En Zona

jueves, 5 de abril de 2012

Postales madrileñas

Llueve sobre Madrid. El frío ha vuelto para ejecutar su despedida. Semana santa y los santitos sin poder salir a las calles. La ciudad desierta. Pese a la crisis y pese a todos hay que se guir disfruntando como si nada pasase en este infierno encantador. Llueve sobre mojado como dice la canción  y que se me pega desobediente a la hora de los lugares comunes y traidores. Camino y me dejo mojar por el agüita madrileña que cae destemplada y monocorde. Se marcha uno como se llega, casi en silencio, despidiendo cariños y templanzas que me regalaron estos años en esta ciudad. Acaba de aumentar el precio del tabaco y el de la gasolina. Las miradas congeladas de los paseantes indican nuevos momentos de preguntas y respuestas harapientas. Llueve y los despojados de todo, aguantan como pueden esta maldición que les viene del cielo, mientras otros convertidos en profetas saludan la bondad de la naturaleza por el agua que les servirá para alejar un año más la llegada del temible desierto no tan africano que en breve será buena parte de este territorio desmantelado por los hipócritas de siempre y a sueldo.
Aprovecho las últimas horas y como un adicto sin droga, salgo a caminar, a mirar, oler y tocar una ciudad que me permitió muchas cosas. Me detengo en El Comercial, sitio de citas paganas, recorro Lavapiés y me detengo a mirar El Retiro. Se que vendrán otras calles, otros sitios reconocibles por mí. Otros brazos y abrazos a cortejarme. Me dejaré mecer por la memoria y el olfato. Vuelvo a una ciudad lejana de donde salí  una semana santa como esta. Vuelvo y dejo parte de mi vida vivida en este país. En una ciudad y en sus gentes que me permitieron vivir como quería vivir desde mucho tiempo atrás. Llueve este jueves de despedidas. Se vienen los cielos a tierra, todos tratan de esconderse, ponerse al reparo. La guerra de los paragüas se convierte en duelos desparejos por alturas y por aparatos protectores. Se arremolina el frío de despedida de un invierno benigno que pasamos no hace mucho. La ciudad entonces mezcla esos marrones con ese gris y la mezcla es casi perfecta.
De algún sitio, sacaré las fuerzas para esta anunciación de la marcha que vivo desde hace días y que hoy es casi urgente. Debo guardar para mí los rastros dados. Se, ahora lo presiento, que habré de volver, para confirmar cosas, dirimir cuestiones y definir nuevamente perfiles que me arroparon durante todos estos años.
Digo.
Hubo en un momento de definiciones que me conmovieron irremediablemente. Palabras llegadas de muy atrás que me sujetaron. Hoy volví a encontrar una, que desde muchos años atrás no había vuelto a leer. Recuerdo una tarde de coyuyos cantando desde los árboles y la frase: " a los astros por el camino áspero" (del latín: ad astra per aspera). No hay camino fácil ni sencillo. No existe nada más que lo difícil para llegar a donde debemos llegar finalmente. Hay atajos, caminos nuevos, pero todos tienen una carga definida. Cuatro décadas más tarde leyendo, me vuelven los látidos de aquella tarde quieta en una provincia polvorienta y casi olvidada, mientras los pedidores de agua, desde las ramas de árboles memoriosos reclamaban la suya a la hora de beber. Yo también reclamaba mi parte de sed. La palabra definiendo mi cuerpo, mis impulsos primerizos. Yo era una sombra y comprendí con la furia de un rayo esta frase. Me sobrevino el gorgoteo de la impaciencia. Recuerdo que la tarde duró demasiado, todo era quietud en la casa. Dormian la siesta y yo, resistía a fuerza de letra. Por aquellos tiempos los días eran eternos, duran el doble o triple de lo que hoy me duran. Sabía de esa aspereza que me prometía la vida y sus cómplices. De a poco, lecturas mediantes, músicas y caricias, fuí creciendo y hoy, desde esta ciudad detenida, vuelvo a reencontrarme con la palabra escrita.
La ciudad esta casi desierta. Parece agosto, sin embargo es abril. Todo permanece estático. Madrid se moja en esta temporada de lluvias. Hay que estar en vena y esperar que alguien se acuerde de uno. La lluvia golpea contra los cristales, se desliza y va dejando un rastro de humedad, rastro que se confunde con otras huellas desde siempre. Madrid se duerme en la poca luz que tiene este momento. Tiembla todo, tiemblo yo, antes de largarme y mantener vivo este recuerdo, que todo es ahora, que nada espera por nada. Las gotas frías saludan a este señor entrado en años y de perfil que ahora soy yo. Reina en esta ciudad hambrienta la circunstancia de las despedidas, de los prontos regresos, del qué hay majo!.  Los taxis aburridos en la parada. El metro desierto, con algunos pocos perdidos. Los ávidos sin límite siempre quieren más. Ciudad a medio gas. Mojada. Enamorados como vamos, sabemos de rutinas y de adioses. Lo trivial entonces es esperar la escena penúltima y pisar tierra firme. Empuñar el pañuelo, ernarbolar las heridas invisibles y abandonar la escena de una película aún sin estrenar.
Me voy de Madrid. Me alejo de sus razones y de sus ritmos. Llevo conmigo acentos, algunas calles con bellos nombres. He sido y soy un habitante más. Me descubro reconociendo atajos y el recorrido del viento. El olor a sierra cercana. El calor portuario de los veranos inclementes. Las cuestas de casi todas sus calles. Me voy y se quedan por aquí los recuerdos. Esto es lo que hay y lo que uno debe saber siempre. Porque uno está a un paso del salto mortal. Arden las carreteras. Los sueños siguen intactos y algunos detenidos, meciéndose suavemente, pero están ahí, al costado de cualquier cama, de esta, de la próxima, de la que prometa. La boina gris se mantiene a toda costa sobre Madrid. Han vuelto bufandas y gorros. Los autobuses pasan solitarios y abrumados por tanta soledad, por tanto recogimiento aburrido.
