En Zona

lunes, 5 de noviembre de 2012

A estos hombres tristes


Estoy en Madrid nuevamente. Vengo muy Pessoa. Suelto de casi equipaje. Vengo a verme ver, a recordarme en este vaivén que vivo desde siempre. Desdoblado, como ese escritor que siempre quise ser, que era el personaje principal de "La Notte" de Antonioni.
Vengo saludando la vida, soñando con ese fracaso mejor que pedía Beckett.
Llego entonces a la estancia de ese amor profundo que para mi es esta ciudadela sin fundadores ni padres heroicos. Apenas una ciudad formada en n cruce de caminos, hacia donde llegaban cansados y polvorientos, caminantes y putas.
Parando a la vera del camino, se fueron quedando algunos en medio de calor . Así y amontonando trastos e historias, un día fue Madrid. Es Madrid.
Digo.
Un país que se desvasta, que se incendia de forma premeditada y anunciada. Un país que es paraíso de los asaltantes con título universitario y perfumes caros. Un país que todavía no ha vuelto al camino de la locura más desbocada. Eso es España hoy para mi.
No es la verdad cierta, pero es lo que veo mientras recorro calles y bares. Hay más silencios, más asperezas, más nervios y más bocinas en las calles.
Habrán de ajustar los aires, de cerrar las lluvias, pero esta ciudad seguirá siendo heroica mientras resuena el aria de la esclavitud.
Vuelvo.
Nada, como algo, ocurre en ninguna parte. Este dejarme vivir, ir hacia las profundidades es lo que facilita, creo, este esquema de vagabundeo que debe ser la vida. Pasados ya los tormentos de la infancia y la educación oficial, nos queda solamente esto. Vagabundear irnos hacia esas profundidades que nos esperan sin gloria y sin pena.
Ese recorrer el desierto siempre, saber que la vida es siempre demasiado breve como para aburrirnos y sin embargo nos aburrimos desconsolados y reiterativos, pasamos pues eludiendo los motivos y dejamos pasar el tiempo.

Como el personaje de Ives Montand en la película de Alain Resnais, "La guerra ha   terminado", especulo en esta Madrid con la certera sensación de estar situado en un límite en donde sólo yo, percibo la historia, mientras la historia es otra, como siempre.
El cine en blanco y negro. Como la vida misma, sumando grises y arrebatando secuencias de preguntas hechas en las sombras.
El faro de Cascáis, los poemas de Pessoa y los libros de Beckett se ciernen en esta ciudad mientras estoy aquí. Pensando .
Sufro sin pena la vida. Me preparo para lo mejor con profunda alegría mientras a mi alrededor en El Comercial, leen los diarios y disfrutan de las mentiras a sabiendas. Es decir,tenemos cuernos, pero el resto también los tiene.
Vuelvo.
Entonces un día hay vida, dice Auster que dice su padre tal vez en su mejor novela. Un día hay vida. Y con eso uno construye la alegría profunda de solventar esta vida sobre alimentada de fracasos,  entonces y concluyendo con esta felicidad envasada que nos obligan a comer, seguimos. Unos y otros, compartiendo amores y panes. En este cruce de caminos del cual nadie es dueño ni nadie empleado.
La vida es demasiado breve y sin embargo nos aburrimos. Teniendo como tenemos por delante el mejor siglo de la estupidez humana nos enfrascamos en el olvido, porque realmente y en el fondo nada nunca es realmente importante.
Digo.
Madrid es una ciudad que atrae. Que seduce y que obliga a tener siempre alerta la conciencia de ese algo que nos pinta la cara. Es el amor perfecto. Ese amor loco, mal que les pese a los cuidadores de la salud mental, es esa locura hecha ciudad. No arrebata ni despoja, construye en uno la delicada sensación de vida.
No es la melancolía porteña que nos precede y que nos viste. No es la alegría desenfrenada de Río de Janeiro y ese sudor que altera las sensaciones de lo doble. No es lo exquisito y susurrado de París. Madrid es solamente una Villa rescatada por algún rey loco y zángano como todos los reyes, que un día la convirtió en capital de algo.
Extraño Buenos Aires? Cuándo se viaja se dejan países detrás, cuando nos movemos nos preocupa solamente lo que viene por delante. Se viaja como se olvida.
Es que ya estuve aquí antes de estar jamás.
El Comercial va despejando se esté domingo a la noche. Llueve y todo se vuelve arisco. Se limpian limpian las calles y la noche prosigue con su camino.
Hoy todos dormirán temprano.
Mientras tanto me quedo pensando en esa canción de Almendra cuando le cantaba a estos hombres tristes, allá o cuando el mundo era grande, lejano y ajeno.
Un saludo a tutti.

2 comentarios:

  1. "Vengo a verme ver"... qué cabrón, qué cabrón.
    A Madrid cuídamela estos días.
    Un abrazo nostálgico,
    Enrique.

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    Respuestas
    1. Como siempre eres demasiado amable.
      Por supuesto que cuido esta ciudad como al aire mismo.
      Aquí estará a pesar de todo,resistiendo siempre.
      Un fuerte abrazo

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