Este cuento es del gran escritor argentino David Viñas, que tuvo la ocurrencia de morirse hace poco. Escritor, periodista, polemista certero, Viñas fue un intelectual del siglo XX en todo el sentido de la palabra. A lo largo de su vida, solamente concibió un solo libro de cuentos. Lo suyo fueron las novelas, los ensayos y el teatro.
Queda entonces este cuento, una especie de Aleph borgeano pero en clave de los años sesenta. Me lo mandaron, lo leí y lo disfruté. Escrito o publicado en 1968, en otro mundo, en clave de revoluciones de toda índole, este trabajo de Viñas estuvo, creía yo, perdido.
Leído hace también muchos años. Olvidado, arrumbado en el armario de las cosas muertas, volvió a mí y volví a disfrutarlo. Es América Latina y también, por supuesto es Buenos Aires de los años 60. O por lo menos uno de esos tantos Buenos Aires, que compartieron aires y descubrimientos mientras el mundo, ese lejano, ordenado, puntilloso y poderoso avanzaba en direcciones demasiado vertiginosas para los habitantes de esta aldea. Salvo, claro está para este escritor notable y entrañable.
Y como es viernes, espero que amigos míos, lo disfruten como yo.
Un abrazo.
Un abrazo.
Sábado de gloria en la capital (socialista) de América Latina
No; no los vamos a fusilar, no.
Por lo menos, tenemos la pretensión de ser ecuánimes: organizaremos una
lista con eso que se llama orden de prioridades y todos tendrán derecho a
defenderse. Jurados populares, públicos, televisados, con
representación de la prensa extranjera. No nos gusta matar porque
estimamos a nuestro propio cuerpo, si no seríamos fascistas. No se
alarmen: los almirantes tendrán 15 minutos para defenderse, los
generales un tiempo parecido, los coroneles 14 y los mayores 12. No.
Todos 15 minutos. No debe haber escalafón para defender la propia vida.
Todos lo mismo, aunque los yugoslavos nos acusen de igualitarismo
abstracto. Y los que no sepan hablar en público podrán presentar sus
defensas por escrito. De ninguna manera: no va a ser necesario que las
redacten ellos. El paredón va a funcionar. Lógico. Pero sobre todo como
medida ejemplarizadora: que se hable del paredón y se lo comente hasta
que se convierta en un cliché filoso que penetre la jerga del a cada
rato, como se hacía con "a nivel", pongamos por caso: para que se
introduzca dura, brillante, taimadamente en la carnosidad de las frases
estableciendo con precisión el grado de espíritu revolucionario de cada
uno. Es necesario en esta etapa posterior a la toma del poder esa
enérgica y distraída autoridad de las palabras mágicas. Se tiene que
saber, susurrar, repetir que en el paredón que funciona en Arroyo y
Suipacha, por ejemplo, las ejecuciones se llevaron a cabo sin mayores
protestas. Es que la gente del Barrio Norte sabe morir como señores.
En el paredón
de Quintana y Callao un ejecutivo se abrió la camisa antes de que
sonara la descarga; tenía un aire de Liniers en Cabeza de Tigre y pudo
gritar ¡Viva la contrarrevolución en América Latina! No. ¡Muero contento
ya tendremos nuestra bahía de Samborombón! Va a ser necesario, pues,
blanquear nuevamente el paredón de Santa Fe y Riobamba porque los
maricas del barrio han empezado a diagramar propuestas. Recordar: hacer
planteo ante el IASCRE (Instituto Argentino de Salud Comunitaria y
Recreativa). Aunque quizá sea mejor un solo paredón. Que se aluda a él
