primavera, que significó la llegada de las tropas rusas, la liberación del campo y una pausa en la pesadilla que vivieron estos hombres y mujeres.
Notable libro de este hombre triste, que un día de 1987 decidió ponerle fin a su vida, agregando un epílogo o una pausa a su vida y su obra, para en definitiva darle otro recorrido a una vida signada por la lucha.
Libro tremendo, necesario y de una actualidad rayana con la locura. Levi un gran escritor italiano, un intelectual necesario y por esas cuestiones sospechosas, hoy casi olvidado o postergado por las tonterías de los de siempre.
Así.
De a poco, este sábado se va complicando. Lluvias y otras humedades pronosticadas nos esperan para esta noche. Pero mañana, subirán las temperaturas y el solcito volverá a caminarnos por las espaldas para alegría de propios y extraños.
Me olvidaba: el capitalismo de nuevo a vuelto a considerar a los nazis una fuerza democrática, por algo será.
Compañeros, como siempre, que no sea nada.


jueves, 8 de mayo de 2014

El dibujo de la palabra

Recorro con un dedo mapas, construyo los míos con la fantasía de la imaginación. Invento países lejanos, inexistentes. A veces soy como ese inventor de países o comarcas, que puso Italo Calvino frente a un emperador. Allí, los dos, inventan sus propias ciudades. El que narra y el que escucha. Construyen entre los dos, una ficción, que los desborda. Las Ciudades Invisibles, territorio ganado al silencio, en donde Marco Polo redescubre ciudades inexistentes a un Kublai Kan emperador de los tártaros, crédulo y alerta.
Recorro países que solo habitan en mi memoria. Como los cuerpos ya olvidados, como los cumpleaños del pasado que habitaban entre mis cosas. Recorro palabras de otros, buscando tal vez las mías o solamente para distraerme. Amontono palabras como paisajes, memorizo contornos, salivas y respiraciones. Fundo ciudades en mí, que no conozco, pero que se nutren de palabras, de costados y olores.
Miro un cuadro o dos de Mark Rothko y veo, detenidamente, la línea del horizonte. Los colores no importan demasiado. Están ahí para ayudarnos en el silencio que nos pare.
Vuelvo a mirar ese horizonte, que este pintor sacaba de su paisaje original. Paisaje, pasaje de una imagen a otra. Vértigo horizontal, dije alguna vez o dejé decir. Invento países que se duermen esperando por sus nombres. Deletreo los perfiles de sus costas o solamente de sus sombras que les siguen las huellas.
Me asombra la tarde que me toma descuidado mirando los árboles, adivinando los vuelos volados de tanto pájaro sin nombre propio.
Me quedo fumando mientras se enfría esta parte de la tierra. Mientras los días dibujan memoria.
Digo.
Cada vez leo menos diarios, escucho menos noticias. Me alejo de esa razón diaria que manejan otros por mí. Me alejo de esas construcciones subjetivas que me dicen al oído como pulir mi odio minuto a minuto. Descreo. Renuevo en instantes, ciertas asperezas que me producen los medios de comunicación masiva. Las direcciones que debemos tomar o sencillamente aceptar. Me quedo en silencio. La vida sigue su curso mientras esta roca humeante que habitamos, se desliza poco a poco hacia otra realidad que, supongo, habrá de modificarnos.
Los cambios serán lentos, pero serán.
Pregunto.
Al igual que los nazis en su invasión a la Unión soviética, los aliados de occidente, los defensores de la libertad e independencia, acaban de incendiar la sede de un sindicato, con enemigos dentro ¿Casualidad? Acaban de hacer lo mismo, que hicieron no hace mucho, aquellos que decían proteger al mundo civilizado de la plaga del comunismo. Pero ahora, ahora no hay más comunismo.
Vuelven a sacrificar lo molesto. Queman vivos otra vez a los diferentes.
Odessa, así con doble s, como su grafía original.
La que resistió a ingleses y franceses, la que combatió contra los nazis. La ciudad más inverosímil jamas inventada por los hombres. La ciudad en donde vivió Pushkin, la geografía de donde surgió, para mí, uno de los mejores escritores del siglo pasado.
