En Zona

lunes, 24 de septiembre de 2012

Haciendo la plancha

Lunes.
Feriado nacional. La ciudad desierta y un silencio saludable. Inobjetable momento entonces para dedicarme a la música, sus territorios y sus certezas.
Dejo para el futuro lo que habrá de deparar estas vidas. Razones y motivos que como una avalancha de barro se desprende ante cada nueva circunstancias.
Hoy, escucho música, hago la plancha y me quedo flotando con mis dolores y mis alegrías.
Asi se mueve entre mis cosas el sonido de este pianista hace poco rescatado del olvido por los que más saben. Sonny Clark en este trabajo desarrolla su talento en medio del caos que supusieron los nuevos tiempos que se asomaban por los primeros años de los sesenta.
Suena entonces este impresionante "Cool Struttin'", en donde están Art Farmer, Jackie McLean, Paul Chambers y "Philly" Joe Jones. Todos con furia y rigor, dando rienda suelta al talento sin ningún lugar a dudas.
Un tipo que me pone alegre. Un músico interesante y un sonido puro. Es jazz de la vieja escuela, si es que esto existe. Un vez en una librería de libros leídos, en donde de vez en cuando, buscaba refugio me familiarizó con esta música. Algo insensato para mí, algo nuevo y creo que definitorio.
Algún día deberé hacer una especie de recordatorio para todos los que en su memonto perdieron su tiempo conmigo. Una lista en donde estén aquellos que me enseñaron a tiempo completo a ser, creo, lo que soy hoy. Nombres y tiempos de personas, que con dedicación, delicadeza y paciencia me formaron, me forjaron en esto que hoy es inaprensible. Es evidente que se trató de amor, de ese amor educactivo y rotundo.
Entonces en esa vieja librería hoy demolida, este tipo decía cosas, mientras los libros leídos bramaban en los estantes que yo, como una esponja, absorbía a raudales.
Crecí entre libros. La música en mi infancia, ya lo conté, provenía de mi madre. Viejos tangos, valses o boleros eran entonados por ella mientras deshacía la casa de sueños y pelusas en los rincones. La radio era una especie de alimento durante los fines de semana. Cantaban desde ahí y desde ese sitio se diseminaba por toda la casita ese lento ronronear melódico.
Así, cuando crecí la música fue un alimento. Fue una especie de carretera por donde trasladar todo lo mío hacía ningún lugar.
Antes de regresar desde España, la noticia me hizo cicatriz. Se había muerto Luis Alberto Spinetta. Infaltable en mi crecimiento, nutriente de poesía y de música a lo largo de casi toda mi vida. Invisible fue una especie de milagro en medio del matadero sincronizado que ejecutaban los que siempre suelen ejecutar.
En 1975 las cosas estaban fuleras, jodidas y se hacía la noche por los cuatro costados. No había tiempo para detenerse, el aliento se lo guardaba uno para no aflojar en medio del incendio. Sin embargo, el "Flaco" saca este disco durante ese año.
Aquí hago un punto. Una noche de esas, recalo en la casa de una mujer. Era de origen japonés. Vivía sola, estudiaba o cursaba en Ciencias Exáctas. Era suave como un viento en primavera. Casi no había muebles en su departamentito. Tenía un tocadiscos y discos. Entre ellos, estaba este, recién salido. Lo puso y de repente el mundo se me abrió bajo mis pies. El mundo tomó otro color, se transformó en esos escasos 36 minutos de duración. Se quedó fuera del departamentito, aguardó por otros tiempos. Me dejó en paz, se diluyó y disfuté esa música con la sensación de haber arribado a un sitio diferente.
Pomo y Machi, en batería y bajo, seguían esta poesía hecha música. Le daban color a esta revelación entre cuatro paredes.
Lo sigo escuchando hoy. Sigo percibiendo la fragilidad y mi dureza tonta de aquellos años ya lejanos. Sin embargo su sonido sigue perdurando entre mis cosas.
Cuestiones.
A veces, uno, yo, no asumía la plasticidad del tiempo. Postergaba, despedía de mí, los rastros de esas lluvias intensas que me merecía.
La muerte de Spinetta, me permite cerrar un círculo en donde lo rescato como lo más determinante de la música popular de este país.
