En Zona

viernes, 12 de agosto de 2011

La vida en cuadritos

Acaba de comenzar la veda política, allá en el sur, allá en mi país. Como una especie de chiste, malo o no casual, acabo de enterarme de la muerte de un gran y notable dibujante argentino. Se llamaba Solano López y llenó, en mí, por lo menos una de esas raras pasiones ocultas, que durante años de agravios y otras violencias me sirvieron para prefigurar algo de mí.
 Con López y tambien con Héctor Oesterheld, descubrí que Buenos Aires, podía ser, bien que lo era el escenario de la mejor ciencia ficción. Cansado de revistas mexicanas, de súper héroes yankees, choqué, me llevé por delante a nuestro héroe nacional: El Eternauta.
De a poco, muy de a poco fuí creciendo con esta historieta, que transcurría en mi barrio, en el barrio de al lado. Pasaba por la estación del tren y tomaba el mismo tren que tomaba Juan Salvo o alguno de sus amigos.
De pronto, buscaba en el cielo la nieve marciana, la invasión mortal. Así solían pasar mis días de entonces.
Pero estaba Juan Salvo. Ahí, dibujado por Solano López que cuadro tras cuadro, enfrentaba la guerra porteña.
Después crecí y las aventuras plasmadas en papel quedaron entre otros papeles. Otras urgencias concurrían por entonces y otras lecturas fueron amontonando polvo sobre la historia de este tipo eterno que se negaba a morirse.
Digo.
La concurrencia con el arte, es un eje que resiste cualquier tipo de políticas. Es tan tenaz siempre la represión que conlleva esta concurrencia que la reacción para con el arte suele ser tremenda, inagotable, desproporcionada, que uno no puede menos que sorprenderse con el hecho de que además de matar intelectuales, escritores, dibujantes, pintores, actores y actrices, siempre suelen, por las dudas quemar todas aquellas obras que pueden arder, para no dejar rastro sobre la faz de la tierra de su claro mensaje.
El fuego vaticano, que le dicen.
El Eternauta, junto con otras obras fueron a las hogueras. Las cenizas, aunque no lo crean, todavía huelen por algunos sitios de esa ciudad lejana.
Pero resueltamente leo, recorro los dibujos de esta historia y descubro e intuyo lo que surge de su lectura en mí. Es que para mí sigue vigente. Audaz, valiente y vaticinadora.
Puesto a sacar conclusiones, digo que: El Eternauta a su manera, adelantó los tiempos que vendrían. Poniendo los nombres que se nos ocurran, cuadro a cuadro es este presente.
Juan Salvo una noche, está en su casa de un barrio periférico de la ciudad. Están su  mujer y su hija y tres amigos. Una explosión ocurrida en el Océano Pacífico narrada por la radio encendida y el súbito silencio, hacen que todos se asomen a la ventana que da a la calle.
Una nieve fosforescente cae del cielo, los cádaveres tirados en la calle y el miedo se unen en el inicio de esta especie de obra maestra dibujada por López y escrita por Oesterheld.
Así comienza, así comenzaba allá por 1957 esta historia.
Después, como siempre suele ocurrir, la historia se habría de encargar de poner las cosas en su lugar. De a poco, unos y otros, fuímos desdibujándonos en la noche. Nuestras siluetas se fueron diferenciando de las sombras y el cargamento de odio, sangre y dolor, habría de colocarnos en situaciones impensadas.
Héctor Germán Oesterheld, el de la foto de aquí al lado, sus cuatro hijas, también en la foto, sus yernos y sus nietos fueron secuestrados por la dictadura militar de 1976.
Por algo habrá sido, solían decir los cómplices de conveniencia por aquellos tiempos.
Oesterheld, tenía algo más de sesenta años y era peligroso para los bien pensantes que alentaban la tortura y la desaparición de personas. Sus hijas, la mayor de 24 años y la menor de 18, también eran seres peligrosos, como aquellos marcianos que dibujara en su momento López.
Digo.
A lo mejor, muchos de aquellos que hoy no están, vivirían con cierto desaliento los tiempos que vivimos.
No podrían entender el paso, cortito, que hemos dado de la solidaridad sin cortapisas a querer salvarnos a toda costa. De ser conscientes de la explotación a no preocuparnos por ella. A ceder nuestros derechos a quienes mucho tienen en su haber, para, total, tener un lugarcito bajo el sol. Seguramente no podrían entender que la dignidad no se negocia mientras negociamos todo, todo el tiempo a fin de no perder lo que tenemos. De estar vivos, tipos como Oesterheld, no podría comprender como hemos pasado a ser todo lo que odiábamos cuando nos enfrentábamos al enemigo, es decir, como nos hemos convertido en ellos en este tiempo.
Clase media al fin y al cabo.
Hoy criticamos los desmanes de Londres cuando es casi lo mismo que ocurre en Siria. Pero a los salvajes los juzgamos y los bombardeamos, en cambio a los desarrolladitos les permitimos hasta que aumentan la cuota de policías.
Es decir, yo te ajusto lo que me piden los poderes que ajuste, recorto y encima te reprimo como si fueses un enemigo del tercer mundo. Te prometo más policía, cañones de agua y gatillo fácil, para que los dueños de este mercado, puedan seguir paseando su desnudez.
¡Ah! Las Abuelas han encontrado a la nieta número 105.
Menos mal que nos queda la memoria. También un par de saludables malas costumbres y la irrenunciable voluntad de la justicia.
Con Solano López se cierra una historia, que está impresa en papel y dibujó con paciencia y dedicación las ideas de Germán Oesterheld, uno de aquellos mejores de todos nosotros.
Mientras tanto, por ahí anda Juan Salvo batallando a la desmemoria.
Algo que hoy por hoy y con lo visto no es poco.



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