Isaak Babel de alguna forma, edificó su vida desde diferentes opciones. Comunista, escritor, judío, periodista, ruso y talentoso. Ayer volví a recorrer algunas pistas de su gran libro "Caballería Roja", también y si se busca con paciencia se encuentra "Cuentos de Odessa". Seguro que quedan por allí otras obras suyas.
Babel, como no podía ser de otra manera, pagó con su vida en las purgas del Pepe Stalin. Murió de un tiro en la nuca por representar todo lo odiado. Pero antes, antes fue un militante.
Viajó con los cosacos a la guerra. Lo hizo como periodista y escritor, cubrió la guerra y descubrió ese lado salvaje, que siempre existe en las guerras. Fue critico con eses hombres de a caballo, que arrasaban casi todo a su paso. Con los comisarios políticos del partido, que miraban hacia otro lado, con los generales que cubiertos de sangre, dormían soñando con la gloria. Babel cabalgó con ellos en una guerra, que poco a poco, comenzaba a despedirse de las cargas de caballería y asumía como propio la novedosa costumbre de de esos daños colaterales que servían solamente para ejemplificar el advenimiento del terror como arma secreta del futuro.
Babel entonces despliega todo esto entre las páginas de un libro, que terminaría siendo su perdición años más tarde. Sin embargo, ahí está. En la biblioteca. Ya nadie lo lee. Nadie recuerda su nombre ni siquiera su talento.
Odessa era su ciudad. Una ciudad de poetas, un puerto de amores y desamores. Una ciudad, que vuelve a formar parte de mi moral.
Allí, los ucranianos ahora amados por una europa ( así en minúscula) necesitada de sangres y mercados, acaban de formular otra vez, la solución a sus problemas. Quemaron vivos, encerrados en un edificio a otros. Los incendiaron y se pusieron a mirar el espectáculo. Repitieron una partecita minúscula de la historia. Después volvieron sus miradas a otros edificios. Sinagogas y comercios, hasta que se hizo noche y todos disimularon.
Será cuestión de ponerse a pensar. ¿No será que el capitalismo inventó en su momento a Hitler para derrocar el poder de los soviets en la vieja URSS? ¿Será?
Pienso.
Ahora le llegará el turno a las ex-naciones soviéticas enfrentadas con Moscú. Chechenia y todo el resto. Comenzarán de nuevo estos enfrentamientos para demostrar que el mundo tiene un solo dueño y que justamente, no son ellos, sino los otros. Aquellos que hablan de todo lo que nunca cumplen, pero que les sirve de excusa.
¿Cuál es la excusa de Ucrania? El ingreso a la Unión Europea, a la Otan, al gas de los Estados Unidos y al libre mercado, regulado por los nazis de ese país. País que tuvo un comportamiento vergonzante en su mayoría durante la segunda guerra. En fin.
Digo.
Vuelvo a los paisajes de Rothko. Me detengo en ese infinito que se aleja siempre como la utopía. Por eso es utopía. Miro los colores y me dejo llevar nuevamente, enamorado a parajes desconocidos, con otros nombres. Cuando era chico, jugaba con un lápiz y una hoja. Ahí dibujaba contornos, cada trazo era parte de una frontera. Inventaba países, bautizaba una geografía nueva, organizaba nombres imprevisibles. Seguía con la yema del dedo índice, esos perfiles lejanos y sin lugar fijo en ningún mapa.
Siempre me gustaron demasiado los perfiles.
Me quedo entonces, estacionado en ese color que el pintor promulgó por las inmensas llanuras de su vida, que rodearon su vida durante buena parte de toda su vida. Emigró de su país, se fue a los Estados Unidos y fue considerado uno de los mejores pintores del siglo pasado. Pintó, con furia, con ganas, con esa secreta pasión que tienen algunos que saben, que tienen algo por decir a pesar de todos.
Engañado, robado, estafado por su mujer, la cual siempre volvía a él después de cada combate con la vida, hicieron del pintor un hombre obsesionado con ese infinito inalcanzable.
