En Zona

miércoles, 18 de julio de 2012

Solo se trata de música

                                                                                                           Para Moscú que no cree en lágrimas

Mientras sigo con mi arqueología de entrecasa, mientras busco huellas de una civilización que me seduce a cada paso dado por esta ciudadela lejana, voy sumando palabras, miradas y gestos acaso, imprevisibles para mí. Así, que dejando de lado las muescas que este tiempo le va haciendo a mi cuerpo y al cuerpo de otros, rastreo.
Encuentro una casa, esa la de fotito al costado, que me detiene en una cierta ternura. En una cierta envidia al descubrir un sitio así en esta inaudita ciudad. Descubrimiento que ahonda la certeza de estar en medio de una especie de ciudad de delirantes, que un buen día decidieron darle color a su entorno. Dibujar rastros imprevistos en una ciudad que no hace mucho era orgullosa de su ciudad, tanto que esta reinita del plata, era conceptualizada con las ciudad más pujante del sur. De algo brumoso que estaba bien en el sur.
Vuelvo y reencuentro. Me asombra tanto que mientras viajo por ella, voy atento a muros y trazos. Si algo me golpea, me bajo de donde sea y vuelvo sobre el camino para comprobar esta lucidez hecha misterio en una pared cualquier. Se, que habrá estudiosos del tema en universidades y academias. Se, por algunos, que esta elaboración cultural ya tiene, ideólogos, militantes, aprendices y mesas redondas en donde se debaten este tipo de cuestiones.
No me importa demasiado. La disfruto y me ayuda a tratar de comprender o por lo menos, me permite aferrarme a la historia. La mía, que de alguna forma está compaginada ya sobre paisajes diferentes, distintos que me ayudaron a crecer, que me siguen ayudando a crecer en medio de estos incendios que por momentos pareciera que nos obligan a vivir los poderosos de esta tierra.
Pero.
Hoy quiero hablar de música. Anclarme un poco en esta pasión loca que me consume desde siempre. Desde el día que descubrí que tenía un padre que detestaba la música y una madre, que emperrada cantaba tangos y boleros,con una voz profunda.
Desde ahí se decir que fui aprendiendo. Pasando de una música a otra. Elaborando pequeñas redes, a solas, para crecer. Empecinado fui, sumando, como con los libros también. Fui buscando sendas, atajos y caminos para mí.
La música como el amor, es esquivo. Hay que descubrirlos y convencerlos de permanecer a nuestro costado siempre.
Comienzo este recorrido entonces. Anouar Brahem, músico tunecino, importado a Alemania y cobijado por el sello ECM, construye sus mundos desde la confluencia de diferentes miradas. Su música es la sensata búsqueda de nuevas y a la vez antiguas metas. Hay que dejarse llevar por estos sonidos que a mí, particularmente me conmueven. Mixtura. Ahí radica tal vez la esencia de toda música. Salir de cuestiones puristas y dejarse llevar en brazos de este ese talento que promete felicidades y movimientos. Brahem con este. hasta ahora su último disco, reafirma lo hecho en los anteriores y lo lleva a un sitio calmo y talentoso. "The Astrouding Eyes Of  Rita", viene a continuar lo iniciado en su momento con "Astrakan Cafe" o "Le Pas du Chat Noir", dos trabajos que merecen la pena detenerse un momento para escucharlos con detenimiento. Se que a mucha gente no le atrae este tipo de músicas. Se que muchos prefieren la inmadurez como gusto esencial. Allá ellos, mientras dejo que "Galilee Mon Amour" rasque la costra de este cielo que me cobija por ahora y que su música se expanda por mi pisito barrial.
Pero la música es un río de intercambia recorridos. El agua de la música toca todo lo que está en los márgenes.
Es desde los márgenes donde fui descubriendo pequeñas indicaciones. Desde los lejanos sonidos de los años sesenta a los de hoy, mucho ha corrido por debajo de los puentes, sin embargo sigue presintiendo casi las mismas cosas ante un sonido que me acompaña como un abrojito pegado a mi ropa.
 Y sigo acumulando música. Que me fortalece el ánimo y con cada paso que doy, me aventuro en un mundo que me agrada, que siempre logro conmoverme. Hace pocos días choqué de frente con el último trabajo de la cantante sueca Neneh Cherry. Hijastra de uno de los grandes del free jazz Don Cherry. Este "The Cherry Thing" es la puesta al día de la música de ese incomparable músico norteamericano que fuese Don Cherry. Pero aquí Neneh le pone letra y otro sentimiento a un disco asombroso. Por momentos desbocado y por momentos emblemático. Disco extraño, a lo mejor de difícil abordaje, pero en las siguientes audiciones, envuelve como una manta cuando hace frío.