Entonces uno acumula rastros. Suma, sigue sumando con esa alegría profunda que me acompaña desde siempre. Busco músicas, lecturas, charlas, que me permitan seguir creciendo durante este feriado. Así me encuentro con este músico de Dinamarca llamado Henrik Gunde y su último trabajo llamado "Now".
Me felicito de poder escucharlo, descubrirlo y saborearlo. Es un trabajo que me sorprende. Si, sigo sorprendiéndome a pesar de los años y esas rarezas.
Gund es pianista y se lanza a buscar desde el talento los nuevos horizontes posibles. Vale la pena escuchar el tema de Charlie Chaplin "Limelight" o el rotundo homenaje que le brinda al pianista sueco Esbjörn Svensson. La sutileza hecha música, el buen gusto de un músico a la hora de hacer uno de los mejores discos de este año. Una sorpresa que baja por el cuerpo como uno de los más atrevidos de los licores. No se desboca y en la contención a lo mejor, para mí, radica todo el entramado que construye este danés en un disco, merecido para nosotros, el resto de los mortales que siempre solemos vivir con la boca abierta.
La música es un valor fundamental para dejarse llevar. Para someterse a la pregunta que se destila entre los momentos de recuperar la memoria. Digo. La música nos permite adentrarnos en nuetsros recuerdos, nuestras ganas no cumplidas o cumplidas y desde allí, evocar.
En mi caso funciona como una foto. Como una especie de biografía. Hay, hubo, momentos y también hay, hubo, músicas que formaron una especie de cortina musical de fondo en lo hecho.
 Y sino, este Eric Clapton de los años '70. "No Reason to Cry". Trabajo del año 1976, que escuché muchos años después por primera vez. Trabajo en donde está por ejemplo Bob Dylan cantando o Ron Wood. Músicos de The Band. Muchos sosteniendo a un guitarrista esencial en la historia del rock. Como no podía ser de otra forma, a este, lo descubrí mientras vivía en la norteña provincia de Jujuy. Las noches de San Salvador gracias a mi madre, quien tiempo después volvería a sorprenderme rotundamente con otro disco, pero eso lo contaré en otro momento, se poblaron con los sonidos de un trío que se llamaba Cream. Hasta ahí llegó la música de este hombre.
Yo adolescente antes de la perpetuidad en este estado, me acurruqué al costado del tocadisco y gasté literalmente ese primero encuentro con Clapton.
Años más tarde, en otros paisajes, seguí vislumbrando los pasos dados por este tipo. Sin embargo, cuando vino a Buenos Aires en pleno imperio neoliberal me negué en redondo ir a verlo al estadio.
Tonterías. Puntos de vista.
Sin embargo, pongo este disco y se me caen las medias. Cualquiera de los opus de los años setenta de clapton tienen la profundidad para abismarme, quedarme callado y escucharlo. Pique por donde pique sus discos de esos años, son una cosa rotunda que me blinda en mi amor por este guitarrista impresionante.
No, no es un descubrimiento el que hago. Es solamente una especie de baile que hago con su música en mi casita porteña.
A lo largo de los años, profundizando en algo que no se muy bien qué es, fuí acumulando datos, sonidos, nombres, amores y otras cicatrices.
De la mano de Piazzolla, tardíamente, llegué a este músico verdaderamente importante de la música argentina. Gandini es un talento, un músico de asombro. Durante años fue director de una rama del Teatro Colón dedicada a la música de vanguardia o del siglo veinte. Clásica, pero de aquí nomás. Músico con una impronta temible y dueño de un manejo del piano como pocas veces se ha visto en este país.
Piazzolla lo convocó para su última experiencia antes de morir. Ahí lo escuché y me dejó pasmado. Tiempo después editó dos discos, este es uno de ellos. Asombran los tangos tocados de esta forma. Asombra la capacidad de llevarnos a otros límites que Gandini refleja en por ejemplo "Flores Negras" un disco grabado en vivo en la ciudad de Rosario.
Me produce placer la sorpresa que me plantea este pianista. Esa búsqueda profunda por los sonidos de una música extranjera, hecha por extranjeros y que terminó siendo música nacional.
