En Zona

lunes, 27 de febrero de 2012

La memoria del color

Detenerse un segundo, pausar la mirada en un trazo y descubrir la vida desde un pincel, desde una idea y dejar que ese otro decida, así siempre. Como siempre ha sido desde el primer trazo hecho a la luz del fuego en una pared, en una caverna, cuando alguien quiso dejar una huella, un rastro.
Me ocurre cada vez que me cruzo con Marc Chagall, cada vez que nuestros caminos coinciden en determinados momentos. El sigue deslumbrándome a pesar de ser viejos conocidos. Detenerse entonces en un museo, frente a una ventana de poesía plasmada en colores, detenida, estática y a la vez plena de movimiento, de vida, de locura y de potente imaginación al servicio de una idea. Así descubro una vez más la claridad de este artista que dejo que me invada, poco a poco. Son algunas cosas que uno lleva siempre consigo, esperando la próxima mirada, la siguiente vez que esto ocurra.
Cubista y fauvista, Marc Chagall arrastra la historia del siglo pasado en su mochila. Ruso, francés por adopción consiguió dejar constancia de un momento de la pintura, de su pintura, personal y alucinada. Emigrado, perseguido, completa una historia que definió a un siglo pautado de tragedias, sinsabores y alegrías rabiosas. Luchó con sus colores para dejarnos a nosotros, esas huellas indelebles que consignó sobre telas y papeles.
Digo.
A lo mejor desde el amor, pensó ese rescate ideológico de su niñez en una Bielorrusia lejana, fría, azul de húmedad. Esas transparencias y estas tonalidades orientales se entremezclan en las fronteras de sus lienzos, en los límites justos de lo plano, para edificar esa especie de justificación que es el arte. La libertad y lo absoluto también otorgan sus colores, sus formas en y dentro de esa fantasía de colores, que el pintor detiene, este pintor, que rompe con la tradición a sabiendas de saber, que sigue adelantando en un camino sinuoso. Y que nos lleva, dejando nosotros que lo haga a cada paso.
La pintura es poesía, asi lo ha sido para mí. Así lo sigue siendo cada vez que descubro un perfil diferente en un cuadro ya visto, en un recuerdo dibujado y mantenido en ese recuerdo lejano, que a veces me asalta cuando redescubro a este hombre.
El sol muerde el balcón, parece un día cualquiera y sin embargo es invierno. De fondo, siguiendo mis pasos como un gato lento, se despereza la voz de Sarah Vaughan acompañada por el eterno Clifford Brown. Una música secreta cabalgando sobre la voz de esta cantante en su primer trabajo, a mediados de los cincuenta, a su lado, tal vez uno de los más resplandecientes trompetistas y potentes que haya habido en la historia de esta música. El misterio de este trabajo, es como debió tocar Clifford Brown para no opacar este debut.  Porque en este disco se juegan y se descubren muchas cuestiones. Por ejemplo que Vaughan canta como si fuese una veterana de mil batallitas de humo, bourbon y noches eternas y el trompetista, juega con suavidad detrás de esa voz que llena todos los rincones, que juega sobre la línea del sol de este invierno extraño, demasiado extraño, útil en todo caso para ejercer el placer de dejarse llevar, por lo tumultuoso de unos tipos que tocan de fondo, con todo el sentimiento posible y la voz de esta mujer que llega como un vientito suave. Vale la pena retener "April in Paris", versión casi imposible de superar por nadie de los que vino después, por lo menos en esta variante de viejo bar a la espera de los viejos parroquianos.
Vuelvo.
Es evidente que la pintura, que el momento de la creación es la posibilidad de describir la tremenda fuerza que tienen los colores de Chagall, la familiaridad de contar y detener momentos. La emoción en todo caso, en estos días se dsifrazó con sus colores en la expsoción que se lleva a cabo en Madrid y que se cruzó en mi camino. Con la fortuna que tienen siempre los encuentros fortuitos, que descolocan, dislocan la lógica de toda casualidad. Así como el amor, coincidimos los dos en una muestra. Fue volver a detener el tiempo, seguir el trazo, desentrañar tanta historia oculta que portaba el artista y que mimetizó con sus colores hasta llevarnos a esta especie de festejo que siguen siendo sus obras, su amor y por sobretodas las cuestiones: su humor.
Digo.
Es tiempos de maletas, de selección, de abrazos. De despedidas, de recuerdos. Es un tiempo marcado por la insolencia de los poderosos, por la tristeza de tener que volver a comenzar sabiendo, que siempre se vuelve, que siempre como sísifo se está subiendo una piedra cuesta arriba. Es tiempo de mover cosas de su lugar, de dejar entrar el aire por los intersticios que dejan las cosas viejas, acumuladas y alejar la muerte que siempre anida entre las cosas viejas, impidiendo que sigamos adelante. Son momentos de romper papeles viejos, amarillentos, de desechar viejos y ya diminutos lápices que se quedaron entre las medias y los calzoncillos. De descolgar cuadros y comenzar a vaciarse. Los viajes siempre son largos, aunque demos vueltas por el salón, son viajes interminables.
Me quedo con esta posibilidad de Chagall. Con sus inaúditas insinuaciones y sus cielos cargados de rastros, con sus colores que me regalan un poco de luz entre tanta niebla liberal. Algún día pagarán sus culpas los traidores, pero es ya es otro tema.
Sigo pensando en el rasgo de un pensamiento, en la elaboración necesaria para justificar siempre un audaz momento de lúcidez que nos advierte siempre que la cuestión es siempre entre uno y la negritud y el silencio pleno al que nos somenten siempre y por diversos motivos esta vida.
Ahí se queda entonces el misterio de la creación para que desgranemos adjetivos casi despreocupadamente. Ahí y solamente en ese sitio se instala una de las tantas versiones. Marc Chagall, ruso, francés, judío hizo antes el camino y nos pintó desde su mandato las huellas que desde el comienzo venimos siguiendo como baqueanos desmemoriados, despistados por tantas cosas que llevamos con nosotros.  Elijo esta marca de este pintor que abruma y desmonta muchas de las preguntas sin respuestas que a veces logran sitiarme. Ahí están sus cuadros, su colección de memorias, los personajes y sus casas de la infancia en ese pueblo lejano y frío plasmados en lienzos o cartones, las fábulas de La Fontaine dibujadas en blanco y negro con algunas pinceladas de color. Esa mujer con sombrero a la que le cantaba un cubano  muchos y definitivos años atrás y el determinante encanto de un talento que demuestra una vez más la pareja
importancia de llevar siempre hasta extremos en apariencia no muy claros, ese el límite creador que es siempre un gran invento de los hombres, como el amor y sus consecuencias.
A pesar de las lejanías y de los misterios uno, yo, aprende y se deja seducir por esa memoria que encierra colores y sonidos, texturas y movimientos, como la parte más importante de ese equipaje silencioso que portamos cruzando la vida y todas sus miserias.


2 comentarios:

  1. Compañero:Una pequeña leyenda sobre Chagall. Hay quien afirma que colaboró con Blok en hacer las ilustraciones para la publicación de su poema "Los Doce". Quien tenga esas ilustraciones que lo diga. Si acaso no las tienes tú.

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    1. Sería interesante leer sobre eso viejo amigo y descubrir un poco este misterio ruso que tanto me gusta de siempre... Un abrazo

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