En Zona

martes, 9 de agosto de 2011

El amor lento

Agosto es un desierto. Madrid es una estepa seca. La postergación se hace inevitable hasta después de las vacaciones. El espíritu español se adormece hasta mediados del próximo mes. Todo se ralentiza, todo se aquieta.
El billete del autobús sube un cincuenta por ciento y nadie, como no hay nadie, dice nada. El papa, viene a Madrid e imploran sus lacayos porque no haya huelgas ni indignados ni desobediencias ni nada que altere la paz guerrera de una iglesia proclive a sustentar guerras santas y otras inquisiciones.
 Sin embargo esta ciudad tiene sus cosas.
Una de ellas, es la grandiosa exposición de Teotihuacan, "La Ciudad de los Dioses", que por estos días asombra a un Madrid demasiado acostumbrado a la buena vida. Asombran los elementos hechos por manos anónimas, siglos antes de ser "descubiertos" por los aventureros que de aquí salían.
Durante casi ochocientos años, esa ciudad lejana fue el centro cultural, político y religioso de una potente civilización. Fue la mayor ciudad construída en ese continente, que un buen día, sus ocupantes decidieron abandonar y dejar, tras de sí, templos, avenidas, pirámides, vasijas, máscaras.
Se marcharon de una ciudad tan grande casi como Constantinopla o Alejandría y doscientas mil personas se mezclaron con el paisaje, mejor dicho se hicieron paisaje.
Vale la pena a veces, mirar, detenerse en culturas, que no necesitaban nada de Occidente. No les era necesaria ni cruz ni espada. Sin embargo siglos después, llegaron allí los inventores del capitalismo, de la pira, del agua bendita, de la sífilis y la gripe, a indicarles a ellos, eso lo de las buenas costumbres, lo del agradecimiento, lo de servir al blanco y lo de ponerse el sayo, que no es bueno andar por ahí con la humanidad al aire y esas cosas.
Mientras estos mismos blancos, se aconsejan entre ellos, cómo y cuándo hacer el ajuste. Las ciudades comienzan, a diferencia de las españolas que estań de vacaciones, a sublevarse.
 Londres, por ejemplo ya es un infierno claman los periodistas asustados. Piden por el ejército los políticos y sus secuaces mientras disfrutan de sus merecidas vacaciones anuales en países lejanos. Londres ha decidido hacer su ajuste correspondiente a fin de tener las cuentas claras para poder disfrutar del chocolate caliente. Cuentas que lo único que ajustan es la soga al cuello de los que menos tienen, de aquellos que no tienen voz. De aquellos "invisibles" de un sistema que se prepara como siempre a tener más invisibles y mas mano de obra desocupada, que también se sabe, puede ser utilizada en algún tipo de variable de violencia tan necesaria para el sistema.
Digo.
Desde el año 1998, la policía británica asesinó a 333 personas. Algunos de ellos mientras estaban detenidos en dependencias policiales. O el caso del brasileño Charles de Menezes asesinado a tiros por la policía en el metro londinense por "presunto" terrorista o el caso de Ian Tomlison que murió de un ataque al corazón, luego de ser agredido por la policía.
Pero lo cierto es que, de esas víctimas se sabe el nombre. De los victimarios y los políticos encubridores en cambio no. Es decir nunca ha habido responsabilidades ni nadie fue a dar con sus huesos a cárcel alguna.
Pero ¿Quién es el violento?
Esta violencia, más allá de haber sido originada por otro caso de gatillo fácil, es la respuesta más clara y contundente a las políticas de austeridad dictadas por los mismos que originaron esta crisis.
¿Previsibles? Si, porque no se acude a la memoria. Porque para gobernar este mundo, estos políticos profesionales siempre suelen olvidar que además de mercados y castas políticas, hay personas.
Personas de carne y hueso, que guardan en su memoria los rastros inmorales de tanto desprecio. Personas que no olvidan, que no suelen olvidar tanta injusticia.
Porque quien no tiene nada que perder nunca suele perder nada saltándose las normas.
Ahora Londres, es una ciudad blindada, han vuelto los políticos de sus frustradas vacaciones y han sumado policías para resolver las cosas.
Madrid, mientras tanto se apresta a comprar la salvación eterna con casi 60 millones de euros gastados en la visita del jefe de la iglesia. Como en la edad media, se paga y se dejan pecadillos por el camino a fin de llegar ante quien se deba inmaculados como angelitos sonrosados.
Un cardenal llama a rezar para que no haga tanto calor, otro para que los levantiscos de siempre, se calmen, por lo menos hasta que su santidad vuelva a Roma.
No me importa.
Por estos días se cumple un nuevo aniversario de una de las joyas musicales del siglo veinte. The Clash hace 31 años estremecian a los despistados, llenaban de música una década siniestra y daban una lección monumental.
Joe Strummer y Mick Jones, desde el rock, le sumaron política a la música de aquellos años y lo que antes sonaba a furia, hoy suena a una visión que no hizo más que confirmarse con los años ocurridos desde entonces.
Un disco que por aquellos añitos, a muchos nos pasó casi inadvertido. Mejor dicho la movida punk, a muchos, no a todos por supuesto, nos pasó de lejos, casi de refilón.
Es que el año 1976 no es un año grato bajo ningún punto de vista. Ese fue el año de formación de esta banda de rock, el año de comenzar a dejar de lado a tanto dinosaurio musical. Año de buscar otras opciones en lo referido a música, a capacidad de vida y por sobretodas las cosas, año de comenzar a buscar respuestas a tanta pregunta olvidada por ahí.
Sin embargo, cuando en 1980 apareció esta obra maestra, muchos como yo, estábamos en otra cosa.
En ser padres, en disimular o seguir disimulando. En esconderse y esperar que la lluvia amainara de una buena vez. Algunos comenzaban a salir de las cárceles, otros a saludar, algunos comenzaban a rastrear huellas de algunos.
El silencio era fuerte.
Sin embargo.
Un amigo, una tarde de resucitaciones, sentando en una mesa de café me prestó este disco. Era el comienzo de otra década. Un disco doble, de una banda que desconocía.
Esa noche en el silencio de nuestra casita periférica, con un hijo hambriento, puse el disco en el viejo aparato mono.
Y ahí estalló algo. Algo comenzó a moverse nuevamente. El silencio comenzaba a ser derrotado de a poquito. Alguien cantaba desde las profundidades de lo injusto. La bronca era música.
Pero en su música había otras músicas. Se mezclaban otros sonidos, había matices y uno, yo, encontraba otras rutas. Dejaba de lado un manojo de prejuicios y me adentré en los nuevos aires que totalizaban una música que me confortaba.
Sin darme cuenta han pasado 31 años de ese momento. Hoy vuelvo a escuchar este disco y revivo algunos momentos, pero lo inobjetable de este "London Calling" es lo inalterable que se mantiene, lo justo que suena y la capacidad que todavía tiene de emocionar.
Algo que celebrar entonces en estos infiernos que vivimos y que como suelen decir allá en el sur, siempre suele ser encantador.
Un abrazo.








No hay comentarios:

Publicar un comentario