Pero Gandini va mucho más allá de todo esto. Bucea en las raíces y moderniza una música vigente desde cualquier ángulo. La dirección planteada por Piazzolla, Rovira entre otros, encuentra en Gandini la continuidad de esta perfección hecha sentimiento.
A veces me cuesta separar, despejar de entre tantos sonidos, aquellos que seguramente serán mejor analizados y comprendidos. Hablo desde el fervor. No tengo ninguna cátedra ni pertenezco a ninguna academia.
Siempre me negué a ese tipo de civilización que te llama doctor o licenciado. Prefiero el silencio del aprendizaje a solas. Me inclino más a otras cuestiones. Más cerca de la barbarie si se quiere, pero no menos afecto al talento de esos otros, que me nutren, que me eligen desordenadamente.
Como el amor. Uno deja un amor por otro amor. No elige la soledad para arrancar desde ahí. No le pone sitio o decreta el estado de sitio al deseo. Solamente uno lo posterga. Uno lo cuida hasta la próxima vez, que no habrá de durar más que un cigarrillo fumado en la cama, mirando al techo después de esa guerrita que llamamos amor.
Es que el corazón no tiene visa. Atraviesa las fronteras y en el mejor de los casos, siempre es ilegal. Ese amor entonces es casi el mejor, el que queda prendido del bolsillo de la camisa, el que te da un nombre, que te nombra de forma secreta y a perpetuidad.
No se en qué momento Divididos comenzó a fermentar en mi interior. Los escucho desde siempre. Algunos discos me gustaron más otros menos. Este, "Amapola del 66" funciona como una especie de explosión de rock en mi casa. Y funciona. Divididos ha conseguido algo difícil en estas aldeas lejanas. Ganarse el respeto de casi todos. Sonando con esa sangre galopante, rabiosa y que pedalea a fuerza de saber hacernos saborear la mejor música.
Amapola es un disco que te obliga a ofrecer tu corazón para que siga siendo joven. A lo mejor mi cuerpo ya no es joven, pero mi cabeza sigue adolescente. Cosas de este tipo de vidas que he intentado vivir a toda costa.
Digo.
En este hacer la plancha. Dejar que me mueva la corriente, que me sostengan las olas de este río sin propósito, dejo que suenan las músicas que me seducen. Me dejo llevar sabiendo que el regreso siempre es dificultoso. Pero no importa.
Es feriado, mañana será otro día y habrá, que duda cabe, otros nombres.
A veces presiento que la música de alguna forma me salvó. Desarrollé una infinita sensibilidad gracias a ella. si el viajar me domesticó, la música me hizo eterno. Lo escuché por primera vez, a Bill Evans, grande. Venía saltando de tejado en tejado. Sediento y dolorido. Y lo escuché junto a este trío que conformaban Scott LoFaro y Paul Motian. Los tres hicieron en muy corto lapso de tiempo uno de los mejores momentos de la música popular. Evans es tal vez, a mi juicio, uno de los mejores pianistas de la historia del siglo veinte en lo que al jazz se refiere. Este trabajo son las formidables veladas que hicieron en vivo los tres. Es de alguna forma un disco imperdible y deslumbrante. Pura química sosteniendo tres talentos, dándole sonido a la oscuridad y derrotando el silencio.
Mi amor por el jazz, devino después de seguir solo o bajo indicación los caminos a tomar a la hora de seguir almacenando músicas en mi corazón. Lo mismo me ocurrió y me ocurre con la literatrura.
Ambas disciplinas me enseñaron a no ser dogmático. A no ser terminante, a dejarme modelar por la capacidad del otro o la tiranía del otro.
Bill Evans hoy figura entre mis gustos más definidos. Su visión del mundo a través de su piano me hace a veces dudar de mi amor. Entre él y Theolonius Monk otro pianista, que merecería una calle o una avenida arbolada en cualquier ciudad de este planeta. Entre estos dos, se queda mi corazón siempre.
Vuelvo.
Vale la pena agenciarse este "The Village Vanguard Sessions" que acaba de ser editado por fin, en un solo y creo, definitivo disco. Prueben y con paciencia, dejen llevarse a una recorrida por la inteligencia en forma de sonidos.