Ahí están sus cuadros. Ese concepto de fuga hacia la nada. Ese carácter que se desborda y que nos termina desbordando a nosotros, los que parados en un museo, nos detenemos al margen de todo, frente a unos trazos, que nos revela, a nosotros algo indefinido.
Es como el amor o a lo mejor el amor es siempre todo y nosotros parte de eso.
En algún momento de los últimos tiempos, hice un viaje de cientos de kilómetros, para visitar una exposición de este pintor, especie de amor secreto. Viajé y volví, después de sentarme un rato frente a uno de sus cuadros, sometido al silencio tonto que siempre destilan estos cementerios modernos que suelen ser los museos.
Porque la cultura es para los vivos y los vivos somos ruido, puro ruido que anda.
Viajé, llegué a un país extraño para encontrarme con sus colores.
Pienso.
Uno se va siempre sabiendo que vuelve. Desde siempre nos crece este sentimiento. ¿A qué se vuelve? A nada o a todo. Se vuelve para saber que podemos y poco más. Cuando me fui una madrugada cualquiera, supe que iba a volver, que hacía lo que hice para volver a algún sitio, sin nombre ni cuerpo. Porque de alguna manera, el hombre es paisaje que camina y siempre se termina volviendo de una manera u otra.
Recupero los dibujos que hacen las palabras y pienso, escribo mientras lo hago y de una forma inocultable, plasmo mis pensamientos. De eso se trata el escribir, ni más ni menor que de esto.
Asombrado, abismado en esta realidad que me circunda, vuelvo a esa lejana Odessa, tan hablada, tan recordada y sin embargo nunca entrevista, nunca visitada por mí, sino por esos cuentos del viejo Babel que me hablaban de una ciudad con puerto, parecida a la mí. Con sus ladrones, testigos y putas circulando por calles de nombres desconocidos.
Allí descansó Chejov o mejor dicho, en esa ciudad Chejov creyó por fin en la felicidad ¿Creyó? El mejor escritor ruso de todos los tiempos, para mí, por supuesto. En esa ciudad al borde de un mar, se fraguaron tal vez, cuestiones de la historia moderna del siglo veinte o acaso, todo, absolutamente todo fue un sueño loco, transmitido de unos a otros, para edificar una ciudad que se solo habita en las lenguas y todo su recorrido.
Cambio.
Cada momento en la producción de Richard Ford, merece una alegría. Ford, un escritor norteamericano ha logrado concretar un corpus literario. Así lo descubrí un buen día. No sabía nada de él, salvo un cuento que había leído a las apuradas en un bar porteño y mucho alcohol.
Pasó el tiempo, en esos vaivenes que construyen las esperas, volví a él.
Un par de libros de cuentos, una selección de cuentos de Anton Chejov organizada por él y tiempo después, "Canadá" su última novela. Ahora en otra geografía, con un arroyo a menos de cien metros, árboles antiguos y poca gente alrededor. Falta poco para decidir la felicidad. Así, desemboco en una novela profunda, como esa música que suena siempre en la cabeza de las buenas personas. Un matrimonio, que un buen día decide asaltar un banco y son capturados. El éxodo y el desarraigo, el final de algo parecido a una familia. Todo contado por el hijo. Todo visto desde esos infelices años que siempre suelen ser los de la adolescencia. Seca y tersa es la escritura de Ford. Siguiendo su hilo, absorto en sus pensamientos, uno va siguiendo esta historia que tiene vida propia. Junto a John Irving, Ford logra conectarme con cosas particulares del pasado. Ambos, descubren desde sus historias la mirada de esos hijos que nos siguen asombrados por la vida. Que nos esperan especulando en su crecimiento o que nos marcan la ruta de sus futuras vidas. Ford mejor cuentista que novelista para mí, me sedujo con su "Canadá", con una historia que abreva en algunos rincones de lo mejor de la literatura yankee de siempre.  Lo leo y encuentro compases de Salinger, pero mucho también de Raymond Carver, algo de unas pocas, muy pocas novelas de Paul Auster y la lista puede seguir como una culebra entre los pastos.
