En Zona

lunes, 20 de enero de 2014

Al costado de los caminos




A veces en medio del calor insensato, dispongo de unos momentos para descubrir esos misterios que de tanto en tanto, me nutren. Descubro una amiga española, Alma, que me reconoce y nos alegramos los dos a pesar de tanta distancia.
Brindo por ella, por este redescubrir innecesario, ya que ambos sabemos de nosotros. Pero la vida tiene ese poder de emocionarnos.
Entonces me distraigo de estos casi cuarenta grados a la sombra, esperando que el viento que viene del sudeste traiga un poco de reparo, un poco de esa alegría que mueva las hojas. Mientras pienso en esa vida dividida en dos por dos países.
Pienso patria y me detengo. ¿Cuál es la lengua de la patria? Identidades oblicuas, distantes. Acaso la lengua es una patria y suponiendo que así lo sea, este momento es solamente fragmentario, como siempre suelen serlo estos estadios de patrias por los que atravesamos como mandato materno.
Se quejan en estos días, los afanosos de siempre. Se quejan del rescate militante del poeta muerto y no de su obra.
Se quiere tapar con esa cobardía típica intelectual de los intelectuales, esa falta de acción, esa acomodaticia falta de compromiso.
Es que los años setenta no se han muerto. Siguen ahí, esperando su propia justicia. A pesar de los ensayos oficiales por tratar de edulcorar aquellos años de fuego, las cicatrices siguen latiendo. Generan preguntas y algunas respuestas.
No fueron años fáciles. Más bien lo contrario a pesar de todo lo actuado. Quedan, quedaron en el camino muchas perplejidades y muchas tristezas. Pero lo cierto es que, sabíamos que no era ni fácil ni gratuito.
Esta complejidad de vida o muerte, que hoy espanta a los de siempre, eran los factores esenciales de ese camino.
Que Gelman o cualquier otro haya tomado las armas, no es la cuestión. La cuestión siempre fue el compromiso y no la genuflexión oportuna de aquellos que hoy, dirimen la cuestión de los "años setenta".
Digo.
Por momentos pareciera que el país, sigue siendo de otros. Se acomodan los tantos en el bolso de cada cual y se sigue protestando en voz baja. Se discute por el valor de la moneda de los Estados Unidos y se lamentan, algunos, de no poder ser lo que siempre quisieron ser. Así se sigue tapando el sol con un dedo.
No se habla de nuestra ubicación en el mundo: subdesarrollados, periféricos y dependientes. Las condiciones de explotación siguen siendo las mismas que en aquellos años. Se deja de pensar en esas cosas y se postergan los hechos hasta después de las vacaciones, porque estamos en verano y no se lleva eso de enojarse con la crisis o los cambios.
En marzo, cuando terminen las vacaciones hablamos.
Cambio.

Me distraigo con este último disco del gran Gilberto Gil, músico brasilero, hombre metido de lleno en las cuestiones de integración y militante acérrimo en contra de todo tipo de racismo y persecución. Un disco lleno de vida, de comprensión y de certezas, que lo han convertido desde tiempos lejanos en otras de las voces de ese país. Con el tiempo Gil, que llegó a ser ministro de cultura del Brasil, vuelve al llano y  a los setenta años, vuelve a demostrar, como si hiciese falta, su talento inagotable que derrama a su antojo. Este disco es casi una lección de música y de buen gusto. Forma parte de un proyecto ya de larga data que encabezó en su momento. Aquí redondea una visión perfecta sobre su filosofía personal, que lo llevó siempre a buscar nuevos horizontes y a tratar siempre de ser fiel con su deseo. "Tempo Rei"; "A Raça Humana" o "Kao" son solo algunas pistas que recorre este talentoso artista, que regresa con un disco totalizador y muy bien resuelto. Se mezclan entonces, se mixturan los deseos y las pasiones en la voz y la música de Gilberto Gil. La sensualidad es un arma cargada de futuro para derrotar tanta miseria organizada.
"Viramundo" es la reescritura que hace el cantante y músico de esta aparente quietud postmoderna que intentan vendernos desde diarios, radios o televisión en un bombardeo permanente e inagotable.
Así, a pesar del calor, suena esta música en mi casa, rebota contra el techo, se acuesta conmigo y me acompaña este tramo del camino, como un viejo amigo reencontrado y de nuevo abrazado. Me dejo llevar por el vaivén de su música y recupero una alegría profunda y ya tranquila, alejada de otros fervores míos y sus consecuencias.
Digo.
Escribo para entender la patria. Desgajo rencores y me pregunto al borde de los caminos, esta conformación antojadiza que hacemos burguesamente ( adverbio ya en desuso) de ese territorio que nos empeñamos en llamar patria y con el que insistimos en identificarnos.
Llamamos con su nombre en inglés a nuestra música. Decimos folklore, por no decir a lo mejor música popular argentina. Pronunciamos muy bien el inglés o el francés. Tilingueamos (tilingo, palabra que debería estar en todo buen diccionario Alma querida) siendo blanquitos en un continente que no nos comprende. Somos racistas por ejercicio y deber. Soportamos el matrimonio igualitario porque fuimos de los primeritos del mundo, pero en el fondo, los seguimos llamando como antes a esos otros. Nos reunimos en una poderosa hipocresía que va a misa desde siempre.
Al diferente, a ese otro, le tenemos miedo.
Le seguimos teniendo miedo. A la mujer, por ejemplo. Al gay, al joven, al morochito de la otra esquina,     a los que viajan con nosotros en los colectivos. Con el que pide, con el que protesta. en fin, construimos en el otro, esa parte bien nazi que llevamos dentro desde que somos.
Pienso.
Ya hablé del calor. De ese volcán que nos rodea cada verano. Acaba de aumentar todo, el dinero no alcanza, pero todavía insistimos en sonreír.
Vienen tiempos difíciles, pero siempre han venido por otra parte. Nos queda esa gimnasia de respuesta, que poseemos desde siempre, en esa vertiginosa apuesta que significa vivir en esta parte del planeta, con sus cosas, cuestiones y descubrimientos, que protagonizamos desde el principio.
No, no es fácil, pero es algo vivo.
Así las cosas, mientras todos se aprestan a ocupar su sitio en la próxima mesa entre los comensales más educados, blanquitos y fervorosos argentinos de clase media, el resto trata de organizarse para lo que se viene de la mejor manera posible. Entre tanto fascista preparado, tanta gente de bien y tantos pecados por pagar, esperamos de pie, los vemos venir con sus discursitos escritos en otros países, tan en compañía de curas y sus monaguillos y esas ganas de masticar que vienen demostrando desde hace unos años a esta parte.
Muchachos nos estamos viendo.

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