En Zona

martes, 22 de noviembre de 2011

Postales de Madrid

                                                                                                           Para Lucas porque se lo merece.

Ya pasó. Se terminó la sensación de final que pronosticaban los políticos. La vida sigue y todos con el cuerpo maltrecho esperan. Llueve sobre Madrid. El otoño se dispone con su cuota de grises y melancolías recomendadas a seguirnos las huellas con detenimiento.
Vendrá lo peor, eso lo saben todos. A lo mejor, el vecino suspira en su balcón porque la mala racha siga de largo y se adueñe de otro. Que no toque la mala y que sea con el del 3º B que se la merece más, de eso no cabe duda, mientras fuma acodado mirando casi sin ver.
De fondo, por la ventana abierta a pesar del frío, suena Van Morrison y su largo y no comprendido disco "Philosophe'r Stone". Obra que parece recopilación, pero que tiene vida propia a pesar de no haber sido nunca comprendida del todo.
En algún momento, alguien me regaló este disco en una ciudad pérdida, pérdido como estaba lo tuve y lo estacioné, suponía en esa época, que las cosas debían guardarse, cobijarse como un bien en sí mismo. No sospechaba o lo sabia muy bien tal vez, que no hay que guardar nada. Que hay que dejar que corra el aire entre las pocas cosas que uno lleva a cuestas. Creo que intuía la poca necesdiad de las cosas.
Años después me reencuentro con un sonido que desde el deseo, me refleja. Cosas de los otoños de estos últimos años.
Todo está como paralizado. La terquedad consiste en esperar algo. En creer que la vida se viste y pide que le pongan tachuelas en los zapatos. En que sin mediar palabra la vida, sea lo que debe ser, una especie de juego que jugamos sabiendo secretamente, que el placer es único y fuerte.
Así descubro el sentido de las fechas. La razón de los homenajes o mejor dicho el sentido por cierto ejercicio del recuerdo. A lo mejor, en medio de tanto desmán permitido, me hago un sitio y dejo que me arrastre la memoria a un viaje, mío, propio y que será la manera de pensar ese pasado desde otro punto de vista, desde ese secreto rumor que a veces, es este tránsito que emprendemos sin tener en cuenta el costo del mismo.
De eso se trata todo eso.
Por momentos, los perfumes de ayer se desenvuelven y vuelven a fijarnos en un momento, nos regresan ciertos sentidos que se quedaron en el camino, cuando el camino no era nada más que el comienzo.
Digo.
Se cumplen cuarenta años de la aparición de un disco, que a mí particularmente me produjo una profunda y secreta revolución propia, personal. Un cambio en un tiempo de cambios veloces como rayos de verano. Tenía 17 años. La vida era una aventura. Apenas un traspié que daba en
nuestro nombre. Led Zeppelin cumplía con su parte del trato. Nos avisaba de los tiempos que vendrían, de los aires y esa sensación de vivir se traducía en el sonido de la púa sobre el primer surco de un disco, que no traía ningún nombre en la tapa, solo un viejo cargando leña. De ahí en más, sin mediar palabras, estaban ellos y estaba yo, sentando, escuchando algo, que debería ser, creía lo más cerca del cielo que podría llegar a estar nunca. Todavía me faltaba el amor de una mujer, la sensación de crear y otras cuestiones. Un disco perfecto para una época también y a su pesar casi perfecta. Tema a tema, se convertían en himnos, cada una de ellas, tenía, tiene hoy esa especie de lucidez que siempre acarrea una obra de arte total, insuperable y rabiosa.  Despreciados por músicos y por la prensa en general, este cuarto disco de Led Zeppelin es un monumento a la creación, llevando la música a un lugar en donde solo caben siempre unos pocos. Así, mientras pasaban los trenes por la ventana de mi casita casi suburbana, mientras la historia comenzaba a contarnos las costillas, descubría que la música, que esa música que desde el comienzo mismo me había dado dientes, seguía intacta.