Una gran novela con su misterio develado desde las primeras líneas, recorrida por este hijo sorteando las sombras que toda vida disputa siempre. Una novela para celebrar este rito, antiguo y justiciero que siempre suele ser la lectura y la producción inigualable de esa emoción chiquita y particular que cada lector siempre dispone para si.
Digo.
A lo mejor lo que Rotkko plasmó en sus pinturas fueron los perfiles de esas llanuras inagotables que lo rodearon en sus dos países. A lo mejor esa línea pensada en medio de la nada sea nada más que ese descubrimiento que se plasma, que se dispara desde la nada misma hasta construir algo que significa nada más ni nada menos que esa nada que nos acompaña, creando en nosotros solamente el silencio necesario para descubrir las múltiples vueltas que un creador ofrece al resto. Solo para seguir.
Seguir esquivando particularidades para enfrentarnos a ese todo casi redentor y ateo que nos come por dentro.
La intranquilidad del arte. La que nos hace pensar. Lo imprevisible de toda búsqueda que nos obliga, que nos compromete con algo mejor. De allí la ternura que nos hace sucumbir en medio del placer, en medio de esa nada que reemplaza a ese otro todo que nos rodea.
De allí el dibujo de la palabra, la palabra justa que señala. La palabra que nos ayuda a modificar, a reponer en su sitio esa añeja idea de justicia. Abrumados por estar acorralados entre tanta mentira, tanto devaneo flojo y ruidoso, sitiados entre lo que no dicen y lo que dejan traslucir, vamos. Llevamos a cuestas apenas lo que somos, por eso, somos mejores que ellos. Porque resistimos a pesar de tanta silicona sujeta y vacía. A pesar de tantos cantos de sirenas agotadas, seguimos creyendo en una cierta forma de amor, de pasiones que nos entibian los corazones y de sonrisas que conforman nuestras alegrías.
De fondo se desprende algo de Dr.Feelgood, los héroes de la clase trabajadora, banda de pub originarios de la isla de Canvey, zona de destilerías, humos y abandonos. Se hace de noche y el frío y la neblina corre a todos hacia el calor y la tranquilidad. Algunos obnubilados se quedan fumando en las esquinas, esperando el amor de siempre que nunca viene, que casi nunca llega sola.
Los Feelgood me ponen de buen humor. A veces se me asoma ese costadito salvaje que me gatilla lunas y soles, pero ya, casi enseguida se me termina pasando.
Es que vivo en un país que por lo menos suele ser ambiguo y eso se nota desde lejos y que forma parte de ciertas costumbres y se sabe, no hay fuerza mas terrible que la costumbre.
Compañeros que no sea nada...




jueves, 1 de mayo de 2014

Bajo este cielo

Desde que tengo memoria, este día, siempre fue un día raro, extraño, imprevisible. Cuando era chico, escuchaba cuentos, recuerdos, de fiestas obreras de las bravas. Personas que se vestían como para ir a una ceremonia y terminaba, invariablemente entreverado en peleas o disputas callejeras con la policía de turno. Corridas, persecuciones y dientes apretados. Cárceles y palizas. Traiciones y amarguras reglamentadas.
Era un día de ciertas pasiones, que entreveía a medias entre mis ansias de ser goleador o asaltante audaz en el fondo de casa. Sin embargo, como en todo buen cuento hubo una vez.
Un 1º de mayo de aquellos, pasó mi viejo a buscarme por Banfield, barrio suburbano con infulas. Era por la mañana. Cosa rara. Dejó a mi hermana y me llevó a mí, prometiéndole a mi vieja un regreso temprano.
La ciudad era un desierto de rojo en el almanaque. Lenta como pueblo viejo. Eran los sesenta, los años sesenta. Años duros si los hubo, aunque los que vinieron después, hicieron parecer a estos, años de jardín de infantes.
Al mediodía llegamos a Parque de los Patricios.
Deslumbrado, al rato, vi, como se poblaba de personas surgidas de la nada. Aparecían de a cientos, por las esquinas que hacen cruz con el parque. Venían gritando, cantaban y agitaban banderas.
Un cielo de banderas, como diría cualquier poeta o como lo dijo González Tuñón en algún libro querido mí y perdido en medio del barro.