como se nombraba el Obelisco o alguna esquina clave en los meses de
clandestinidad. El paredón: y que resulte categórico, edificante y
sombrío (Laura me debe estar esperando en casa. Seguramente ya no habrá
titubeado como antes entre quedarse con el uniforme de miliciana o
ponerse ese camisón de náilon. Yo todavía vacilo entre lo que me
entusiasma más: si sacarle el pantalón del uniforme o ese camisón
transparente. Uno tironeando por los pies, el otro por sobre los
hombros. No sé. Debe ser lo que nos pasa a todos los hombres de
izquierda en este momento: todavía oscilamos entre el libertinaje y la
militancia. Vacilar, oscilar: toda vacilación encarna nuestras
contradicciones. Pero ella, en cambio, ya no tiene esos viejos
problemas. Es una de mis viejas tesis: a mismo nivel, siempre la mujer
resulta más revolucionaria. Y, en realidad, Laura no los tuvo jamás y
muchas veces lo comentamos entre los dos: una revolucionaria actual no
tiene por qué disfrazarse de sufragista o tener pudor -mala conciencia,
es más exacto- por ponerse perfume entre los muslos o usar esa ropa
interior que a uno lo enternece y lo exalta. Por favor, compañero, ya no
vivimos en la época de la doctora Moreau de Justo, en que las mujeres
que se decían revolucionarias eran una mezcla mal batida de directoras
de Normal Cuatro, devotas del If de Rudyard Kipling o de los
cuentos infantiles de Álvaro Yunque, activas militantes de Liga
Antialcohólica y vegetarianas. Ya, no. Después de largas discusiones que
hemos tenido con Laura, de lo oportuno que nos vino la difusión de
Simone de Beauvoir en la etapa prerrevolucionaria -en este sentido la
Editorial Siglo XX cumplió una labor desinteresada y precursora-, hemos
llegado a un acuerdo: rescatar para nuestro lado todo lo que antes le
dejábamos a los otros suponiendo que les era "innato" o signo de
"decadencia". Todo lo que sirva para desalienar debe ser rescatado por
nuestra revolución: ¿Antonioni? ¡Venga Antonioni! ¿Pintura abstracta?
¡Venga la pintura abstracta! Todo lo que sea necesidad del hombre, debe
ser reivindicado por nosotros ¿Laura? ¡Venga Laura con su camisón
transparente!).
No; no los vamos a fusilar. Por lo menos a todos. Ni siquiera les vamos a dar ese placer póstumo y santificador de que en El Comercio de Lima o en Le Fígaro de
París aparezcan sus nombres como mártires. No, no. Les aseguro que no.
No les vamos a dar el gusto de que se sientan muriendo insolente,
trágicamente. No. Morirán como culpables, opacos, sin ademanes, de una
manera burocrática. Confeccionaremos una lista por orden alfabético,
estatura o grupo sanguíneo y por méritos reaccionarios. Sí: lógico es
que al comienzo vayan los almirantes, los primeros en abandonar el
barco, como las ratas. La pena es que en este país ni siquiera ha habido
tipos reaccionarios que realmente sean odiados por muchos. Ni siquiera
un buen verdugo produjo la reacción en sus últimos tiempos. Indudable
síntoma de su disolución como grupo.
Cada
vez me convenzo más de que era algo fatal nuestra revolución. Y un buen
verdugo fusilado nos haría falta para dar un golpe de efecto y que el
pueblo, es decir, los taxistas, el diariero de la vuelta y esos dos o
tres obreros que siempre aparecían en nuestras reuniones y que iban
rotando a través de todos los grupos de izquierda para ser exhibidos,
verificados y envidiados, empiecen a creer en nosotros. Sí; por cierto.
