En Zona

martes, 6 de noviembre de 2012

El pez banana en Madrid

Hay momentos en donde todo adquiere otro color. Se ve desde otro lado ese costado que se nos negaba. A veces, con estar basta. Madrid esta ahí, invita a caminar, cosa que Buenos Aires casi no. Y eso se agradece, porque es la única forma de amar a esta ciudad. Paso a paso.
Como se debe siempre.
La camino mientras compruebo que el malestar configura conciencia política de forma natural, es entonces cuando descubro el costado menos expuesto de esta crisis en el madrileño de a pie, cuando de a poco, comienza a construir ese malestar en política antes de que todo sea demasiado tarde.
Me reencuentro con un libro leído una. Una y mil veces, manoseado y recomendado. "Nueve cuentos" de J. D. Salinger . No es casualidad nunca nada lo es. 
Entonces me acomodo y comienzo por el principio de este libro que sigue conteniendo todo lo necesario para volver a releerlo y descubrirlo. Darnos cuenta que estos últimos cuarenta años han sido de risa.
Ahora que los días son como nubes, que uno esta menos inquieto, que tiene un sitio en su equipaje para sellar su amistad con semejante manojo de emoción hecho palabras, imágenes y más palabras, que Salinger entrega en cada respiración posible. Ahí esta de nuevo este cazador oculto, que en su momento, en lo peor de la adolescencia me marco el rumbo en una parque lejano de una ciudad lejana y siempre clausurada por ser del enemigo.
El mundo nunca suele portarse bien con nosotros. Sn embargo, nosotros siempre le regalamos nuestros mejores poemas, nuestras más tibias canciones. Y así, un día descubrimos que nos hemos cansado demoliendo paredes para salvar las ventanas y terminamos solamente preguntándonos ¿qué?
Entonces Madrid se aquieta. Se detiene, aunque nunca lo haga del todo. Ronronea desde lo profundo y necesario, como decía Juan Ramón Jiménez ante esa casta de analfabetos, trepadores e impresentables que habrían de sobrevivirlo, que sin duda nos habrán de sobrevivir a muchos de nosotros: " Y hoy me iré/ y se quedarán los pájaros cantando".
Digo.
Recordemos la primera frase de " La Metamorfosis" del que quería ser pequeño y que definió como pocos al siglo pasado, incrustando su nombre por sobre todas las cuestiones atinentes al siglo más loco y desgarrador que haya vivido la raza humana. Recordemos esa primera frase del checo que escribía en alemán y que murió antes de esa llaga con música robada a Wagner o cedida por este, que a esta altura vendría a ser más o menos lo mismo.
El oficinista tiene nombre y apellido. Sin embargo se convierte en algo, que sin lugar a dudas es. Cabe especular. Pero después de la lectura de esa primera intención uno puede cerrar el libro, tomar aire. Pensar que todo es ridículo y que es solamente una broma o seguir el camino y descubrir a uno de los autores más revolucionarios y potentes que haya dado la modernidad en lo que va de ella.
Digo Kafka y estoy en Madrid.
Es raro, a veces tengo la sensación de no haber ido, de no haberme marchado hace un tiempo. Todo sigue igual. Todo permanece y sólo aparentemente estos meses no han modificado nada.
Pero algo se ha movido de foco. De golpe me acomete la necesidad de esta y no estar al mismo tiempo. Esa contemporánea necesidad de ver y registrar cada paso dado. Un cuadro de Durero en el Prado. Una cerveza en Avenida América y una charla sin heridos en Atocha.
Bajo buscando el Manzanares y me descuelgo por Embajadores entre mulas y náufragos. A brillar mi amor, vamos a brillar dice una canción vieja de mi otro país. A eso juega entre harapos sentimentales esta ciudad donde todavía no ha arribado la locura del desastre, por más miedos y juramentos que se desprendan a cada paso por esta ciudad que brilla a pesar de la policía y beneméritas dispuestas magullar almitas y penas.
Leo que Nabokov entre las cinco mejores novelas de la historia se refiere a una que se llama "Petersburgo" de Andrei Biely. Pediré a mi amigo Enrique que desde ese suburbio que queda en Moscú escriba algo para descubrir a este autor, que debería ser obligatorio según parece. Y ya que está y de paso, para darle una alegría, que escriba sobre: Shklosvki y ese otro energúmeno llamado Eichenbaum. Que nos hable de la mezcla de géneros , de esa promiscuidad que se encuentra cuando nada, ya nada es como dictan manuales y buenas costumbres. Esa especie de camino que se inventa desde siempre y para dolor de beatas y gimientes vírgenes de oído liviano y cirio a mano. Mixtura de intenciones, que generan una nueva literatura hacia la nada que en definitiva es el propósito de la literatura, su propia extinción