Venían de esa patria morena, oscura que tanto impacienta a los poderosos. De ese subsuelo furioso y corajudo.
También venían por ellos, policías montados en yeguas mordedoras, con perros, con lanzagases, con bastones, carros de asalto, hidrantes y todo el arsenal que siempre lleva consigo el miedo y la no razón.
Mi padre, no era de ellos. Casi no tenía nada que ver con aquellos que llenaban parte del parque y mucho menos con los otros que venían a hacer su trabajo. Es decir estaba en el medio de algo que casi no tenía que ver con él.
Parados lo dos, él y yo, sobre la vereda de la avenida Caseros, creo, dejamos que ese río pequeño de personas nos sobrepasara. Tomado de la mano, me sentí seguro. Caminé con junto a él, detrás de una bandera hasta que escuchamos el primer tiro.
El miedo es una deuda que muchos llevan consigo casi toda la vida.
Mi viejo me miró, sonrió y empezamos a correr. Salvajes eran aquellos días. Salvaje era mi viejo y yo también, creo.
Llegamos a una de las esquinas, nos volvimos a juntar y volvimos a caminar hacia ese muro azul que nos esperaba enfrente.
Así dos o tres veces. Después, siempre tomado de su mano, nos volvimos a la estación a tomar el tren que me llevaría a ese barrio suburbano y sureño.
Volví a casa.
Digo.
Siempre que el hombre se rebela, termina siendo inexplicable. La historia nos hace y también, los hace a ellos, a los otros, a los poderosos, a los dueños. Al hacer desaparecer la cultura del trabajo, han hecho desaparecer la organización de la clase obrera, porque la condición obrera es, como decía un francés irredento por ahí, la condición humana en sí misma. Por eso siempre la disyuntiva para el hombre será ser heroico o ser apenas una mesa, una silla, una piedra tal vez. Porque al ser nada, nosotros debemos hacernos a nosotros mismos, desde esos costados que solamente nos quedan para nosotros. En eso estamos estos días en donde como no quien quiere la cosa, me desayuno que a cinco obreros petroleros de esta parte de la roca que habitamos, acaban de condenarlos a cadena perpetua, con pruebas arrancadas bajo tortura en comisarías de ese ancho sur, lejano. Al tiempo que, un juez que participó en interrogatorios bajo torturas durante la dictadura, acaban de perdonarlo o declararlo inocente y restituirle sus sueldos atrasados y sus jubilaciones palaciegas y esas cosas.
No, la verdad nunca es para todos. Tiene dueños.
Pienso.
Es un día, el de hoy de sol, de vientos leves, de risas y alegrías para algunos. Los vecinos, hacen su asado militante y el aire se puebla de músicas. Crepitan los carbones mientras el trabajador se consuela junto con los otros, de esa suerte que a veces logra nublar miradas, agigantar puteadas y dirimir la suerte que siempre viene cambiada y nunca es para uno.
Es un día peronista, me digo, mientras veo esta historia. No, en realidad es un día de rebeliones. De esa rebelión que surgió, en Chicago y que colgaron de una cuerda los guardianes de lo otro.
Es, siempre, fue un día de alegría por la lucha. Porque de ese se trata todo. De percibir la ternura y la alegría. Combaten los alegres, los tristes casi siempre suelen ser enemigos.
Tal vez por eso escribo, para caminar projimos. Para no olvidar siquiera una coma de este tiempo carnívoro que vivimos. Porque cualquier hombre puede ser fugitivo de su propia sombra hasta que decide semblantear esta vida y deja de correr. No se queda quieto, enfrenta y espera.
Cambio.
Ahora que siguen con la tarea de demoler todo lo que quedaba en pie, a uno le van quedando pocas cosas. Algunas de ellas, para mí, irreductible como siempre, sigue siendo el placer de leer, de descubrir vidas escritas, de comprender, que uno piensa mientras escribe, no al revés. Uno piensa mientras se toma el trabajo de escribir. Leo. Descubro y me deslumbro con los pensamientos ajenos. Especie de mirón, de fisgón aventurero.
