En Zona

lunes, 8 de abril de 2013

De que hablamos siempre

En un momento, en donde todo es desgracia para unos, uno, yo, preciso hablar de ese país, lejano, mío y doloroso.
Voy a hablar de ese dolor marrón, que recorrió de forma voraz durante dos días buena parte de la geografía y del dolor de personas que nada saben de cambio climático, de capas de ozono y que si saben mucho, pero mucho de injusticias, de marginamiento y de castigos sociales casi ejemplares.
Se perdieron vidas y ante este hecho, uno debe manejar la bronca. Se perdieron bienes, pero perdieron bienes como siempre los que menos tienen y uno debe manejar la bronca.
Deje pasar una semana, para recordar el miedo que uno siente, cuando el agua le lame las piernas a las personas en medio de la noche. Uno debe manejar la bronca y recapitular.
Por ejemplo, las inundaciones se repiten desde los inicios de este país mío. También uno debe recordar que nadie es amante social del sufrimiento, a lo mejor en privado a algunos les gusta. Pero socialmente no. Entonces las gorditas opinadoras, dicen que el pobrerío ama instalarse a la vera de arroyos, ríos y bañados. ¿Por qué? ¿Viven de la pesca en ríos contaminados? ¿Son cazadores furtivos? ¿Indomables castas insometidas a las tretas de la conquista?
O será, digo y pienso con bronca y dolor, los sitios asignados a los pobres de toda razón. Aquellos lugares que no pueden ser loteados a precios de París o Madrid. Esos reservorios de gente fea que sin duda habrá de morir tarde o temprano y lejos de la vista de esa otra gente, elegida por dioses y sus esclavos.
Entonces.
Vino el agua del cielo y arrasó. volvió a poner en práctica el dolor y la angustia y el miedo. Volvió a lo de siempre, a demostrar que lo que siempre ocurre es por culpa de los mismos de siempre y los que pagan las consecuencias, con sus pocos bienes, con su vida son aquellos que no son individualizados por nadie.
Deben salir con sus bultos, sintiendo esa lengua fría que trepa desde las plantas de los pies hasta lo recóndito de la conciencia. Y se instala allí. Se queda hasta que se convierte en dureza, junto a otras durezas en el rinconcito elegido de la memoria.
Salen de sus casas, dejando cosas detrás. Se pierden en las profundidades y se convierten sin que ellos quieran, en cifras.
Otra vez a cuesta con la miseria a recorrer alucinados un sitio más alto para pasar la noche y tratar de volver cuando bajen las aguas a salvar lo poco que quede, antes que otros lo hagan.
¿Existe el cambio climático? Parece un chiste. Uno de esos chistes de pitucos.
Por ejemplo, una autopista en la desembocadura de arroyos y riachos mas que cambio climático a mí me suena a asesinato en masa. El agua no escurre, choca contra una pared y la inundación es un decreto.
Pero a lo mejor este hecho es en nuestra medida un dato mas, un hecho que se repite. Un centro comercial construido más alto que el barrio que tiene alrededor, bombea el agua de las lluvias a ese barrio, el barrio se inunda y los que siempre pierden vuelven a perder, lo vienen haciendo desde el año 1957, cuando la fusiladora, una dictadura de entonces amontonó al pobrerío de forma provisional en esa zona, después de otras inundaciones también salvajes y letales. Los amontonó ahí, para que nadie los viera demasiado y los olvidó allí. Y en ese barrio los "vecinos" del intendente lo llaman Villa Mitré.
La semana pasada volvieron a inundarse. ¿Casualidad?
No se puede hacer un análisis sin sentir bronca y dolor. Por lo menos yo no puedo. Pienso en esa recurrencia de ser todos iguales ante la ley o en el peor de los casos, ante los ojos de dios.
Digo.
Hablo de mi país. De mi gente, de aquellos que siempre pierden.
