En Zona

martes, 14 de febrero de 2012

Postales de Madrid

Día 13
El frío arrecia, es uno de esos días que el gris, invita a quedarse en casa, a ver los árboles desde la ventana, encima el número del día no brinda mauores posibilidades de esperanza. Dicen por la tele que el viento siberiano sigue campando por todo el continente. Los recortes prometidos por los banqueros siguen al pie de la letra las indicaciones de los nuevos esclavos, la gresca en Atenas es fenomenal y ya anuncian, que Grecia será despojada de todos los dones santos que les brindara Europa en su momento. También dicen que esto recién comienza y que lloverán los palos para aquellos que no quieren atender las necesarias y congeladas demandas de los poderosos.
Suena una versión extraña de fondo de "Love Sick" de Bob Dylan hecha por Mariachi El Bronx en un disco desparejo de homenaje al viejo Robert.
Algo es algo me digo, mientras la estufa resuella su carga de gas y fuego, que combate tanto gris inviernal. Bob Dylan a pesar de esto, sigue estando presente por esas cuestiones que arraigan en uno y que lo han ido  llevando de nombre en nombre. Su voz o sus homenajeadores de turno. No importa, su música nutre una buena parte de estas raíces que nos crecen desde la primera vez que nos cruzamos en este camino.
Digo.
Es lunes, Madrid resalta desierta. La ciudad en su periferia parece una ciudad abandonada. Nadie en las calles, los bares resisten con unos pocos parroquianos y aquellos atrevidos de siempre, se escurren por las grietas en medio del miedo a un terco invierno.
Los muchachos en Atenas decidieron prenderle fuego a unos cuantos bancos para entrar en calor. Los gobiernos  insisten en eso de domesticar a las personas, hacerlos individuos, convertirlos en gentes. Ya se sabe la propiedad privada es siempre la de los otros y así vamos, es que en definitiva somos lo que nos hace la palabra.
Todavía no han llegado las nieves, pero según parece llegarán. Es cuestión de tener paciencia.

Día 14
Mañana
La costumbre del libro. La pasión por la lectura que somete a quien lee a un mundo nuevo, contado por otro, visto con ojos propios lo visto por otros. Mundos que se repasan a cada palabra, la escritura en brazos de la música.
Liliana Herrero canta su último trabajo, suenan retazos de vidas lejanas ya vividas y que sin embargo invitan al ejercicio siempre novedoso del pensar. Suena su música y su voz y todo parece estar bien o por lo menos no nos es ajeno del todo, ese rumor que se hace música profunda y casi definitiva.
Hoy hace más frío que ayer incluso. Las garrafas o bombonas como por aquí las llaman no dan abasto. La bufandas siempre suelen ser pocas y uno fuma con las manos en los bolsillos esperando que cambie la luz del semáforo de turno.
Las calles de nuevo desiertas. Ni el gato que siempre estaba ahí, hoy las recorre.
Vuelvo a "Este Tiempo", último trabajo de Liliana Herrero. Cebo mi mate cimarrón y sigo escuchando su voz, poderosa como las profundidades de una tierra entrañablemente nuestra, mía y siempre cercana. Aquella que nos acompaña por donde vayamos, la que nos sigue con nombres propios y contraseñas también propias.
Esa tierra a la que siempre se vuelve de una u otra forma. A través de gestos, mencionada o apalabrada, esa tierra chiquita, la de uno, que seguramente será, es, muy diferente a la del otro, que también la lleva consigo. Ese paisito que produce un infrecuente vértigo horizontal entre otras cuestiones.
Pero sus canciones, las que canta esta mujer son como los movimientos del río, el agua que lleva y y trae ese constante murmullo de vida que nos construye a cada movimiento de esa agua que nunca repite el mismo gesto. Ahí, al alcance de la mano está "Esa fulanita" primer paso dado por esta entrerriana entrañable, trabajo en cuestión que sirvió para reconocer ese talento nuevo, que le dió nuevos aires a nuestra música popular en el momento justo y necesario.
Ahora es "Este Tiempo" y la magia sigue prendida en su voz, en ese prometedor sentimiento que nos lleva a bordo de su voz, de la canción elegida por ella y por nosotros para marcar ese reencuentro que sueña y que suena en una música premeditada y construída desde ese costado tan poco frecuentado por los grandes medios de comunicación, pero reconocido por aquellos que siguen descubriendo nuevas sendas en el camino que nos une a algo mucho más interesante e inquietante, que es la creación pura y el talento que no cesa y que siempre es para agradecer.
Tardecita
Entre las cosas que uno, yo descubro de tarde en tarde, vuelve a hacer su acto de presencia un escritor ya frecuentado. John Irving y su particular forma de meternos dentro de una historia, que termina siendo parte de nuestra vida. De la mía, para no generalizar.
Pero la coincidencia no termina aquí.
Una de estas noches, un amigo me habla de su autor favorito. Es el mismo Irving. Las anecdotas se suceden en torno de una mesa, de una buena mesa. Me cuenta las suyas y yo, lo distraigo con las mías. Así convergemos en una pasión, secreta y solitaria, que como todas las grandes pasiones se desarrollan a solas.
Vuelvo a mi libro, al libro que me tiene cobijado en este inviernillo de los mil demonios.
"Hasta que te Encuentre" se llama la novela. Son casi mil páginas para seguirle la pista a un actor llamado Jack Burns, la de su madre una mujer que hace tatuajes y un padre ausente y músico una historia que devuelve el gusto por las buenas historias.
A lo mejor ese amigo y yo, somos una especie de  fans de este escritor que, sin hacerle falta, tuviese que ir dando po a su manera el mundo para demostrar algo que no hay que demostrar.
Burns un hombre que busca sus respuestas a pesar de el mismo, de su propio recorrido y del mundo de los adultos, hasta que él entra el mundo de esos mismos adultos, que antes el trataba de entender. Una historia de amor, de ese amor que nos sigue siempre como un perro hambriento y flaco. Porque de eso se trata siempre. De un hombre que busca algo de eso que solemos inventar para estar menos solos en algunos momentos.
Una novela y un escritor que me lleva de regreso a ese placer de descubrir emociones y ganas de contar historias, que a veces suelen ser muy parecidas a las que vamos viviendo,que somos nosotros a pesar de los nombres y de los tatuajes que portamos. En una de esas, nuestras historias de amor y de desamor son solamente pequeñas muescas en una piedra. Meros ejemplos de nosotros mismos que nos habitamos sin reparar siquiera en ese cuerpo que nos porta y que portamos.
En definitiva un libro que divierte, que emociona y que asombra, cosas que me suelen pasar con este novelista que insiste en eso de seguir creando pequeñas historias de nosotros mismos.
Un buen libro, buena música. Un nombre y el otro juntos. Una sensación de este febrero ya lejano, mientras los pocos audaces se atreven a sujetar sus gorros y bufandas en el invierno que nos recorre con esa urgencia que siempre tienen los fríos.
Tengo mis cigarrillos y mi novela mientras el día huye. Algo que viendo los tiempos que corren no es poco y es siempre de agradecer.

1 comentario:

  1. Compañero! Ahora sé a qué te dedicas cuando no arreglas el mundo a cafetazos desde la Plaza de Bilbao.
    Vaya lección.
    Estupendo.

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