En Zona

viernes, 2 de agosto de 2013

El mal de ausencias

El aburrimiento. Esa languidez ridícula que asoma por entre los pliegues de la realidad. Masca el cuero, gotea el techo, se repite y repica esa letanía.
Temporada de elecciones. Palabras entrecruzadas y secretos. Los políticos y sus secretos. Los políticos y sus no dichos. Aburren plenamente.
Miradas de reojo, suspicacias y de nuevo y siempre lo que no se puede decir.
No, no aburren, me equivoco, me ponen en alerta. Me sitian al borde de la mentira y su familia. 
Uno siempre abrevia al otro. 
Primero intuimos el fenómeno y después, solo después las reglas que rigen este fenómeno que nos desviste se hacen presentes para entender o por lo menos para intentarlo. Así las cosas, presiento estar rodeado y se que siempre son para peor. El gobierno y los opositores, danzan entonces sin fijarse en el resto, en los silenciosos, de a pie, los que siempre saben, sabemos, que se puede estar peor.
Mientras tanto, siguen su ronda, los de siempre.
Digo.
Mejor espero que pase el invierno. Que se disuelva en promesas, que se torne otra cosa.
Vuelvo a la política. ¿Qué explican los que siempre deben explicar? Se pelean entre ellos, se vuelven recuerdo en el transcurso y vienen otros. 
La falta de sangre en profundo de las noches, hace de los candidatos meros predicadores de desiertos y de sus alrededores. Se nombran y se olvidan. Construyen y abandonan.
Nadie puede ceder al encanto del ocultar. Se deshacen entonces, en la nada.  Quinta columna de lo intocado, de lo sagrado, de lo recóndito. Juran y vuelven a jurar, en la profana puntería de los que nada se juegan.
Pero nadie rompe.
Ninguno patea ningún tablero. Todos esperan. Desacostumbrados los otros, hacen noche, fumando alrededor del fuego. Pareciera que la política es esto. Ese mal de ausencias que obliga a ser, traidoramente, parte de esa majestuosa e infrecuente clientela que concurre a votar. Se juega y se pierde por una moneda. Nadie muere, todos sobreviven a tiempo para pagar el alquiler o la siguiente mensualidad a las amantes sonrientes.
La muerte es cosa seria, demasiado, por eso juegan y reviven a cada paso. Cambian, pero se someten. Mientras tanto, dejan pasar el tiempo. Mienten entonces con ese frenesí sin nombre, pero viejo y siempre nuevo.
Entonces.
Presiento tan grande la tarea, que es mejor hacer desde abajo. Descreer, comenzar a descreer de la superficie, volver a lo negro y desde ahí, apilando ladrillo a ladrillo,  buscar otras preguntas.
Todavía sigue persistiendo en el cuerpo social, un alto consenso hacia la disciplina y por su continuación que siempre es la obediencia.
Esto, este patrón sigue sin erosionarse. Entonces discuten por un general, por la foto de un cura o por lo silenciado en el discurso.
Ejercen a toda hora, la lenta consumación de la pérdida de memoria. Así dejamos el sentido del pasado y como quien no quiere la cosa, también del presente, ya que esto también habrá de traer otras pérdidas más profundas.
Demuelen y nos obligan a traicionar ese sentido de todo lo hecho. Abrevio al otro.
Disimulo y espero. 
Hacen encuestas y condenan con algarabía y mucha hipocresía todo lo ajeno a sus negocios. La violencia siempre es la violencia del otro, de ese que vive en el limite.
Vuelvo.
Me dejo estar. Camino por las mismas calles de siempre. Creo que a los árboles los hacen los pájaros y el viento. Me distraigo con una sonrisa y a veces, releo un libro antiguo.
Las ciudades son siempre extrañas. Vísperas del ruido, antesala de la tristeza. Voy desafiando oportunidades, mientras esperan los otros.
Los huesos duelen, los cartílagos, los míos, ya no reconocen ni mi nombre. Dejo una mirada en el perfil de una morocha que me camina por esta vida, parecida a una casa de citas y no a otra cosa.
Río con furia y cuento las arrugas que me sobreviven. Encuentro persianas francotiradoras y me cruzo con reyes destronados que dicen siempre que la vida eterna dura una nada y así vamos. Ladrándole a la luna cuando no hay luna y sobra el vino ajado por los cuatro costados.
No escribo para nadie. Es una mueca.
Celebro esta misantropía que me da asilo. Viajo por ciudades, que siempre quiero que sean mías desde el reverso de la historia. 
La rubia o pelirroja sensación de amores imposibles. Bares y codos hechos en mostradores. Luces tenues para las mentiras y un balcón para escuchar respiraciones ajenas.
Mateo con lo imposible. Mientras un cielo de banderas festeja. Demasiado himno a medianoche me digo, mientras comienza el suicidio de la noche.
Entonces.
Ya no sueño con serpientes. Los días se me iluminan a fuerza de cielos altos y desparramados de este sur sin límite. El espanto hace el resto sin esperar la jubilación. Desolados como el paisaje, voy o acaso vamos sin reconocernos en el intento.
He vuelto a fumar y he dejado de ser enredadera de mis recuerdos. 
Mientras tanto, alargo las despedidas y me vuelvo sueño equivocado, peatón de lluvias y futuro brindis de tequila.
Digo.
Me asombro con un poema que tomo del blog de Irene Gruss Elmundoincompleto.blogspot.com, en donde hay muchos buenos poemas, varios como para que se te seque la garganta y se te ablande el alma. Sharon Olds es una poeta espectacular, con solo dos libros editados en este país, pero no importa es una gran poeta que une parte de este mundo a bordo de sus palabras. Y siempre es como un rayo, encontrarse con una poeta en medio de la nada.


