En Zona

domingo, 30 de enero de 2011

Blues de invierno


Invierno duro si los hay, los de este tiempo de cambios, de este tiempo de intentar poner todo sobre una mesa y comprender, de buscar preguntas nuevas, de recrear respuestas antiguas y ya acobardadas.
El bueno de Joaquín canta en algún sitio del departamentito de Hortaleza sobre trenes que descarrilan por las mañanas. La calles están desiertas en un domingo más, gris y lluvioso como se lleva por estos tiempos.
Pero la memoria sigue ahí. Intacta, recién bañadita, desnuda y esperando por más en mi cama. La tele sin sonido, el gris entrando por la ventana, la cebadura que espera un recambio de yerba, mientras la estufa escupe calor. Y ahí,solo ahí está esparando la memoria.
Memoria que se pone arisca ante un silencio dogmático, vergonzante, especulativo y traidor de aquellos que siempre hablan por televisión, en los periódicos, en las radios histéricas. Que nos recuerdan que el paraíso de la democracia está aquí y no a algo más de mil kilómetros de distancia.
Digo.
Europa traiciona. Traidora de viejas traiciones. europa que se mira el ombligo y que disimula los casi trescientos años de luchas sociales, de mejoras, de cambios, de conquistas sociales que iluminaron a ese mundo oscuro por piel y por esclavitud, que vive invariablemente en ese ancho y conflictivo sur.
Un silencio funerario recorre los despachos de políticos, un silencio de traidores se cobija en sindicatos y parlamentos. Mientras del otro lado,comienza un terremoto, que no importa si trae beneficios o desolaciones, si se trata de un viento muy loco o de una lección moral, que trasciende cualquier educación académica y se constituye en las viejas arcas de la memoria en sensaciones que hacen de una revuelta, una especie de nueva e inacabada lección moral.
Túnez, Egipto, Yemen o Jordania, son los escenarios que le quitan, le han quitado el habla a tanto político profesional y con asesor de imagen, que nutren nuestros día a día como en una vieja comedia de enredos.
La comodidad, esta de estufas encendidas, de ventanas seguras, de músicas que vuelan por la casa no es la que se vive en otros sitios.
Tanto dictador sostenido por Occidente. Tanto cerrar los ojos y venderles armas, tanto discurso y tanta medalla. Tanto dinero para sostener torturadores profesionales y entrenados, aquí, al lado de uno, no alcanzan. Está visto.
Digo.
Tanta urgencia por controlar la red, el mal de todos los males no es por unas cuantas pesetas para un autor malo, ni para una distribuidora de California. Eso se sabe.
Se trata de hacer lo que hicieron los serviles de El Cairo, cipayos entre los cipayos. De bloquear la red, de asesinar los teléfonos móviles. De callar, de amordazar las citas para derrocar la impunidad de unos multimillonarios que gobiernan para otros en países lejanos.
No puede haber tanta libertad suelta. Eso dicen los muñecos elegidos por el voto popular en las diferentes zonas de este continente que sigue las guerras locas de los dueños del mundo con gravedad y cierta alegría, pero que cambian de rostro, cuando los muertos vienen envueltos en banderas de allá lejos y tienen que dar explicaciones que nadie ni siquiera el propio muerto embanderado llegan a creer.
El caos creativo, lo denominaron los dueños del mundo. A ello apostaron cuando nos hicieron creer que las armas de destrucción masiva acabarían con nosotros en pleno barrio de Lavapiés mientras nos tomábamos el último carajillo de nuestras vidas.
Ya un dictador se fue de madrugada, pero todavía quedan otros.
La izquierda, nuestras izquierdas muertas de muerte cerebral, son como las gordas de Botero, simpáticas y desbordadas. Que desde hace unos años a esta parte, no tienen ni idea por donde pasa la historia.
Digo.
Siempre hay un sueño. Las puebladas latinoamericanas, las insurrecciones populares, el fuego de las conciencias impulsan una sensación, dormida, latente que nos parió desde siempre. Ante la impunidad, ante el abuso, la violación o el tiro en la nuca, cabe no dar ni un paso atrás.
Hace años en Buenos Aires decíamos, mientras los políticos gorditos y perfumados, genuflexos a los pedidos del poder de turno se doblaban en dos, decíamos ni olvido ni perdón. Nadie se hacía eco de esto. Todos seguían indiferentes, hasta que un día, otra generación recreó esto y ahí la cosa cambió.
