En Zona

miércoles, 2 de junio de 2010

Un poco de poesía

A veces, a uno se la hace sueño la vida. Descubre por ejemplo, que la palabra de los poetas estuvo cerca, en esas aulas de desierto que habitamos entonces y que solemos visitar de tanto en tanto.
Juan Gelman. Juan, es un poeta de esos, que vivían en el barrio, de los que se detenían en el bar de la esquina, a tomar ginebra y mirar por la ventana.
Es de esos poetas que nutren.

Vienen cómo

Cargados de años, sí,
con verdes que fueron
y su fulgor a veces.
¿Dicen algo, dijeron algo
entonces? ¿Y a quién?
No traen
la piedra o el aliento
donde viví de mí.
El sol tiene un animal que no calma.
Pasaron muchos barcos
entre nosotros dos.
Juan Gelman
Mundar

Miro por la ventana. La vecina se está bañando.
A veces la vida es secreta como el lenguaje de los árboles. Cuando conocí la palabra, de la mano de este poeta del barrio de Villa Crespo, se me enturbió la vida.
Yo venía de Spinetta, de Rimbaud, de Yupanqui, de Allen Ginsberg, de Alejandra Pizarnik, de Vallejo, de Federico García el fusilado, de León Felipe y su ya no hay locos.
Venía de otra cosa. De otras cuestiones. De otros amores.
Eran los años de Janis Joplin y Jim Morrison. De la policía brava (algo que nunca ha dejado de ser por otra parte), de los conciertos que continuaban en la comisaría. En fin, de un país, muy parecido a estos que vivimos todavía.
Venía de Clapton y Cream. De los viejos bondis con boletos de colores según las secciones. De el cortate el pelo puto!
Venía de eso y me tropecé con Gelman.
Hago un alto.
Antes en un viaje alucinado a Lobos, leí de un tirón "Operación Masacre" de Rodolfo Walsh. ¿Poesía? A su manera, este ajuste de cuentas con asesinos estatales, encierra una cierta justicia poética. Ese libro, se lo había robado a mi vieja y sin permiso me había ido a Lobos, porque allí Edgardo Suárez un periodista notable, estaba armando el Woodstock criollo.
Llegamos a Lobos, que por esos años era un viaje al lejano y casi áspero y por supuesto, el rock era la música del diablo. Damas, curas, policías y sociedades de beneficencia esparcían agua bendita. Trancaban las puertas cáncel y escondían a sus niñas, de la llegada de los bárbaros y salvajes dementes que solo querían tres días de música, amor libre y vino Tupungato.
Ida y vuelta a Lobos hace cuarenta años.
El librito de Walsh me duró lo que dura un buen beso. Eterno. Porque ahí, descubrí otro camino. Otras letras enseñaban a leer. Así, en esa época en donde no había ni walkman, ni mp3 ni mp4, uno iba cantando con otros. Cuando se cantaba una que sabíamos todos, ahí estábamos entonando canciones de Moris, de Almendra, de Los Gatos o Manal. Cuando no, volvía a mi lectura y dos mundos, diferentes y rabiosamente opuestos, volvían a congeniar.
Aunque ahora y con la distancia del hecho formal de la vida, me doy cuenta que esos mundos no eran tan opuestos.
Vuelvo.
Con Gelman descubro otra forma de expresión. De expresarme al mismo tiempo.
Entre tanta hormona desbocada, discos de rocanrol, acné y una formidable tendencia al priapismo reglamentado y exagerado aterrizo en la palabra dicha por un hombre, al cual le gustaba el tango y que de alguna forma definía la vida, desde otro lugar. Ni bueno ni malo.
Solamente eso.
Una frase dicha por Lobo Amarillo en su poema, el de Gelman por supuesto, "Defectos" dice: "Los blancos contaron un solo lado de las cosas".
Esa madrugada decidí ser indio. Ni blanco ni amigo de, sencillamente ser indio. a partir de ahí, la idea, acompañada por un música diferente a la que él escuchaba con placer, pero igual de formidable, cambió mi percepción de ciertas cuestiones.