De las pocas cosas que siempre me costó clausurar, figura la música. Nunca pude abandonar esta pasión por ella. He gastado fortunas, han gastado fortunas en mí, aquellos que quisieron mi placer. Todos, ellos y yo, fuímos elaborando paso a paso, este camino.
Con diferencias, la música me permitió ser.
El lunes se muere despacito.
Acabo de descubrir a este saxofonista alemán. Estoy, mientras escribo escuchando su último disco llamado "Beyond Words".
Ulrich Dreschler, maneja la simpleza con buen gusto, hilvana líneas sobre las otras líneas y deja una música perfecta. Benny Omerzell en piano; Lukas Konig en batería y Efrat Alony pone su voz. Todos conforman un disco profundo, suave y lleno de matices.
A veces, como hoy, la música me da palabras. Me permite entreabrir las razones que me siguen movilizando. Alejado como estoy de lo esquemático, encuentro en lo popular diferentes variaciones sobre mi decisión. Es decir la música popular sigue siendo uno de los mejores nutrientes a la hora de confeccionar esa memoria conjunta que tenemos los pueblos. Memoria que nos permite desde la alegría, seguir combatiendo los privilegios de aquellos que suelen ostentarlos.
Mejor me preparo mate porque me estoy metiendo en honduras.
Sigo.
La simpleza es esto. Dejarse llevar en un feriado hacia la nada. No especular con el futuro ni ser viudo del pasado. Todo radica a lo mejor en esa tenue sensación de pasar, despacito y por las piedras, dejar algunos rastros y no mirar hacia atrás.
Eso ya pasó. Quedan los perfumes, las caricias y el olor. El resto sigue estando delante de nosotros. Solo hay que saber, que desde esa decisión no se puede ya negociar nada y está muy bien, que esa lengua que me habita me haga decir esto en lo que creo profundamente.
Sigo con la música. Es mi día de permiso.
Hacía muchos años, que no volvía a ellos. Hace 40 años, que estos siguen juntos, produciendo una música tremenda. Puro rock and roll, blanco y texano.
Los escuché por primera vez a mis 17 años. Me sorprendieron, a nadie en esta ciudad les gustaban. Eran considerados por los sabiondos, demasiado primarios. Sin embargo, eso era lo que me daba calor.
Ese sonido ZZ Top, era lo salvaje que me andaba pidiendo el cuerpo. De tanto en tanto, me suele ocurrir con el rock como con el box. Esa salvaje sensación de estar vivo. De vivir para algo.
A esa edad, lo único que quería era ir a las olímpiadas como boxeador. Iba al gimnasio, me entrenaba, peleaba con otro desconocido y me bancaba lo que fuese. Quería ir a la selección y después liarme a guantazos con algún gringo.
No pudo ser. Pero siguió en la era pre-internet, pre-walkman, en la era pre todo, sonando de vez en cuando este trío del sur de los Estados Unidos.
Es vida pura. Ahora que vuelvo a escucharlos en su último disco, me afirman en mi sensación profunda de ser ese costado salvaje, arisco que porto, que sigo portando como mi nombre y mi dni.
Están los tres en un disco tremendo que acaba de ser editado después de nueve años de silencio. Ahí están sonando con ese fervor. "La Futura" lleva por título y es una especie de regalo en este desierto que seguimos atravesando en el año del calendario maya o lo que esto quiera decir. Recomiendo eso si, escuchar con detenimiento "Over You", seguramente la platea femenina me lo agadecerá profundamente. Eso espero.
Ahora que dicen que en cuatro veranos se habrá de derretir el polo norte nada mejor, que escuchar a estos vejetes hacer ese viejo y querible rock and roll de las clases más desfavorecidas por el genocidio neoliberal que nos atormenta.
Sigo.
Entonces, cambio de música y me empecino con este pianista japonés llamado Masabumi Kikuchi, quien junto con Gary Peacock en contrabajo y con el difunto Paul Motian en batería conformaron este trío llamado Tethered Moon. Así los tres grabaron esta delicia hecha música llamado "Chansons d' Édith Piaf".
