En Zona

jueves, 15 de marzo de 2012

Postales de Madrid

Desde el presagio mismo de esta primavera anticipada me dejo llevar por ese rutinario viaje a ninguna parte. Desabrocho la tristeza y me dejo al sol. Sol de esta ciudad que siempre está presente, que acompaña, lame, sitia y refleja la vida. Esa vida, que en Madrid se vive. Es una cuestión de amor. Llevo mi música a cuestas. Esta vez son los Hazmat Modine una la notable banda de sonido de mi recorrido secreto. Me quedo al sol, esperando en la parada. Suena "Cicada" y el mundo gravita más despacio. Todo se hace al ritmo de estos músicos de Nueva York, que arrastran los sonidos como venidos desde el ancho sur, desde el infierno mismo, pero en una ciudad que mira hacia otro lado. Suena una voz quebrada y miro el paisaje desde la ventanilla de un autobús que me lleva a otros horizontes madrileños. Comienza, siguen mejor dicho las despedidas. Nunca son fáciles ni sencillas, siempre uno algo pierde en ellas, quedan huellas, pequeños datos, crónicas imperfectas de la vida transcurrida, algunos nombres, pocos perfiles, sonidos, palabras dichas en los apuros de la vida, que quedarán unidos a uno como la sensación de felicidad desmadejada. Suenan los Hazmat Modine y el mundo parece un poco, solo un poco mejor.
Menos mal que tenemos la música para atravesar tanto naufragio, tanto sentimiento inconcluso que ni nos hace mejores ni acaso peores. Porque en definitiva es solo una cuestión de creencias y abrazos, siempre ha se ha tratado de esto.
Pero.
Madrid tiene ese eco, resuena en sus entrañas la vida que corre como un río. Estamos mal, estaremos peor, pero siempre quedará la transparencia del puro reflejo de sus sierras, que la guardan en una meseta seca , la protegen de esos vientos duros que la atraviesan. Uno, yo por caso, me dejo llevar. Me indican un sitio que queda en Suanzes. Un parque silencioso y hacia allí voy. No creyendo, sino solamente buscando un lugar para mis pensamientos, mis prometidas despedidas y mis posibles encuentros.
Un parque como cualquier otro, un lugar en donde se durmen las almas secretas de tantas palabras dichas. Almendros en flor en el parque Quinta de los Molinos, a veinte minutos de todo, porque aquí todo o casi, está siempre a veinte minutos de uno. Descubro un lago, un molino y los almendros rabiosamente coloridos y plenos de un final de invierno a colores. Anuncian lo que viene, lo que está llegando a pesar de un invierno seco y esquivo como algunos amores. Cuesta olvidar esto, esta sensación de tranquilidad colorida por la mejor paleta que haya en el mundo entero. O mejor dicho, esto es Madrid, ciudad lejana de un imperio muerto de abandonos y otras intrigas. Suenan los acordes de mi propia banda de sonido, sonrió a solas con este descubrimiento, me complazco y me siento a la sombra de un árbol bonachón. Espero y miró a los que pasean por los bordes de la sombra, todos, incluso yo, parecemos felices de este pequeño mundo imperfecto.
Digo.
Mientras tanto siguen los cortes y recortes. Se llevan, se llevarán todo y encima tendremos que pagar, para que estos fulanos que se llaman demócratas, sigan viviendo a nuestra costa. Produce asco, producen asco verlos tan enérgicos ante las cámaras, en los parlamentos, en las fotos. Pasan y dejan la tierra yerma. Hablan de patria y la desgajan. Especulan, sacan cuentas, clausuran toda eperanza y siguen andando como si todo les perteneciese. Mientras tanto cabe esperar, luchar en medio del incendio. Desenrrollar la solidaridad y comenzar a salir de tanta mediocridad a plazo que nos han vendido. Encandilados como estábamos, compramos cosas que no nos servían, que no necesitábamos, inservibles, amontonando explicaciones a fin de mes, para justificar que todo está bien. Habitantes del tiempo chico eso hemos sido. Como hijos del viento, descubrimos tarde, que la broma éramos nosotros y nuestros pesares. Queda por ver el dolor que sobrevendrá de ahora en más. El cerrojo que nos echerán encima y las sangres que habrán de cobrarse en nombre de la austeridad de nosotros.
Hace tiempo que recuerdo momentos, encuentros y descubrimientos. Hace mucho, en otra vida, un día descubrí una revista que me produjo una sensación abismal. Era mayo y tenía 18 años y la revista se llamaba Crisis. Descubrí que había otro mundo. Que había poetas que hablaban del pan duro, de la tristeza de los días domingos y del amor sin sábanas. Recorrí los pensamientos de aquellos que narraban los mundos mejores y las posibilidades siempre de cambiarlos.
