En Zona

jueves, 2 de agosto de 2012

Esa vieja manía

A veces me canso de tanta palabra. De tanto transitar lugares comunes, de aceptar como válidas los dichos en torno de una cuestión. Encuentro una vieja foto y de ahí arranco con estas manías antiguas que vienen de siempre. Me recuesto contra la ventana y dejo que sigan con esa forma aciaga de llenar de palabras tanto espacio. Jubilan las metáforas de tanto darle al parche.
Miro la foto,de una pareja comiendo al costado del camino. Pienso. La vida siempre ha sido otra cosa. La vida transcurre por campitos siempre libres, como liebres.
Reviso diarios, blogs, leo, trato de formarme una idea. Presiento que existen discusiones sin darse. Que nos hacen pasar como cuestiones profundas peleas entre dos. Que se juega la libertad de prensa, mientras el cartonero, ese que tira cun carro a pura tracción sangre, sangre de él, por supuesto, sigue pasando por la puerta de mi pisito de Villa Crespo, avanza en la diaria, buscando ese peso, ese mango, esa moneda necesaria.
Mientras pasa, siguen haciendo cifras. Construyendo, ahora le dicen relato, palabra a palabra, el coro de aduladores. De unos y otros. Se tapa la pregunta y por supuesto se pierden las respuestas. Así mientras unos descubren qué utilidad se les da a los presos en ese tiempo eterno que tienen, otros callan las torturas a que son sometidos los mas desclasados. Porque una cosa es uno como preso, yo por ejemplo, y otra, aquel que está último en la cola de esta vida. La suerte no es la misma, tiene diferente color de piel.
Ser pobre es un delito y si encima, sos de ese color detestado por el poder, estás frito angelito!
Se sigue torturando en la cárcel, en la comisaría.
Excluyen de los debates, que toda tortura es siempre política. Porque los derechos humanos no son otra cosa que universales. Se tortura, no importan mucho los vientos que crucen este país. La tortura sigue siendo el privilegio que los burócratas ejecutan en nombre de los dueños de este país.
En un país como este, hoy, en donde se discute de todo. Se toma posición, embanderados y gritones, nos preparamos para una guerrita.
Así desgajamos tiempos. Pero, noto, falta algo. Esa fraternidad de tratar de entender políticas. De poder criticarnos y exigirnos, esa línea de pensamiento audaz, que nos de políticas también audaces. Descifrar que falta algo en estos tiempos de rarezas acumuladas que somos, que soy como argentino si es que esto quiere decir algo.
Falta política para organizar. No, no la hay. Ni siquiera sirve como refugio los nombres de los de la foto de arriba. Se avanza un poquito para que percibamos un cierto movimiento, apenas una ondulación en el aire. Siguen intactos los resortes de los otros. No convocan desde la discusión sino desde los hechos y por ahí se pierden retazos, se dejan flecos. Se acumulan intenciones, buenas algunas, otras a veces no tanto.
No se critica desde dentro. La crítica la hacen los enemigos de siempre. Los del palo, aceptan, otorgan y callan.
A lo mejor habrá que comenzar a pensar que el peronismo nunca fue algo revolucionario, si algo que revolucionó la forma de lo político, la palabra que nos hace. También esto es obligarnos a pensar algo, que en su momento, fue nuestro. Cuestionar.
La discusión es posible. Es el mecanismo obligatorio para darnos una política. A contrapelo de ese mismo esquema político que somos. Porque la discusión la hacemos nosotros, yo, o lo hace la derecha y sabemos de qué se trata esto de discutir para los muchachos de la veredita de enfrente.
Digo.
Me cuesta entender por momentos estos caminos. Creo, que hacen falta descargarnos de cierta religión que nos viene desde hace mucho. Descreo de los guardianes de esa palabra, que niega discutirle el poder al poder desde la misma idea. De avanzar aún cuando no son tiempos de avances. Entonces, uno descubre que aquellos traidores de clase, esos dirigentes gremiales que han traicionado a sus compañeros de clase, como método en cuanta oportunidad tuvieron enfrente, comparten hoy, con uno, los mismos acuerdos coyunturales políticos, sabiendo, que más temprano que tarde volverán a traicionar.