Trabajaba y estudiaba de noche. Un compañero me susurró que su hermana, novia o amante, era azafata de una empresa de aviación y que había traído de Los Angeles, discos para vender.
¡Un importado! pensé desde el borde de esa edad en donde todos son, eran reinos fantásticos. Asentí y pagué con una porción importante de mi sueldo de aquel entonces.
A la semana, en un recreo del nocturno, como si fuese un hecho ilegal, me hizo entrega del disco bajo juramento estricto de no decir palabra alguna sobre su origen. Envuelto en papel color madera, estuvo como yo, impaciente por vivir lo que venía.
El viejo Winco, mi viejo equipo mono, se sumó como yo a este primer importado que se aposentaba en su bandeja. Lo primero que me traspasó, fue la voz de Robert Plant casi a capella, dando inicio a  "Black Dog" primer tema del lado A con sus casi cinco minutos de furia y de certezas.
Nada fue igual.
Nada podía ser igual después de eso. Era comprender que la marcha no sería tan larga ni tan dura, si esta música sobrevivía a la inundación. Ahí estábamos ellos y yo. Creando historia. Un tipito del cono sur, lejos de todo, pero cerca del cielo descubriendo una música valiente, un sentimiento que reptaba como la serpiente ciega de siempre. Era el rock sonando entre madreselvas y geranios de un barrio lejano, de una calle demasiado tranquila. 
Era la rebeldía echando el resto en la formación justa de una idea. Por fin, podía ponerle banda de sonido al otro. Por fin, se derrumbaban los últimos diques. Crecía y ya sabía que esta música de estos cuatro tipos habría de tener su sitio, al lado de la poesía de Rimbaud, entre mis pocas pertenencias de aquellos años.
Por aquel entonces no había forma de trasladar la música. No se podía llevar a cuestas y fugarse del mundo. Solamente existía el refugio de casa, lo casa de algún amigo. Todo quedaba en la transitoria realidad de estar a solas para disfrutarlo.
Había otras tareas. Otras lejanías que atravesar, para volver y encender el tocadiscos y dejarse llevar hasta nuevo aviso. El placer se mantenía intacto hasta la nueva postergación, solo nos quedaba la sensación que nos producía en ese momento fugaz de escucharlo. El disco esperaba por nosotros y nosotros, yo, volvía a el con esas ganas de todo. La vieja y tosca púa recorría el negro y dejaba, minúsculas parte de si en mi cuerpo.
La sorpresa en la primera vez.
Como todo cuando ocurre por pirmera vez, tiene una carga, una connotación. En este disco está "Stairway To Heaven" y sus ocho minutos de profundidad, de sonidos que arrancan desde la garganta misma de la historia. Ahí está, sigue estando a pesar de las derrotas sufridas en estos cuarenta años.
Después o mientras tanto vinieron otras decisiones. Muchos debimos irnos del barrio. La vida siguió con sus buenas y con sus malas. Algunos acomodamos los bultos de la mejor forma, seguimos un caminito y un buen día, llegaron los hijos, otras urgencias y otros discursos vinieron a ocupar su lugar.
El disco, mi disco sobrevivió algunos años para perderse después como casi todo. De forma secreta y terminante.
Pero se mantuvo intacto el sentimiento. Creció como pudo. A lo mejor achaparrado, pero agarrado a la piedra con sus raíces fuertes. Está ahí.
Ahora que se cumplen estos años, vuelvo a escuchar al viejo Led y siento que respira, que late casi igual que a mis 17 añitos. Está ahí.
Tal vez, porque el secreto sea que por algún motivo, la música que nos hizo perder la virginidad en nuestra adolescencia, sigue siendo nuestra música. Podrán haber cambiado las cosas, pero ese sonido deslumbrante sigue siendo nuestro mejor pasado a pesar de las cosas que nos hayan pasado en esa época.
Digo.