SHARON OLDS

(San Francisco, EE.UU., 1942)

Las formas

Siempre tuve la sensación de que mi madre
moriría por nosotros, se lanzaría a un fuego
para sacarnos, el pelo incandescente como
un halo, se zambulliría en el agua, su cuerpo
blanco sucumbiendo y girando lentamente,
ese astronauta cuyo cable se corta
para
perderse
en la nada. Nos habría
protegido con su cuerpo, habría interpuesto
sus senos entre nuestro cuerpo y el cuchillo,
nos habría metido en el bolsillo del abrigo
lejos de las tormentas. En la tragedia, el animal
hembra habría muerto por nosotros,
pero en la vida tal y como era
tuvo que mirar
por ella.
Tuvo que hacer a los niños
lo que él dijera, tenía que
protegerse. En la guerra, habría
dado la vida por nosotros, te aseguro que sí,
y lo sé: soy una estudiosa de la guerra,
de hornos de gas, de asfixia, cuchillos,
de ahogamientos, quemaduras, todas las formas
en las que sufrí su amor.

Versión de Juan José Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas

Sigo.
Me desnudo con la lentitud del que sabe y todavía desconozco como hacer para llegar a fin de mes. Extranjero siempre entre extranjeros, mis botas eternas y la certeza inobjetable de empeñar todo por un segundo y salir del coma cada vez que me lo propongan una o dos personas.
A veces me pierdo y espero entre llamaradas, oculto entre mis nombres dibujo las distancias que se me prenden como abrojitos en medio de la tarde.
Entonces sin testamento voy por ahí. En medio de un mar, de muchas dudas y futuras demasiadas viudas. Demasiado siempre es poco y ahí vamos, saludando al personal, mientras suena mi canción preferida y los muñecos, se siguen aferrando a cuanto escritorio o señorita se les presenta enfrente para ser inmortales hasta la jubilación.
La ciudad se estrangula y alguien, como siempre ocurre, estará esperando su libertad condicional, el próximo tren o la próxima boca.
En fin, que no sea nada

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