Llegar hasta aquí, me comento a mí mismo fue un camino de elección pura y decidida. Nunca acepté como dogma, ninguna norma que trataran de imponerme por las buenas o por las malas. Si algo existía, debía siempre haber otras variantes. Otras distancias que cruzar, otras aguas por beber.
Por ejemplo nunca me gustaron los Beatles. Los acepto, creo que gracias a ellos, se abrió una puerta. Me atraían más por aquellos años otros sonidos. Otras variantes, otras visiones.
De a poco fui uniendo coordenadas. Mis discos se iban confundiendo con el ardor de todo aprendizaje. Sonaban en mi viejo tocadiscos adolescente, sonidos que crecían sin ningún tipo de prejuicio.
Como la literatura, la música solo reconoce lo bueno de lo malo. Acumulando entonces datos, mis orejas no pararon de absorber pequeños rasgos que fermentaron en mí.
Ahí está el viejo Frank Zappa. Intacto a pesar de la muerte, de los aires feudales que quieren hacernos vivir hoy. Ahí está con su talento y su humor a toda prueba. Es una apuesta surgida desde el rock a mediados de los años sesenta. Mientras todos vestían flequillos, trajes similares y domesticados, podía ingresar en los salones de la gente bien. Este músico comenzó a delinear un camino increíble. No es un músico, no es una música fácil, por eso siempre recomiendo este disco recopilado por él meses antes de morir. "Strictly Commercial". Una puerta de ingreso a un mundo, que era y que  sigue sonando a nuevo. Un paseo para aquellos que no reconocen fronteras a la hora de crecer."Peaches in Regalia", "Mi guitar wants to kill your mama"; "Fine girl", "Joe's Garage" o la sublime " Bobby Brown goes down" son pequeños indicios de un talento que durante dos ó tres décadas conmovió al mundo de la música. En esta banalización que estamos viviendo y que alegremente o tontamente, llamamos globalización, este tipito logró lo que casi nadie en su país. Enfrentarse a los mojigatos, chupacirios y animales a sueldo, que censuran y reprimen y prohiben en su país, mientras que en extranjero, además de esto, aniquilan culturas completas.
Zappa vale la pena, siempre vale la pena.Incontables trabajos suyos, pequeñas dosis de libertad en los surcos de una música que no le temió a nada. Es difícil. Puede ser. Crecer también lo es y ahí estamos algunos.
La música entonces como algo que pega, que sobreimprime en nosotros, en mí, esa especie de resumen. Llegué a Piazzolla, después de una eterna caminata. Naturalmente. Sin apuros ni querellas. Llegué y en el '74 cuando descubrí este disco, percibí que este tipo nacido en Mar del Plata, había hecho una nueva marca en la música popular de este país. Disco profundo, querible y deslumbrante. Astor Piazzolla en bandoneón y Gerry Mulligan en saxo. "Reunión Cumbre" Una unión, que por aquellos años era impensada y que hoy suena tan normal, frecuente, diaria. Mezcla. Mezclas de sensaciones, apertura en medio de la noche. Una apuesta por el futuro de este músico combatido, denostado, insultado por los dueños de ese orden secreto que siempre reina en los cementerio de la cultura. Entre los pliegues de este trabajo están, todavía intactas pequeñas obras como "Hace veinte años", " Años de Soledad", "Cierra tus ojos", pequeños y frescos referentes de la vanguardia. Porque la vanguardia no se entiende cuando no deja enseñanzas, cuando no se acerca a los de atrás para indicarles nuevas pautas de acción.
Disco que suena siempre en mis diferentes lugares de vida. Que me acompaña en diferentes formatos a donde quieran que vayan a parar mis huesos. Lectura definitiva de ese supuesto "ser" nacional que creemos que somos, cuando en realidad somos esta mezcla extraña y viva que nos nutre y nos forma y deforma afortunadamente. Trabajo indomable y perfecto. Con esa sonoridad que siempre suelen tener nuestros gestos de vida.