Lo mismo cuando nuestras columnas tomaron Posadas durante cuatro días y
largaron al aire una audición que fue muy discutida en las bases porque
de vez en cuando intercalaba Perón, Perón, qué grande sos. Heterodoxias
necesarias en la izquierda revolucionaria. Pero tomamos Posadas, nos
quedamos más de una semana ahí, a los siete días cayó Corrientes y
después la cosa estalló en Tucumán, que ya estaba caliente, y aquí
empezaron a salir a la calle todos los locos sueltos de la izquierda
independiente. Agitación, el secuestro de Alsogaray y Palito Ortega,
bombas en Tribunales, en el Ministerio de Marina y en el Mercado del
Plata, asalto a varias armerías, pintadas en el Barrio Norte, la estatua
de Mitre decapitada. Un poco de anarquía, pero ejemplos inolvidables de
abnegación revolucionaria. Era una etapa. Alguien me comentó que fue
una pena que el Lorraine tuvo que cerrar justo cuando empezaba la Semana
del Cine Argentino de Vanguardia Realmente lamentable haberse perdido
las películas de Antín. Tiroteo en el frigorífico, sabotaje en la
central de Segba, incendio de El Águila y Lázaro Costa. Yo siempre había
tenido confianza en todos esos chicos, pese a que no hacían otra cosa
que hablar de alguna vieja película de Bergman, de las novedades que
siempre traía El Escarabajo de Oro y de que nuestra generación
estaba irremisiblemente condenada. (Cuando llegue a casa aunque Laura se
haya puesto el camisón o recién salga del baño y se le ocurra pasearse
desnuda por el dormitorio buscando el disco con las canciones de Puebla
para ponerlo a todo lo que dé el tocadiscos y abra la ventana hasta que
los del mercadito de la esquina salgan a la vereda, le tengo que pedir
que me escriba esas cartas a mis amigos de allá. No; de la Isla. No, no:
de Cuba. ¿Por qué vamos ahora a seguir eludiendo la forma directa de
decirlo? Y en las cartas: ¿Viste, Licia, cómo éramos capaces de hacer la
revolución y tomar el poder; ustedes que se sonreían cuando yo se los
decía en La Habana? ¿Viste, Yuly que no estábamos tan muertos y que de
un país de donde había salido el Che podían salir cincuenta tipos más
como él? ¿Viste, Bob, que desconfiabas de nosotros asegurando que la
izquierda revolucionaria argentina tenía miedo de tomar el poder?
¿Vieron, vieron? No hay que decir sús hasta que no pase el último gato.
¿Vieron, viste? ¿Vos, Yuly, que decías que a los revolucionarios
argentinos no se nos paraba? ¿Y que al que no se le para es al ñudo que
rempuje? Pero va a ser mejor que yo mismo escriba esas cartas mientras
Laura se frote los hombros con 555 y me espíe desde atrás tomándome de
los hombros mientras me tironee ronroneando "Vamos, Pilo, vamos a la
cama; dejá esas cartas para después; celebremos nuestra revolución como
Dios manda"). Y no solamente seremos cautos con el rubro fusilamientos,
sino que de inmediato tomaremos una serie de medidas progresistas
-aunque ésa sea una palabra que nunca ha terminado de gustarme: tan
tradicional, tan fofa, tan complaciente- y empezaremos ocupándonos de
los problemas de la cultura, que son los que uno conoce más, porque para
algo uno se aguantó en la vereda de enfrente durante años, firme, sin
transar y riéndose de los sucesivos ministros de Educación. Los
problemas de la cultura en un estado socialista. Pues bien, empezaremos
publicando las obras completas de Codovila. Será un homenaje de
agradecimiento popular. Y en ese orden de cosas: una serie de
estampillas dedicadas a escritores que se inaugure con Arlt. Se lo
merece pobre Roberto. Fue un escritor que sufrió mucho en vida y en un
estado socialista se debe justipreciar los valores del espíritu. Después
de Arlt irá... bueno, alguien que empiece el apellido con be. Y para
que nadie se sienta menoscabado y la cosa se haga como en los grupos
teatrales, donde no hay divos y todo se hace por riguroso orden
alfabético o de aparición: Arlt... Bunge. No está mal. Carlos Octavio
Bunge que en su época fue segregado de su grupo social de origen. Con
escritores de raíz oligárquica debemos actuar como con los perfumes o
con la ropa interior seductora: que no sea cosa que la contrarrevolución
se crea que eso le pertenece por naturaleza dada. Una revolución como
la nuestra se define como una forma de antifisis; frente a "lo dado"
tenemos que operar con "lo puesto"; del imperio del "en-sí" a la
instauración del "para-todos”; bien está que las estructuras condicionen
al hombre, pero lo más importante es lo que hace el hombre con lo que
de él han hecho las estructuras; al fin de cuentas una estructura se
valida en su significación cuando se la inserta en la praxis. Por eso
encuentro legítimo que a Carlos Octavio Bunge le dediquemos la
estampilla de 25 pesos y los perfumes y la ropa interior conmovedora
(que se debe estar poniendo -o sacando- Laura mientras me espera, sean
rescatados y validados por una revolución socialista. Sobre todo si uno
piensa que esa ropa se pega al cuerpo como la piel de los duraznos. Por
lo menos en los muslos de Laura. Y si uno, es decir, yo, va sintiendo
cuando se la saca que comete una deliciosa infracción y todo lo que
aparece debajo es el resultado de un desgarramiento. Podría decir: cada
vez que le quito la ropa a Laura siento que materializo una revolución.