Eso es comerse un sapo. Tragarse un sapo.
Ya lo hicimos con el viejo general de derechas que fue Perón en su momento.
Hay que recordar.
Se apoya entonces a este capitalismo social que siempre fue el peronismo. Otro sapo.
Es que esto siempre fue el peronismo. No una instancia de arrebatarle el poder a la oligarquía, sino la de disputarle porciones de un poder. Regularizar armoniosamente las diversas variables de ese poder, acumular y repartir.
Sigo siendo peronista a pesar del propio peronismo. Si es que esto quiere decir algo.
Reclamo la discusión de políticas. La conformación de una idea política. Pero esto debemos hacerlo, cuando no quede ninguno durmiendo en las calles, cuando todos tengan lo suyo y esa es una necesidad que funda un derecho. El derecho a la dignidad de todos y todas.
Mientras esto no ocurra, debemos acompañar de la única manera que podemos.
Cambio de tema.
Me distraigo por un rato con un libro, la biografía de ese gran y necesario escritor que fue John Cheever.
Poco aficionado a las biografías como soy, me sumergí en la vida de este talento de la narrativa moderna que fue Cheever. Por ahí en librerías diseminadas se encuentran sus libros de cuentos, sus novelas. Para aquel que se atreva, está ese mundo oculto que es la clase media de los norteamericanos. Sus horrores y su necesidad de hacer parecer todo como un cuento de hadas. Cheever vivía esa estrafalaria vida, simulando ser uno de ellos. Así desde ese infierno personal que fue su vida, construyó como pocos la gran radiografía de esa inmadurez que tiene en sus entrañas el país más poderoso de la tierra. Pero Blake Bailey, el autor de esta biografía, nos acerca a un tipo atormentado, que entre borracheras, amores y familia, consolidó esa descarnada visión en medio de bucólicas postales de casitas ordenadas, de vidas ordenadas de la puerta hacia afuera y que, como en las buenas películas de terror, convivían con el mejor de los infiernos una vez cerradas dichas puertas.  Pero hay algo, que conmueve con este escritor. Esa vida por un lado y su creación constante. Leerlo a Cheever es una medida exácta de buena justicia, el poder aproximarnos a un estilo, una forma de convivir con ese mundo y al hacerlo, sus libros nos ayudan a entender un poco mejor esa rara fijación que tienen estos habitantes con ese tipo de locura que son las apariencias y el qué dirán de los otros. Porque la literatura de Cheever es tal vez, una de las más notorias formas de desquite para con esa falsedad llamada clase media. Pero y esto me parece lo más atractivo de su literatura, Cheever sentó las bases o mejor dicho continuó una tradición literaria sumándole un talento inobjetable, un talento que pervive en sus libros y que de alguna forma fundó una forma de entender y descubrir un mundo.
"Cheever: una vida" es un recorrido riguroso por el mundo Cheever. Un trabajo monumental recorriendo las pistas que dejó el escritor a cada paso de toda su vida. Un libro, intenso y para los que aman sensaciones fuertes, una apuesta a realizar un viaje en las sombras de la vida de un atormentado y eso, siempre es de agradecer, no por temor, sino por la fortaleza que se derrama a cada paso dado por un escritor y todos sus fantasmas y todos sus infiernos.
Libro, sin pretensiones y con una poderosa impronta: la de descubrir a un hombre que escribía como los mejores de este barrio y eso siempre es importante, por lo menos para mí.
Pienso.
A veces cuesta desentrañar lo que nos rodea. Confundimos gestos, nos prendemos de dichos o de entredichos, desdibujándonos entre tanta palabra. Nos quedamos varados en los dichos del otro o esperamos sedientos, que el otro nos diga algo. Inquietos nos preguntamos, leemos las diferencias y nos sometemos a esa especie de dictadura con frecuencias alternantes.