Mientras me preparo el mate, me pongo "Malicool" de Roswell Rudd en trombón y Toumani Daibaté. Dejo sonando la música de este bello disco. Encuentro entre dos visiones, dos mundos diferentes pero sin embargo unidos por el talento de estos dos audaces. Dúo. Amor a primera vista y construcción de uno de los mejores trabajos de la primera década de este siglo. Diabaté acompañado por buena parte de su familia recorre ese Mali suyo desde las entrañas mismas de esa persistencia creativa. Rudd llegado desde su occidente vertiginoso, se suma y guía una parte de este viaje. Una vez, muchos años atrás, en otra vida una persona me dijo: "Vos sos un rarito por la música que escuchás". Y si, y al igual que mis lecturas que no tienen orden ninguno, mi música carece de toda lógica. Es una aventura que corro a solas, que me despierta músculos aletargados y que me reanima de tanta desesperación como decía Simone de Beauvoir. Derrotar la desesperación. Así mientras suena "Bamako" o me dejo llevar por las insinuaciones de "Johanna", se despinta la mañana en mi ventana, se despeinan los últimos árboles de este invierno que, visto lo visto, nunca es tan frío y que siempre sabe a demasiado corto.
Digo.
La música es la banda de sonido propia que cada uno nos vamos forjando. Algunos con sabiduría y otros en cambio a los ponchazos. Recordar un sonido, como recordar un olor o un sabor, forman parte de esa construcción esencial que llevamos a cabo.
Creo que uno siempre vuelve por ejemplo, a aquellos momentos de formación propia. Ahí, están asentados los parámetros de nosotros. Volver a escuchar o leer, algún pasaje que nos quitó el hambre cuando queríamos salir de donde estábamos. No con la idea burguesa de la primera vez. Sino con la taciturna terquedad de esa primera vez, que supimos que éramos un poquito más grande que hace un momento atrás.
Otro momento. Un pianista, tocando solo. Quieto en el aire. Desde Keith Jarret con su eclosión en los años '70 hasta hoy, infinidad de músicos han sacado al jazz del sitio que tenían, para convertirlo o por lo menos acercarlo a la música de cámara. La quietud extrema. El pensamiento detenido en un acorde, que se queda quieto en un rincón del techo. Alan Pasqua con su "Russian Peasant", me hace acordar al "Köln Concert" de Jarret. Claro, son otras las motivaciones y otras las búsquedas. Tal vez el sonido depurado del piano sonando. A lo mejor la similitud sea esa y nada más. Tal vez me haya olvidado la infinidad de rótulos que le ponen y le han puesto a la música. Tal vez pase de ellos, porque no soy tan orgulloso para detenerme en listas, esquemas y esas cuestiones que calman la ansiedad de tanto caballero jurado en pos del orden. Es solo música, que suena en nosotros hasta el próximo paso, hasta la próxima parada antes de seguir el viajecito. Sin embargo ahí, suena Pasqua y uno percibe el ritmo de sus pensamientos a la hora de desgranar nota a nota esa misma idea llevada adelante.
En otro momento prometo hablar de Keith Jarret. Hoy me detengo morosamente en otras músicas que me motivan a la hora de encontrar motivaciones. Derivaciones de un acto que llevo adelante desde casi siempre.
Sin embargo siempre vuelvo a mis raíces, a mis incipientes conocimientos de músicas y recaigo, en lo que florece aquí al lado. Días atrás murió Leda Valladares, una mujer que desde ella misma y desde su coraje, rastreó, compiló y conservó el canto originario de los pueblos originarios de este país. Tal vez ha dejado uno de los legados más importantes para refrescar ese olvido latente al que siempre nos han llevado los empresarios de siempre. Olvido, que no dice otra cosa, que la de tratar de tapar ese pasado que nos nutre. Recorriendo entonces desembocó en esta mujer Paloma del Cerro y su primer disco "Gozar hasta que me ausente", trabajo que con sonidos de hoy, vuelve sus pasos a esa otra búsqueda emprendida por esa otra mujer. Disco atrevido, audaz y que da un paso más. Ese gesto importante de seguir avanzando a pesar de las leyes del mercado que siempre apuntan hacia otro lado. La música es un ariete. Una lanza que se incrusta en la carne de aquellos que siguen pensando que siempre es posible. Porque la creación siempre, indefectiblemente siempre derrota a la muerte. De ahí, que lo insensato de todo esto, es que todo esto tiene que ver con el arte y su pequeña misión: esquivar siempre ese final, que por esperado, es un final.
