En Zona

sábado, 25 de diciembre de 2010

Un Cuento de Navidad


Todo comenzó como un juego. Escuchando el silbido del viento entre los árboles. La música de fondo no hacía cerrar los ojos y el calor realizaba siempre el resto. Eran las navidades en un barrio suburbano del sur, obrero y popular, de una ciudad lejana y demasiado plana.
Mientras crecíamos nos dedicábamos a mirar pasar los trenes, y veces solíamos poner monedas en las vías para horror de las vecinas que nos acusaban de querer descarrilar convoyes y otras maldades.
En aquel momento, los días eran eternos, largos y casi aburridos, aunque nunca eran iguales.
Por imposición debía quedarme sentado en la puerta de la casita barrial. Así estaba hasta que Juan, cruzaba la calle y me rescataba.
Entonces comenzaba la pasión. Juntos aprendíamos las reglas de una buena gambeta. A pegarle a la pelota con el pie de tal forma, que esta, tomaba el aire por asalto y se transformaba en algo nuestro yendo hacia otro sitio.
También, descubríamos como nuestros barquitos de papel, sorteaban ese mar terrible que eran las acequias, pensando que él y yo, íbamos en alguno de ellos desafiando olas y monstruos invencibles.
Cuando oscurecía, nos deteníamos en el terreno baldío en donde, cual estadio desierto, cobijaba nuestras hazañas extraodinarias como una caja, que atesoraba nuestros goles, nuestros jadeos y nuestras transpiraciones saladas como los mares del sur.
Así comenzamos a hablar. La conquista del mundo. Ninguno quería ser policía. Solo los bandoleros nos entibiaban el corazón.
Después, fuímos creciendo. El y yo, fuímos construyendo nuestras vidas. Un día nos juramentamos no olvidarnos nunca de nada.
Pero por esa época, ya todo comenzaba a ser un poco más rápido.
Digo
Prisión común para los asesinos de uniforme que asolaron las piedras de ese país lejano. Cadena perpetua para aquellos que se jactaban de luchar contra un ejército de enemigos de la patria. Castigo para estos hombrecitos, que secuestraban niños y los regalaban a otros hombrecitos para quitarles de encima el virus de rebelión que tenían sus padres. Cárcel para estos señores de la guerra, que mientras asesinaban delegados sindicales, entregaban comunicados en donde se detallaba que dichas muertes eran producto de enfrentamientos armados. Siempre, claro está, los muertos, los ponían los del otro lado. Siempre eran de un solo lado.
Los dueños de haciendas, tierras y vidas, pasarán lo que les resta de vida tras las rejas de una prisión común, como debe ser.
Aquellos que llegaban de noche, amparados por el silencio, esos que desde la jauría demostraban su bravura indómita, están ahora en el sitio justo. Ni olvido ni perdón.
Con Juan nos dejamos de ver. Cada uno siguió como pudo con su vida. Cada uno eligió los rostros y los cuerpos que comenzaron a ocupar nuestras vidas. Siguiendo las reglas de un país de inmigrantes, cada uno emigró de barrio, de abrazos y hasta de incendios.
Después me llegaron rumores sobre él y se que le llegaron rumores sobre mi. Ya los días corrían por aquel entonces como lagartijas bajo el sol.
Digo
Se que en algún lugar, debe haber baile y brindis. Que dejando de lado tanta tristeza, la sensación de un tiempo de justicia, justifica tanta emoción.
Emoción que me hizo mascar el freno en un país extraño, que nada sabe de esto, con gentes que a la cual esta sensación no les cabe en sus telefonitos de última generación, en esa mirada de sorpresa porque no tengas coche, que seas uno más que toma al autobús o el metro, personas ensimismadas en su mundo de cartón pintado y casi desangeladas. Esta sensación que tuve fue solamente para mí, en medio de un frío gris. Sin nadie con quien festejar, festejo con la rabia de la justicia, que no reconoce reyes que apoyan el saqueo ni patria más justa que la memoria certera. Está visto, veo, que la alegría debe ser como dictan por estas playas los dueños de tanto deseo amordazado.
Esa sensación de inabarcable alegría y profunda tristeza la compartí solo. Con mis muertitos, con las caricias que me faltaron, con las lágrimas bebidas de rato cuando no había más que pena y olvido.