Todo el poder a los soviets; la religión es el opio del pueblo; abajo y
de un tajo; toda esa carnecita para mí). Pues bien, una serie de
estampillas dedicadas a los escritores nacionales inaugurada por
Ascasubi.
Está, además, el
problema fundamental de los teatros experimentales. Que en la última
etapa del dominio burgués habían establecido vasos comunicantes con la
profesionalizaron. Era otro síntoma del final de un proceso: crisis de
los escritores -Stalin como Neruda y Amado, obispos y
militares-ejecutivos como Podestá y Guglialmelli; Guevara y Cortázar
como emergentes capitales de Argentina que necesitan realizarse fuera
del país. Sí. Cien teatros funcionando en París; cincuenta apenas en la
humillada Buenos Aires de la etapa capitalista. Y, la verdad, es que
Buenos Aires perfectamente puede tener cien teatros puestos con todo.
Hasta podríamos organizar un barrio bohemio para demostrar el sentido
del nuevo swing socialista; chasquear los de dos, buen ritmo, agitar
esas caderas rojas, ¡yeah, yeah, Marx! En fin, de las plazas ni hablar;
esas carpas que se hacían entonces revelaban bien a las claras la
precariedad del proyecto burgués. Nosotros vamos a construir edificios
para siempre; sin lujos, eficaces y para todo el mundo. La cortada de
Rauch puede ser un buen ejemplo: como el Salvador ya está expropiado,
vamos a instalar los vestuarios aunque surjan problemas en un día como
hoy: que canten todos los Gloria que se les dé la gana; se han
ganado cierto derecho. Al fin y al cabo no cualquiera cambia la
minisotana por el uniforme guerrillero y cuatro de ellos lo hicieron
cerca de Posadas y después se sumaron a la columna que avanzó sobre el
Paraná. Hay que dejarlos cantar, celebrar sus fiestas. Yeah, yeah, oh,
mi Dios. Total, ahora, ¿quiénes van? Unas cuantas viejas de las que han
aceptado la indemnización por la reforma urbana. Del brazo y por la
calle con los curitas, por lo tanto. Y a ese que fusilaron los
reaccionarios de La Rioja le vamos a levantar una estatua o le
publicaremos los discursos como al Padre Camilo. O una serie de
estampillas a los sacerdotes populares empezando por el Padre Castañeda.
Pero decía del asunto del teatro en la calle Rauch: los vestuarios en
el edificio del Salvador, entonces, serie de obras nacionales, Sánchez,
digamos, conferencias a cargo de especialistas. Al doctor Canal Feijóo,
por citar a alguien, que ha demostrado su radicalización y que está con
nosotros y que nos conviene porque en razón de qué no vamos a contar con
gente seria y de prestigio, aunque tengamos que pedirle que atenúe sus
comentarios sobre la importancia de la sangre en Barranca abajo.
Va a ser algo ameno y les dará la pauta a la reacción y al imperialismo
de cuáles son nuestros objetivos revolucionarios. Series de autores
argentinos, entonces, conferencias sobre los mismos, publicaciones de
sus obras completas (y seguramente Laura se debe estar impacientando con
mi demora, pero ella sabe muy bien que cuando camino lo largo de José
Ingenieros -ex calle Corrientes- se me ocurren tantas innovaciones: por
ejemplo, decirle a César que ese poema de don Baldomero que pusieron los
burgueses del Municipio en el Obelisco va a ser necesario, no digo
cambiarlo, pero por lo menos subirlo un par de lozas más arriba: es una
tentación aun para los jóvenes pioneros completar esa rima terminada en
"rulo". Y si bien es cierto que estamos empeñados en que no piensen que
nuestra revolución es puritana, por ahora no hay otra forma de superar
esas expansiones pequeñoburguesas. Bien visto, la literatura rupestre se
inaugura en Altamira. Ancestrales, rezagos, interacciones, la
revolución socialista no termina con la toma del poder, sino que recién
se abre. Laurita riquita. Es una de nuestras metas más inmediatas. Y ya
se sabe que toda etapa inmediatamente posterior a la toma del poder es
de las más arduas por todas las contradicciones que se acarrean).
