En Zona

jueves, 6 de febrero de 2014

Una apacible nochecita de lluvia

Comenzó febrero y llegaron las lluvias sistemáticas y eternas de este mes de verano. Así fue siempre, así sigue siendo a pesar de mis largos años de ausencia. Se destiñe la noche con las astillas de agua, uno se vuelve un poco más paciente y espera, que amaine, que se tranquilice todo y que mañana, sea un día de reencuentros y abrazos.
Las noticias no son buenas, son preocupantes y seguimos de a pie, esperando mejoras. Pero no. Insisten estos cretinos en rodearnos y obligarnos una vez más. Estamos rodeados y son siempre para peor.
Creo que la lucha que viene, la que está ahí a la vuelta de la esquina, en la calle, la que comienza a tomar forma en nuestros corazones, no será ya por ideas o modelos de sociedades. Me parece que por ese costado ya no va la cuestión.
Digo.
Entre tanto canalla que se enriquece a costa de tanta espalda quebrada, se comprende que el enemigo ahora sean los empresarios, las multinacionales, las corporaciones. Ellos nos necesitan más a nosotros que nosotros a ellos. Esto es básico. La pelea es entonces contra estos. Atenazan países, arrasan con nuestros nombres y someten a miles de millones al dolor y a la injusticia. No tienen patria ni bandera ni siquiera honor. Tienen a las sotanas, los fusiles y toda doctrina de guerra para hacer cumplir el reparto de su tajada de sangre y dolor, porque el capital lo sabemos no tiene país .
Especulan con el hambre, los precios y las guerras justas. Arrasan con todo a su paso. Ríen por ser esa justa minoría más poderosa de la tierra. Esa, esta, creo que es la confrontación que viene. Estos serán los tiempos, entonces de buscarnos las cosquillas y ver por donde salta el gato.
Recuerdo una canción, que terminaba: " padre, deja de llorar que nos han declarado la guerra". ¿Será?
Pienso.
Vivo en un país convulso. Con buena memoria y con olvidos peligrosos y también curiosos. Sin embargo, esa mayoría que hoy ha sido incluida en los planes sociales, rehabilitada es la que genera de nuevo viejos odios de clase, un cierto racismo rancio y a pechito descubierto que le dicen. Esa clase social, los desheredados, perseguidos, asesinados y castigados, casualmente forman parte de ese nuevo imaginario que les mete el miedo en el cuerpo a esas señoronas y a esos señoritos frívolos y díscolos, que se llaman a sí mismos patriotas o gente de bien o fascistas con la boca llena de saliva por los paredones portátiles que siempre portan sus policías a cuestas, siempre listos para ejecutar, principalmente jóvenes, morochitos y siempre sospechosos, por portación de color originario o porque, en el fondo, estos desorejados nuestros, son los enemigos potenciales de aquellos otros, por ser solamente jóvenes.
Vuelvo.
Llueve con esa parsimonia que ni siquiera dios posee. Llueve y es febrero para más datos. Las tormentas recién llegarán el mes que viene, mientras tanto, el perfume del jazmín de país, inunda esta casa provinciana y tranquila.
Llueve y los supermercados cambian los precios a cada instante. Aumenta todo lo básico, para que las personas, comiencen a cabrearse. Claman los periodistas de la clase media con este estado de cosas y echan leña al fuego, como verdaderos cuidadores de tanto averno protegido.
Llueve y a uno se le contagia cierta tristeza y cierta melancolía. Pero forma parte de ese sentimiento colectivo que a veces es el romanticismo, que sirve para enfrentar tanta idiotez posmoderna y snob que insisten en querer vendernos a toda costa.
Cambio.
Siguiendo las recomendaciones de un amigo, por supuesto de manera indirecta, descubrí un serie sueca-danesa llamada Bron-Broen, El puente en su traducción al castellano.
Dos temporadas, que consumí, en una semana de cierta rebeldía arbitraria. Porque El Puente es una verdadera lección de arte dramático. Si bien la trama se desfleca y falla, el resto es impecable. Sofia Helin y Kim Bodnia, logran los que pocos hoy por hoy, se encuentran capacitados por brindar en una actuación notable, creíble y sincera. Un policial con todas las reglas seguidas al pie de la letra, años luz de la versión norteamericana y una demostración palpable del nivel de producción de estos dos países. De allí, de esa zona, provienen a mi pobre entender dos de las mejores series de televisión de los últimos años: Wallander, la versión sueca y The Killing la serie danesa que de forma callada, han ido acumulando algunas certezas con respecto del tratamiento que las series policiales deben tener a la hora de ser muy superiores al resto.
Dos temporadas con distintos temas, una trama, que si bien no es del todo buena, logran por lo menos, demostrar la seriedad a la hora de las actuaciones para hacer creíble una historia bajo los parámetros de un notable grupo de actores jugando sus roles, como se debe.
Seguramente por aquí, vieja colonia yanqui, veremos en poco más el bodrio de la versión que los muchachos hacen con su mal gusto y su falta de talento organizado.
