En Zona

martes, 27 de marzo de 2012

Los días se diferencian, las noches no

La calle vuelve a cobrar vida después del invierno, del frío y otras soledades que nos han ido asaltando en los últimos meses. Los árboles vuelven a vestirse, la sensación de tranquilidad, de suavidad comienza a gestarse entre todos, el buen clima, ayuda a pesar de las diferentes obsesiones que nos aquejan. Se viene el paro general y negocian. Perdieron los del traje azul y vuelven a negociar. Todos quieren su cuota, su porción de queso, la manta que les tape los pies.
Mientras tanto, algunos seguimos en la prolija rutina de despedidas, maletas a medio hacer, apuros y olvidos. Por momentos nos agobia esa tristeza montaraz que nos asalta un domingo por la mañana en el rastro, en medio de un mundo casi descontrolado, en donde todo se vende y todo se compra. Madrid tiene su propio zoco, reglamentado y con horario. Se mezclan las voces, los idiomas, los gestos se anudan en una travesía por una calle llamada Ribera de Curtidores que es entrada y salida, que ya lleva sobre sus espaldas domingos y feriados la multiplicación de sensaciones desde hace casi un cuatro de milenio. Suenan músicas que se congratulan entre sí, desviando por un momento la agitación de otra vida, los menesteres de un tiempo implacable y feroz.
Mientras la ciudad me acompaña, llevo conmigo un disco extraordinario, música de cámara en el mejor sentido de la palabra. Un disco tributo a una banda australiana que rugió bajo el nombre de AC/DC y que suena en la voz y el piano de Jens Thomas, alemán y audaz a la hora de crear o mejor dicho recrear los sonidos de una forma diferente, profunda y arriesgada. Piano y por momentos la trompeta de Verneri Pohjola. Los dos crean un clima despojado de cualquier otra cosa que no sea la música misma.
Entonces veo la ciudad y la música acompaña mis visiones de una ciudad que se relaja bajo el sol de marzo, se aligera de ropas y distiende el gesto. Sumado a todo esto, que los días comienzan a ser más largos y las faldas más cortas. "Speed of Grace" se llama este disco imprescindible, para buscar otras salidas, otros horizontes, apenas otros atajos y otras  palabras para acompañar tanto viaje, tanta pista que se pierde en las arenas. Ahí mientras tanto diferentes a las originales, desfilan " Highway to Hell"; " Live Wire"; " Hells Bells" o " T.N.T" para sorpresa de ese único invitado que soy yo, mientras camino despidiéndome de rincones, aceras o vientos. Dejando atrás recuerdos y otros nombres.
Digo.
Faltan más ajustes, disparan desde los telediarios, desde las tapas de los diarios. Ametrallan al tipo de la calle. Estamos rodeados y siempre son para peor. Planean clausurar todo, vender lo que haya que vender y que se hagan los muertos. Se vienen aumentos, justificaciones y más expropiaciones a aquellos que ya no tienen nada. Arrecia el odio a lo diferente. Proponen que otro pague todo, los mismos de siempre por otra parte. Mientras tanto, comienzan a buscar otras latitudes aquellos que quieren un trabajo, una vida digna o por lo menos, salir de esta melancolía. El papa de los católicos, dice suelto de cuerpo que Marx está superado. Respiran tranquilos los dueños del dinero, ya no solamente ellos dicen lo mismo, ahora que todo está al borde del incendio sale el alemán y dice lo mismo. No sea cosa que el fuego termine devorando todo lo hecho hasta el momento. Por ahora, los que mandan dicen que la huelga general del 29 de marzo, acerca a los españoles a los griegos y los aleja más de los alemanes. Patrones y su servicio político en el poder y la oposición, indican, mientras todo se desmorona, que la huelga es innecesaria y contraproducente para los intereses del país. Será por eso que ese viejo disco de la risa suena y suena por toda la geografía de este pais europeo y cuasi tercermundista.
Mientras espero el autobús que me llevará de vuelta, de regreso al barrio, leo a Enrique Vila-Matas. Gran escritor, notable escritor español y uno de los mejores junto a uno o dos nombres más, por lo menos para este servidor. "Aire de Dylan" es un gran homenaje y una sátira despiadada hacia ese mundo que habitamos sin pestañar siquiera. Ya lo era "Dublinesca" su anterior y notable novela y también "Chet Baker piensa en su arte", imprescindible libro de cuentos de este catalán soberbio y magistral. Pero vuelvo a su último trabajo. En una de sus páginas dice: "Uno nunca sabe quién es. Son los demás quién y qué es. Te explican tantas veces quién eres y de formas tan distintas, que al final uno acaba por no saber en absoluto quién es...". Me congelo y me hago invisible. Solo se mueve mi sangre con ganas. Descubro por centésima vez, en las líneas de este notable escritor, resortes y recortes de una realidad infrecuente en las letras de esta parte del mundo y que tienen, por lo menos para mí, puntos de contacto con una narrativa que viví desde siempre en la parte del mapamundi que me tocó vivir. No comparo con mis escritores personales. No hago listas ni estudios sobre una literatura que está encendida y que a cada palabra, es una especie de placer. Vila-Matas logra con su nueva novela, avanzar un poco más, llevarnos detrás del joven Vilnius a esa especie de fracaso anunciado y por lo tanto transmisible a cada uno de los lectores que nos asomamos a sus páginas simepre buscando nuevas pistas del talento notable de este escritor que siempre está un paso más adelante, en la otra esquina, en el próximo bar.
