En Zona

viernes, 10 de junio de 2011

Compañero Semprún


Algunas lecturas, algunos pensamientos surgidos de dichas lecturas, suelen acompañarme por este camino. Jorge Semprún, Federico Sanchez su nombre de guerra, estuvo siempre metido entre mis cosas. Eran, a veces lo son, una prenda más en esta mudanza constante. Algunos de sus libros, conviven en mis dos bibliotecas transatlánticas que formo, con empeño y casi con amor doble y escandaloso.
Recuerdo ahora, por ejemplo las primeras páginas de "La Segunda Muerte de Ramón Mercader", ese detenimiento en las salas del Rijksmuseum de Amsterdam. Ese poco aliento que transmiten las palabras del autor. Ese placer loco, por el detenimiento, el gesto suspendido y la presunción inmediata. El baile lento, casi estático que imprime la vista de un cuadro cualquiera.
Conservo el estupor intacto todavía que me produjo aquella ya lejana lectura, acaso puedo decir que ella es una de las primeras experiencias intelectuales de mi vida. Salía yo, de mis heridas adolescentes, peleaba contra la mediocridad de mis amores fustrados, de mis ardores abrasadores, de aquellas pequeñas cosas, que hoy me parecen pequeñas en toda su dimensión. En eso estaba, cuando cayó entre mis manos este libro. el primero leído por mí de Semprún.
Hoy sentado frente a la pantalla demasiado inmóvil de mi ordenador, descubro, que jamás, nunca quise volver a el. Está ahí, como una foto familiar, brutal en toda brutalidad que suelen tener las fotos de familia y a la vez, sentida.
Hago un punto.
Semprún, es el intelectual más notable que haya dado España en la segunda mitad del siglo veinte. Un escritor, un militante y por sobre todas las cuestiones un humanista como pocos.
Un hombre que enfrentó con su cuerpo el tumulto que fué el siglo pasado. Puso el cuerpo, el suyo, a la cicatriz profunda de la noche.
Entró en Buchenwald como un niño y salió como un hombre trasegado por el dolor. Alguien dijo que después de los campos de concentración, no se podía hacer poesía y a lo mejor, esta afirmación de Adorno es cierta. Pero y a pesar de ella, la memoria sigue haciendo poesía para derrotar tanta muerte.
Después, seguí leyendo a Semprún. Volví a él, cuando una noche de esas noches de otros ardores, fuí al viejo cine Arte a ver la película "La guerra ha terminado" de Alain Resnais con guión del propio Semprún.
El viento soplaba en diagonal por Diagonal Norte. Apenas cinco personas a la una de la mañana, sección trasnoche de ese cine. Era la dictadura de Onganía, el final de ella. Todavía faltaba mucho para la muerte, para la noche y su niebla del Río de la Plata. Éramos cinco y la película en blanco y negro. Otra vez Semprún y yo. Cotejando las partes de un algo que nos transcurría. En su caso ya era el desengaño, en el mío todo estaba a punto para tomar los cielos por asalto y las dudas, se postergaban para el próximo feriado.
Recuerdo.
Muchos años después, ya derrotadas algunas preguntas, me reencontré con él. Era "La Escritura o la Vida". Estaba adormecido, el libro entre otras preguntas, que por viejas eran nuevas, con olor a cosa salvaje, como la vida que por esos momentos me andaba buscando, comenzó a interrogarme. Recuerdo el ardor de ese libro. La justicia justiciera de abrir un claro a fuerza de palabras. Recuerdo eso y mucho más.
Y con el me sumergí en la apasionada manera de vivir. La única que vale.
Uno vive de acuerdo con que el hombre es el centro de todo. De sus dudas, de sus certezas y de la posibilidad cierta de dudar siempre. De preguntar y cuestionar la respuesta. De asomarnos y seguir dudando.
Hoy es viernes.
El calor ya está aquí. Hace unos días, mientras mi vecina se bañaba, conocí la noticia de la muerte de Jorge Semprún. Me quedé quieto. Quise dejar pasar unos días, no para trazar una necrológica sobre este español, sino para recordarlo de otra forma. Acercarme a él, como cuando alguien me participó de su secreto. Me mostró con nervios un libro de él. Desde ese instante, la vida, la mía, tomo otro camino.
Hoy es viernes y la gente, se prepara para un fin de semana sin fútbol. Casi sin dinero y algunos, con sus esperanzas casi intactas. Porque en esta guía de perplejos que somos, seguimos preguntándonos si después de la tragedia, tiene cabida la esperanza para nosotros. Los perplejos de siempre.
O a lo mejor, en mi caso, la separación entre la escritura y la vida, es solamente un guiño que nos lleva a ser testigos de algo que merece siempre, invariablemente ser cuestionado hasta sus últimas consecuencias.
Algunos de sus libros, los de Semprún merecen seguir siendo leídos. Algunos de sus actos merecen ser recordados. Al costado, quedarán otros. Lo más importante de Semprún deberá elegirlo cada uno a su manera.
Es discutible. Puede ser que no todo lo hecho por Jorge Semprún tenga el mismo valor. Pero no importa, porque en definitiva entre tanta pregunta, el puso lo que el mejor hombre siempre pone: su propio cuerpo.
Lo único que posee un hombre a lo mejor.
Vuelvo.
En la larga lista, mi lista personal, figura este escritor de forma veraz. Está disperso, mezclado con otros libros. Conviviendo con mi vida de manera audaz. Nunca he creído en las bibliotecas ordenadas, por lo tanto Semprún bien puede quedarse en donde está. Siempre coincidimos, él y yo, cada vez que como baqueano busco algún título o algunas páginas al azar. Siempre nos reencontramos y sonreímos, por lo menos yo, suelo esbozar una sonrisa cada vez que esto ocurre.
Cambio de tema.
Hace unos días, en la Puerta del Sol, una persona me preguntó que hacía yo ahí en medio de indignados y primeros lastimados por el ajuste, sonreí y dije: " Respirar, solo respirar".
De alguna manera la responsabilidad radica en estar siempre en la acera de enfrente, en la vereda opuesta. Saber que esto, no es lo que uno pretende para sí y para sus otros. Que la cuestión radica siempre en tener memoria y no olvidar.
Que después de Buchenwald o la ESMA hay espacio para la poesía, para dudar de los dueños del mundo, para oponerse siempre al cuatrerismo de cinco fascistas que piden orden, para seguir poniendo el cuerpo como una forma, como única manera de no arrepentirse de nada.
Porque, el hombre suele arrepentirse de todo, menos de haber sido valiente.
Compañero Semprún nos estamos viendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario