En Zona

martes, 15 de mayo de 2012

La noche cargada de silencios

Lunes. Es de noche y como casi siempre sule ocurrir, una noticia me descubre un nombre que había olvidado hace tiempo y que sin embargo, durante muchos, pero muchos años de mi vida me siguió por esa misma vida con sus palabras, con su actitud y con ese desenfreno por vivir que lo hizo imborrable para mí. A veces la vida es una especie de disparate rebelde.
Mario Trejo, además de uno de los mejores poetas que dió este país, fue un tipo que invitó siempre a a la vida.
He perdido, abandonado todos sus libros en las múltiples diásporas emprendidas por mi a lo largo de muchas décadas. Libros manoseados, ajados, gastados que me impulsaban a escribir, a leer. Mi biblioteca de poetas nacionales la conformaban Juan Gelman, Joaquín Gianuzzi, César Fernández Moreno Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Robertzo Juarroz, Juan L. Ortíz y él. A algunos los fuí abandonando por el camino, vinieron otros en su reemplazo, pero algunos sobrevivieron incluso a los fuegos. Como un mar la palabra de Mario se me pegó al costado del amor, a la noche de los abrazos y los vinos templados, que nos, que me templaron y conmovieron mi sangre en oleadas que crecieron. Así de a poco, la vida me trajo otras urgencias y otras despedidas.
Había nacido un 13 de enero de de 1926 y se murió un domingo 13 de este mes. Un domingo 13 para certificar esa broma malsana que desde su punto de vista, hubiese sido una buena broma, un clásico en su manera de decir con esa forma suya que tenía para despreciar la casualidad y esa fama que siempre se suele pegar a esta forma de elogio a mansalva que es tan habitual.


LABIOS LIBRES


Al cabo de las tierras y los días
de horarios y partidas y llegadas
y aeropuertos comidos por la niebla
enfermo de países y kilómetros
y rápidos hoteles compartidos

Luego de esperas
prisas
y rostros y paisajes diferentes
y seres encandilados por el olvido
o abiertamente besados por la vida

Después de aquella amada
y esa otra apenas entrevista
mujeres cogidas por mi soledad
y ahogadas por las bellas catástrofes

Luego de la violencia y el deseo
de comenzarlo todo nuevamente
y los errores
y los malentendidos cotidianos
y los hábitos torrenciales del trópico
y noches acariciadas por el alcohol
y tabaco fumado con tanta incertidumbre

Al cabo de un nombre que no me atrevo a decir
y de alguien que yo llamaba Irene
de cierta voz
cierta manera de clavar los ojos
al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres
y en el corazón de ciudades y pueblos
que nunca sabrán de mí

Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme
y comprender que estoy solo
pero no estoy solo
al cabo de amores corroídos
y límites violados
y de la certidumbre de que toda la vida
no es más que los escombros
de otra que debió haber sido

Al cabo del hachazo irreparable del tiempo
sólo puedo blandir estas palabras
esta obstinación de años y distancias
que se llama poesía

