En Zona

domingo, 11 de noviembre de 2012

Del día que Durero pintó un rinoceronte


Llueve sobre Madrid. Llueve  sobre los nadies de siempre que caminan bajo ese agua suave que tiñe el otoño de esta ciudad.
Madrid resiste, se queda quieta en medio de esta quiebra anunciada, no claudica y trata de mantener el tipo a pesar de banqueros y más banqueros. Comienzan a suicidarse los más tristes, los más desesperados. Los que pierden lo único que tienen en manos de estos banqueros devenidos ahora en políticos.
Esta es la etapa del genocidio liberal que tanto aman algunos. Es esta la temporada de la sangre en donde, por el momento, los cuerpos los ponen de un solo lado.ño .
A pesar de estar ya viviendo la resaca pastosa, de sentir la lengua como una toalla seca, sigue imperando cierta frivolidad.
Es que los que se suicidan son siempre los otros.
Digo.
Gran marcha del lumpenaje de derechas en ese país lejano que casi siempre es el mío. Ojalá que hagan una por semana. Ojalá que sigan siendo tan idiotas los fascistas argentinos. Sigan, por ese camino de insultos y furias y haga una marcha por día, que no descansen en s trémulo trabajo de salvadores de la patria y hagan marchas y más marchas.
Seguros como están se sienten salvadores de la patria. Seguro no saben que el patriotismo siempre es el refugio de los mediocres. Enarbolan banderas y consignas sobre partes del sexo de la presidenta. Se sienten orgullosos y protestan porque el país, ese otro país, no es el de ellos.  Es el de los otros, también de esos nadies, que no son ellos y que nunca serán ellos.
Ese ascenso social que perciben por los alrededores, los cohibe y los enfurece. Ese consumo al cual acceden los más pobres, les produce una cierta picazón imprudente que les quita el sueño y el deseo.
Se podría decir que estos tontos de alcurnia, hijos de la argentinidad, dueños de la historia, de lo único que están seguros es de que no quieren bajo ningún pretexto, que les sigan moviendo el piso los de abajo.
Es decir que basta con estos temblores sociales que meten miedo en el cuerpo decente de la patria de uno. De la patria de ellos, la nuestra es la de los nadies y bien contentos que vamos con ello y que estamos con esto. Ser los nadies tiene su cuestión de la que ya hablaré en otro momento.
Vuelvo.
El individualismo siempre produce pocos individuos. Produce extraños que un día descubren que le han quitado la escalera y que el esta sujeto por el pincel con el que pintaba momentos antes.
Y ahí en ese mundo sin individuos descubren que por ejemplo Durero hizo el retrato de un rinoceronte sin haber sito nunca a ninguno. El primero en llegar a Occidente. Información que demostró ser útil en contra de la pobre bestia, que una vez ya identificado y a partir de ese momento le quedaban por delante pocos siglos  de vida. Pocos comparados con los que seguramente soñaron y especularon los padres de esta raza herbívora y belicosa mientas pastaban tranquilos en un mundo deshabitado.
Su cuerno, cuando no porque pareciera ser todo siempre una cuestión de cuernos, se utilizó y se utilizará en estos momentos para posibles erecciones paupérrimas y miserables, que pululan siempre entre los individuos y no entre las personas.
Porque con erecciones o elecciones o cuernos, allá vamos. A nosotros lo que nos importa es ver , por ejemplo el cuadro o mejor dicho el grabado de Durero. Quedarnos quietos y preguntarnos, por ejemplo, como se le ocurrió al pintor pintar lo pintado.
En qué momento tuvo la certeza de esos trazos, de esos colores, de esa cierta sensación de capturar un momento, que pasados los años, seguiría quieto y vistoso, como le debe haber parecido al pintor.
Sin embargo la representación tan poco fiel del original, mantuvo su poder de seducción durante mucho tiempo.
Cambio.
Sábado a la noche en Madrid. Hoy hay liga. La vida sigue, un poquito más allá y a pesar de esa tristeza que los días lluviosos de otoño bordan los contornos de una ciudad, las mujeres se preparan y los hombres también. Hoy habrá deseo y otros fuegos.
