En Zona

sábado, 21 de agosto de 2010

Cataluña o Catalunya?


Esto me lo envía un compañero colombiano. Me pareció de una justicia apabullante. Una mirada que expresa desde su propia mirada, una visión, que tenemos algunos los que venimos de esa tierra que se llama Sudamerica, Latinoamerica o América y que ellos describen, nos describen sencillamente como sudacas, porque siguen siendo simplemente y "solamente" españoles, ellos que creen ser los mejores del mundo o que se creen siempre entre los mejores del mundo...



Cataluña no quiere seguir siendo España y claramente no hace parte de Francia, pero está a mitad de camino entre uno y otro, hasta en el idioma. Qué difícil resulta ser catalán.


Esa búsqueda de identidad entre lo que no se es y lo que se quiere ser confunde a todos, incluso a los que no tenemos que ver en el asunto. Yo crecí creyendo que en España existía una provincia llamada Cataluña donde se hablaba nuestro mismo idioma, y ahora resulta que se escribe Catalunya y que los letreros están en catalán y no en castellano, que es como los nacidos acá llaman a lo que nosotros conocemos como español.

La lección la aprendí un día que entré a una librería y el empleado me dijo que el libro que quería estaba en catalán y en castellano. Yo le respondí que lo prefería en español, y él, sin perder la compostura para no perder la compra, me explicó que el español no existía, que lo que yo hablaba era castellano. Trató de hacérmelo entender con el siguiente ejemplo: en Colombia nuestros indígenas no hablan un idioma llamado colombiano, sino diferentes dialectos, y que en España ocurría lo mismo. Yo le respondí que me costaba entenderlo porque los conquistadores españoles (aragoneses, madrileños, andaluces y catalanes también) los habían matado a todos antes de que yo naciera.

Acá los toros están prohibidos porque la fiesta brava no es fiesta catalana, y tan hondo es el problema de identidad que las escaleras de varios de sus edificios huelen a París. Lo único que por ahora une a Cataluña con el resto de España es la peculiar manera en que muchas de sus mujeres llevan el copete: capul cortado al ras.

Es una expresión mediocre decir que Barcelona es una ciudad mágica, pero no por eso deja de ser cierta. El tiempo se detiene de tal manera que se te pega a la piel; acá no pasa nada, pero pasa de todo. Muchos dueños de negocios lo saben, por eso los cierran para irse de vacaciones y lo anuncian con improvisados papelitos escritos a mano y pegados en las vitrinas que dicen –en catalán, por supuesto- que regresan el 31 de agosto.

En el verano solo dan ganas de ir a la playa hasta las nueve de la tarde y tomar cerveza. Para lo primero basta con ir a La Barceloneta, o echarse el viaje hasta Sitges, lugar donde se firmó el Frente Nacional, y que hoy es paraíso de drogas, prostitución y homosexuales. Para lo segundo están los inmigrantes pakistaníes, llamados pakis (despectivamente y no por cariño, aunque suene tierno), que las esconden en paquetes de seis latas en las alcantarillas para venderlas al menudeo a escondidas de la policía.

Antes de beberla, la gente limpia precavidamente el envase porque no se sabe qué tipo de cosas puede guardar bajo el asfalto una ciudad tan antigua. Se trata de una bebida mágica que podría costar millones por el solo hecho de estar casi congelada pese a salir del subsuelo, pero que paradójicamente cuesta apenas un euro.

El centro de tan bizarra actividad es la plaza George Orwell, en el barrio gótico, llamada así en honor al escritor inglés que peleó en la Guerra Civil Española, pero conocida, esta vez sí de cariño, como plaza del tripi. Allí conviven en sorprendente y tensa armonía drogadictos, okupas, turistas y habitantes de la ciudad que solo buscan irse de fiesta. En los balcones de los edificios que rodean la plaza cuelgan letreros pidiendo a gritos un barrio digno: Volem un barri digne, proclaman.

No se ve por allí a los catalanes pijos. Ellos salen de fiesta casi de madrugada y se mueven en otras áreas de la ciudad, rara vez pisan un sitio turístico. En La Rambla, donde los turistas somos una plaga, los almacenes venden sombreros mexicanos porque muchos estadounidenses preguntaban por ellos. A costa de seguir enredando la identidad de toda una región, los negocios empezaron a venderlos pese a que Tijuana está a miles de kilómetros.

Esta ciudad es señorial, mezcla de pueblo y gran metrópoli, donde lejos del circuito turístico se pueden ver calles tan angostas que no cae el agua cuando llueve, cuerdas que van de balcón a balcón para que la ropa se seque más rápido y señoras enruladas como si a la noche tuvieran una gran fiesta. El asunto es que pareciera que nunca se quitaran los rulos, igual que Doña Florinda.

Cada construcción, por pequeña que sea, rinde tributo a la personalidad catalana. Recorrer bien este lugar significa indignarse porque un grande como Woody Allen no le hizo justicia en Vicky Cristina Barcelona, y peor aun, que por tan mediocre película Penélope Cruz se ganó un Oscar.

Ciudad rara. Es aparentemente de izquierda, pero su opulencia se ha logrado con una que otra idea venida del lado derecho, especialmente en lo económico. Al presidente de Cataluña, José Montilla Aguilera, sus gobernados le critican más su imperfecta pronunciación del catalán que muchas de sus medidas de gobierno. En sus calles hay tantas camisetas del FC Barcelona como turistas gringos. De haber sido catalán, me habría hecho seguidor del Espanyol porque creo que hay algo de dignidad en hacer parte de la minoría y mucho de vil en simpatizar con el poderoso.

Aquí es ilegal estar desnudo en vía pública, pero la ley no contempla como desnudez andar por ahí sin ropa pero con zapatos. Hay un hombre que se sabe la regla al pie de la letra y se pasea por la playa solo con zapatos y gorra. Está lleno de canas, tatuajes y exhibe una mondá que dejaría en ridículo a Faustino Asprilla (adjunto foto). Algunas mujeres hacen cara de oh dios mío cuando se lo topan de frente, las locales ya no se sorprenden, y los turistas le toman fotos mientras él posa feliz para las cámaras.

Quien llega a Barcelona nunca más la olvida así jamás regrese. Yo tomé del agua de la Fuente de Canaletas porque se dice que quien bebe de ella, vuelve. Y yo quiero volver, siempre. Esta es la casa de Serrat y Gaudí; de Messi, las Fiestas de Gracia, la Sagrada Familia y los Castells; de Miró y Vila-Matas. Pero Barcelona es sobre todo el sitio donde cervezas a un euro salen de las alcantarillas, y donde existe un hombre capaz de hacer llegar al orgasmo a la hermana gorda de Moby Dick.

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