En Zona

martes, 15 de mayo de 2012

El rincón del viento

Con la noticia de la muerte del escritor Carlos Fuentes ocurrida hoy en su México entrañable, me ocurrió que me había olvidado por completo de él. Lo había borrado o mejor dicho lo presentía vivo, permanente. No se me ocurrió la idea de su muerte, porque Fuentes estaba siempre. Días atrás había pasado por Buenos Aires a la Feria del Libro.
Había dejado de leerlo. Lo había abandonado desde finales de los años noventa del siglo pasado. No estaba enojado con él ni siquiera me había aburrido su literatura. Nos habíamos dejado.
Hace unos años leí "Adán en Edén" y me pareció liviana, bien escrito, casi previsible, pero no llegó a interesarme. Había en este libro excelencia, manejo y destreza. Como en toda su obra, como siempre.
Pero no era el mismo Carlos Fuentes.
Es decir, hoy que conozco la noticia de su muerte, comprendo que demasiadas veces uno es un idiota orgulloso, pretencioso y engrupido. Insolente, soberbio y un rosario más de razones, que muchas veces nos somenten en nuestros juicios, ligeros, ociosos y a mano armada.
Fuentes fue tal vez uno de los más notables y talentosos escritores de esta tierra que habla español. El primer libro que leí fue "La región más transparente" especie de inventario disparatado de la sociedad de su país, renovador de las letras de su país y para muchos el paso inicial de una colosal aventura latinoamericana, me deslumbró de forma rotunda. A partir de allí, desde ese lugar, su literatura tuvo un peso para mí fundamental. Lo reencontré años más tarde en "La muerte de Artemio Cruz", la vida de ese viejo y traidor revolucionario, un amante sin amor, un padre sin familia, viviendo sus últimos momentos y la conmoción inicial, dió paso a un arrebato por mi parte. Eran otros tiempos. Las ediciones tardaban en llegar y se mezclaban escritores surgidos de un continente convulso. Si bien para algunos la teoría del llamado "Boom" era una tontería sin más, yo la viví con una expectación que crecía por momentos.
Escritores cubanos, colombianos, peruanos, chilenos, argentinos, uruguayos comenzaron a poner el registro de esta tierra en otras tierras. Algo que sirvió para tratar de entender un poco más, de hacernos acaso un poco mejores, un poco más tenaces a la hora de entender los límites justos de estas vidas en esta tierra casi delirante.
Digo.
Después le perdí la pista por razones de fuerza mayor. Supe de él, por algunas pocas reseñas en los diarios o revistas que circulaban por aquellos de sombras. A mediados de los años '80, alguien me regaló "Gringo Viejo". Una ficción sobre otro notable y asombroso escritor. Ambrose Bierce, periodista, misántropo y audaz, que decidió poner fin a sus días, perdiéndose en el Méxco de la revolución. Nunca más se supo de él. Fuentes desde la ficción nos devuelve a la imagen de este gringo. Por esos años un director de cine argentino asesinó esta novela creyendo y haciendónos creer que era una obra maestra.
Ahí, en ese reencuentro nacieron, para mí, los mejores momentos de su literatura para conmigo. Vinieron después una seguidilla de libros de este autor, que me convirtieron en una especie de adicto. "El naranjo o los círculos del tiempo"; la sublime "Diana o la cazadora solitaria" hasta desembocar en una de las mejores novelas de este conitnente que sin lugar a dudas, hizo de Carlos Fuentes una especie de cumbre de la literatura en español.
Pienso.
Laura Díaz es de alguna forma, el tipo de mujer, de protagonista que persiste más allá del paso del tiempo. Ella es la imagen de mujer, que Fuentes genera a través de una historia con diferentes voces. Un coro rastreando la historia contada por dos viejitas. Es que los escritores desconocidos, suelen ser siempre los abuelos. Los primeros en llevar la narración a cuestas. Los que ejercen y son depositarios de la invisible línea de historias, que sus nietos habrán de conitnuar. "Los años con Laura Díaz" es el gran cierre de algo iniciado, tal vez, por García Márquez y sus "Cien años de soledad".
Pero vuelvo a Laura Díaz. Su historia es la historia del amor. Del arrebato de vivir, de la locura saboreada a fuerza de pasión. Es la heronía de este contienente, en ella, están todas las mujeres o tal vez, una sola. Ella lo sabe, por eso recorre estos momentos. Planea dando sombras sobre la memoria de Carlos Fuentes.
Ahí me quedo. En esta novela, tersa y contundente. La parte mujer de la historia de un país edificado sobre el macho y a partir de ese macho. Laura una mujer que desde ese mismo valor, van confundiéndose con una historia cruzada de cicatrices. Carlos Fuentes, así, de improviso descargó un personaje, que es insoslayable. A veces, mientras leía este libro allá por los finales de siglo, presentía que esta mujer estaba al lado mío. Que se cruzaba conmigo por las calles. Que fumaba a mi costado o bebía en la mesa de al lado de algún bar fronterizo. Que su respiración cruzaba toda la historia y detenía el tiempo de manera rotunda. Que ella caminaba y las ruinas aztecas cobraban vida o que Buenos Aires era invandida por bandadas de golondrinas interminables cada vez que reía. Los años, me parece que lo han convertido en uno de los pocos libros obligatorios que deberían existir en colegios, conventos, almacenes, prostíbulos, farmacias, mercados. Es el mejor libro para que lo lean los enemigos de siempre y aprendan, que el talento siempre viene de un solo lado. Para los que engañan o van a ser engañados por sus respectivos amores. De lectura obligatorio para los castos y las vírgenes. Libro que alguien me regaló y que nunca terminé de agradecer del todo y con todas las palabras.
Carlos Fuentes, para ello, elige a una mujer, hija de inmigrantes para que decodifique la historia, para que sea la fundadora de una dinastía que a lo largo de casi quinientas páginas nos permite, a nosotros, a mí asomarme a un mundo secreto de una mujer, de su historia y de sus amores y fracasos.
Pienso.
No me gustan. Nunca me gustaron las necrológicas. Un género elaborado por el periodismo. Un artículo que se escribe muchos antes de que ocurra la muerte y se guarda en un cajón. Cuando el finado se anuncia, la sacan de ese cajón y la pulen para publicarla a tiempo. El necrólogo o necrologista o el periodista en cuestión, cuando le toque, sabe que no tendrá en el mejor de los casos su propia negrológica a no ser que sea muy bueno en lo suyo, motivo por el cual, si tendrá la suya propia.
Sigo.
No me gusta entonces construir sobre el final. Prefiero quedarme con las palabras, los gestos de alguien que contribuyó a crear un mundo mejor. Desde la creación, acercándonos historias, mejorándonos la vida y dejándonos algo de el en este camino.
Me quedo con Laura Díaz. Aunque ella sea una ficción, un sueño o una tormenta. Me quedo con ella, con lo que siempre representó para mí. Ahora que estamos más viejos, más sabios y más curtidos, los dos, sabemos que su historia es casi inmortal. Por eso sería conveniente, que muchos se atrevan y recorran con su respiración y con su cuerpo, esta bella y notable novela de un escritor que acaba de morir y que fue uno de los grandes renovadores de la literatura de este contienente maravilloso y vivo.

1 comentario:

  1. Yo también me quedo con la sensación de no haber prestado la merecida atención a este gran escritor. Desde la "Muerte de Artemio Cruz", no lo volví a leer, a pesar de la profunda impresión que me causó.
    Habrá que ponerse a trabajar y recuperar, regalarle, el tiempo perdido.
    Un abrazo!

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