Me llegan como olas submarinas noticias de mi otro país. Pero las postergo, las dejo ancladas en la sal de esto días. Ya volveré y volveré a inmiscuirme en ese día a día, que se vive, que me vive a toda hora a marcha forzada.
Hoy estoy en Madrid, con frío, agua y abrigos.
Vuelvo.
Durero es inexplicable en todo.
Voy al Prado sólo a ver su "Adán y Eva ". Buscar las líneas de los contornos de esos dos cuerpos estáticos y plenos de vida. Llenos de vergüenzas y sonrojados por la mirada del que se detiene a mirarlos.
¿Será?
Era matemático, alemán y pintor. Durero y fue, es uno de los pintores más importantes del  1500.
Conozco personas que lloran cuando ven ese cuadro del Prado. Otros se, porque me lo han contado, se siente incómodos ante la presencia de ese cuadro exquisito. Otros se alejan y lo observan de lejos. Tienen temor a entrar en esa órbita de color y fineza . Algunas voces me dicen mientras escribo que la pintura es una manifestación del lenguaje en tanto lenguaje.
Me quedo callado. Miro por la ventana desfilar, una copia desdibujada por aguas y paraguas, tropezando por las calles en un sábado de puente a aquellos bienaventurados que habrán de desbrozar una noche como se pueda.
Digo.
Tardo más en todo. Más en escribir. En percibir ciertas cosas con la destreza de antes. El amor se me escapa de entre los dedos como el viento mismo.
A veces me siento como ese personaje de Katherine Mansfield que al salir de su casa, descender los tres escalones de la entrada, descubre que ya es demasiado viejo por primera vez para la primavera que lo rodea.
No hay nada que hacerle debemos volver a leer a esta mujer de Nueva Zelanda.  A esta escritora que murió a los 37 años y que tuvo no obstante la capacidad de renovar un género como el cuento y marcar una tendencia literaria, que aún hoy continúa vigente a pesar de los varoncitos dueños de las verdades más rotundas en literatura y otras cuestiones.
Me pierdo. Me ilusiono con cada cosa que leo.
Me sigue impresionando ese mundo enmarcado entre las hojas de un libro. El recorrido del pensamiento del autor, la visión y la certeza de escribir.
Me hago lento. Me hago sombra en cada palabra que se me cruza en mi camino hacia algo. Porque creo que la verdad siempre es como una sombra y ahora que estoy en esta etapa de casi madura oscuridad descubro esta lentitud de saber que siempre habré de quedarme parado cuando el resto toma asiento.
Un equivoco.
Pero estoy en Madrid y con eso tengo bastante. La semana se diluye y comienza la nausea del domingo, la resaca seca que antecede al primer día de la semana. Pero hoy tengo conmigo un nuevo libro de cuentos de la canadiense Alice Munro. "El progreso del amor" se llama y son cuentos para saber de que se trata ese lado denso de nuestras vidas, de nuestras querellas contra la vida que siempre tiene un fin. No una finalidad. Un final.
De eso se trata todo. De vivir sabiendo siempre que existe ese final. Que nada es gratis, que la vida no dura toda la vida.
Sigo.
Ahí esta Durero dibujando un rinoceronte sin haberlo visto nunca. Ese día, cambiaron los días en este terreno que llaman Europa. Ese día, sin saberlo comenzó el principio del fin de esa bestia lejana, pastoril y casi miope, poseedora de un solo cuerno que para colmo, que sería la larga el motivo de su perdición. Como todo ese día, el alemán al ver el boceto que te llegaba desde la inconclusa. Lejana Lisboa, habrá pensando en medio de tanto renacimiento enardecido, que las circunstancias y las matemáticas habían acordado por fin para darle una sorpresa.
Ahí esta el grabado que hizo el artista. Ahí los trazos finos y más allá, los remaches que dibuja como una armadura medieval.
Se extraña ante el resultado. Un animal con hierros por piel. Se queda pensativo. Mira por la ventana de su estudio. Escucha el llamado al Angelus, sonríe, oye el rumor de las moscas rabiosas de siempre, la risa de las mujeres en la calle y vuelve a su trabajo a contemplar la plancha de su grabado, que cuando entre en la prensa saldrá de allí algo, que no sabe.
Ajusta los tacos, gira la manivela y la historia que todavía no lo sabe cambia para siempre.
¿Habrá sido así?
En fin amigos especulaciones como siempre. V

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