Menos
mal que los grupos, los infinitos grupos de izquierda se han puesto de
acuerdo. No hay como el triunfo para que las diferencias se absorban.
Así como uno tiene miedo cuando fracasa, y si durante años padecimos esa
especie de cariocinesis permanente en toda la izquierda, ese
despanzurramiento hacia adentro, recíproco, glacial y despiadado, el
éxito pudo catalizarnos: hasta se va consiguiendo un nuevo lenguaje
revolucionario y se tiraron por la borda ese asunto del "pulpo"
imperialista, el reunionismo y las dichosas pintadas y las eternas
volanteadas, que lo único que provocaron añares eran chicos llevados en
la camioneta policial y las consabidas llamadas a los abogados de la
izquierda. Nada, el fracaso y la repetición mecánica. Menos mal que
superamos todo eso y logramos organizar un happening marxista,
que fue presentado por el profesor Romero Brest. Estuvo impagable Romero
esa tarde: dijo que los jóvenes revolucionarios eran sus hijos
adoptivos, que para él era lo mismo el pop que la revolución marxista, que en realidad el compañero Fidel era el primer pop
de América Latina y que desde ya lanzaba la idea de hacer una muestra
pop en la cancha de River, donde la Minujín iba a repartir réplicas del
sable del general San Martín confeccionadas con lapislázuli y
financiadas con los fondos allegados en la venta de los panteones de la
Recoleta de los oligarcas exiliados. Qué Romero Brest éste.
Y uno que creía que era un oportunista (y Laura que insiste en usar ese corpiño pop que
descubrió como saldo en las Grandes Tiendas para Técnicos Extranjeros
de la calle Maipú, al lado de la antigua veterinaria; seguramente se lo
ha puesto y va a pretender demostrarme que el pop se valida si
entra en relación dialéctica con las tendencias más tradicionales. Yo la
miro, la voy a mirar, y le descubro la piel por debajo de esas dos
cabecitas sacadas de alguna revista: del lado derecho un Marrone que
siempre me sonríe y al que termino por acostumbrarme; pero del lado
izquierdo va bordada una cabeza de Sartre. Yo a Sartre lo respeto, creo
que es un modelo humano y prácticamente ha sido el maestro de mi
generación; pero como tiene ese ojo torcido justo en el medio del
corpiño, me siento mirado de una manera inquietante. Como Laura insiste y
va a insistir en que el pop es un momento y que ese momento debe ser
integrado con un sentido fluido de la praxis, he terminado por
resignarme. Más adelante, cuando pase todo este ruido que ha provocado
la entrada de las columnas revolucionarias en Buenos Aires, le voy a
sugerir que por lo menos le cosa ahí un moñito). Aunque realmente la
integración de los grupos de izquierda revolucionaria ha dado resultados
inesperados: los de la First Methodist Church no pusieron mayores
reparos a la instalación de ese enorme afiche con la cabeza de Trotsky,
aunque dejaron constancia de que el asunto de agregarle una orla de
lamparitas eléctricas sacadas al antiguo cartel de Ferro-Quina Bisleri
no les parecía correcto. Y la gente que provenía del viejo socialismo
aceptó eso a condición de que sobre el frente del Ópera colocaran un
cartel igual con la cabeza del doctor Palacios. Problemas. Pero se van
superando. Y a los compañeros que provenían de los viejos grupos
comunistas les anunciamos que, en compensación, a Rodolfo Ghioldi lo
íbamos a poner al frente de la Comisión Redactora de la Nueva
Constitución Socialista. Ellos insistieron en que preferían la Comisión
Pro Paz, pero ese lugar clave ya había sido copado por la gente de
Coral.