Así vamos, desfilando y acumulando a nuestro paso.
Los poderosos de este país, saben muy bien que el día, que no haya desheredados en las calles, pasaremos a discutirle a ellos todas sus mentiras, esa ineficacia premeditada para generar este estado de cosas. Lo saben mejor que nosotros mismos. Les discutiremos por ejemplo sus privilegios que insultan, que ofenden a pesar del perdón divino delque gozan desde hace mucho. Así las cosas.
Mientras tanto me doy un placer. Otro más y rescatode mi discoteca algo que tenía muchas ganas de hacer desde hace tiempo.
Recupero este viejo disco y vuelvo a escucharlo con la misma pasión de mis años adolescentes. Y lo redescubro. Rescato esa pasión que allá por el año 1969 debió despeinar a más de uno. Carlos Santana y su primer paso. Mezcla pura en un mundo de demasiados puros. Confluencia enloquecida de músicas, dispuntándole el poder a los dueños del pop británico y sus buenos modales. Primer disco que suena, feroz y rutilante a pesar d elas décadas transcurridas, a pesar de la conquista de nuestros corazones y oídos a la que nos hemos visto sometidos desde tiempos casi inmemoriales. A pesar de todo esto, Santana me deslumbra en este paso. Me lleva a recuperar esa cierta rebeldía que siempre debió tener la música en esos tiempos para sobrevivir y permitirnos seguir creciendo. Ahí están "Waiting", "Evil Ways" o la esplendorosa y potente "Soul Sacrifice", que también estaba en la película "Woodstock" y que tantos y tantos viernes a la una de la mañana miré absorto en el viejo cine Ritz de la avenida Cabildo esquina Olleros en el barrio de Colegiales.
Disco que me sigue sorprendiendo, por diversas razones. Una de ellas y la más importante, es que a pesar del tiempo transcurrido, sigo por este barrio, cuando en más de una oportunidad aposté por la posiblidad de no llegar a esta edad y la otra, todavía más notoria es la calidad mantenida por este disco a pesar de los años trasncurridos. Grabado originariamente n 1969, no ha perdido una partícula de ese potencial con el que fue concebido.
Sin embargo, aquí estamos, asistiendo a este reencuentro urgente, con una de las mejores bandas de rock y alrededores que dió la contracultura allá a finales de los años sesenta.
Sigue esa vieja manía de continuar vivos.
Así las cosas, mientras llueve sobre Buenos Aires como si fuese la última vez, dejo que el sonido y mis pensamientos den vueltas, como un gato buscando sitio donde acomodarse y esperar la siesta. 
Se vienen tiempos de discusiones, de relatos entrecruzados y de miradas. Habrá que tener paciencia y seguir apostando por la ironía para desentrañar éstas historias que se cuecen a fuego lento en una de las orillas del ancho Río de la Plata.
Mientras tanto y antes de irme, dejo una foto del gran John Coltrane, que también es un compañero entrañable en esta larga marcha que emprendo día a día.



2 comentarios:

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  2. Comapañero! Sabes que sigo sin saber qué es eso del Peronismo. O quizás sí lo haya entendido, lo que agranda más mis dudas.
    Lo entiendo como una especie de sentimiento que tenéis muchos, pero que cada uno intenta traducir a su manera.
    Sea como sea, si es algo parecido a lo que estáis haciendo hoy por Argentina, bienvenido sea. Dar ejemplos, salgan bien o mal, siempre es mejor que seguir la corriente. Y Latinonoamérica está empezando a dar ejemplo. Buenísima la noticia de la incorporación de Venezuela al Mercosur.
    Y cuanto más os ladre El País o Clarín, mejor lo estaréis haciendo. Lo de los presos es de risa. Claro, de los suyos no hay nadie en la cárcel, pues los suyos terminan en esos sitios, aunque lo merezcan más que nadie.
    Como dice Chávez, "Pa´lante". Y que ladren.

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