Los tres entonces hacen un recorrido por algunas canciones de de la cantante francesa y entre ellas, entre este caudal de música hay una verdadera gema que es "Que nadie sepa mi sufrir" de Angel Cabral y Enrique Dizeo, compuesta en Buenos Aires en la década del '30 y que se convirtió en todo un éxito. Aquí en esta canción hay un solo de contrabajo de Peacok que deja mudo al más pintado y que bien vale su peso en oro. Disco memorable del año 1999 cuando se terminaba el siglo. Disco que obliga a entender la no existencia de fronteras de ninguna índole cuando la creatividad busca materializarse. Aquellos que le quieren poner alambradas al viento, siguen siendo los estúpidos de siempre. El talento recorre todo, solamente hay que saber verlo, percibirlo y dejarse empapar por el.
Digo.
La música nutre, reformula y si se quiere amansa a las fieras. Así estoy en mi feriado de lunes, puente para que los turistas se vayan de esta ciudad y recorran ese vértigo horizontal que es la pampa y sus no límites al ojo humano.
Sigo.
Hoy, me dije para no defraudar al personal, me dedicaré a la música. Seguiré con esa costumbre de asentar en el debe y el haber, las cosas que me vayando surgiendo con estos sonidos que me conmueven.
La Vela Puerca, es una banda uruguaya, con un sonido que forma parte de ese costado que tienen los uruguayos a la hora de cantar y de crear.
A mi me une un profundo reconocimiento con la música y la poesías que se elaborar del otro lado del río. De ese charquito que nos une a pesar de que otros crean lo contrario. "Piel y Hueso" es el último disco de este buenos músicos orientales. Dos discos, uno más reposado que el otro. Uno es duro como el hueso y el otro terso como la piel o quizás deba decir suave. En fin, dos momentos diferentes de este espectro del rock del sur del continente. No obstante los dos discos, son una especie de manifiesto y de reafirmación de los hecho hasta aquí por este grupo. Disco que merece atención y que se debe escuchar buscando las pistas de ese patrimonio cultural conjunto que nos hermana, que nos une en nuestras luchas comunes y nuestras esperanzas también comunes.
Disco que merece, estar entre mi música y que hoy recomiendo para aquellos que no creen como yo en esas cicatrices que llaman fronteras.
A veces
Suena la música en mi casa desde el amancer hasta que se extingue la luz. Segmentos que se entrecruzan, caminos que se bifurcan entre diferentes estilos, diferentes o distintos rumbos que la música va produciendo en mi vida de manera perpetua.
Me moldea el corazón escuchar música.
Me asombra. Lo sigue haciendo con esa destreza que solo le he permitido a ciertos amores en mi vida. Será por eso, que siempre estuve agradecido a ellos.
Por último.
Grabado en Polonia, este disco derrama sensualidad por todos los poros. Samech es un trío de cuerdas y percusión. Es música que se mueve dentro de uno como una culebra ciega, buscando ese oculto sitio de la pasión hecha sonido. "Quachatta" es un momento pleno de buena música, de ardores producidos por el baile, por la emoción de una música vieja, antigua que todavía late. En el se funden las raíces de todos los continentes. Samech en hebreo significa besar, fundando por Anna Ostachowska y con Marek Lewandowski, Magdalena Pluta y Robert Sztorc conforman este original grupo, formado en Chile. Cuatro polacos afincados en Chile que un buen día deciden besar todo lo besable y buscar en ese infinito de una cultura infinita, los motivos y las razones para revisar una tradición y hacerla nueva.
Disco de texturas, de mezclas, de convergencias de diferentes culturas. Música de un pueblo que se reencuentra en otros pueblos, mutando y a la vez manteniendo todo hasta desembocar por ejemplo en un tango llamado "Agatango" o ese sonido oceánico que se produce al final del disco en "Quachatta".
Transculturización. Sincretismo. Mezcla. Ese es el balance de este disco memorable, intenso y afortunado. Editado por el gran John Zorn, Samech es una agrupación que demuestra una clara y arrebatadora decisión de hacer cosas valientes que a veces sin lugar a dudas, hacen de este mundo un sitio mejor.
Mejor, me voy a tomar mate y dejo aquí de fondo esta música saludable, transparente y necesaria. Debía disfrutar del feriado y lo he disfrutado con creces.
Salud compañeros.

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