En Zona

domingo, 6 de noviembre de 2011

Postales de Madrid

Fue una semana cargada de noticias. La situación es de crisis, las costumbres comienzan a cambiar y la gente se apretuja mas buscando calor. La cosa no tiene arreglo según parece. No hay alianzas posibles. La vida sigue a pesar de todo.
Los que perdieron esta vez, siguen sin comprender la razón de la derrota. Siguen esperando como perros en la puerta, los huesos que tirarán los dueños. Se olisquean y se lanzan mordidas al aire. Se gruñen y guardan el rabo entre las piernas flacas. Hacen cola frente a una ventanilla y esperan.
La guardia de todos los días. La misma milonga de los que siempre son vencidos. Los derrotados que olvidaron en qué bando estaban. Los que creyeron que se habían terminado las ideologías. Los mansos que se apresuraron a brindar con los vencedores anudando una especie de tristeza en sus corazones tratando de olvidar para seguir adelante.
Ahora que todo se desmorona, en una mesa de café ingrato, alguien pregunta ¿Por qué los demócratas no quieren la democracia?
Porque la democracia, en sí misma es un peligro. Porque opinando libremente los pueblos pueden llegar a decidir que clase de soga quieren en el cuello. Me digo, me dicen mientras las cenizas se acumulan en el cenicero libertario que nos congrega.
Las democracias europeas, no quieren que los griegos elijan. Vaya, vaya con la democracia del primer mundo. Mi vecino, me dice los socialistas españoles solo son rojos en las campañas, luego son católicos y de derechas cuando gobiernan. Después de ocho años de gobierno, parece tener razón.
Las empresas quieren más. Los empresarios quieren más. Ahora van por la salud pública y la enseñanza me desliza el mozo que nos acerca la dósis de cafe.
Grecia que había planteado una pregunta a su pueblo, recibió las amenazas reiterada de los dueños de la democracia occidental. Esos mismos, que después dan lecciones de gobernabilidad a los países latinoamericanos.
Por eso el cartel en español de la foto, en plena batalla campal en Atenas, nos emociona a nosotros,  los viejos que andamos inquietos, casi sin sosiego a la espera de la justicia.
De alguna manera el ecándalo con Grecia tendrá su precio, cuando los mercados terminen de comerse la tajada de este país. Cuando vengan por el resto, al darse cuenta de lo fácil que ha sido todo y de lo fácil que será.
No hay posibilidad de preguntarle al habitante de a pie si quiere ser un esclavo toda su vida. Mientras los políticos sigan siendo los amanuenses de los poderosos y en nombre de ellos, hagan negocios y dividan las ganancias. Mientras eso siga ocurriendo, los pueblos seguirán sometidos a esa especie de traición consentida. A ese juego de engaños.
Digo.
Somos lenguaje. No hay casualidades. Somos lo que hablamos y de ahí, que cuando recordamos asesinamos la verdad. La recortamos y ejercemos la manía como herramienta eficaz para construir lo que deseamos. Somos deseo. Buscamos acordar con lo que fuímos, aun a riesgo del grotesco. La construcción del deseo desde ese lenguaje que nos construye todo el tiempo no nos plantea nada más que la muerte.
Queremos parecer a cualquier precio por eso nos regodeamos en el fetichismo de lo ilegible. Negamos la intemperie, el afuera mismo y nos consolamos en una especie de arritmia de la desesperación.
Hago un punto.
Una vez hubo un hombre, que escribía, que pensaba y que desde su puesto creía en un tiempo de justicias. Ahora que muchos culpables van camino de la cárcel, me acuerdo de Roberto Santoro.

Escribía:


LAS COSAS CLARAS
mi voz está en su sitio
el corazón sabe algo más porque me duele
por eso digo:
terrible oficio
es repartir equivocadamente los abrazos
y que el alma viva entre perros hambrientos
uno de mis errores
fue creer que todos éramos hermanos
y ahora
no se le puede cambiar el horizonte a la nostalgia
hay que olvidarse de las viejas sonrisas
y andar con el dolor a cuestas
para que sirva definitivamente
nunca dije
mi lágrima fue grande
sufrí
no me quisieron
cada uno conoce su dolor
y sabe de qué manera hablarle a la desgracia
que venga la vida y me golpee
de nada vale cerrar los ojos
un hombre dormido
es un dolor que descansa
es duro el amor cuando se niega
un día sin embargo recuesta sus abrazos
apoya su misterio en mi cabeza
y me lleva a vivir al primer piso de un incendio
no comparo
simplemente doy mi fruto
y espero
la semilla más humilde
puede brotar el fuego o la hermosura
si estoy acorralado entre dos besos
decido acurrucarme al pie de mi corazón
y sueño
soy triste hasta los zapatos
a la hora del té
mi alegría se sienta y llora conmigo
pero sostengo que un día
aunque el amor sea el hermano implacable de la lluvia
de mi casa a tus ojos
no habrá naufragios