En doscientos años de rentismo fácil, poder sobre vidas y haciendas, de vaquitas gordas han causado en nuestra burguesía nacional una especie de síndrome del gordito llorón e inútil, especie de enfermedad crónica e irreversible. Son como las amantes de los poderosos, cuando el papi les corta la tarjeta o no las lleva a Miami, van a los medios para contar sus crisis y otras miserias.
Vuelvo.
Las tragedias ponen a lo inevitable en el sitio de lo que podría haberse evitado. No es que haga falta más estado, hace falta mucha más sociedad, porque lo que mata no es nunca el error, sino su madrecita que es la ignorancia y ahí vamos.
Sumando muertos y arrasando con el pobrerío.
Mientras tanto, mientras esto ocurre, los gorditos inútiles recurren a la televisión y a las radios y a los periódicos, para seguir contando sus crisis, criticando y denostando a aquellos que salieron a ayudar al resto. Pero ninguno de estos eunucos caminó sobre el barro o entre el barro. Ninguno se arremangó para ayudar al otro, al desposeído, al temeroso. Ninguno se subió a ningún bote para socorrer a los que estaban en el techo de sus casas, sitiados por la negrura del agua negra que los rodeaba. De estos, no ví a ninguno.
Si vi a la presidenta haciendo lo que tiene que hacer un político. Aguantar los insultos y tratar de acercar calma. Lo hizo sin custodias ni guardias de infantería. Con un par de botas para lluvia, ella, fue a su barrio, tal vez uno de los más golpeados y después fue al otro, a aquel que mencionaba antes.
Ella, por lo menos estuvo. Pero antes habían llegado los militantes políticos, los jóvenes, ayudando, tratando de auxiliar hasta la llegada del resto.
Me distraigo.
Cuando la presidenta bajó al barro, los gorditos cerraron el culo. Perdón por mi francés que no es demasiado académico.
 Mientras los otros estaban de vacaciones, fraguando fotos y esas cosas, comenzaron a hablar del cambio climático. La naturaleza como la gran responsable y ante la cual no se puede hacer nada. ¿Coartada? ¿Un nuevo eje para descargar responsabilidades?
Pero la pregunta es ¿Quién se hace cargo de los muertos? De estos muertos que dejó el agua una vez más. ¿Quién es el responsable de esto? ¿El estado? ¿Los gobernantes que permiten edificar en sus municipios impunemente? ¿Los empresarios que en su voracidad no aceptan limitaciones de ninguna índole a la hora de ganar millones a costa de la seguridad del resto? ¿Quién?
Los ríos tienen crecidas y bajantes. Hay temporadas de lluvias y hay temporadas de sequía. Los afluentes bajan y suben como siempre.
Pasan los gobiernos, los intendentes, vienen otros y la cosa seguirá como siempre. Los débiles perdiendo todo y los alcahuetes de siempre ganando.
Un país que no quiere ver a sus pobres,que los aleja de los centros luminosos de la patria. Un país que esconde su desigualdad debajo de la alfombra de las buenas costumbres. Un país racista que acabó con todo lo que no era de su color o su creencia. Un país, como decía un grande, vegetal en vías de petrificarse.
Un país que mata a sus mejores hijos y después les echa las culpas de sus propias muertes a esos hijos que querian un mundo mas justo. Un país entrañable y extraño.
Digo.
Hablar de cambio climático es un chiste. Es para reírse a carcajadas.
Pero las muertes lo hacen hoy imposible.
Seguramente habrá foros, juntas, reuniones. Grandes planes y demasiadas voces. Seguro que alguno habrá de recordar a Ameghino, cuando hablaba de los ríos de la meseta de Buenos Aires y decía, lo hago de memoria, que esa porción de tierra estaba cruzada por ciclos de unos cincuenta años más o menos, ciclos que alternaban fuertes temporadas de lluvias y grandes temporadas de secas.
No se si esto sirve.
Los muertos de estas inundaciones ya no nos escuchan.




1 comentario:

  1. Terribles las noticias que llegan de Argentina.
    Y tu texto es la mayor verdad del mes. Te felicitaría si la situación no fuese tan triste.
    Un abrazo,
    Enrique.

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