Y sigo andando por este Madrid y ahora me recuesto de nuevo contra el respaldo de la vieja silla que me sostiene y vuelvo a mi viejo amigo Salinger y a esos cuentos, que vuelven a seducirme. Ahora que el tiempo pasa con lentitud y hasta con cierta facilidad, me dedico a mirar por la ventana de bares a una ciudad que también y por fuerza propia es de Salinger y de sus personajes y míos porque no.
Vuelvo.
Ahora que soy un hombre, alejado del joven que fui, no se sí mis recuerdos son ya puro invento o hebras de historias malas, que intento entrelazar en un tiento fuerte. Malo pero fuerte.
Por ejemplo a este costado de camino percibo la tranquilidad de estar vivo. Lamento las muertes de amigos, pero en lo profundo de mi radica ese suspiró de alivio. Es políticamente incorrecto. Pero comprobar que es el otro el muerto, que por un momento uno se ha salvado es algo, que permite sin dudas, enunciar otro método de vida o por lo menos otro discurso.
Para quien no ha vivido inmerso en la violencia que otros han leído en Rulfo o percibido apenas en Borges queda siempre la sospecha de la misma, la enumeración ficticia, la nada y poco más 
Recuerdo una vez cuando éramos chicos con mi hermana, fuimos llevados a un tiroteo por nuestro padre ¿es verdad este recuerdo que recuerdo a estas horas en una Madrid que permite, que me permite a mi desempolvar este recuerdo?
 ¿A ver un tiroteo o los muertos del mismo? ¿Qué buscábamos los tres esa tardé de calor en una ciudad perdida en medio del mapa?
Se justifica la vida con la muerte de los otros. 
Es que los adultos somos siempre unos estúpidos de academia. En realidad deberíamos precisar en que momento nos convertimos en esa rareza del paso de la infancia, estupidez a la nueva y definitiva infancia. 
Me repito. Queda tan poco de lo que soñábamos cuando éramos jóvenes y que sin embargo pesa como un pecado de piedras que nos agobia sin misas ni redenciones. 
Pero algo queda. Sigo sintiéndome huésped y no patrón del sitio que hábito. Percibo que detrás de todo esta esa sensación de estar por sobré nacionalidades y sus himnos, de pequeñas miserias de esa identidad refractaría que siempre significa pertenecer a algo.
Vuelvo.
La situación de supervivencia es la situación central del poder. No es un hecho despiadado o salvaje es algo únicamente concreto y real. Uno nunca se cree tan grande cuando es confrontado con un muerto. Con la nada que yace cubierta por una sábana y tiesa, una madrugada cualquiera, una noche cualquiera.
Lo hago más pequeño. Con un trabajo, con un amor, son escalas mínimas que no traspasan el orden del discurso, porque el poder es otro. Es que en esta situación lo que prevalece es lo otro. Al terror inicial se le impregna luego la satisfacción más primaria de seguir vivos hasta la próxima oportunidad de confrontación con este hecho.
Estoy en Madrid.
Leo a otros hasta volverlos otros. Escribo siempre después de los otros. Soy el otro, que se funde con el paisaje hasta disolverme. Viajo alrededor de la emoción, me detengo en los pálidos labios de la noche y me recuesto en esta especie de sensibilidad que me rodea a estas horas en esta ciudad en medio de la meseta castellana o casi.
Recuerdo a Borges: " Lo que hace un hombre es como sí todos los hombres lo hicieran..."dice en algún momento en algunos de sus cuentos que lo sobreviven a el, a pesar de su viuda hambrienta y de la ideología burguesa que se apropió de todo espacio lingüístico hasta hacer que nuestro lenguaje devenga solamente de ella.
Por eso el robo es una obligación hasta casi moral.
Anochece y Madrid se prepara para una nueva semana de puente y de cierta exagerada alegría muy de primer mundo. 
Tengo mi tabla de salvamento que se llama "Nueve Cuentos" y que esta noche, desde mi cuartito madrileño habré de motivar las miradas suspicaces de vecinos y vecinas excitadas por la llegada del nuevo al barrio. Esa luz encendida hasta altas horas de la madrugada harán pensar e imaginar a los que tienen siempre tiempo de más para hacerlo y de eso suele tratarse siempre esto.
Que no sea nada.

1 comentario:

  1. Pisa flojito por esas calles, no las desgastes mucho que no vamos a tener para poner otras nuevas después.
    Preguntas por Beli, Eijembaum, Shklovskiy... prepararé algo sobre ellos. Al último lo conozco menos, pero los dos primeros son viejos amigos.
    Y hay que encontrar el "Petersburgo" como sea. Demasiado rojo el tal Beli, quizás, para publicarlo profusamente.
    Existe una traducción, eso es seguro, yo mismo la tuve, y la tendrá algún amigo, estará ya perdida.
    Bueno, compañero, gracias por ese paseo literirio y vagabundo por Madrid.

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