Pero vuelvo a la música. "Curandera curando"; " Prendo la luz y la sombra se va" y "Alegre noche" son algunas pistas de este disco, que me conmueve en este Buenos Aires de hoy.
El final de una época. Ese es el presentimiento que tengo con este disco doble de la canadiense Joni Mitchell grabado en vivo "Shadows and Light". Esta sensación siempre me acompañó cada vez que me puse a escuchar este disco formidable. Este espacio de infinito que se hace en este trabajo. Jaco Pastorius, Pat Metheny, Don Alias, Lyle Mays y Michael Brecker entre otros, reunidos en un escenario para festejar una partida. La sensación que en muchos momentos me asaltó con este trabajo era precisamente ese. Se cerraba una época, se clausuraba un sendero, después de este trabajo casi todos los que participaron en el mismo, buscaron sus propias huellas para reformular un perfil. El bajo de Pastorius, tal vez sea lo más audible o reconocible. Ese momento mágico de este concierto en la voz de Mitchell o la guitarra de Metheny son los rasgos sobresalientes. Grabado en septiembre de 1979, el calor se derramaba desde ese sitio para calentar al mundo entero. Los que venían detrás, tuvieron la oportunidad de aprender y sacar sus propias conclusiones con respecto de la música. Se avecinaba una década decadente en lo que a música se refiere. Los ochenta con sus cositas, vendría a instalar en la escena mundial, su pequeñas dosis de mal gusto, de plástico y de finales de la historia que decretaban los muchachos de Reagan y Tatcher.
Sin embargo estas sombras y luces que se anunciaba desde la tapa, sirvió para descubrir nuevamente el talento de esta cantante y compositora que también y en base a audacias varias, partió el mundo de la música por aquellos años.
A principios de los años noventa, sin querer alguien me hizo escuchar a Nusrat Fateh Ali Khan que grababa en el sello de Peter Gabriel. "Mustt Mustt" es el primero al que tuve acceso. Acompañado por músicos ingleses combinaba los cantos sufí con un colchón de sonidos en los que y en esa mezcla, coincidían, confluían sonidos nuevos. Músico y cantante paquistaní. Ali Khan cruzó el mundo para demostrar las raíces de una música, que aceptaba bien esa confluencia de intenciones. Aquí están Michael Brooks, Peter Gabriel, Massive Attack y la voz de este gran cantante que resuena, hoy veinte años más tarde con la misma claridad y potencia que lo hiciera para mí, en una perdida editorial de perdedores, en la que tratábamos de hacerle frente a la desolación que se venía con los neo liberales y sus socios riojanos. Ahí, mientras escribíamos a destajo, una compañera trajo este bello disco. Se detuvo el mundo. El indulto a los carniceros, las privatizaciones y el decreto de pobreza para millones de argentinos, se detuvieron por un segundo. Este sonido que me atrapaba por la espalda, que me hacía detenerme, era lo radicalmente opuesto a lo que esperaba por aquellos días. Menos mal que Nusrat Fateh Alí Khan cantaba en esta parte de Buenos Aires para mí. Desde entonces, lo sigue haciendo con la misma magia de siempre.  Música, en fin solamente música. Pero vale la pena escuchar las dos versiones de "Mustt mustt", la que abre el disco y la que lo cierra. Claro que vale la pena.
Digo.
A nuestro propio crecimiento tiene que ver con el cúmulo de historias que nos han ido moldeando, que nos formaron, que nos hicieron avistar otras costas, otras pautas de una imaginación que nos iba constituyendo. Poemas, palabras, caricias, besos, despedidas o bienvenidas. Sonidos que identifican esa rebeldía que nos florecía bajo la piel, que nos llevaba a creer en algo mejor a pesar de nuestros cortos años. Refugiados en cuartos, escuchando en silencio una música, que nos decía cosas a la cara. Que nos hacía poner colorados por ese crecimiento desmesurado a la que íbamos siendo sometidos. El disco negro girando en el plato del viejo y utilitario tocadiscos monoaural. Las tardes que se degollaban en la ventana de ese cuarto y el rumoreo de nuestros cuerpos. La educación, afortunadamente, siempre pasó por otras rutas, se cocinó a fuego lento, casi en silencio. De ahí tomábamos otras palabras, otros sueños se dibujaban en los cristales empañados de aquellos viejos cuartos de aquella vieja vida.
