En Zona

jueves, 31 de mayo de 2012

Los años del fuego

Por aquellos tiempos, la vida era casi en blanco y negro. El país estaba ocupado militarmente por el ejército argentino. El nombre estaba proscripto y la avalancha era ineludible. Eran años de fuegos, años de comprender que la resistencia se hacía en las calles y que se luchaba por algo más. La dignidad no se entregaba.
Pasaron cuarenta y tres años de aquel levantamiento popular y combativo. Córdoba fue el escenario y desde allí y en medio de las pólvoras y las broncas, surgió una nueva conciencia. Conciencia popular y de lucha.
Se sabía de antemano que la fuerzas de oposición, las letales fuerzas que sometieron a este país desde tiempos inmemoriales no iban a renunciar a nada. Nunca lo había hecho y por supuesto nunca lo harían sin incendiar todo lo que sirviese para la combustión.
Dirigentes sindicales, como Atilio López, René Salamanca, Agustín Tosco y Raimundo Ongaro entre otros, militantes de base, delegados y estudiantes todos confluyeron en la rotunda negativa de seguir soportando la injusticia. El 29 de mayo de 1969, comenzó a cocinarse otra historia. La historia de los de abajo, de ese subsuelo sublevado de la patria que quería demostrar que existía otro camino por andar.
Años de luchas, de traiciones. Años de hierro en donde todo estaba proscipto. Todo perseguido y sospechado. Donde militares y curas, empresarios y torturadores se dedicaron a saquear esa memoria popular y colectiva. A entregar el país o mejor dicho a seguir  entregándolo a mansalva a los poderes orgánicos que dirigían el mundo. Para estos guerreros de sacristía nosotros, como país, éramos occidentales y cristianos. Éramos el último bastión del orden de los cementerios.
Eran años en blanco y negro.
En algún momento de esos tiempos, comenzó la organización. Se sabía que el enemigo nunca entregaría alegremente su poder. Había que conquistarlo. Había que luchar para que la política volviese a ser patrimonio de todos y no de unos pocos alcahuetes elegidos entre ellos.
Hoy, casi medio siglo después podemos definir los trazos gruesos de esta historia. Algunos podrán verificar la derrota del movimiento obrero, otros la tragedia del campo popular. Habrá quienes arremetan contra esas hordas salvajes que se adueñaron de una de las ciudades más importantes del país durante varios días. Otros recordarán a esos dirigente sindicales, que a la cabeza de sus sindicatos salieron a enfrentar a la policía y al ejército de ocupación. Piedras contra balas. Muchos, tal vez los más a lo mejor ya han olvidado esos días de gloria, en donde se derrotó una de las ideas más férreas de los dueños de este país.
Esa idea, que decía que los habitantes de este país insensato, eran mansos como ovejas. Ese país, del cual intentaban borrar todo el pasado, para que nadie se les opusiese.
Ya olía a chamusquina.
Los estudiantes, el elemento más dinámico de la sociedad, se había rebelado contra el mandato familiar. Poco tiempo antes habían, en Bolivia asesinado a Ernesto Guevara. Poco tiempo antes las fuerzas de la moral y el orden, habían ingresado a los claustros universitarios y a golpes la habían puesto en "orden".
Años antes, durante la década anterior habían bombardeado una plaza, después habían fusilado y torturado a decenas de activistas poíticos.
Eso, esa parte de la historia, no querían perder los dueños de vidas y haciendas de este país.
Mandaron a la policía al centro de la ciudad para reconquistarla, para volver al orden. No sabían.
Enfrente trabajadores, estudiantes y vecinos, se hicieron fuertes y pelearon por una idea. Esa idea de no tener miedo. De enfrentarse decididamente a los opresores. De hacer pie para resistir ante tanta impunidad, tanto decreto y tanto dictador entrenado en los Estados Unidos.
Las fuerzas del orden al quedarse sin municiones, pidió ayuda a los soldados decididos siempre en enfrentarse a personas desarmadas, no dudaron y allí fueron paracaidistas avezados a reprimir, a completar la lista de asesinados que ya tenía en su haber policías y sus secuaces.
Digo.
Recuerdo la emoción. Recuerdo la bronca y las ganas de torcerle la mano a tanto salvajismo bendecido por curias y sus beatas. Recuerdo el paso inicial de la organización de la resistencia. Sabía, sabíamos que después de estos combates por la libertad nada sería igual. El poder, ellos y el resto, sabíamos que se conquista, no se pide ni se entrega.
El plan económico, apuntaba directamente a la clase trabajadora. El viraje a una etapa de cierre de industrias era la promesa, que militares y civiles le había hecho al Fondo Monetario. La precarización de trabajos, de planes de salud o de educación, eran los principales diques a derribar.
También la politización d ela clase trabajadora, era algo que debía erradicarse y máxime, cuando el tirano depuesto, seguía vivo y dando órdenes desde la lejana Madrid.
Vuelvo.
Fueron días de mutaciones profundas. Nada, después de este levantamiento popular volvió a ser lo mismo. Esa misma última noche, la política tomó otro camino. Todos de alguna forma supimos que los vientos habrían de traer años de fuegos.Pero también sentimos en nuestro propio cuerpo, el loco sabor de la rebelión, en donde todos pretendíamos un mundo mejor, un país más justo y la certeza de comenzar a cambiar algo.
El Cordobazo fue una de las gestas colectivas más significativas de esta parte del continente. Fue la rebelión de un pueblo que quería cambiar la historia. Fue la respuesta en las calles al saqueo y la cobardía, pero fue una decisión política, arraigada y profunda de oponerse a la política de los dictadores, sus lacayos y sus secuaces.
Fue un ejemplo de lucha y de toma de conciencia, como nunca se ha visto. Una historia que siempre merecerá ser contada a los hijos de nuestros hijos, para que sepan que en algún momento, los hombres siempre suelen ponerse de pie y comenzar a andar.


1 comentario:

  1. Bravo por lo hecho, lo conseguido, y por contarlo también.
    Se avecinan tiempos similares, y ellos, cada día mejor armados.
    Habrá que aprender de los ejemplos.
    Un abrazo compañero!

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