Pero no importa, mientras podamos ver la original, seremos un poco más felices y esto, con los tiempos que corren por este mundo, no es poco.
Digo.
Las formas que van adquiriendo en esta nueva etapa, nos definen. Definen a estos, que en su guerra sin cuartel, van premeditando el fin de todo tipo de independencia. El FMI pronostica turbulencias para los países en vía de desarrollo, es decir, nosotros, los subdesarrollados de antes, que hoy por esas cosas de lo políticamente correcto nos llamamos en vías de.
Entonces los dueños del mundo, para evitarle depresiones más pronunciadas a españoles, portugueses, italianos y griegos, les susurran al oído quedamente: "ahora verán que no están tan solitos, a ellos, los sudacas de siempre, les va a ocurrir lo mismo que a ustedes, paciencia que mal de muchos...".
Las plañideras siguen con su trabajo. Rosario en mano, incienso mediante y cachiporras erectas, continúan despreciando al pobrerío de siempre.
Es que por acá, seguimos siendo puro sudor sudaca. Tenemos incorporado el gen del escrache, el del piquete, el de la pelea y confiamos siempre en el futuro. Porque para que el futuro sea nuestro, siempre debe ser de lucha, no hay otra forma, no existe otra manera.
Pienso.
Me dejo llevar. Me vuelvo viejo e inclasificable. Se que la historia con sus moscas, suelen narrarla los que ganan, los otros, también tenemos otra historia. Por eso siempre nos tienen miedo, se asustan y tratan de tenernos cercados.
Se impacientan porque en sus viajes a la costa a disfrutar del veranito justiciero, tardan más que antes debido a los atascos y a tanto pobre, negrito y lleno de hijos, con su auto nuevo que después de algunas generaciones, tuvo sus vacaciones en la costa y allí fueron, alegres y asombrados, mientras los otros, esos viejos cretinos profesionales, deben convivir con este espanto social que les toca vivir. Son, somos la barbarie, porque hasta el momento, la civilización no han sido más que palabras angelicales vertidas desde los púlpitos y desde las leyes, que son de ellos y para ellos solamente.
Les molesta que estos hijos de nadie, vayan a los mismos lugares que ellos. Les molesta y les preocupa.  Los obliga a compartir el mismo espacio y lo que es peor, no tienen a quien recurrir. Entonces planean golpes. Compran dólares, aumentan los precios, cierran escuelas, quieren demoler este estado que piensa en esos otros, sucios y feos y no en ellos, los patriotas de siempre, los herederos de tanto linaje conquistador y español. Quieren demoler ladrillo a ladrillo y los que tengan privilegios, que hagan uso de ellos y que el resto, sea arrojado por la borda como lastre y nada más.
Cambio.
Llueve y escucho mi música. Siempre me atrajo la desenvoltura que produce la música, esa cuerda de pensamiento que se desenrrolla como una cuerda dormida, como un músculo apagado, como el amor en cualquiera de sus formas.
No conocía a este músico finés. Se del jazz de los países nórdicos, pero a Joona Toivanen, nunca lo había escuchado. Pirateando como siempre, lo descubrí. Así me asomé a este, su tercer disco creo, llamado "At My Side". Un trío de jazz, con una cierta tendencia a rellenar esos paisajes amplios y callados, que supongo, deben tener por aquel país. No importa, me dije después de escucharlo por primera vez. Volví a hacerlo y descubrí un costado más lleno de matices, una cierta calma, que se mueve en torno a algunas ideas musicales para tener en cuenta. Sabido es que el jazz, es indomable, que es una música que a pesar de todos los intentos, sigue sin ser domesticada del todo y que por lo tanto, todo entra dentro de ese mundo. Como el tango o algún otro eslabón de la cultura popular.
Porque de eso se trata casi todo. Uno comienza con un paso y después busca dar el otro. Así Bill Evans o Bob Dylan, Osvaldo Pugliese o cualquier otro me llevaron a continuar siempre con este rastreo de huellas que ni el agua o el viento logran borrar en mi búsqueda de algo que no se definir, pero que a mí me importa siempre mucho.
Entonces descubro a este pianista y me parece la música justa para este momento.
Es que como siempre solía decir alguien por allí, no hay rótulos ni encasillamientos, solo hay buena o mala música, por suerte.
Vale la pena, descubrirlo y gozarlo.
Vuelvo.
Sigue lloviendo, ahora como con bronca y junando. Llueve torrencialmente, algunos ríos han comenzado a desbordarse, los que viven en la calle, la sufren con todo el cuerpo.
Tengo techo de chapa y la música de la lluvia que viaja descalza, amortigua el sonido de todo lo otro. Me asomo a mi ventana, el farol parte las aguas que como chispas viene cayendo desde hace rato. Enciendo mi último cigarrillo y vuelvo a pensar en todo esto.
Mientras tanto amigos en esta apacible nochecita campera, con sus lluvias y sus inquietudes, me despido recordando que esto, esto es todo lo que hay.

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