En Zona

sábado, 11 de diciembre de 2010

Una discreta esperanza

Hoy es sábado, en un barrio periférico de una ciudad lejana. Se oculta el sol, vuelve a salir, el silencio de la tarde se apodera de uno y uno como los gatos, solo quiere, intenta dejar que el tiempo bostece por mi. Hace frío, la gente realiza sus tareas , algunos vuelven del trabajo, otros lavan y cuelgan la ropa en sus ventanas. La vida sigue su rumbo. La vida sigue con sus cosas.
Ayer por la noche. Un amigo me preguntó si seguía pensando, creyendo en la revolución como lo hacíamos como cuando éramos furiosos. Me preguntó mientras nos mirábamos a los ojos, mientras organizábamos nuestra despedida, nuestra eterna migración.
Estamos más viejos. Estoy más viejo pero ambos, él y yo, somos la eterna demostración de la vida eterna. El leve ejercicio de una memoria que sigue y sigue.
Digo.
El fin de la historia con el que nos sorprendieron allá por los comienzos de los años ochenta, no fue un chiste de filosofía barata, sino algo más tremendo y siniestro. Fue la manifestación clásica, pura y desaforada de un conglomerado que había decidido pasar a la ofensiva. Era, es el lema de las corporaciones, la orden global que abarcaba, que abarca la orden despiadada para borrar el pasado. Todo pasado. Por eso, el disparate de Fukuyama nunca fue un vaticinio, como creyeron todos, fue la enunciación de una orden de batalla. El pasado, ese pasado de preguntas y revueltas, de ternuras y violencias, de conquistas y derrotas era el que se debía abandonar sino se quería perder el mundo mejor que comenzaba a ser parido. Había que eliminar el pasado y a aquellos que no querían desprenderse de el.
De esta forma el magnífico léxico político de casi tres siglos se tiró a la basura. Lo que costó sangre y dolor conseguir, comenzó a perderse.
Seguimos siendo las variables de los ajustes. De todos los ajustes posibles. Vasallos que debemos besar la mano del rey. Pobres de toda pobreza, buscamos otras playas para seguir y ahí, con nuestras manos de arados, con nuestros cuerpos de desiertos, con nuestros ojos de follaje, con nuestros recuerdos a cuestas, nos convertinos a poco de andar con la palma de la nuestra lengua acostumbrándose a otros sonidos, en los nuevos enemigos.
El problema es que los pobres, traemos con nuestras ropas, nuestra memoria. Un artilugio en desuso, pero una herramienta infalible. Porque nosotros los pobres y esto causa miedo y estupor en los jefes, tenemos con nosotros y para nosotros el infinito.
Digo.
Me pregunta mi amigo, si sigo creyendo en la revolución. Lo miro. El tiempo se escapa por la ventana de un bar amable. Una muchacha discute con un chico, suena por ahí, en mi cabeza, supongo una canción de Robert Wyatt. El camarero bosteza y la gente se apura en sus compras navideñas.
En Villa Soldati, allá lejos, acaban de matar, de asesinar a tres personas que solo querían construir sus chabolas, sus casas incipientes, su vida desdibujada. Eran hombres y mujeres, que un día o una noche cualquiera, salieron de sus respectivos paisajes para intentar vivir.
Un coche bomba acaba con la vida de 15 personas en Pakistán. Israel sigue con nuevos asentamientos sobre Palestina, rodeando y estrangulando a un pueblo originario. Europa, quiere más ajustes, mas cercenamientos de políticas sociales para evitar un desastre mayor. Los mercados están inquietos. Wikileaks es perseguida por los amos de este mundo y su fundador Julian Assange esta detenido en Londres por sugerencia del imperio.Una cárcel se incendia de manera imprevista y arrasa con demasiadas vidas para ser verdad.
Pero, además muere mucha gente en estos momentos en casi todo el mundo, falta de agua, de medicamentos, de comida. Guerras de baja intensidad, talas de bosques. En estos momentos uno está muriendo.
La muerte de ese uno, entonces, debería ser un escándalo de proporciones.
Los provos, los hombres de bien, lo que creen en el fin de la historia erigen muros. De diversa índole, textura y fortaleza.
No saben estos, que los muros son una parte mas de lo que antes se llamaba lucha de clases. Porque como decía Pier Paolo Passolin, la lucha de clases explica siempre a la guerra.
Digo.
El bien es en cierta medida inconsolable, por eso a veces soñamos con el derecho a ser como fueron nuestros ancestros. De poder recuperar la palabra, de hacer propia la palabra y construir con ella nuestras vidas, nuestros día a día. Porque utilizar las mismas que usan los poderosos y sus medios es habitar la desvastación circundante y la negrura reglamentaria.
Hasta no hace mucho, antes de la deshumanización que vivimos, los vivos esperaban alcanzar la experiencia de los muertos debido a que de alguna forma era este el futuro final. Por lo tanto vivos y muertos compratían un sitio interdependiente, solo el egoísmo, piedra angular del modernismo capitalista vieno a destruir esto. Ahora, hoy, los vivos pensamos en los muertos, no como muertos sino como eliminados.
Nos acostumbramos a todo. Nos hemos acostumbrado a la muerte desde siempre. Hoy nos acostumbramos a la pobreza. Y en la pobreza no hay nihilismo, porque para que lo hubiese, deberían ser personas acomodadas y, de hecho, no lo son. Además el nihilismo, como dice John Berger es la forma más actual de la cobardía humana.
Están por todas partes, son inasibles. Miles de millones, que son la gran mayoría del planeta. No es raro? Cualquier noticia, que te sirven a la hora de la comida habla de ellos. Extraño. Verdaderamente extraño.
Los pobres, los desheredados del planeta carecen de todo. Incluso, lo sabemos o presentimos mientras miramos televisión, que estos, lo pobres no tienen residencia.
No residen porque son pobres.
He aquí una cuestión. Los vencedores siempre sienten temor hacia los derrotados. Se alteran porque su tiempo es irreversiblemente corto, mientras que el de los vencidos es irremediablemente largo.
Digo.
Qué responderle a mi amigo, qué poema de Hikmet me regalará la vida en los próximos momentos. Qué palabras de Gelman vendrán asaltarme más tarde, cuando baje la guardia y quiera dejarme ir.
Se que su pregunta es para él. Que la formula en voz alta en atención a mí. Que se interroga y me interroga al mismo tiempo.Que busca que nuestras palabras se conviertan en mojones en el camino. Porque para pensar a escala mundial esta política debemos saber reconocer integramente tanto, todo sufrimiento que se vive. De eso debemos aprender en estos días.

Y si amigo, a pesar de todo sigo creyendo en la revolución.

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