En Zona

viernes, 31 de agosto de 2012

Se termina agosto

 A las múltiples preguntas que recorren el espinel de la política, no podía faltar esa coyuntura rabiosa que la derecha esgrime desde que es derecha. Rabiosa como todas, la derecha busca y encuentra espacios para servirse de estas y arremeter. Pasar a cuchillo a los que se opongan, eliminar todo vestigio de interrogación y de paso disciplinar. Delatar y perseguir.
El Eternauta dentro de las fotografías culturales de este país lejano, provinciano que aspira a ser más europeo que los países de ese continente.
Héctor Germán Oesterheld, desde el ocaso de los años cincuenta propuso una historieta, una historia simple, tal vez incomprensible para los lúcidos que gobernaban los espacios de este país. Ubicado en un barrio del norte de la ciudad. En blanco y negro, cuadrito a cuadrito. Sin saber, el autor plasmaba sin ser político, que la política era la única solución. Que el héroe era colectivo, no individual. Que se lucha mejor cuando somos todos los que luchamos. Que se pierde la vida, pero que eso es poco comparado con el binestar general.
Oesterheld por esos años de los cincuenta, no era peronista ni nada. Era un creador, un escritor involucrado
con los que escribía.
Sin embargo.
Los años pasaron. Los años cubrieron esta obra de una pátina que la hace imprescindible a la hora de hablar de litertura. Desde el margen, se construye un mito. Con la fuerza que le da el tiempo transcurrido, El Eternauta es una lección de la poderosa cultura popular. Como el Martín Fierro, igual de potente a la hora de socavar el poder establecido.
Hoy lo prohiben. La derecha que desconoce todo, que es dueña siempre del mal gusto de los nuevos ricos, que sueñan con ser un suburbio de los Estados Unidos. Esa derecha que clama venganzas y promete asesinatos como siempre.
Porque el nuevo fascismo no distingue más: no es humanísticamente retórico, es pragmático a la americana.  Su fin es la reorganización y la homologación brutalmente totalitaria del mundo. De eso se trata, ni más ni menos.
Pero hay más.
 El porteño es desde siempre, un tipito que miró demasiado hacia allá. Lejos. No siente ningún atisbo de solidaridad para con aquellos que están más abajo de su escala social.
Votan a la derecha y después se desentienden. Siente pánico por los asentiamientos, las villas miserias que viven sus horas muertas con patética hazaña. Desprecia al otro. Se esconde en la lengua para tomar distancia. Construye desde la certeza que ese otro es un enemigo latente.
Vuelvo a Oesterheld.
El viejo, se metió en política cuando todos se tomaban los buques. Cuando la traición era una especie de decreto sin firmar.
No eligió un partidito político y burguesito. 
Eligió una organización, que para muchos quebrados es la entronización del mal. Mala palabra. Cinismo puro. Elocuente bajeza.
Eligió la lucha. Dejó para otro momento el espacio creativo, la lucidez del pensamiento. Se hizo clandestino y se perdió en medio de los fuegos.
Porque los años '70 tienen su correlato de fuego con los '80. Esto es comenzar a entender la derrota de un proyecto.
Me distraigo.
Me duele el pie. Tengo que seguir yendo al hospital. No tengo medicina privada ni cheques por ser blanquito y de clase media.
Camino rengo. Me distrae, siempre me han distraído los finales.
Me hago las curaciones, me saco cosas del pie. A veces como ahora tengo fiebre. Sigo. 
Este cuerpo me ha acompañado en las buenas y también en las malas.
Pienso.
Oesterheld, saliendo de la tortura. Destruído. Con el cuerpo llagado por la picana. Lo sientan, le quitan las vendas de los ojos, la capucha. Está sentado frente a un escritorio o una mesa. El torturador, comienza a mostrarle una serie de fotos.
Son las fotos de los cadávares de sus cuatro hijas y de uno de sus yernos. Se regodean, se ríen y lo obligan a mirar.
Dicen que estuvo largo rato, memorizando los rostros desfigurados de sus hijas. De su yerno y tal vez de su nietito.
De esa familia quedó Elsa Sánchez de Oesterheld, la madre y esposa de esa familia. Ella sigue viva.
Vuelvo.
Ahora lo prohiben en las escuelas. Clausuran la posibilidad de recorrer El Eternauta, que ni siquiera era peronista en lo político. Era, es una obra que como las grandes obras de la literatura argentina, recorrer ese espacio circular. Que está en Jorge Luis Borges y también en el entrañable Rodolfo Walsh y ese comienzo rotundo que es "Operación Masacre".
Ahí también está el Eternauta. Ahí late y ahí existen pautas de esa socialización perfecta. No hay, nunca hubo individualidades, hubo un conjunto social, que armados de su memoria, salen a combatir la nieve asesina que asesina a Buenos Aires a fines de los años cincuenta.
Esa nieve asesina, que a pesar de Oesterheld, volvió a asesinar a partir de los '70.
Es asi, entonces, los copetudos guampudos que gobiernan este país como un jardín de infantes, permiten que se sigan torturando las sombras.
Se prohibe y la derecha cornuda festeja efervorizada tanto freno contra el marxismo irredento de estos negros que siguen haciendo hijos y protestando por cualquier cosa.
Mientras tanto, el porteñito seguro de sí mismo, sigue sin disimulo banalizando todo a su paso. Seguramente le pondrán, los porteñitos, Palermo Cheyene a Formosa, para sacarse de encima tanta cosa y tanta mugre. y demostrar lo progres que siguen siendo.
Porque el diferente es eso siempre para estos tipitos, pura mugre a desalojar.




 

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