Supe años más tarde, de la vida de Juan. Retazos, supongo que el habrá sabido de mí. La muerte era un estado más. Nada en definitiva porque preocuparse.
Pero debo detenerme.
Este hecho puntual nos ha perseguido desde 1983, cuando uno de estos nuevos ricos, habló de los dos demonios. Desde ese momento, uno supo que nada iba a ser igual.
Los tibios. Los cobardes. Los que fueron cómplices por acción u omisión. Los que festejaron y los que callaron. Los que respiraron aliviados. Los de la camiseta de fútbol. Los demócratas de la primera hora. Los curas que bendecían picanas. Los hombres y mujeres de bien que siempre supieron qué por algo los habrían ido a buscar. Los que llenaron la plaza a los asesinos festejando.
Estos, se adueñaron de una cierta verdad. Y durante las décadas siguientes intentaron silenciar todo.
Digo
Este cuento de navidad es una especie de festejo rabioso por un acto de justicia.
Una noche, uno de esos que hoy tienen la perpetua, estaba en un bar.
Libre, impune, sabedor que no habría castigo para el, héroe de cartón. No quiso pelear, defenderse. Se quedó sentadito esperando la ayuda que no llegaba. Temblando. Tembloroso, conoció el sabor del miedo. Por lo menos, ese, lo supo en carne propia.
Otro, que sacaba cuchillos de combate ante cada insulto, ya tiene su quinta cadena perpetua y ahora, finge una enfermedad para no compartir sus días en un pabellón de presos comunes.
El otro, el jefecito de todos ellos, cree que lucho en una guerra contra indefensos salvajes que querían un poco más de justicia. Ahí está la cárcel común, para todos ellos.
Porque se sabe. Las jaurías siempre terminan dejando atrás a los inservibles. Otros los reemplazarán llegado el momento. Esto lo sabemos también y de sobra.
Ahora el resto, nosotros, respiramos un poco más aliviados.
Las caras de todos los que nos faltan, están un poco más limpias. Las banderas siguen ondeando por ellos. Nuestras alegrías siguen siendo nuestras y vida tiene ya otros síntomas.
Hasta ahora, no hubo ni olvido ni perdón. Ninguno hizo justicia por mano propia. Elegimos hundirnos en nuestras tristezas, oscurecernos, convertirnos en sueñeros y seguir el rastro de ese dolor con olor a gusano que, en cada resaca nos asaltaba con nuevas furias y nuevos dolores.
Muchos de nosotros hoy ya no estamos. Algunos pegaron la vuelta, otros concibieron el sueño. Algunos se dejaron ir. Otros renunciaron sin previo aviso. Algunos aferrados a tanta tristeza se consumieron como las tardes de invierno. Otros clausuraron las palabras y como las mariposas fueron hacia el fuego.
Digo.
Estas condenas, sirven para los que crecieron durante estos años. Nuevas generaciones que tienen la oportunidad de comprobar como las democracias, esta por ejemplo, crecen a paso lento. Como se castiga a aquellos que fueron en su momento dueños de la vida. A lo mejor para ellos, para estos que crecieron en otro tiempo, este hecho les sirva para crecer en un sitio un poquitito más justo. Algo más limpio.
Entonces, sin nadie con quien festejar, me puse a destrenzar recuerdos. Nombres y cuerpos de aquellos, que compartieron junto a mí, una nueva vida. Porque si el deseo produce, produce lo real.
Nada más que por eso.
Recuerdo hoy a los míos, a los que durante años y años, me siguieron el rastro desde fotos en blanco y negro. A aquellos que desde la derrota, implementamos la memoria como el mejor arma.Como la manera más eficaz de resistir, asumiendo el riego de ser el tío viejo que en todas las fiestitas se pone melancólico y furioso, que siempre repite lo mismo y que finaliza cuando se apagan las luces y queda solo la estúpida sensación de ser el latoso de siempre, querible pero pesado alfinal de cuentas.
Por eso, ahora que los asesinos están en prisión. Los Juan, los Ricardo, los Alejandro, las Alejandras, los Carlos, las Susana vuelven a soñar un poquito más.
Nada más ni nada menos.
¡Ni olvido ni perdón!

1 comentario:

  1. Como siempre, Martín, me emocionás. Sigo tu blog con mucho cariño y pasión. Quiero desearte lo mejor para el 2011, y querría tener algunas líneas tuyas. A gente como vos se la extraña y mucho.

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