 Porque el mundo, allá por esos años era así. Se podía cambiar, elegir y creer que todo tenía su lugar entre las páginas de una revista que mes a mes nos esperaba en el kiosko de la esquina. Eran tiempos raros, teñidos de una luz demencial, vistos a la luz de estos tiempos en que transcurro. Eran años bravos, en donde había que elegir a toda costa y confiar en esa elección a costa de uno mismo. Mientras tanto, sentado en torno a una mesa de un café lejano, le quitaba tiempo al tiempo, el día de la cita y con fanática decisión, recorría las ideas y las conjeturas que la revista llevaba a cabo. Era el día del mes en donde el placer y la idea, se desnudaban mutuamente para llegar a mí, a nosotros, con esa precisión que me quitaba el aire a sorbos. Paso a paso, mientras el café se enfríaba y el cigarrillo se consumía en el cenicero a rebosar, me dejaba llevar por las palabras de los mejores de la tribu. Fuera la ciudad se detenía para mí, para nosotros. Todo se congelaba como en una foto en blanco y negro. Cesaban los rugidos de los malos, el rumor del mundo se aletargaba y todo parecía funcionar en ese momentos. La palabra llegaba cruzada de ardores por aquellos entonces. Algunos prometían fuegos y otros anunciaban diluvios a reglamento y billetes de ida a cualquier lugar lejano y de nombre oscuro.
Sin embargo número a número, mes a mes, nos distraíamos en medio de esa lluvia que caía sin parar, en una especie de Macondo de Gabriel García Márquez, pero en Buenos Aires, desangelada y vestidita de negro.  Preparada ya para tanta mortaja y tanto llanto silencioso.
Así llegamos sin querer a autores lejanos, a ideas que flotaban en los aires de aquellas épocas. Todo en letras minúsculas, sin  fotos casi y con la audacia a flor de piel.
Ahí estaban Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Juan Gelman, Heriberto Muraro, Haroldo Conti, Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto, Paco Urondo, María Esther Gilio entre tantos otros, quienes desgranaron por sus páginas las diferentes pasiones que por aquellos años anclaban en en nuestros corazones desbocados. Mes a mes, entre las páginas de esta revista, uno, yo, descubría las pistas y los datos necesarios para entender que el mundo ya no era ni ancho ni ajeno. Que la injusticia llevaba nombres y apellidos y que muchos amores, con el tiempo suelen olvidarse.
Así convertimos sin querer, a esta revista, en una de las mayores revelaciones que por aquellos años alumbraron nuestros pasos por una ciudad cruzada de vientos, tempestades y otros milagros. Sin embargo, hoy su nombre sigue siendo una especie de pasaporte, un recuerdo agradable en donde las circunstancias, hacen que el recuerdo sea dulce y valorado ante el desierto que siempre tenemos por delante.
Digo.
Madrid está esperando la primavera. Se huele en el aire, como caballos viejos olisqueamos para saber el rumbo que habrá de tomar el aire esta vez. Es un día cualquiera por la tarde, no van quedando héroes y la vida se vive a destajo, buscando motivos y ganas. A veces nos equivocamos y preguntamos, sabiendo de antemano las respuestas. La ciudad funciona con su corazón secreto como todas las ciudades, como todos nosotros. Algunos seguimos con nuestros secretos a cuestas, otros los hemos canjeado en cualquier cajero automático, algunos los hemos abandonados como zapatos viejos, otros nos divorciamos de ellos y nos fuímos con otro amor a tratar de recuperar el tiempo pérdido. Así todos seguimos, peleando y mordisqueando trozos de esta vida, descorriendo como podemos las mantas que nos cobijan y que por momentos logran asfixiarnos, inmovilizarnos. Pasa entonces como con todo.
Vuelvo del parque, conociendo de antemano los relatos que habrán de cruzar por mi cuerpo en esta vastedad del descubrimiento que me he empeñado en vivir en estos momentos. Quedan los gestos de una ciudad que no tiene fecha cierta de fundación y que parece ser de ayer nomás, quedan los rastros surgidos de recorridas por sus calles y sus plazas. Quedan estas pequeñas cosas que no cotizan y que sin embargo han estado cerca, muy cerca en estos tiempos de mi viejo costado izquierdo.

3 comentarios:

  1. Que bueno saber de vos a través de tu blog, que bueno leerte... te mando saludos, Lety Figueroa

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  2. Compañero,estoy siguiendo también tus consejos musicales. De eso casi ni hablamos. Ahora me pongo al día. Obre tu texto: amén.

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