Lo fueron a buscar al colegio nocturno en donde trabajaba, lo sacaron a rastras y lo metieron en un auto. Los alumnos quisieron defenderlo, pero los lobos iban armados.
Nunca más se supo del poeta.  Ahí quedan sus libros, ese amor desmedido por la vida y la justicia. Ese tiempo nuevo que galopaba a nuestra par, paso a paso nos seguía la vida por aquel entonces, por aquellos años.
Para ellos era una guerra. Para nosotros una revolución. 
Santoro era poeta. Miraba el mundo desde una palabra, nos regalaba sus palabras y crecíamos enredados en ellas. Algunos, después nos fuímos del barrio. En algunas mundanzas quedaron algunos libros pérdidos, en otras esos libros eran lo priemro que guardábamos para la nueva biblioteca rebelde que habríamos de fundar.
El tiempo pasó y de a poco nos reencontramos algunos. Ahora nos quedan algunos poemas sueltos, que al releerlos nos vuelven a entibiar el corazón, a sentir su mirada y oir su risa.
Se llamaba Roberto Santoro, era poeta y creía en la revolución. Lo fueron a buscar y lo encontraron como siempre, solo y trabajando, como suelen hacer los hombres de bien, algunos valientes y los poetas que saben el valor permanente de las palabras y el mundo que definen, algo siempre tan ajeno a los enemigos que no saben ni comprenden el valor de las palabras.
Digo.
Mientras tanto, mientras el tiempo enviuda, leo con fascinación una novela de un gran escritor. Leo la vida de padre e hijo, buscando alternativas. Me asomo a la vida a dos personas, que escapando buscan encontrarse. En un mundo en donde no hay demasiado tiempo. En donde todos estamos hipercomunicados, ubicables, sitiados por la tecnología del último aparito que nos hará más felices, más anestesiados, más histéricos.
Mientras todo esto pasa, me encuentro frente a frente con una historia que me conmueve. 
La vida de los Baciagalupo en el norte lejano, en un norte ajeno. La vida de ellos contada con amor por John Irving. "La última noche en Twisted River" se llama. Es noble, es buena, notable.
Es una historia que se agradece, a pesar del tamaño, es un inmejorable ocasión para descubrir ese apego que tienen ciertos escritores por las buenas historias contadas al borde de un fuego que cobija al mundo de tanta desazón. 
Una historia de amor. Una gran historia de amor entre un padre y su hijo. Un recorrido por lo más absurdo del mundo. Hoy, aquí y ahora una historia que nos define. Somos lo que leemos ¿Lo somos? Si somos lenguaje, bien podemos ser lo que leemos, bien podemos ser las historias que cuentan otros. Nos leemos y nos evocamos de forma constante. Nos definimos entre todos, la locura no es un hecho aislado, nos precede y nos cobija. Somos lo que nos cuentan, lo que nos narra en definitiva. Lo que nos dibuja a contraluz es lo que el otro nos enseña, lo que nos forma y de lo cual emergemos con rastros del otro. Somos ese elemento que nos hace dirimir todo lo que haya por dirimir.
Sabemos el final, por lo tanto y mientras tanto intentamos perdernos en historias que a la larga, son siempre la misma.
Vuelvo.
Una novela perfecta de un escritor metido en la mejor tradición narrativa. Una historia que conmueve, que acompaña y que permite la emoción.
Por un momento, antes de dormir o en el autobús, sin teléfono ni red social, recorro junto con Danny la vida que vive al lado de su padre cocinero. La vida que de por sí, no es poca cosa. Ahí en dos personajes de Irving, recomponen algo de un paisaje que se pierde, que se reconquista y que termina siendo eso que algunos atrevidos suelen llamar vida.
Buena novela, impecable y en las antípodas de aquello que aquellos modernos de siempre exigen del arte creativo. Una novela tradicional en lo narrativo, pero con una vitalidad que abisma.
Recomendable para aquellos espíritus inquietos y con ganas de retozar en las buenas narraciones que tanto nos vienen haciendo falta.
Mientras tanto el domingo acaba, llueve y el frio se adueña por esta noche, de la ciudad casi desierta y ajena.

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