Un libro entonces que llega en el momento justo. Porque además en Vila-Matas radica a mi entender lo más rico de la tradición literaria de esta lengua. La fantasía, el humor y la magistral andadura de una novela, una más, que suma entre lo mejor que se puede leer hoy por hoy en España.
Pero vuelvo.
Lo que más me atrae de esta forma de escritura, es el talento. Talento que se puede rastrear en sus innumerables libros, importantes aportes de una fantástica manera de explicar el mundo. "Aire de Dylan" es un excelente motivo para leer una historia, que como todas las buenas historias simpre logran conmover y deslumbrar.
Digo.
La sensación de levedad. Las noticias que a veces llegan. Los abrazos que quedan inexplicablemente postergados. La vuelta, despacito y por las piedras. Abriendo surcos en la vida de uno. Salgo a la ventana y huelo el aire. Eludo la tristeza de estos últimos días. La odisea de embalar libros, libretas de apuntes, prendas diseminadas. Anuncian lluvias. Se quedan atrás muchas cosas, cuestiones que hacen de uno, una especie de extranjero a perpetuidad.
Los días tienen nombres, las noches no. Por eso me gusta la noche. Socializa la espera, descubre la posibilidad de saber de antemano el nombre del siguiente día. Oscurece en mi calle y dejo que mi mirada la recorra una vez más, aunque los haga con la misma sorpresa desde hace mucho. La ciudad se estaciona y permite, me permite que ponga música y la deje jugar con el aire primaveral que florece a cada instante. Stefano Bollani y su " Stone in the Water". Música para los amigos, música para esperar y saber
que el jazz, es solamente una de las formas de la pregunta. Ahí suena un piano y detrás las olas dibujan figuras irreales. La música es esencial para mí. Un río que une, porque los ríos siempre unen nunca separan. La invención de paisajes que suenan, llevando, llevándonos siempre de la mano. Suena Bollani por mi ventana, el aire juega de a poco anunciando lo que vendrá. Lo suficiente como para describir estas ausencias que ya pronto habré de ser. De alguna forma, siempre fuí un entusiasta de la música, por decisión y opción. De a poco salí de la explosión de los años sesenta y presentí que había otros rumbos. Através las distintas zonas horarias y a fuerza de elegir, equivocarme y volver a elegir, conformé una amplitud que jamás imaginé cuando tuve en mis manos el ya lejano disco, en vinilo, de los Beatles y que fue mi furor y mi deslumbramiento. Sin embargo, como con la literatura, no tengo un canon, ni tengo diez libros o diez discos que habría de llevarme a una isla desierta. Solamente tengo en mí, la sensación de felicidad que siempre me produce algo bueno.
Pienso.
Volveré a mi ciudad una década más tarde. Diez años después. Todo habrá cambiado y nadie habrá esperado por mí. Mis hijos están ahí y los hijos de sus hijos a su alrededor. Llegó más domesticado, más calmo y menos herido de lo que me fuí. Me esperan algunos fantasmas, que también envejecieron igual que yo, por lo tanto casi, casi estaremos en paz. Vuelvo a Buenos Aires no a descifrar nada, solo a convivir con mi historia. No espero nada, salvo el amor de esa familia que fué creciendo sin mí y que seguramente volverá a acogerme con la tenacidad de las enrredaderas. Volveré a recorrer calles y olores, que no fueron olvidados, que permanecieron prendidos en mí como un abrojito hambiento. Volveré a habitar ese vértigo horizontal que casi siempre es mi país. No idealizo ni agrando nada. Vuelvo a querer descubrir los secretos de una ciudad habitada por duendes.
Han pasado solamente unos años. Nada seguirá como entonces, solo el calor de esa inmensa familia que otros han planeado por mí. Volveremos a encontrarnos en torno de una palabra o de una mesa tendida al sol. A esperar el degüello del cielo en cada atardecer y compartir un café en una charla interminable. Un bucle que le dicen por aquí, tan típico de nosotros. Perderse entonces en ese amor legendario que subsiste a cada respiración, a cada recorrido con los dedos, a cada mirada.
Es así, los días tienen su nombre, la noche nunca.

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