León Gieco tiene mucho que ver con eso. Tiene que ver desde siempre con una decisión valiente, una postura que nos mantuvo a buena parte de aquellos sobrevivientes, que mantiene a buena parte de los actuales enamorados. De entre tanta música que produjo y produce este hombre, rescato esta tercera parte de una recopilación. "Por partida Triple: Rutas", en donde como una serie de tesoros conviven canciones que definen una apuesta. No es una recopilación más, Es la creación que converge en un puñado de canciones. Algunas muy conocidas, otras apenas versiones de otro algo más grande y rotundo que conforma su tarea creadora. Entre ellas, "La historia esta"; "Uruguay, Uruguay", "Solo le pido a Dios"; la notable y asombrosa " Tristezas de Amador"; "La Cigarra": "En la Zona", pequeñas miguitas de pan de este hacedor de músicas, de forjador de conciencias. Además con León supervive aquella ética de una época en donde la ética era el arma fundamental para seguir creciendo.
Así fuimos, en ese secreto a puertas cerradas de nuestros cuartitos, escuchando discos fantásticos y rotundos, como fuimos de espaldas al infierno creciendo, subiendo a los misterios que solamente conocen los navegantes y los que quieren pasar por esta vida como hombres y mujeres con un par de cuestiones, que llenan de orgullo, porque de eso se trató siempre esto de saber que siempre hay que tener memoria.
Otro disco. Otra instancia. Joachin Khün, pianista alemán, buscador de fronteras, alejado de circuitos pero sin abandonar el jazz. "Chalaba" es tal vez la culminación de una serie de búsquedas. Acompañado por sus escuderos de lujo: Majid Bekkas en oud y voz y Ramón López en batería y percusión. No hay condescendencia de parte de este trío. Esa típica condescendencia occidental cuando se acercan a la música africana. Asombran los tratamientos musicales de Khün y sus socios. Esta conversación policultural hecha desde la humildad, no desde el choque de culturas o lo que es peor desde el intento de adueñarse de algo, que por diversos motivos viene en el margen de pueblos, que a lo largo de décadas y décadas, han ido consolidando la identidad cultural de esos pueblos. Disco notable, fresco y profundo. Afloran las intenciones de conformar un entramado lingüístico propio, personal y accesible a esa voluntad creadora que trasciende siempre las fronteras tontas, que otro, siempre se encargan de crear para hacerle más complicada a la vida al resto.
Este sonido propio, ajeno a mercados y mercaderes, propone abrir la mente de aquellos que se atreven con pegar ese salto. Disco pleno y rotundo por donde se quiera. Solo se trata de vencer la resistencia de nuestros oídos y cuerpos domesticados y dejarse llevar a nuevos límites. De eso se trata a veces creo, todo esto lo de la música.
Por lo menos a mí suele sucederme con notable y frenético ardor.
Creo que ya en algún momento de este diario de viaje que hago, hablé de esta mujer. Mariana Baraj. Este disco "Margarita y Azucena", no es el último, sin embargo es uno de esos trabajos que vienen configurados por un gran amor. Amor que en sus distintos discos Baraj ha venido entregando junto con su talento. Cantante y música de excepción, aborda desde un costado, lo que tiene que ver con nuestra tradición musical como pueblo de confluencias. Algo surge detrás de su voz, algo sube desde ese pie en donde se recuesta la creación. Disco que sumado a los tiempos que en, confluyen en esa especie de sensación nueva que pervive en el aire como el olor de los jazmines, de algo que nos saca de ese ombliguismo tan argentino y nos acerca a un contienente que tiene mucho más que ver con nosotros, que cualquier otro sitio. La voz de Mariana Baraj, sumado a ese talento profundo, la llevan a construir sus trabajos, con una extrema fidelidad a ella misma, por eso, cada momento de este disco por ejemplo, conmueve y alegra. Es una especie de búsqueda. Disco extraño para aquellos que no se aventuran más allá de su propio cuerpo.
Nuestra música tiene vectores importantes e interesantes. Hombres y mujeres que han ido construyendo otra versión de la historia. Leda Valladares, Atahualpa Yupanqui, Piazzolla, Eduardo Rovira, Liliana Herrero, el Dúo Salteño, La Chicana, Arbolito, son solo algunos de los nombres que rescato ahora mientras escribo sobre esta mujer que me acompaña a la hora de buscar coordenadas de una música caótica que me nutre desde hace mucho tiempo.