 Buenos Aires/ Escala 1:1, Los Barrios por sus escritores, es un hallazgo. Uno de esos libros que chocan contra uno, de esos momentos que anteceden a una especie de gloria casera y en camiseta. Un libros de diversos autores argentinos, nuevos o por lo menos de otra generación, con otros límites y con otras voracidades, pero siempre válidas y rotundas. Buenos Aires y sus barrios, vistos por otros, pensada por otros y recorrida por esos mismos, mucho más jóvenes y diferentes y siempre iguales a uno.
Feria del Libro de Buenos Aires, el mismo aburrimiento de hace cuarenta años. El mismo sentimiento de gran librería montada en un lugar por un tiempo determinado. La misma sensación de asfixia que rebota contra el techo de chapa. Voces, gritos, empujones y tipos, que solo quieren vender mucho, terminar e irse a hacer bardo reglamentario en casa, en el barrio o donde sea.
Ahí, cuando se agotaba la anestesia, encontré este libro. Lo compré y volví al pago, con estas palabras asentadas en papel. Lo abrí y como siempre hago, olí entre sus páginas. Vieja costumbre de amante sincero.
Sin embargo, me quedo anclado en sus páginas disfrutando una frase. Una idea, un paisaje de esta ciudad escandalosa arrumbada al orillas de un río sin orillas. A las ciudades suelen cantarlas poetas, interlocutores plenos. Poemas sobre ciudades lejanas, la misma o la vecina. Ciudades rimadas y en alejandrinos.
No. Nunca lo pensé. Tal vez por eso lo compré. Tal vez, escritores, habitantes de esta ciudad nacidos, la mayoría a mediados de los setentas o comienzos de la década siguiente. Escritores, entonces que recorren esta ciudad con sus historias, por diversos barrios, por sus distintos barrios. Caminatas interminables incrustadas en historias.
Camino con ellos por calles que caminé en su momento con otras historias. Ni mejores ni peores. Otras. Recorro sus páginas y una profunda emoción me impregna. Una leve sensación de irrealidad aparecen en sus palabras. Escritores que cuentan una ciudad inconcebible. Ajena y profundamente propia. Falta por supuesto aquella editorial que un día decida rastrear las historias de los barrios que rodean a esta capital y que también hacen a esta ciudad.
Ese conurbano que acecha fuera de los límites de esta otra ciudad tan orgullosa y tan distante.
Vuelvo a someterme a la lectura de este excelente y poderoso libro de la editorial Entropía y me alegro por mi suerte, una tarde de sábado en una feria decadente y pretenciosa que año a año, vuelve a conjeturar lo mismo y obliga a los mismos a congregarse año a año, en medio de esta vegetación pasmosa que vende libros y nada más.
Digo.
Supongo ahora que mi padre me llevó ese primero de mayo a ese parque, porque le resultaba inexplicable la rebelión. El hombre rebelde hermanado con otros en una rebelión que latía. Nunca fue uno de ellos, sencillamente le gustaba la pelea.
Muchos años después, ya enfrentados nosotros dos, seguía recordando ese día. Lo llenaba de alegría o tal vez el recuerdo de un hombre joven con su hijo chico en medio de las banderas, los gases, las corridas. El de saco y corbata, como muchos otros enfrentando una porción de ese destino solitario que por aquellos años vivían millones.
Cada vez que nos encontrábamos, ya más grandes lo dos, solía recordar o mejor dicho preguntarme sobre mis sensaciones de aquel día.
¿Qué hacía un tipo como él junto con su hijo en medio de un enfrentamiento con la policía en el Parque de los Patricios?
Yo recuerdo poco. Algunas escenas. Gestos, puteadas y la caballería de los cosacos cargando contra los desarmados de a pie que les hacían frente sobre los adoquines de la Avenida Caseros. Recuerdo el vértigo del miedo posible, pero también mi tranquilidad de saberme tomado por su mano y protegido por su locura.
Pienso.
No. No. Ahí no me hice peronista. Eso ocurrió muchos años más tardes. Creo que después del asesinato del Che en Bolivia, en Jujuy, provincia en donde vivía por aquellos años.