A veces solía encontrarme con él, en un bar en una avenida llamada Las Heras y que queda en el corazón de ese poder rancio y sin clase que siempre tienen las clases pudientes de cualquier sitio. Porque se sabe, que la oligarquía es además la dueña del mal gusto y la idiotez. Allí en ese bar, al filo de la madrugada, cuando el echaba de su mesa, amantes, poetas sufrientes, adolescentes de luto en los párpados y el cuerpo, periodistas díscolos y borrachines a perpetuidad, recibía al resto de sonánbulos. El cielo comenzaba a empalidecer y él recitaba sus poemas o geográficamente buscaba las simetrías de otros poetas.
Irreverente. Enojado. Mordaz esperaba con sus pocos testigos el nuevo día para irse a dormir. Todavía y por aquellos años no se había desatado la tormenta. Solamente se vislumbraban urgencias. La vida todavía parecía eterna, contenida en la mesa de ese bar, bajo las luces pálidas, sobre la madera serena de las mesas. En los ceniceros rebosantes, en la caspa de las cenizas, en la maraña de humos.
Ahí estaba él. Estaban sus poemas y estaba esa actitud rebelde que lo habitaba. Sujetaba con su palabra y desbocaba con su furia.
Trejo es uno de los pocos poetas, que vivió bajo esa idea elaborada por los críticos de siempre. Vivía como poeta. Era un poeta. Todo en él, se sumaba a esa idea cinematográfica que teníamos, que tenía, de los poetas. Infantil y arrogante, creí que así se era poeta.
La ilusión de leerlo. De ser testigos de una pequeña porción de su vida. Aunque no recordase nuestros nombres, nuestras palabras. Fuímos, fuí, público sentado en torno a una mesa, en un cafetín decadente, de una esquina porteña.
Siempre tengo el presentimiento. Mejor dicho, la sensación, que aquellos años eran en blanco y negro.
Pienso.
Cuando los años nos fueron tapando como mantas, fuí dejando de lado algunas cosas por otras cuestiones. Sin embargo y como a casi todos nos suele ocurrir, fuí modificando gustos, ideas, apreciaciones. Lo que se dice, madurez. Cosas leídas y amadas en aquellas épocas, hoy me suenan fragiles, inexpresivas. Ideas perseguidas en aquellos años, hoy me parecen infantiles, ilusas. Sin embargo en ese lodo que descansa en el fondo, algunas cosas siguen intactas. Fuertes y casi eternas. 
Creer en un mundo mejor. En la belleza exácta de ese segundo, el la fulgurante secuencia de la explosión de cuando el amor explota dentro de ese amor. En algunos sueños. En la música que creció conmigo. El gesto definitivo. En la vida misma.
Con Mario Trejo me ocurre que vuelvo a él, en este instante en donde su muerte. Ese vacío llano, me lo acerca. Vuelvo a leer y a sentir su ritmo. A presentir la respiración de un poeta con el que presencié, durante un solo segundo, las sombras de un torrente que nos, que me sacudía. Que, hoy años más tarde vuelve a emocionarme, con otras urgencias, en otras vastedades.

LOS CAMPEONES DE LA NOCHE


Ninguna ley tengo para ofrecer
ninguna profecía
salvo la muerte y las revoluciones victoriosas

Dejemos entonces al guerrero en paz
y a los hermanos rotos en medio del camino
Pasemos al sacrificio
La ceremonia está servida:
abrazos celebrados detrás de la ciudad
besos en andenes movedizos
mudas consignas en salas de espera
y a veces ni un guiño
nada para despistar
nada para sobreentender
sólo los ojos lacios como en mesa de póker

Ya no podremos ser los elegidos por el sol
los cachorros feroces que asombrarían al mundo
Apenas sí hemos nacido sin querer
viejos desconocidos a quienes llamo mis amigos
perdidos en el trasbordo y sin saber qué tren tomar!

Pero mis compatriotas juegan a dormir y a olvidarse de todo
borrachos que invocan a Dios como a una deuda de juego
soldados que hacen patria en los umbrales
pálidos maricas dispuestos a fingir hasta el alba
parejas para las que ha terminado sin gloria
esta noche en la que tanto creyeron
y también el húmedo insomne
que mueve sus ojos desde el hospital
acechando el ruido de los libres
aullando por la droga que le traerá el olvido
el negro paraíso que es dormir una noche

Y aquí
en el centro de la ciudad
las tiernas actrices leen su nombre en el diario
y los tenebrosos también quieren saber qué pasa en el mundo
mientras los coches llevan solitarias parejas
y todos tanteamos una cama y un nuevo sueño
y la mañana viene trayendo la luz y la paz
pero no para todos
apenas para nosotros
los ganadores
los verdaderos campeones de la noche 