Pienso.
Como marinero en tierra, conocí y descubrí y aprendí otras  miradas. Sentí otros sabores en la palma de mi lengua. Deslicé mis yemas por los bordes exáctos de las cenizas de este mundo. Salí a buscar y encontré más lo que esperaba hallar. Me olvidé equipajes y encontré otros. Un nudo más en este interminable lazo que construímos sin darnos cuenta durante toda la vida. Esta vida. Víctimas de papel esperan el próximo lunes para firmar rendiciones futuras. Calma estacionada en una ciudad perfecta, que cabe en una canción o en una novela. Se sueltan las palabras en Madrid que lleva su música a cuestas. Aquí, entre todos los planes, hubo felicidad, días buenos, malos, terribles y feroces como esas alegrías imperdonables que a veces recibimos con sorpresa y agradecimiento.
Mi última noche de gato en la ciudad de los gatos.
Los drogados de promesas saldrán esta noche a seguir aullándole al cielo. Quedarán cartas sin responder y abrazos sin corresponder. Se me quejan los huesos en esta despedida. Llueve de nuevo sobre el negro de Madrid, que siempre se enciende a besos. Suena un acordeón escuálido en la puerta del bar a pesar de las lluvias.
Quién se espera a sí mismo. Quién borra el infinito pensando que éste tiene una sola dirección. Todo tiene dos puntas opuestas. Así uno deja un amor por otro amor. Se baila solo o acompañado. Da lo mismo. Todo gira y te devuelve la misma porción de lo dado. Lo dado.
Me quedo con Quique González y su ciudad perfecta por lo imperfecta. Esta ciudad.
Me quedo con este trabajo suyo grabado en vivo, con la solvencia de saberse descubierto en esa pena que siempre nos toma por la espalda. Me quedo con este sonido de Madrid, aunque no sea Madrid, sino cualquier ciudad, porque todas en fondo tienen esa animalidad de hacernos invisibles. Transparentes. Poetas prendidos a las yugulares de las mejores y lejanas vidas prometidas. Muertos que tiramos por la borda todo lo que perdemos y deseamos en la misma medida. Este disco es de alguna forma este tiempo que se ha esfumado. Canta Quique y uno se asombra de esa presencia y esas palabras hilvanadas en el viento. Vidas cruzadas siempre en cada mañana, persecuciones de la nada. Por eso a lo mejor elijo este cantante y este disco que es casi fundamental a la hora de entender no ya un sonido, sino los claroscuros de una ciudad que no habitamos sino que nos habita a cada hebra de estos sueños  que sin saber, somos casi todos los que somos. Disco por lo tanto querido y respetado por mí, como uno de los tantos descubrimientos que cometí y que me sirvieron a la hora de balances y otras extrañezas.
Menos mal que puedo llevarlo conmigo en el disco duro y disfrutarlo en otra ciudad y comprobar si el vaivén es el mismo. Si la sensación sigue intacta como las ilusiones y como la vida misma, pero eso ya es futuro. Hoy hablo de hoy y de ese amigo que sin serlo se convirtió en un acompañante con traje nuevo y de viaje en este viaje.
He pasado por aquí. He vuelto a descubrir secretos que creí desterrados. He vuelto a recorrer  de la mano de mis fantasmas de siempre, viejas fórmulas que me hicieron soltar lastre innecesario para seguir flotando, en viaje hacia ningún lugar definido. Un tránsito como siempre por esa aspereza que vive en nosotros, a nuestro lado.
Pienso.
Me voy yendo. Saludando a la tribuna de tigres hambrientos. Me corrijo en movimiento. Me vuelvo desplazamiento, paisaje que anda. Regreso a un puerto lejano, con uno de los mejores nombres que haya en esa parte del globo. Una ciudad anclada y de espaldas al resto del mundo. Muevo memorias y me las llevo conmigo, a cuestas, a rastras a vivir otros aires, otras tormentas y otras partes de un discurso interminable, que me hicieron a fuego lento durante todos estos años vividos y saboreados.
Ultimo día en Madrid. De lo aprendido daré cuenta y de lo olvidado que me perdonen mis muertos. Ultimo día en una primavera que no cuenta nada, pero que sirve para la despedida. Queda algo mío en estos lugares. En estas calles, en la boca de algún metro. Algo dirá mi nombre por las estrechas calles de esta ciudad. Algún camarero y alguna plaza tendrán eso que fui dejando. Es una historia en definitiva que tiene necesidad de ejercer el derecho a la memoria. A ese amor latente, a esos gestos cálidos que me cobijaron a deshoras. Amigos que quedan, nombres que se guardan en el secreto intersticio del pecho. Rumores de vida en el sortilegio de tanta vida en una ciudad, que a pesar de muchos, es mía como la otra.
Madrid, esto ha sido todo... por ahora

3 comentarios:

  1. che visuara, aca martin perez desde buenos aires, por donde andas? donde te habias metido?

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    1. Hola Martín... Después de diez años en España volviendo a Buenos Aires...Te leo seguido en Página...
      Un fuerte abrazo

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    2. Hola Martín... Después de diez años en España volviendo a Buenos Aires...Te leo seguido en Página...
      Un fuerte abrazo

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