Creo que por aquellos años finales de los sesenta comencé a pensarme de otra forma. No aminoré la velocidad de mi vida, sino todo lo contrario.
Recuerdo los amaneceres de aquellos primeros de mayo, pintando paredes, armando miguelitos, perfeccionando las llamaradas de los infiernos futuros. Tomando mate en uno de los puentes que unen a esta ciudad con el resto del país.
Viajando con sueño y hambre hacia esa nada escenificada y sonriente que nos esperaba a la vuelta de la esquina.
Recuerdo el último, cuando nos fuimos de una plaza dejando solo el espacio vacío. Sabiendo de antemano lo que habría de venir, aunque claro, nunca supimos del todo, lo que habría de venir.
Pero ese día lejano con mi viejo, descubrí lo que era un día peronista. Con él, que no lo era y conmigo que no lo sabía.
Cambio.
Llego a la música como un naúfrago. Sediento y con ganas de amor al amanecer. Siempre llego igual. Desnudo y con ganas. Me someto a ella y me quedo añorando la eternidad. Me gustaría ser eterno para morir después. Así me entra la música en el cuerpo. En ese cuerpo a cuerpo que tengo con ella. Me detengo, me quedo quieto como los gatos antes de la explosión.
Una vez, hace años descubrí un trío que se llamaba Clusone. Tuve un solo discos de ellos. Los busqué y nunca más pude encontrar nada de ellos, ni siquiera ese único disco que tuve de ellos. Una lástima.
Sin embargo acaba de descubrir este belleza en la que participa uno de ellos. Ernst Reijseger. Cellista y enamorado de la música. Junto a Harmen Fraanje y Mola Sylla editaron el año pasado esta obra maestra llamada "Down Deep".
Aquí conviven por esas cuestiones extrañas que padecemos, diferentes conceptos musicales. Diferentes lecturas de una misma realidad, que terminan siendo lo que siempre suelen ser. Realidades que se cruzan entre sí en diferentes caminos.
¿Jazz? No. Pero también si o a lo mejor, solamente música que acompaña, que se presenta como lo que tiene validez. Música y nada más.
Tres tipos haciendo música, respetando sus convicciones y logrando un sonido profundo que busca, conectarse todo el tiempo. No es casual que Winter & Winter sea el sello que lanza esta pequeña obra de arte. Lo ha hecho antes y seguramente lo seguirá haciendo, si el capitalismo salvaje los deja.
Mientras tanto, sigo disfrutando de esta bella música que tampoco será del gusto de esas mayorías con las que nos persiguen los de siempre.
entonces menos Justin Biber y un poco más de altura a la hora de someternos relajaditos a este placer profundo. "Elena" por ejemplo es el primer tema y una lección de mezclas, de miradas y de hasta olores diferentes que se nutren entre sí, para llegar a cualquier parte. No importa la dirección, sino el siempre ir.
Digo.
1º de mayo bajo este cielo. El viento de la historia sigue con su curso mientras nosotros, seguimos apostando por esa alegría profunda de reconocernos entre nosotros. De sabernos juntos, de rebelarnos siempre. De saber que ellos, los otros, por ahora ganan. De este lado, sigue intacto el amor y la ternura. Bajo cielos de banderas, con las canciones aprendidas de memoria, con nuestros hijos nuestros, con nuestros nietos nuestros. Con los hijos de aquellos, que se apean y miran el fuego con nosotros. con esos otros que ni nombre tienen pero que cubren con su mirada siglos de explotación y muerte. Con estos otros, que comen su asado al lado y ríen mientras las cumbias hacen estremecer caderas y corazones. O sino con esos, que esperan, sabiendo de antemano que será difícil y largo el camino de la justicia.
Todos. Todos juntos seguimos  profetizando hijos y amores, territorios nuestros y orgullosos y altivos vamos enfrentando, como se pueda, al olvido deseado por aquellos para los cuales no somos más que carne y brazos fuertes, sin nombres ni historia.
Por eso siempre es conveniente, tener memoria y volvernos inexplicables para ellos.
Compañeros está todo pago como siempre…