Y como en esta etapa del
proceso hay que hacer algunas concesiones, hubo que ceder. Si hasta
Neustadt demostró su fervor revolucionario lanzando una edición de cien
mil ejemplares de Extra íntegramente dedicada al avance de la
victoriosa columna "Vicente Peñaloza" sobre Buenos Aires (yo sé que
Laura me va a decir mientras le saque las cabecitas de Marrone y Sartre
que con los revolucionarios de último momento hay que tener cautela. Es
lo que ha pasado siempre. Pero no hay que preocuparse demasiado: son
gente de la clase media que por definición oscila entre la oligarquía,
las tentaciones y normas de vida que ésta le tiende, y con el además
hacia abajo más o menos impregnado de cierta simpatía populista y el
temor a la proletarización. Dos idiomas tienen; siempre lo han tenido. O
dos caras. O las que les pidan. Hipocresía y burocracia. Habría que
pensarlo. Y toda esa gente es carne de burócrata y ya se sabe que por
definición un tipo así es la persona que no tiene la última palabra y
que necesita mirar hacia atrás para verificar si hay algún superior con
quien consultar, o a su derecha o a si izquierda, por si alguien les
codicia el puesto o les quiere mover el piso, y necesita resucitar la
última consigna para tranquilizarse y ponerse en acción. Pero Laura,
Laurita, le voy a decir mientras tiro sobre el sillón que queda debajo
de la ventana esa mirada torcida del autor del Ser y la nada ya
se sabe de memoria que la burocratización es el defecto que siempre
acecha a toda revolución como la que hemos realizado y estamos
festejando, pero también ya hemos acumulado suficiente experiencia en
ese sentido, Laurita: moverlos, cuestionarlos, cambiarlos de sitio.
agitarlos permanentemente. Es el problema de siempre, superar esa
tendencia que tiene la gente a dejarse estar, a amodorrarse sobre las
cosas que ya ha conseguido, Laurita. Y me voy a poner a su lado y la voy
a contemplar un rato antes de empezar a acariciarla, insistiéndole en
que a los burócratas hay que crearles necesidades, sacarlos al campo,
porque todos nosotros estamos llenos de las consabidas contradicciones
de los intelectuales de origen pequeñoburgués. Y debemos salir al campo,
Laurita, ya sea a levantar la cosecha o a la vendimia en Mendoza, que
tan revolucionariamente reaccionó avanzando sobre Buenos Aires al compás
de una cueca de Tejada Gómez. O a la zafra en Tucumán o al ordeñe de
las vacas de esa granja colectiva que se está organizando en el antiguo
parque de Los Derechos de la Ancianidad. Ordeñar; sobre todo eso, mi
Laura querida, porque la leche es imprescindible y en menos de tres
meses debemos demostrarle al mundo que no hay un niño argentino que no
cuenta con su litro diario). Y no sólo eso, porque también tenemos que
aprovechar varios lugares de la ciudad: en el viejo solar del Jockey
Club, si mal no viene, hacer una exposición de libros al alcance de
todos: la experiencia que, ay, se acumuló en Eudeba vamos a revivirla
lanzando ediciones populares de los poemas de Rodolfo Alonso, de Córdoba
Iturburu y de todos los poetas con sentido nacional de Argentina. Pero
la exposición tiene que ser algo transitorio, mientras ahí mismo
levantamos una torre de viviendas colectivas. De la misma manera con la
universidad: volveremos traer Filosofía y Letras a su viejo barrio para
demostrarle a la derecha continental y del mundo que sabemos mantener
las tradiciones y la vieja aspiración de unión obrera-estudiantil que
dejará de ser un sueño.
