En Zona

domingo, 5 de junio de 2011

El hombre de los suburbios

Hay escritores que nos acompañan toda la vida. Palabras, gestos, recorridos por una literatura,que conmueve, que resiste el paso del tiempo y sobreviven sin grandes pérdidas el camino de nuestros cambios y tambień de nuestras grandes pérdidas. Ahí están Salinger, Juan José Saer, Antonio Di Benedetto, Enrique Vila-Matas, Saul Bellow y unos cuantos más. Ahí siguen sus libros, cobrando nuevas lecturas, relecturas que alcanzan para alimentar algunos cuantos deslumbramientos, mejorarnos como siempre la agrimensura de nuestros pensamientos.
John Cheever es uno de ellos. Sus novelas, sus cuentos forman parte de una estrategia, la nuestra, para tratar de entender algo, de ese algo que nos rodea, nos sitia en un lugar y nos entrega desde ese lugar una visión tremenda de una clase, la clase media. El lado oculto de la vida "Doris Day" y sus casitas y sus barrios siempre resplandescientes.
Cheever desde ese marco, elaboró una de las literaturas más radicales. Descubrió y nos hizo partícipes de esa vida. Ahí están "La familia Wapshot"; "La geometría del amor"; "Bulled Park"; "Esto parece el paraíso"; "Cuentos y relatos", algunos mojones de una escritura casi esencial.
Es que John Cheever puso al descubierto esas fisuras de la clase media occidental, en donde todo siempre parece funcionar a la perfección. Siguió las huellas de su mundo, las describió y las mostró, las retrató mejor dicho en busca de ese santo grial que habita en los suburbios limpios de la clase media.
La decadencia, las ruindades, el ahogo están ahí. Habitan esas urbanizaciones impersonales que se venden como el paraíso en la tierra, solo para unos pocos, exclusivos chiqueros, en donde todo se oculta, en donde nada trasciende. El refugio perfecto para los imperfectos.
Digo.
Si uno se fija bien, todo el mundo tiene su truco, su arma secreta contra la desazón, la literatura, los libros en algunos casos funcionan como freno a ese dolor intenso que conlleva el vivir. La desesperación, queda derrotada ante la lectura o por lo menos postergada por un momento. De ahí surgen las preguntas y sus respuestas, que a su vez alimentan nuevas preguntas en un juego inacabable, casi eterno.
Con Cheever me ocurre lo mismo. Sus cuentos son casi perfectos, ahondan en un paisaje, familiar y deprimente. Nos obliga penetrar en una corriente, que es nuestra propia vida de clase media. Chiquita, racista, de derechas, envidiosa y mediocre. Queriendo ser, otra clase y siendo imposible, se comporta más radicalmente que esa clase a la que aspira y es la mano de obra casi siempre eficiente del orden y la limpieza.
El norteamericano comprendió en algún momento, que su clase, era lo suficientemente universal, para encontrar allí, los signos de una decadencia, los trazos para mostrar y mostrarse. Ahí, sobre la mesa están sus Diarios. Que se confunden con sus novelas y cuentos. Un juego de espejos en donde la sobriedad es una especie de error, las traiciones solo un método
Si uno se fija bien, todo el mundo tiene su truco, su arma secreta contra la desazón porque en definitiva la vida va matando literal y metafóricamente todo lo que vas dejando atrás; mata tu infancia y luego a tus mayores; mata los recuerdos y los olvidos; mata lo que fuiste y lo que quisiste ser; mata de verdad, como un rayo furioso, a tu gente querida y en el fondo te vas quedando solo, arrinconado en tu reinado de burgués, aislado y temeroso de la muerte propia, como si eso fuese lo único, lo único que va a ocurrir en definitiva.
Digo.
John Cheever se merece que se lo lea, con detenimiento, con placer. Compartiendo esas soledades que cuenta, que describe con esa mirada lúcida de clase. Recorrer con él, esos suburbios inmaculados en la fachada, con los jardines cuidados y la gente sonriente. Esos barrios en donde no entran extraños ni contagios.
Vale la pena, detenerse en, para mí, uno de los mejores cuentos que he leído que se llama "El nadador". Una especie de canto del cisne, una especie de épica de la fuga de un ser acorralado, por la mortal enfermedad que porta la clase media y que es el hastío, el aburrimiento, mientras de fondo suena Okkervil River, un domingo soleado, que espera lo que siempre esperan los domingos en primavera, las próximas lluvias.
Mientras eso no ocurra, bien vale la pena ponerse a leer a este gran escritor del siglo XX, que contribuyó a ese ejercicio de pensar como pocos lo han hecho.
Lo demás, lo demás casi siempre se suele comprar hecho y a domicilio.

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