Pienso.
Antes de cerrar esta especie de caminata sobre mis gustos, sobre esa concepción que aprendí a solas, buscando, entablando conversaciones con aquellos que me abrían nuevas puertas, en latitudes lejanas, en apuestas que a lo mejor en su momento no llegué a entender del todo, pero que sin embargo, germinaron en mí, a fuerza de alimentar es planta, que sin saber, me iba transformando. A veces a oscuras, otras guiados por aquellos que me permitían su sombra salvadora. Otras experimentando y otras descartando. Me fui formando en palabras y en sonidos, que se reflejaban en mi. En ese momento en donde como una fogonazo trascendental un  sonido me sacudía.
Asomado entonces a un mundo, que por ajeno y ancho, se me hacía incuestionable la sensación de vida que había que vivir, construyendo desde esa música, una barricada, que día a día se alimentaba de cosas nuevas. Nada permanente, ningún matrimonio, ninguna eternidad. Una barricada viva, que fue acumulando nombres, libros, discos. Que respiraban y que se entremezclaban entre sí, haciendo de mí lo que apenas soy hoy. Ni mejor ni peor que nadie, solamente un hombre que creció con la certeza del valor, certeza que no se anidaba en ese valor personal tan calentón de los machitos de siempre. Sino de ese otro valor, más profundo que te obliga a reconocer tus limitaciones como hombrecito. A lo mejor este relato tiene que ver con eso. Esta es una parte de la música que me resuena en la cabeza y en el cuerpo. Música que me ha fortalecido y que como el agua me ha servido en esta sed que a veces es
Digo.
No puedo cerrar. No puedo dejar de escuchar y escuchar el último disco de este músico argentino. Luis Alberto Spinetta. Disco triple de su último concierto en vivo en un estadio de fútbol. Disco que a lo mejor tiene la única finalidad de ser su trabajo póstumo y nada más, pero que vale la pena Seis horas de música que le sirve, que nos sirve de recorrido a nosotros. Los mejores hechos que uno recuerda siempre vienen asociados a esa época en donde el mundo parecía nuestro. A esos amores rotundos y esas distancias también rotundas, que nos forjaban en esa imprecisión que se llama adolescencia. Ahí estaba la voz y la poesía de este hombre que creció con nosotros. Que nos hizo madurar al tiempo que el seguía con su camino. En muchos momentos, me alejé de él, por incomprensión, por vidas, por acumulación de momentos, en donde, en mi caso particular, no me permitieron crecer a su lado. Pero hubo reencuentros, saludables, profundos y emotivos. Este hombre flaco, con su guitarra a cuestas y sus palabras desmadejando todo, despojándose al sol de todas las ataduras y todos los espejos. Este disco, solo este disco vale la pena, para arrinconar esa sensación de tristeza o dolor. Spinetta es tal vez uno de los más grandes creadores que dió este paisito.
Recorre nuestra historia de punta a punta. Está ahí, siempre estuvo. Como estuvo esa noche sobre un escenario al aire libre, acompañado por músicos y por un público de diferentes edades y diferentes intenciones.
Música desde los márgenes. Música que relata de alguna forma ciertos derroteros dados por mí a lo largo de mi historia. Música desde el margen, desde esa costura a la cual nunca se le atreven si no es con carros antidisturbios y balas de plomo los enemigos de siempre.
Ahora.
Recién, descubro que el hombre es el único animal que tiene nietos.
Tal vez alguno de ellos, los míos, tenga esa salvaje necesidad de música y de palabras y que pueda compartirla con el resto, en una fiesta eterna y única. Porque de eso se trata, solamente de eso. De saber compartir, de querer compartir siempre, a toda costa.
Y como no podía ser de otra manera, cierro con otra pared porteña, otra talla en ese árbol de recuerdos que cambia a cada paso, transformando, con sus cuestiones, una ciudad en algo vivo. Con movimiento y con esa desfachatez que siempre tiene la libertad.
Así esta ciudad oxigena un poco a aquellos, que andamos pidiendo lo imposible. Aquellos que nos desnudamos a los sentimientos sabiendo de antemano, que todo casi siempre, viene en contra, pero que no por eso vamos a dejar de insistir. Porque se trata de vivir

1 comentario:

  1. Moscú se conmueve de agradecimiento. Llorar quizás no lloré, pero si se enternece.
    Moscú es todo oídos.
    Un abrazo compañero!

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