Digo.
Lograr entonces que la palabra viva a cualquier precio. Descubrir la ingrata necedad de saberse a salvo, insepultos como estamos y como estaremos siempre. Percibir el malvado desgarro que es el olvidar lo que se fue, para tratar de ser otro. Callarnos cuando debemos hablar. Olvidar cuando solo debemos recordar. Escribir para nadie, pero escribir para dejar constancia. Ser candidatos enternos a cuanta crucifixión se decrete. No mantener el amor camaleónico pensando en el mañana o en el mausoleo. Ofrecer nuestro cuerpo cuando no queda nada por ofrecer. Ser único con muchos otros a la vez. Pelearle a la resignación. Ir a bares extraños. A veces no dejar de creer y seguir en el intento. Tener memoria. Que los que se rindan lleven su carga como puedan ya que la rendición es siempre una decisión y un paso inapelable a la traición.
La ciudad está casi el silencio miestras escribo. Pongo el último de este cantante, que siempre con el sonido de su voz, se acerca lo suficiente a esa decisión de superar con el cantor tanta derrota y tanto egoísmo. León Gieco y "El Desembarco" es nuevo paso en este encuentro también eterno, que tenemos nosotros con él. Un disco brillante, duro y preciso. Siempre me pasa con Gieco, que todo me suena a siempre. Sin embargo, lo escucho y vuelvo a descubrirlo y vuelve a seducirme. Vuelve a seducirme esa facilidad que siempre tuvo, para llevarme a ese país de la libertad. Esa ficción que suena acompañados por su guitarra y su armónica y en su voz cascada. Un trabajo preciso, en donde la rabia y la poesía, apuntan a un recorrido que desde siempre le dibujó el contorno a este hombre sencillo y audaz. Tal vez este disco lo aceque un poco más al rock que a las canciones de siempre. Sin embargo escuchar "Ella" dedicado a su madre con el que abre el disco, de una sensación equivocada. Porque luego comienzan a bajar sus broncas y sus puntos de vista. Como ya no existe más la canción de protesta o del rótulo que quieran ponerle los enemigos de siempre, León Gieco sigue siendo uno de los pocos referentes de la música popular argentina que sigue apostando por ese crecimiento que es la vida misma. Disco impecablemente grabado. Rotundo y desvastador a fuerza de música y letra. Disco que vale la pena y más esta noche en donde, ya anda faltando uno de los nuestros.
Pienso.
Es de noche. Tal vez el mejor momento. Me quedo con la sensación del alejamiento de un poeta imborrable, provocativo y molesto. Cumplió con su papel y vivió como escribió. Fue conocido y leído por pocos. Nunca fue ni quiso ser referente de nada. Vivió la poesía como debe vivirse. No fue una celebridad ni tuvo cátedras en facultad alguna. Seguramente nunca tendrá una calle con su nombre ni habrá una estatua suya en ninguna plaza o parque. No fue portada de revistas ni apareció en la televisión. Un puñado de amigos, compañeros, lo recuerdan en estos días.
Este corazón sediento que me galopa en el mejor costado de los dos, me lleva a releerlo y encontrarme con Mario Trejo al filo de un lunes hambriento. A celebrarlo y dejar que la sonrisa me surque la cara, por esa secreta felicidad y ese profundo placer de recorrer sus poemas, aunque hoy no tenga ningún libro suyo conmigo. Aunque haya pasado mucho tiempo sin pensar en él, sin saber de él.
Una cosa es cierta, entre tanto silencio a veces es bueno rescatar los sonidos y dejarlos que exploten y dejarnos llevar por esa idea vieja, antigua que es la poesía y que a veces, son algunos poetas que encarnan ese prototipo de carne y hueso, que en algún momento, fue una especie de ideal, de ejemplo a seguir. Por eso entre tanta basura, tanto mal gusto, tanta histeria ensayada, es bueno reencontrarse con un hombre que hizo de la poesía su vida y que hizo de su mundo, un mundo mejor para algunos de nosotros.

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