Cuando el dueño congeló los ahorros, cuando los ajustes lo llevan a cabo sobre los de a pie, cuando arreciaron los palos y el silencio se casó con la justicia, solo hubo que desensillar y esperar que aclarase. Ya vendrían otros, ya habría crecimiento en la acción y el resultado, sería indefectiblemente el mismo.
A lo mejor por esto, las imágenes de Túnez o El Cairo, para nosotros los sudacas, los del viejo sudor sudaca nos hagan aparecer la vieja sonrisa justiciera en nuestros arrugados rostros.
¿Qué diferencia existe entre una foto tunecina o alguna surgida del laberinto de aquella América Latina? ¿Qué diferencia el gesto crispado de un muchacho de un barrio medio cairota con alguno de
El Alto, allá en Bolivia enfrentando a la policía, que si bien es diferente siguen siendo la misma cosa represora?
Digo.
A lo mejor, esto termina esfumándose una mala madrugada de ginebras. A lo mejor son solo muecas de una máscara que no cambiará jamás. No importa.
Pero ver, de vez en cuando a algún dictador auspiciado por Europa o los Estados Unidos, huyendo de noche con sus toneladas de oro, sus primeras damas despeinadas, sus secuaces familiares con cierto temor, rodeados de fusiles es ya un buen regalo.
¿A qué le tiene miedo occidente?
A fundamentalistas desharrapados, que rezan un mantra sin solución de continuidad. Este es el temor, tal vez. El espanto producido por otro color de piel, por otra forma de ver el mundo. ¿Por esto? ¿Por qué deberán negociar nuevos y ajustados planes de servidumbre con señores que hablan de otra cosa?
Pero esa misma vieja Europa no le teme a tipos como Berlusconi, a tanto fascista, que ha recuperado el habla gracias a la globalización y se apunta a los temores primarios del tipito que ve que su empresa, no la suya propia, sino en la que como esclavo conforme, se va un día a otro paraíso de explotación.
Entonces la cena está servida.
Pero seguimos sin entender el punto básico de esta discusión: la globalización es un peldaño más en el discurso imperialista. Las riquezas del norte desarrollado, proceden de las penumbras del sur sometido. La materia prima, se protege con dictadores adeptos, con armas y con disimulo a ciertas injusticias. Mientras estos garanticen el paso de esa materia prima, esas riquezas a unas pocas multinacionales, que en la mayoría de los casos suelen utilizar esclavos, la cosa está más que clara.
Tal vez no alcance.
Me preparo otro cafe. Enciendo un cigarrillo, Sabina sigue cantando. Un domingo gris. Las noticias siguen cruzando el mar. Cazas de combate vuelan a baja altura sobre la Plaza Tahrir de El Cairo. La señora Clinton pide que la sucesión del regimen egipcio sea ordenada. Hay enfrentamientos entre policías y manifestantes en Argelia. Arden las arenas del Sahara y por ahora, Occidente bien gracias.
Digo.
Instalados en la seguridad de nuestras vidas, vemos un mundo que se amolda a nosotros. Nuestras lecturas, nuestras músicas, nuestros amores cotidianos, nuestras enfermedades pautadas, nuestras traiciones premeditadas, nuestros miedos de juguete. Toda esa población de un cierto y controlado bienestar. Nuestros fantasmas, nuestra ceguera placentera. Nuestro silencio cómplice.
Vemos ese mundo desde esa comodidad neutra que nos ofrece el sofá. Nuestras oraciones laicas para conservar el empleo. Nuestro flatulento consumo a perpetuidad de todo lo que haya por consumir a nuestro alrededor. Nuestra deseo mimético de ser los guardianes del templo en donde comulgan nuestros amos esperando, tal vez que un día, nos inviten a dicha comunión en igualdad de condiciones.
Nuestro espíritu delator. Nuestra voracidad anestesiante. Nuestras infidelidades permitidas. Todo en un paisaje casi ascéptico y monocorde, pulcro y domesticado.
Así vamos.
Mientras el fuego ilumina el cielo del otro lado del mar. Mientras algunos, por ahora insisten en esto de tener un poco más de dignidad, en esto de utilizar el coraje en algo más certero y más orgulloso.
Ahora, solo nos queda a nosotros vivir con la vergüenza a cuestas, de estas democracias occidentales y cristianas, que guardan silencio y rezan, para que esto no les ocurra en sus centros comerciales o en sus callecitas de juguetes, que por ahora, solo por ahora tiene un solo dueño.
Porque el tiempo siempre corre a favor de los vencidos. A no olvidarlo.

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