Digo.
Vuelvo a ese vértigo horizontal que es mi paisaje. Vuelvo tranquilo, al trotecito sobón. A un país que como siempre está intranquilo, encendido. Vuelvo a esa inmensidad, que apabulla, que se aleja y se acerca como en un tango.
Es ese cielo que nos cruza, con sus arrebatos, sus discusiones y querellas. Es ese castillo de barajas que levantamos a cada momento los habitantes de ese sentimiento casi raro y alocado, que algunos llaman Argentina. ¿Se vuelve de dónde no se ha ido uno nunca? Puede ser. Sabemos, mejor dicho percibimos en la espera antes del salto, que vendrán tiempos constipados. Que llegarán ardores y desencuentros y a lo mejor, desengaños. Uno, yo, sabe donde se habrá de depositar tanto viento rebelde. Mientras tanto, pienso en ese límite tan lejano que siempre es el horizonte. En ese mirar tan intenso que lleva a cuestas preguntas que se balancean siempre a lo lejos. Pero también regresamos a ese misterio que es una ciudad de inmigrantes recostada en un río fangoso y siempre ancho. En esas humedades que evocan sudores y mezclas. Viejos amigos que ya no me recuerdan y de los cuales me pregunto dónde andarán. Vuelvo al tango y a las otras músicas que también soy yo. A esa especie de evocación que camina por las calles siempre paralelas de una ciudad que se parece a cualquier otra en su pretensiosidad.
Mientras tanto quedan esas distancias a las cuales había dejado de reconocer. Al toma y daca, que significa vislumbrar siempre la felicidad, allá, allí. Por eso a lo mejor, estos diez años sirven para reconocer otras pistas, otras huellas en este andar baqueano que siempre me llevó encima.
Hago un punto.
Y pienso en Gabo Ferro. Un cantante y un poeta reconocible y a la vez, tan distinto. Lo escucho y me reencuentro con maneras, con formas. En sus discos encuentro el merecimiento de un artista que abruma, apabulla y dispara radiante. Nunca lo ví. No lo conozco. Solamente escucho sus canciones, me dejo llevar por sus palabras y me doy cuenta, de como la vida sigue, buscando alternativas y tratando de aportar desde la creación nuevas pautas, necesarias y casi urgentes.
Ferro dice y desde ahí me entrecruzo con una de las mejores tradiciones que viven, coletean entre nosotros desde hace mucho. La historia del contenido. La secuencia de decir algo, de decirle algo al otario que está del otro lado, esperando algo, sin saber nunca qué es eso que se espera del cantor.
Ahí está su último disco. Cargado de palabras, rebosante de gestos. Encarnando esa continuación que solíamos buscar en los comienzos de todo. Cuando sedientos, acudíamos a escuchar el último disco de o tal. Ahí estaban las palabras necesarias para modular nuestro propio discurso. Destejiendo imagen a imagen, frase a frase, descubriendo metáforas, montándonos en ese decir, que se diferenciaba de los otros decires. "La aguja tras la máscara" es un comienzo, un paso leve para aproximarse a este músico y poeta argentino, que corta el aliento con su voz, con su explicación de un mundo formidable, concreto y abismal. Están sus canciones, de cualquiera de sus discos anteriores. Todos sirven, nos sirven para seguir apurando la vida, para seguir con este festejo de las buenas cosas. Esto es, conocer a un tipo a través de su música, de sus canciones y saber que sigue habiendo constructores de algo mejor empuñando una guitarra y unas palabras necesarias. Además y como si esto fuese poco, está su voz, que es otro instrumento, que nos acerca un poco más a ese ideal que siempre solemos tener los que esperamos que siempre se abran los cielos y vengan los buenos y mejores tiempos, que siempre andamos necesitando.
Un buen y notable trabajo que merece de toda nuestra atención, superando la sorpresa de la primera vez y volviendo a el, como un arrebatado o un sediento después de una larga travesía.
Sigo.
Me repito. Lo se. Nunca acepté las órdenes de aquellos que se sienten a salvo de todo. No entendí de méritos, pero si de fracasos. Creí en lo mágico de una situación, cualquiera que me produjese quedarme sin respirar, sin aliento. No creo en lo políticamente correcto ni en las globalizaciones. He sido un mal amante. Nunca dejé de pagar todas mis deudas, sin esperar nada a cambio. Esperé en las noches en lo que todo ardía a mi alrededor. Cuidé con empeño mi libertad de elección. Me despojé de honores y de lisonjas. Me quedé de pie cuando todos se sentaban. No acepo la traición por sobre el bien común. Me gustan los cafetines más reos, más despojados de luces y famas. Siempre supe que la fama era puro cuento. Me repito. Es invariable. Se dos o tres cosas, que me han servido para cruzar inviernos y carnavales. He tratado de ser buena persona, a veces lo conseguí y otras me quedé a mitad de camino. He pedido perdón en varias ocasiones. Siempre pienso en la muerte para prepararme cuando me llegue. Tuve desencuentros. Muchos, a lo mejor demasiados. Siempre que quise, quise como si fuese la última vez. No creí en la moral de los vencedores ni en la dramaturgia ni en la liturgia de aquellos que siempre tienen razón. Me gustan la primavera y siempre el otoño. A veces me fué bien y fuímos felices todos los que estaban conmigo, cuando la suerte se volvió en contra, preferí quedarme solo. No me gustan las palmadas en la espalda y siempre he sido un poco arisco. No he sabido mascar frenos y con lo que tengo, he tratado de ser mejor persona. Se que me repito, a veces demasiado.