Este tránsito que elegimos para vivir, a veces hace que dejemos atrás palabras, espacios que creíamos duraderos. Vamos dejando pequeñas marcas para los que vienen, pequeños rastros para aquellos que de alguna forma, son parte de nuestras vidas y que sin saberlo, cargan con un peso que no es propio.
Toda mudanza conlleva siempre una dualidad casi perfecta. Revisar libros, leídos y ajados por el roce de nuestras manos. Frases congeladas por un lápiz que quiso rescatarla de entre tantas frases.
Viene la elección de saber si este libro, se traslada como una parte de una historia jamás contada por nadie a nadie. Si ese libro hoy, tiene el mismo peso perfecto que tuvo en su momento o si en cambio se perdió y ya no resiste la comparación con ese dilema que se llama tiempo.
En estos días de inquietudes, vuelvo a releer a Juan José Saer, vuelvo a recorrer esas calles imaginadas por el en una ciudad también imaginada por el. A estar rodeado de esa galería de personajes retratados por Saer y que son parte integral de la vida de este autor.
Asi mientras la vida pasa, he conseguido el placer de releer. De volver a leer aquellos momentos, aquellas circunstancias que me llevaron a ser, tal vez, un lector medio. Sin grandes aspiraciones pero con la sensación de haber intentado ser mejor persona de lo que soy. Porque a través de este camino, he domesticado en parte mi vida. La lectura me ha llevado de la mano hacia una tierra secreta, fértil y noble. Desde esa idea, siempre he creído que el poder de la palabra es inefable, perfecto y certero. Por eso, siempre queman libros, los prohiben, los clausuran, aquellos que tienen miedo del poder de la palabra. Aquellos que quieren manejar conciencias y dictaminar sobre usos y costumbres. Porque el poder, no cree en el placer secreto de aquellos que encuentran en el goce al otro la posibilidad cierta de ser ese otro, apenas intuído, pero necesario a la hora de elaborar ciertos caminos, secundarios pero plenos.
Con Juan José Saer me une esa línea del contar, desde un sitio en el que es difícil no pensar. Siempre me gustaron aquellas cuestiones que me hacen pensar, aquellas personas que me obligaron o que me obligan a ello. Allí radica todo para mí. Ese otro, con todo su goce a cuestas que me obliga a pensar, a construir o a deshechar, pero que me somete a la singular aventura del pensar casi ferozmente, sin cortapisas, sin dar explicaciones. El hecho, este hecho como la literatura, proviene de la vida misma.
La obra de este argentino está ahí. Para mí el mejor escritor de ese país. Al alcance la mano, solo hace falta tener ganas de asomarse a un mundo que por conocido, termina siendo un mundo a descubrir. Cualquier novela suya, no importa el orden, sirve para aventurarse, para dejarse llevar y para disfrutar, mal que les pese a los de siempre.
Digo.
Vuelve la lluvia sobre Madrid. Suena Dave Holland y Pepe Habichuela con su trabajo "Hands".
Llegan noticias de auqel país que no habito por ahora. Son noticias que hacen mas llevadera la tarea. Son palabras y fotos, amores que no desfallecen. Síntomas de una fortaleza que vuelven al origen de todo.
La continuidad se disuelve en nuevos nombres, en nuevos cuerpos que traen consigo nuevas historias que serán contadas algún día, como siempre han sido narradas.
El cuerpo nuevo lleva consigo lo indescifrable,ahí se acumulan los datos que previenen la palabra y que sujetan la historia misma. De cierta forma, de cierta manera ese nuevo contará la historia, olvidándose de aquellos que lo precedieron y ahí radica la fuerza que se desprende de una persona llamada Lucas y que, sin quererlo, se convierte en un sobreviviente en una saga de sobrevivientes.
Tal vez porque este otoño lleva su nombre para mí, es que escribo sobre mí como una única manera de descubrir las implicancias de una lengua que nos somete permanente y pacientemente.

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