A partir de ahí, la poesía se convirtió en una herramienta espectacular, para descifrar todo lo que había por descifrar. Esa madeja inmensa, que algunos suelen llamar historia y que para uno, era nada más que vida y destino.
Desensillo.
Al regreso de Lobos, estaban las locas del rubí esperándonos. Como todos no teníamos sitio en los patrulleros policiales, detuvieron a un colectivo, hicieron bajar a los pasajeros que habían pagado sus respectivos boletos y nos brindaron un viaje gratis a la seccional del barrio de Constitución.
Ahí nos cortaron el pelo también gratis y yo, me llevé un par de empujones por el librito que le había robado a mi vieja y que perdí ahí.
Después, muchas veces volví a comprarlo. Cada divorcio, significaba fundar una nueva biblioteca y una nueva discoteca.
Quiere decir que los divorcios y separaciones tienen un alto grado de docencia, una forma lateral de cultura por sobre todas las cosas. Será algo sarmientino que llevamos impregnado sobre la piel después de tantos actos en patios de colegios, discursos interminables y marcialidades para con las blancas palomitas ¿será?
Sigo.
En Juan Gelman radican la musicalidad de un habla inventado, la variación pertinaz de una lengua, que cuando la leemos, se nos suma a nosotros sin darnos tiempo a tomar distancia para con un idioma no oficial, pero sin embargo intenso, visceral, casi fantástico y tremendamente opositor a toda normalidad del habla señorial.
Es que por si hubiese dudas. Juan Gelman encarna la rebeldía a toda costa. En la contratapas de Página 12, aún hoy, sigue fustigando al poder en todas sus formas. Sigue denunciando a los blancos del Séptimo de Caballería. Sigue dando nombres de aquellos saludables "turritos" que esquilman, matan y sonríen para la foto.
Pero la poesía está también ahí. Solo hay que detenerse, dejar colgados los prejuicios en el armario y prestar atención.
Ellos tienen todo, nosotros tenemos la dignidad y la memoria.
Aclaro.
Aunque nunca hay que aclarar porque oscurece solían decir en Rosario del Tala, los que llevaban por esos años el ganado a pie, hasta los camionos jaula.
Aclaro digo. Salí de la seccional, con un corte de pelo a lo Humberto Primo o americano corto, cortísimo, diez o más años antes de la aparición de Luca Prodam. En la estación, me encontré con otros viajeros, luciendo sus cabecitas esquilmadas al mejor estilo oveja patagónica de dos patas. Al de la guitarra le habían cortado las cuerdas, al de la mirada suave, le había dado un poco de color de mora en los ojos y así.
Volví a casa, la vieja estaba trabajando y puse a reventar Beggars Banquet en el winco mono. La vida sigue y el camino todavía sigue siendo largo, pero todavía faltaba para el diluvio.
Retorno.
El accidente Gelman para mí, terminó convirtiéndose en una apasionada apuesta por lo fundacional, lo fundante y lo fundamental para terminar de definir mi amor por la poesía. No esa que rima guiso con paraíso o argentina con gelatina. Sino la otra, la que se escapa, la que nos desnuda y nos dice que a veces solemos ser paisaje que anda ni más ni menos.
Por otra parte, entre mate y mate, Gelman nos lleva de la mano a otros destinos, nos remueve la densa costra que almacenamos a lo largo de años y años, con el notorio ejercicio de la palabra.
Su último libro se llama "Mundar" pero tiene muchos más, dando vueltas por ahí.
Como nosotros, que desde tiempo inmemorial no podemos quedarnos quietos esperando y tenemos que salir al encuentro de lo que sea, tarareando ahora, una canción de los redondos para entibiar el aire, para celebrar que la palabra sigue siendo nuestra a pesar de los que están en la acera de enfrente y siempre nos miran con demasiada saliva en la boca. A pesar de ellos.
Un abrazo.

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