Claro,
nuevamente se nos plantea el problema de la Iglesia: ahí están esas
señoras que salen de Las Catalinas; y ya he dicho y lo repito: hay que
dejarlas. Al fin de cuentas, que se paseen por la vereda con esas palmas
no molesta a nadie. No se qué ocurrirá si suben a uno de los ómnibus
nacionalizados que hemos largado a la calle. Pero mientras no se les dé
por exigir que quieren hacer procesiones en la avenida no hay mayor
problema. (También sé, claro, que Laura me va a repetir lo mismo de
siempre cuando le pida que nos bañemos juntos: lo que en realidad vos
necesitás, Pilo, no es una guerrillera sino una geisha. Mis
contradicciones, Laura. Yo sé, yo lo sé muy bien. Pero es tan
gratificante que a uno le jabonen la espalda y jabonar la espalda
después. Y en seguida darse vuelta y jabonarse recíprocamente. Espuma,
piel, bañadera, sal, saliva. Es una coartada, pero yo siempre le
sostengo a Laura que ese cuerpo a cuerpo es una de las formas más
concretas de la dialéctica. Y si ella protesta porque me cuido tanto la
piel y me preocupo por la de ella, tengo que insistirle recordándole que
un buen materialista necesita empezar por cuidarse lo más concreto con
que cuenta, que es su propio cuerpo. Y al final nos sentamos y
terminaremos los dos juntos en el piso de la bañadera quitándonos el
jabón y echándonos un poco de agua como dos chicos. Porque no hay nada
que hacerle: también las pautas infantiles de las que uno está
impregnado no deben ser excluidas en una sociedad socialista. Para Freud
el hombre siempre es un niño; para Marx siempre es un obrero. Pues
bien, que nuestra Nueva Argentina Socialista sea un país de niños que
trabajan, o de obreros que juegan. Así está mejor y nada más legítimo
que hacerlo en la bañadera, Laurita. Fue uno de mis temas cuando
avanzamos con la columna guerrillera "Almafuerte" y llegamos a la
central ferroviaria de Villa Lynch: se lo dije a los obreros del riel,
lo sostuve en la comisión de asuntos políticos y cultura y se lo repito
cada vez que ella quiere salir de la bañadera para ir a buscar la toalla
y el último ejemplar de Partísans que nos ha dedicado Maspero a
la Revolución Socialista Argentina). Claro: en este barrio típicamente
corrompido por el turismo la instauración del gobierno socialista se ha
hecho sentir: ni los porteros tienen ese aire altivo y obsecuente que
tenían antes. Y las casas que vendían objetos tan argentinos como
mandolinas construidas con caparazones de peludo y la Historia de la literatura
de Rojas en textos concentrados han entrado en crisis. Lógico: son los
primeros afectados por un proceso así. Tampoco se consiguen buenas hojas
de afeitar ni antisudoral importado, pero el O-do-ro-sí que
estamos fabricando en el Concentrado de Villa Martelli, si bien resulta
un poco áspero, realmente elimina esa emanación corporal. Así como las
radios de transistores de origen checo que venimos distribuyendo a los
obreros que marcan topes en la emulación no tienen nada que envidiar a
esos antiguos Grundig muy estereofónicos y todo lo que usted quiera pero
que en un departamento como el mío no había lugar donde ponerlo. Y
cuando llego a mi departamento y salgo del ascensor y abro la puerta
empiezo a llamarla ¡Laura! Seguramente está escondida en alguna parte y
se me va a aparecer con ese corpiño negro con las cabecitas de Marrone y
Sartre. ¡Laura... Laurita! Es el inconveniente de estos departamento
con un pasillo tan largo y tan oscuro y donde uno jamás encuentra la
llave de la luz sin rayarse las uñas tanteando las paredes. ¡Laura...
Laurita! Sí; allí está: sentada delante de mi escritorio, desnuda y
apoyan do la cabeza sobre mis papeles. No me ha oído. Yo me le acerco
cautelosamente por atrás con la idea de taparle los ojos y preguntarle
Cú-cú ¿a qué no sabés quién soy? y enternecerme porque me ha esperado
desnuda y entre mis papeles y empezar a besarla en la nuca, en los
hombros. Sí; también en la espalda. Y bajar. ¿Quién soy? Cú-cú, Laura.
La tomo de los hombros. Pero ella no se mueve. La sacudo. Y tampoco. El
pelo se le balancea pesadamente hacia los costados y tiene las manos
flojas. Laura. Arriba de la máquina de escribir brilla ese frasco con
pastillas. Laurita. La vuelvo a sacudir. Le oprimo las manos: Laura, mi
querida Laura, ¿quién?... En mi agenda ha escrito: "Aposté a vos.
Fracasé. Estoy harta. Yo necesitaba un hombre realista". Y ha marcado la
fecha: Sábado, 25 de marzo de 1967 con una cruz y una raya iguales a las que usaba para indicar los días en que le venía la menstruación.
En Buenos Aires: de la fundación a la angustia, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1968.
Muy muy bueno el relato!
ResponderEliminarQué cansino es el personaje, muy pesado. Normal que Laura se mate.
Joder, qué complicados nos volvemos a veces.
Gracias compañero, deberé seguir a este Viñas, al que no conocía.
De eso se trata, de perder de vista lo más cercano, dejarnos llevar por nuestra determinación y no ver lo que tenemos al lado. Un buen cuento, de los pocos que escribió este notable escritor.
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